El grito callado de Caperucita

El grito callado de Caperucita

¿Y si convirtiéramos el cuento de Caperucita en un grito feminista?

06/10/2017

Ana Quiroga Álvarez

Ilustración de Bárbara Míguez Adeliño

 

Caperucita y el lobo se conocen desde hace mucho tiempo. Caperucita viene de la serpiente del Paraíso. A Caperucita le dijeron que era ella sola, sin hermanas. Eso le contaron, para evitar revueltas. Pero resulta que no está sola. Hay miles de Caperucitas perdidas. Gordas, delgadas. listas, simpáticas, asustadas y divergentes. Caperucitas que no desean y Caperucitas que desean a otras Caperucitas. Además, Caperucita tiene muchas tías y abuelas. Las Ondinas y las brujas. Las hadas. Todas ellas preceden a Caperucita y le acompañan.

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En cuanto al lobo, ha adoptado numerosos trajes. Al principio, el lobo era un lobo sin más. El lobo fue quien condenó a la Serpiente al ostracismo. El lobo impuso las normas. La serpiente tuvo hijitas siempre muy dóciles. Bueno, no todas. Las sirenas codiciaban y las amazonas mandaban. Pero su relato se silenció. El lobo creó un lenguaje, una manera de estar y un código. Pasaron los años y el poder del lobo era cada vez mayor. Estaba cansado y buscó nuevas formas para apoyarse. Las brujas llegaron y fueron quemadas.

Con el paso del tiempo, Caperucita decidió romper su silencio. Primero, solicitó dócilmente que se le permitiese hablar. Pero el lobo continuó aullando y asustándola. Caperucita comprendió entonces que, si quería algo, tendría que rugir como él. Pero por mucho que rugiese, no podía hacer frente a un poder tan bien establecido como el del lobo. Así que llamó a todas sus compañeras. Descubrió que sólo con otras el lobo la oiría. Así pues, Caperucita y sus amigas decidieron quemar las calles y dejar de comer, buscando la tan ansiada libertad. Una lucha en la que más de una perdería la vida y que permitió a las otras entrar a la Asamblea de los animales.

Pero en el reino animal el lobo seguía reinando. Vino una guerra muy dura y las caperucitas decidieron volver al hogar. Entonces, el zorro, que era un buen amigo del lobo desde la época de las brujas, les regaló neveras y televisores. Las caperucitas se perdían en los múltiples reflejos que el codicioso zorro les ofrecía. Pero seguían tristes. Así que salieron a la calle y reivindicaron derechos. Querían guarderías para sus pequeños y trabajos como sus compañeros. Quemaron e incendiaron como sus antecesoras y lo lograron.

Entonces el zorro le dijo al lobo: “Cuidado, ellas se están rebelando. Hazles creer que han ganado. Que lo tienen todo”. Y así, el zorro y el lobo les hicieron creer que habían ganado. Ya podían estar en las Asambleas y trabajar como ellos. Ya lo podían hacer todo. La única condición era renunciar a ser ellas mismas. Trabaja, cuida, existe como reproductora, pero siempre sin reconocimiento. Reproduce nuestros roles opresivos. Así, Caperucita dirigió empresas y países, pero siempre siguiendo el código del lobo.

Caperucita se había olvidado de sus orígenes. De sus abuelas las brujas. Del canto perdido de las Amazonas. Ahora era una mujer de ciudad que sólo sabía el idioma de los lobos y los zorros. Y, de esta manera, Caperucita dejó su traje para hacerse con un hermoso pelaje gris. Vivía como ellos pero renunciando a ser ella misma. Y así es como Caperucita se hizo cada vez más loba y el lobo cada vez más Caperucito. Pero oigan, el lobo seguía mandando. Porque era su lenguaje y sus códigos los que habían conformado la sociedad. Los que guiaban las universidades y las empresas. Los que explotaban y mataban.

Y es que el lobo no tiene nombre. El lobo se hizo del miedo al diferente, se aferró a la tradición y creció devorando a otras especies. El lobo no es uno. Ni una. El lobo es el sistema. Y si queremos derrotarlo, tendremos que usar las armas de Caperucita. Dicen que no soporta la solidaridad, el diálogo. Que es enemigo de la cultura y que ha establecido un sistema de clases y razas para sembrar el odio entre nosotres. Ahora que lo sabemos, derrotémosle.

 

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