Naturaleza y comportamiento maternal

Naturaleza y comportamiento maternal

Atribuimos a las hembras animales características que antes hemos atribuido a las mujeres, con el objetivo de convertir valores discutibles en innatos, eternos y esenciales.

15/01/2018
El instinto animal se utiliza para justificar el apego como un lazo natural entre las madres y sus bebés.

El instinto se utiliza para justificar el apego como un lazo natural entre las madres y sus bebés.

Todo desastre tiene su foto, y la de los incendios de Galicia de este verano tuvo también la suya. Es la de un perro llevando en la boca algo que parece un animal carbonizado. En seguida la protagonista de la foto fue leída como una hembra, como una madre, que lleva en la boca a su cría de la que no puede separarse y levantó oleadas de simpatía. Pero poco después supimos que la perra era perro, que no era su cría y que el animal se dedicaba a recoger cadáveres quemados de animales para enterrarlos como hacen los perros con los huesos. De haberlo sabido… ¿hubiera resultado el perro tan simpático? Seguramente no, porque con lo que se estaba empatizando en realidad era con determinadas características que reconocemos como humanas y, además, maternales. Y es ahí donde esta cuestión entronca con una de mis preocupaciones actuales, ya que acabo de escribir un libro sobre la lactancia materna y la maternidad, y he tenido que trabajar mucho sobre la manera en que pensamos y construimos la relación entre la naturaleza y la maternidad.

Lo cierto es que en la manera en que construimos la maternidad contemporánea subyace siempre la cuestión de la naturaleza como sentido común indiscutido y como justificación de los comportamientos maternales normativos. Si hay un comportamiento humano que se quiere hacer depender de la naturaleza ese es el comportamiento maternal que se piensa adecuado, bueno. Cualquier cuestión culturalmente valorada acerca de la maternidad se hace depender de la naturaleza, pero no aquellas otras que son percibidas como negativas.

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Pero la cuestión funciona al revés de como solemos pensarla: no es que atribuyamos a las mujeres características animales sino que es al contrario, atribuimos a las hembras animales características que antes hemos atribuido a las mujeres, y esto lo hacemos con el objetivo de fundamentar una visión moral en una realidad externa que se supone indiscutible y así convertir valores discutibles en innatos, eternos y esenciales. De esta manera se otorga legitimación ideológica a un rol cultural, el de género femenino maternal y se le hace aparecer como innegociable.

Recomiendo un libro polémico y a veces desafiante, muy estimulante en todo caso, para estudiar esta cuestión. Es el libro de Sarah B. Hrdy Mother Nature, donde explica que son los evolucionistas del siglo XIX los creadores del instinto maternal tal como lo conocemos hoy y los que primero asignan a todas las hembras animales las mismas características y el mismo comportamiento que previamente habían asignado a las madres victorianas. Utilizan para ello la recién formulada teoría de la evolución que intentó hacer eso mismo con todas las especies, ordenar la naturaleza según características propias del siglo con la intención de legitimar éstas. Pero fue en todo lo referente a la maternidad en donde el darwinismo se fijó especialmente porque, con todo lo que tuvo de revolucionaria esta teoría, fue también al mismo tiempo profundamente conservadora, muy deudora de una sociedad segregada sexualmente, con roles de género fijos e inmutables y con un rol femenino volcado absoluta, y casi únicamente, en la maternidad. Y se usó la teoría evolucionista para tratar de fijar aún más dicho rol.

Muchas investigadoras feministas han demostrado que en la mirada que proyectamos sobre la naturaleza vemos lo que queremos ver; es decir, nos fijamos en los comportamientos, tanto de animales como de tribus primitivas (que imaginamos más cercanas a “lo natural”), que son similares a los comportamientos que queremos reforzar, pero en cambio no vemos ni incorporamos aquellos comportamientos que contradicen lo que previamente hemos considerado natural.

Como explica muy clara, descriptiva y amenamente Hydr (y Donna Haraway), cualquier mirada sobre la naturaleza o la antropología es selectiva y está sesgada. Si ponemos como ejemplo de la naturalidad de la lactancia prolongada (uno de los aspectos que más se hacen depender de la naturaleza) las prácticas de una determinada tribu que acostumbra a amamantar hasta los 8 años, ¿por qué no ponemos como ejemplo de lo contrario todas aquellas que destetan lo más pronto posible y que, por cierto, son mayoría?

El instinto se utiliza también constantemente para justificar el apego, ese lazo que se supone natural que une a las madres con sus bebes y las induce a cuidarles. Si explicamos éste a partir del comportamiento de muchas madres que no se separan de sus crías en los primeros días, ¿por qué no hacemos extensible esa normalidad a las hembras que tienen por costumbre comerse a sus crías, o abandonarlas? ¿Por qué no nos fijamos en el hecho de que hay especies en las que es el macho el que alimenta y cuida a las crías

Científicamente incluso se habla de dos hormonas que serían las que impulsarían ese apego y la lactancia: la oxitocina y la prolactina. No se explica por qué entonces no todas las hembras se quedan con sus crías, ni todas ellas (incluidas las mujeres) quieren y cuidan a todas por igual. Si la oxitocina en las primates (y humanas) induce al apego con la cría, ¿qué induce a matarla en muchas ocasiones? Tampoco se explica por qué los destetes más tempranos están históricamente asociados a la evolución, a pesar de que las mujeres tienen los mismos niveles hormonales.

Los estudios de Donna Haraway demuestran que la explicación de la lactancia, el destete o el apego usando a los primates como ejemplo asume que no hay interacción entre ellos y el medio ambiente. En realidad, lo que los primatólogos han demostrado es que el proceso de embarazo, lactancia y destete es sumamente flexible y adaptativo también entre los animales con el fin de permitir a los organismos individuales mejorar el encaje entre ellos mismos y el medio ambiente local. En otras palabras, unos primates destetan a su prole muy tarde porque no hay otra comida adecuada a las crías; pero muy pronto si hay otra comida, y eso teniendo los mismos niveles de prolactina. Es más, cuando hay alimentos que las crías pueden comer, la tendencia de las hembras es acortar la lactancia porque eso les permite invertir más en la siguiente gestación o en el cuidado de otras crías.

En realidad, por lo general, entre los animales el desarrollo del llamado comportamiento maternal depende de circunstancias muy concretas, sin las que dicho comportamiento no existe; por ejemplo, muchos roedores requieren que sus crías huelan de una manera y, si no se las comen. Matar a las crías más pequeñas, a las que parecen enfermas, a las que sobran (por la razón que sea) es algo completamente corriente entre las hembras animales, pero, en realidad, también ha sido relativamente corriente entre las mujeres. Las sociedades humanas en las que no han existido comportamientos parecidos a esos que hoy llamamos de apego, son legión. E históricamente, a los bebés se les ha abandonado (y matado) con cierta frecuencia. Entre otras cosas porque no todas las sociedades humanas han considerado que un bebé es lo mismo que es ahora.

En cuanto a la antropología y a la comparación con tribus primitivas, se suelen utilizar para estas comparaciones a los primeros homínidos cazadores-recolectores como patrón de lactancia y cuidado y las estadísticas de duración y frecuencia de la lactancia entre ellos son usados para demostrar el patrón actual. La idea de que los humanos tenemos esencialmente el mismo cuerpo hoy que hace 400.000 años es para muchas mujeres una manera de racionalizar la lactancia prolongada a término. Pero eran las condiciones medioambientales bajo las que vivían los humanos primitivos las que determinaban tanto su fisiología como sus prácticas biosociales. Nosotras no somos como aquellas humanas ni vivimos en las sabanas africanas.

Más lactancia y más cercanía madre-bebé implican menos recursos y menos alternativas, así como más dificultad en la vida. Hrdy y Haraway, en sus estudios sobre primates, demuestran cómo las madres, a lo largo del desarrollo homínido, han tomado decisiones conscientes e inconscientes acerca de la inversión en su descendencia basadas en circunstancias ecológicas, condiciones maternales, la existencia y la edad de la descendencia anterior, y todo con vistas a aumentar las posibilidades de vida de sus hijos, pero también teniendo en cuenta su propia vida. Igual que los machos, las hembras también han buscado sobrevivir. No es verdad, como pretende hacer creer la cultura patriarcal, que las madres tengan por norma poner a sus hijos por delante de sus propias vidas. El sacrificio de la propia vida es una norma cultural para las mujeres pero no se da en la naturaleza por lo general.

Así, si las madres porteaban a sus hijos todo el tiempo era para cuidarlos de los predadores y la lactancia prolongada se daba porque no existían alimentos adecuados. Además, amamantar ayudaba a espaciar los embarazos y los partos de manera que las madres tuvieran tiempo de ocuparse de la supervivencia del bebé nacido vivo. Si las humanas no hubieran podido espaciar sus embarazos, eso hubiera limitado extraordinariamente las posibilidades de supervivencia de bebés nacidos vivos puesto que las posibilidades de la madre de morir en el siguiente o siguientes partos eran muy altas.

Hrdy, en su capítulo Unnatural Mothers, demuestra que en determinadas circunstancias las madres percibidas como no naturales en realidad están respondiendo apropiadamente a situaciones difíciles. Sus decisiones no son arbitrarias, sino que las toman basándose en el análisis del coste-beneficio, en las posibilidades de sobrevivir del recién nacido, en el bienestar de sus otros hijos e hijas y de sí mismas.

La autora también demuestra que incluso en aquellas tribus puestas de ejemplo de maternidad natural con destete tardío y lactancia a demanda, dichas prácticas son adaptativas y cambian cuando cambian las circunstancias. De hecho, en las sociedades primitivas recolectoras, en cuanto se tuvo comida suave que pudieran comer los lactantes, el destete se fue adelantando cada vez más; el resultado es que cuanto más evolucionada es una sociedad antes se da el destete. Esta es una norma que se da en casi todas las sociedades conocidas y que también siguen los animales más próximos a nosotras.

La adaptación humana al medio ambiente local se mueve siempre en la misma dirección: hacia destetes más tempranos, separación madre hijo más temprana, horarios más rígidos. Probablemente lo que hemos heredado de la naturaleza sea la flexibilidad; es decir, la capacidad para cambiar el comportamiento según las circunstancias. La evolución es, en definitiva, la adaptación al medio.

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