Si calláis, las piedras gritarán

Si calláis, las piedras gritarán

El cuarto poder masacra la "hembra": en éste, dejando caer que quizá hubo consentimiento; en aquél, acusando a una inocente. Quien tiene la palabra, manda, y la prensa, que tiene mucho poder y lo sabe, se aprovecha para que, aun renqueante, el sistema se mantenga.

24/11/2017

Encarna Sant-Celoni i Verger, escritora y traductora

¡Soy Casandra! […] Pero, si no me escuchan cuando hablo,
¿qué soy sino algo descarnado,
un fantasma que nadie ve?
SHERI S. TEPPER
(de The Gate to Women’s Country)

Juan Carlos Pachón
@Efe9 – Texturas
Piedra | Creative Commons | Vía Flickr

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Hace meses que reúno material sobre el caso de los cinco escorias (un militar, un guardia civil, un peluquero y dos ultras futboleros con antecedentes, miembros de un grupo de whatsapp de 21 machos autodenominado La manada) que el 7 de julio de 2016 violaron repetidamente a una joven madrileña de 18 años a Pamplona. Con una prueba indiscutible: el vídeo que grabaron para vanagloriarse; sí, tenía en mente escribir un artículo porque me temía que pasaría lo que está pasando, y no sabéis cuánto me habría gustado haberme equivocado. Como se está hablando y se hablará del tema más de lo necesario, me limitaré a hacer algunas reflexiones.

La primera es que, con una mala baba cruel, el juicio empezó el lunes 13 de noviembre, el mismo día en que 25 años antes –el 1992– tuvo lugar el secuestro, la violación, la tortura y el asesinato de las 3 niñas de Alcàsser por no se sabe cuántos íncubos de cloaca, un crimen aún no resuelto fehacientemente, por lo menos para mí.

La segunda da náuseas: según un artículo de El Mundo del 12 de noviembre, firmado por E.M., “Los cinco se encuentran en prisión provisional desde el 7 de julio de 2016, el día de los hechos. Los tres primeros [los no militares] comparten abogado y módulo en la cárcel de Pamplona, donde lejos de ser repudiado por el estigma de ser presuntos violadores tienen buena relación con los internos y frecuentan el polideportivo”.
La tercera. Toda esta exposición mediática del juicio me ha recordado otro, iniciado el 3 de septiembre de 2001, por el asesinato de Rocío Wanninkhof (octubre de 1999), con una acusada, Dolores Vázquez, condenada por un crimen que no había cometido. A lo largo de diecisiete meses, y durante mucho tiempo después –hasta que se descubrió el verdadero asesino–, la prensa española, encabezada por El País, ABC y El Mundo, manipuló la información y criminalizó y linchó sin prueba alguna a la presunta culpable, una mujer; para más detalles, lesbiana.
Una fue acusada sin pruebas, la otra es víctima con pruebas incontestables, y ambas comparten un handicap, son mujeres y, solo por eso, su palabra fue y es puesta en duda, como la profeta Casandra, maldecida por Apolo por no haber querido acostarse con él. No es el mismo caso, ya lo sé, sin embargo, tanto en un juicio como en el otro, el cuarto poder masacra la “hembra”: en éste, dejando caer que quizá hubo consentimiento; en aquél, acusando a una inocente. Quien tiene la palabra, manda, y la prensa, que tiene mucho poder y lo sabe, se aprovecha para que, aun renqueante, el sistema se mantenga.
La cuarta. El 14 de octubre de 2016, en un artículo titulado “Manada”, Emma Riverola dudaba de si «es la misma violencia de siempre o si las redes están propiciando la aparición de mundos paralelos…». Sí, es la violencia de género de siempre, una guerra desigual e injusta que causa más de 1.000 violaciones, un sinfín de acosos y agresiones sexuales de todo tipo, y entre 60-75 asesinatos anuales en este pedacito de mundo; una guerra que el sancta sanctorum patriarcal reaviva y apacigua cíclicamente, dependiendo de si crecen o se estancan las voces en contra; una guerra que ya dura demasiado. Y, en cuanto a las redes sociales, en mi opinión ni fabrican realidades paralelas ni son reductos del exhibicionismo machirulo más grosero; simplemente muestran una cara más del machismo.

Desde que el mundo es mundo –que no la Tierra–, y padres y sacerdotes decidieron convertir el cuerpo de sus hijas y fieles en moneda de cambio y arma de guerra, en todas partes hay depravados a la búsqueda de incautas y cautas presas; pero, por suerte, también hay mujeres que, “sobrepasando la naturaleza de la hembra” y sobreponiéndose a la vergüenza y al miedo al castigo, levantan la voz para denunciar los crímenes de tales especímenes; porque denunciar el abuso sexual se paga, y tanto que sí. Y si no me creéis, preguntádselo a Aracne, la predecesora mitológica de Tarana Burke, la activista que hace más de diez años impulsó la campaña #MeToo (#JoTambé), hace diez días estrella de las portadas de los medios de comunicación y ahora noticia interior, como pronto lo será ésta, hasta el próximo escándalo.
Retomemos el hilo. Según explica el poeta Ovidio en la Metamorfosis, hace mucho tiempo, en Lidia, había una joven famosa en el arte de tejer que, retada por la diosa Atenea a hacer un tapiz mejor que el de ella, se atrevió a decirle a la cara que su padre era un depredador sexual, y su tío, y sus hermanastros, y su abuelo…  Así es, en el tapiz que bordó, Aracne hizo un repaso a los estupros cometidos por los machos olímpicos sin dejar títere con cabeza: Zeus, Poseidón, Apolo, Baco…, y también Cronos. Las víctimas: Europa, Aster, Leda, Antíope, Alcmena, Dánae, Mnemosina, Dórida, Egina, Eolia, Teófane, Deméter, Medusa, Melanto, Isse, Erígone, Filira… Sí, muchas de las diosas, ninfas, titánidas y simples mortales vejadas y/o violentadas que se muestran sin pudor en las salas de los museos. Mitos fundacionales dicen.
Vista la actualidad, muy pocos cambios en tantísimos siglos, ¿verdad?, quitando que ya podemos votar o trabajar fuera de casa. No, si aún resultará que Harvey Weinstein, Dustin Hoffman, Terry Richardson, Woody Allen, Kevin Spacey,… –y el montón de anónimos más cercanos de todos los ámbitos cuyos crímenes vamos conociendo, pero no el nombre– son unos santos, y las denunciadoras, unas “malas putas”. Si aún resultará que esto es un concurso mundial de machos alfa y ya está, para ver quién se folla más “chonis” y hace más muescas en su revólver.
Y, si hablamos del sexismo en los mitos, qué decir de la inhumanidad que muestra el hombre hacia la mujer en los libros sagrados por excelencia empezando por la Biblia, el apoyo moral de nuestra maravillosa civilización occidental. Más nudos de la cuerda que nos cuelga de la horca androcéntrica. Porque, a ver, ¿en qué mente enferma cabe que una agresión sexual pueda ser placentera para la persona agredida, sea bebé, núbil o adulta? La violencia de género no es natural, es concomitante con la cultura sexista que nos machaca desde que nacemos; el único factor de riesgo ineludible de sufrirla es ser mujer, y la vulnerabilidad no tiene fecha de caducidad.

Pues bien, el castigo que recibió Aracne por tejer aquel tapiz delator ya os lo podáis imaginar. En eso sí que han cambiado un poco las cosas: ahora, a las valientes que osan denunciar a los que las asedian o violan, ya no las convierten en arañas; tienen bastante con denigrarlas y cuestionar su credibilidad, mientras blanquean las agresiones y exculpan a los acusados. No somos “putas” ni estamos locas ni somos unas mentirosas –los rasgos intrínsecos a la maligna condición femenina según el imaginario colectivo cultivado a lo largo de siglos y siglos por el patriarcado–; somos mujeres, personas, que quede claro. Y como el machismo siempre se las apaña para transformar a las víctimas de violencia de género en sospechosas, si vosotros calláis, gritaremos nosotras.
Cuando un tío tuyo arrima su ‘paquete’ a tu culo, está abusando de ti; cuando un superior te recrimina que no lleves falda o insinúa que os vayáis a la cama a cambio de X, está abusando de ti; cuando un poeta al que admiras te mete mano en una cena literaria, está abusando de ti; cuando un amigo insiste y reinsiste en morrear-te llamándote “estrecha”, está abusando de ti. Sí, ya lo sé, no es la mismo acariciar el muslo de la jovencita que te han colocado al lado para que estés ‘contento’ que violarla; de acuerdo. Pero ambas acciones tienen la misma sintaxis: el sujeto es masculino, y la fémina, tratada como objeto, y lo hacen porque pueden, porque se les consiente; porque tienen el permiso patriarcal y también el beneplácito del sexismo social que engrana los estereotipos desde la cuna, loando la hombría del rey y la belleza de la princesa; porque saben que cuentan con la impunidad del “cada uno en su casa y Dios en la de todos”.

Hace muy poco –y no en todas partes– que las mujeres somos sujetos de pleno derecho, capaces de hablar por nosotras mismas, y merecemos ser creídas, como cualquiera. No creer a la mujer que pasa la vergüenza de denunciar un acoso sexual o una violación, decir que exagera o que miente, señalar que ha pasado mucho tiempo desde la agresión, minimizarla o negarla, comentar que no se resistió lo bastante, insinuar que se lo inventa y/o que quizá hubo consentimiento… En fin, sospechar de la víctima en lugar de juzgar al verdugo tiene un nombre: COMPLICIDAD. Una complicidad que normaliza la cultura de la violación una y otra vez. No, chicos, no es que se haya abierto ninguna veda. El problema es que la veda no se ha cerrado nunca y que las mujeres somos la presa. Callar no es la solución: EL SILENCIO OS HACE CÓMPLICES.
#NoEsNo, y si no digo que SÍ también es NO.
Dicen que, si Jordi Pujol (Rato, Guerra, Bárcenas…) hablara, haría tambalear la democracia; pues, yo afirmo que, si las mujeres –y los hombres– no calláramos, haríamos tambalear de veras el menospreciable sistema patriarcal que nos oprime de mil maneras. ¡A qué esperamos!

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