¿Se puede ser feminista y pro-sex?

¿Se puede ser feminista y pro-sex?

Carta abierta a Amarna Miller, Pikara y sus lectoras…
Lucrecia Rubio Grundell

En la imagen, Amarna Miller, feminista pro-sex.

Pongámonos en antecedentes. El 12 de Febrero Pikara Magazine, una revista digital declaradamente feminista publica una entrevista con Amarna Miller, una conocida actriz porno que se declara feminista pro-sex, […]

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23/02/2018

Carta abierta a Amarna Miller, Pikara y sus lectoras…
Lucrecia Rubio Grundell

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En la imagen, Amarna Miller, feminista pro-sex.

Pongámonos en antecedentes. El 12 de Febrero Pikara Magazine, una revista digital declaradamente feminista publica una entrevista con Amarna Miller, una conocida actriz porno que se declara feminista pro-sex, defendiendo la legitimidad de la pornografía y el trabajo sexual desde posturas feministas. El posicionamiento de Amarna, que queda bien reflejado en la entrevista realizada por Pikara, es complejo y matizado: no todo el porno; sí, hay heteronormatividad y androcentrismo pero también propuestas alternativas; sí, hay explotación laboral pero ni más ni menos que en otros sectores; habla de producción y de consumo, de estética, de sexualidades no normativas y estrategias de lucha… Es, además, un posicionamiento en evolución, abierto a la crítica y al cambio, como demuestra su reacción frente a las críticas vertidas contra ella por diferenciar pornografía y prostitución. Inmediatamente después de la publicación de la entrevista, se desata en redes sociales un sinfín de críticas contra Amarna y contra Pikara por darle voz, argumentando en su mayoría que ésta encarna y defiende la mercantilización y explotación sexual de las mujeres, y que por ello, entre otras cosas, no es feminista.

En base a la premisa central del abolicionismo, según la cual el trabajo sexual nunca es voluntario ya que su ejercicio no nace de una decisión verdaderamente libre, se acusa a quienes dicen lo contrario de falsa conciencia en el mejor de los casos, y de complicidad con la explotación sexual de las mujeres en el peor. Desde Pikara, se han defendido posicionándose en contra de la censura ejercida desde el feminismo; una censura semejante a la que hace referencia Judith Butler en relación a los judíos anti-sionistas que son acusados de anti-semitismo; y explicando las implicaciones y el valor que tiene el ‘periodismo situado’ que Pikara desarrolla. Ambas cuestiones son importantes. Sin embargo, no abordan el que es, en mi opinión, el quid de la cuestión, que es: ¿se puede ser feminista y pro-sex? Para responder a esta pregunta es importante desentrañar los presupuestos que subyacen a la premisa abolicionista de que no, y hacerlo desde la sororidad y la crítica constructiva. Allá vamos.

La premisa central del abolicionismo es que el trabajo sexual no puede ser considerado trabajo porque su ejercicio raramente nace de una decisión libre y voluntaria; no hay consentimiento, y por tanto no es trabajo sino explotación. Lo feminista pues, es posicionarse en contra. Esta idea se basa en una asociación entre trabajo y libertad que está profundamente enraizada en la definición (neo)liberal de autonomía. La equivalencia que el (neo)liberalismo establece entre libertad, autonomía, auto-determinación y soberanía individual; todo ello expresado a través de las nociones de auto-control sobre nuestro cuerpo y de libre decisión a través del consentimiento, es clave en la definición moderna del trabajo asalariado como trabajo ‘libre’. El trabajo asalariado no mercantiliza a la persona, sino su capacidad de trabajo, y lo hace con su libre consentimiento, por lo que no es explotación. Esta narrativa sólo se puede mantener, sin embargo, si ignoramos las críticas marxistas versadas contra el trabajo asalariado, y si ignoramos que el liberalismo se desarrolló a la par que colonialismo y la esclavitud, y no en contra. El abolicionismo asume lo anterior sin cuestionarlo, sin embargo, y lo traslada al terreno de la sexualidad. El trabajo sexual mercantiliza el cuerpo de las mujeres y carece de consentimiento, por lo que no es trabajo sino explotación. Pero, ¿por qué? ¿Porque el trabajo sexual sí, y el trabajo doméstico, el mundo de la moda, de la enfermería o los y las masajistas no?

Para entender por qué el trabajo sexual no se concibe como una prestación de servicios consensuada sino como explotación, es necesario atender a la idea de sexualidad que subyace a los presupuestos abolicionistas. En línea con el feminismo radical de la segunda ola, el abolicionismo explica la subordinación de las mujeres principalmente en base a su subordinación sexual. Lo que define a las mujeres como grupo social oprimido, y da lugar a la desigualdad entre hombres y mujeres, es la objetivación sexual de aquellas por parte de éstos, y la imposición de su sexualidad sobre ellas, a menudo literalmente en forma de sexo forzado. Esto explica que la libertad sexual de las mujeres se conciba esencialmente en términos negativos, en función de la ausencia de coerción y violencia, y que dependa de la presencia de consentimiento y de la capacidad de controlar nuestro cuerpo. Estas ideas acerca de la auto-determinación sexual de las mujeres han sido claves para la lucha feminista, sobre todo en relación con la violencia sexual y de género y el derecho al aborto.

Desde la perspectiva del trabajo sexual, sin embargo, presenta tres problemas importantes. Primero, participa de cierto esencialismo de género al enfatizar el origen y la experiencia común de las mujeres hasta el punto de fijar facetas de su identidad y su realidad social, desde la asunción de que una sola relación social produce el género: la sexualidad, que a su vez sólo produce eso. El resultado es una comprensión limitada de la opresión de género que tiene dificultades para integrar el concepto de interseccionalidad. Segundo, vincula la sexualidad femenina exclusivamente con la victimización, de modo que cualquier tipo de agencia sexual desarrollada por éstas se vuelve sospechosa, al menos, en tanto que falsa consciencia. Así, las mujeres aparecen como sujetos sexuales de derechos sólo en tanto que víctimas, a las que el estado debe proteger. Tercero, el concepto de autodeterminación sexual esbozado por el abolicionismo refuerza la idea del sexo como algo negativo y peligroso, sobre todo para las mujeres, fortaleciendo así la jerarquización de las prácticas sexuales en base a algunos principios básicos de la heterosexualidad obligatoria: en privado, en pareja y por amor, lo cual contribuye a estigmatizar todo lo demás, ya sea el sadomasoquismo, el poliamor o el trabajo sexual.

El abolicionismo, en definitiva, con parte de razón y buenas intenciones, articula un concepto de libertad sexual que sin embargo resulta limitado y excluyente, al caracterizar algunas decisiones como no-decisiones, por entender que reflejan la falta de autonomía de la persona que elige. Esto es lo que Leticia Sabsay denomina la ‘lógica de la negación’, que niega la auto-determinación sexual de algunas mujeres en nombre de la auto-determinación sexual de todas. En este sentido, resulta interesante que quienes defienden el trabajo sexual desde posiciones feministas lo hagan precisamente en base a las ideas de libre elección y de auto-control del propio cuerpo, esto es, en base al mismo concepto de auto-determinación sexual, pero, extendiéndolo más allá de los límites abolicionistas. Aceptan la posibilidad de que la prostitución puede ser elegida, por tanto, con el mismo margen de libertad que cualquier otro trabajo generizado, y defienden la necesidad de dar cobertura legal a dicha decisión, descriminalizando el trabajo sexual y reconociendo derechos laborales a las personas que lo ejerzan.

¿Se puede ser feminista y pro-sex? Radicalmente sí. Y además, se puede serlo en base a las mismas premisas feministas usadas por quienes defienden que no. Es precisamente desde aquí desde donde se debe abordar el debate en torno al trabajo sexual, desde el cuestionamiento de conceptos claves para el feminismo.

Censurar a quienes defienden dicha posibilidad acusándoles de falsa conciencia o de complicidad con el enemigo, y más a quienes lo hacen desde dentro, con pleno conocimiento de causa como es el caso de Amarna Miller, es la salida fácil. Cómo lo es también emplear el feministómetro. Ambos permiten no cuestionar las asunciones y las consecuencias de las premisas que una defiende. Contribuye poco, sin embargo, a seguir avanzando en la discusión de temas que son centrales para el feminismo ahora y en el futuro: la hegemonía del concepto liberal del sujeto, los límites del concepto liberal de autonomía, la resiliencia de la concepción heteronormativa de la sexualidad, el impacto de los discursos victimizatorios, la dependencia en el estado como marco principal de la lucha feminista, las reproducción de inclusiones y exclusiones desde el propio feminismo…
Debatamos pues, desde la sororidad y la crítica constructiva.

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