¿Las madres no sufrimos por amor?

¿Las madres no sufrimos por amor?

¿Por qué cuando dejas una relación sentimental te dicen que seas fuertes por tus hijxs? ¿Acaso antes no has sido fuerte antes para amar, tener un relación, llorar o simplemente sobrevivir? Esta lectora nos cuenta cómo vive sus rupturas sentimentales siendo madre.

20/10/2017

La PutaMadre

Foto de Sili[k] | Memories | Licencia Creative Commons | Vía Flickr

Terminar una relación de pareja despierta sentimientos encontrados: dolor, tristeza, culpa, ira, odio y rencor. Los finales nunca son fáciles de asimilar por más obvios y esperados que estos sean. Aceptarlos es casi imposible.

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Las noches posteriores al rompimiento;  en esas noches de eterno insomnio, imágenes borrosas e inentendibles daban vueltas a mi cabeza en busca de respuestas a interrogantes como ¿fuimos felices en la relación?, ¿tuve suficiente apoyo de mi pareja?, ¿hubo comprensión mutua?, ¿de quién fue la culpa?

Si somos madres, no solo debemos lidiar con nuestras emociones en silencio sino que también se vuelve inaceptable hacerlas públicas, “so pena” de no dar la talla de “madre digna”. Si, como fue mi caso, decides hacerlo a pesar de las sutiles advertencias de personas amigas y conocidas, debes soportar charlas magistrales para recordarte los deberes de una buena madre.

A las mujeres nos aleccionan para construir la tan anhelada relación de pareja. Poco nos hablan del destruir (dicho de manera políticamente correcta, del “terminar la relación”) y mucho menos podemos pensar en la posterior reconstrucción de nuestra vida sentimental. Eso es algo innombrable, peor aún si la relación dejó descendencia. Automáticamente ésta pasa a reemplazar a la pareja y no faltan sentencias del tipo: “no tienes pareja pero debes ser fuerte por tus hij@s“, “ahora debes darle todo tu amor a tus hij@s”, “no debes estar triste porque tienes hij@s que esperan por ti”.

Todo esto me inquieta. ¿acaso cuándo tuve pareja no fui fuerte?, ¿no le di todo mi amor a mi hija? ¿no estuve feliz todo el tiempo para que mi hija lo estuviera?

Al igual que ahora, durante el tiempo que estuve emparejada atravesé acontecimientos que me produjeron los más variados sentimientos y, pese a ello, jamás se me ocurrió descuidar o dejar de lado a mi hija: me despidieron del trabajo, me deprimí mucho. Conseguí un mejor trabajo, me sentí feliz. Mi jefe resulto ser un completo imbécil, sentí rabia cada día hasta que renuncié.  Mientras atravesé estas escenas, a mi niña tuve que bañarla, vestirla, alimentarla, enviarla a la escuela, jugar con ella, dormirla. Y lo hacía, lo hago y lo haré con amor. El amor de madre a hija que siempre le profesaré.

Entonces, ¿por qué cuándo se termina una relación y la pareja ya no está, debemos refugiarnos en los hij@s? Para mí, mi hija no es un refugio, es mi compañera, es la persona con la que camino hasta que nuestras vías se dividan y se separen porque ella escoja uno propio. Mientras eso pasa, yo soy la  responsable de  cuidarla hasta que se encuentre lista para caminar sola y trasmitirle mi experiencia pues, como dice el refrán, “más sabe la diabla por vieja que por diabla”.

¿Qué demonios tiene que ver la relación de pareja con la relación maternal? ¿Acaso por ser madre no tengo derecho a sufrir, a sentirme miserable, a sentir dolor y desesperación por un amor perdido? ¡Qué equivocadas están aquellas personas que piensan así! Sufrir, llorar, añorar, desconsolarse, decepcionarse, angustiarse, temer, odiar; no me hace ni mejor ni peor madre. Disfruto de que cada célula de mi cuerpo se estremezca con cada uno de estos sentimientos. Eso me recuerde que estoy viva, que mi relación terminó y que de esas cenizas resurgirá otra o tal vez no.

No se preocupen que YO, una madre con el corazón roto por amor, tenga un día blue y me encuentre al borde del abismo de la depresión o incluso ya haya caído en él. Saboreo cada momento porque tal vez sea el último, ¿quién sabe?, tampoco importa. Y peor aún deben preocuparse por mi hija, el amor para ella es indestructible y su crianza es intrínseca como lo es para mí respirar, dormir o comer.

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