Relato de un parto, gitanofobia de género y violencia obstétrica

Relato de un parto, gitanofobia de género y violencia obstétrica

Este es el relato conmovedor de un parto amoroso. También es un relato de discriminación racial, en el que los prejuicios de género, de raza y de clase pesan sobre el cuerpo de una madre empoderada.

07/07/2017

Silvia

Las mujeres gitanas sufren, sufrimos la suma o, mejor dicho, la multiplicación del racismo y del machismo. Sí, el machismo y el racismo interseccionan y victimizan a las gitanas, a nosotras. A esa confluencia o interseccionalidad de antigitanismo y machismo podemos denominarla gitanofobia/romofobia de género o podemos llamarla malasombra/malage/malafollá machista antigitana. Para gustos los conceptos.

Las mujeres gitanas sufrimos, como otras muchas mujeres pertenecientes a colectivos racializados, la opresión del sistema de dominación étnica en el que vivimos y la del sistema patriarcal que nos han impuesto los poderosos tal y como lo sufren todas las mujeres cualquiera que sea su adscripción étnica.

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Las gitanas son sometidas a las mismas prácticas de violencia obstétrica que las demás. Sí, sí, has leído bien, violencia obstétrica: cualquier acción que patologice los procesos reproductivos naturales y biológicos. Se expresa mediante un trato deshumanizado por parte de los profesionales de la salud en el procedimiento que conlleva un embarazo por lo que afecta de manera directa o indirecta al cuerpo y a los procesos reproductivos de las mujeres. Puede producirse en cualquier momento del período de gestación, del parto y/o del postparto. En el ámbito físico, esta violencia se traduce en prácticas invasivas tales como: el tacto realizado por más de una persona, la episiotomía de rutina ‒es decir, sin que exista una necesidad perentoria e ineludible‒, el uso de fórceps, la maniobra de Kristeller, el raspaje de útero sin anestesia, una cesárea sin justificación médica y/o el suministro de medicación innecesaria. Por su parte, la violencia obstétrica psicológica se manifiesta en un trato deshumanizado mediante la utilización de un lenguaje inapropiado y grosero, discriminación, humillación, burlas y críticas respecto al estado de la mujer y su hijo. Asimismo alcanza la omisión de información sobre la evolución del embarazo por parte de los profesionales de salud. Estas son algunas de sus manifestaciones: no atender oportuna y eficazmente las emergencias obstétricas; obligar a la mujer a parir en posición supina y con las piernas levantadas, cuando estén presentes los medios necesarios para la realización del parto en la posición que la mujer desee; obstaculizar el apego precoz del niño con su madre, sin causa médica justificada, negándole la posibilidad de cogerlo y amamantarlo inmediatamente al nacer; alterar el proceso natural del parto de bajo riesgo, mediante el uso de técnicas de aceleración; practicar el parto por vía de cesárea, cuando haya condiciones para el parto natural; no recabar el consentimiento voluntario, expreso e informado de la mujer para cualquier actuación.

Bien, pues además de eso, las gitanas somos sometidas en diferentes lugares de Europa ‒sí, sí Europa‒ a la esterilización sin nuestro consentimiento. Chequia y Eslovaquia han sido condenadas por ello pero esta práctica continúa. En España no ha habido ni denuncias ni condenas, claro, pero a todas las gitanas, en cuanto que tenemos 2 o 3 hijos –en mi caso ha sido al segundo embarazo‒ nos aconsejan que nos hagamos la ligadura de trompas no vaya a ser que llenemos España y el mundo de gitanillos y gitanillas.

Sin llegar a esos extremos, las gitanas padecemos una gitanofobia de género constante, permanente, de manera que nos acostumbramos y ya nos parece normal que entremos a una tienda e ipso facto acuda el guarda jurado y nos siga por todo el comercio o que nos digan piropos por la calle: no hay nada que me dé más po’l saco que que me digan que parezco muy exótica ¡¡¡Parezco gitana!!! Y lo parezco porque quiero, porque me gusta ponerme mis pendientes y mi moño.

Lo que sigue a continuación es el relato del parto de mi segunda hija, mi Carmen Manuela. Escrito para ser compartido en unos foros de ayuda mutua sin cuyo apoyo no hubiera sido posible esta odisea.

Los médicos me planteaban que era imposible que pariera a mi hija después de haber tenido una cesárea. Lean, lean y entiendan y comprendan.

Barriga de una embarazada sobre la cual hay escrito: Yo no soy trapacera, soy gitana, naceré libre

La foto es de una manifestación, es la barriga de Silvia y Carmen Manuela ahí dentro

A mi Miguelito lo “nacieron” un madrileño 25 de abril soleado y frío. No lo parí. No me dejaron parirlo. Ni me permitieron que participara de ninguna manera en su nacimiento.

No llevé un embarazo consciente. Lo sé, lo sé ahora. No lo supe entonces. En mi inocencia pensaba que nada malo podía ocurrir, que los médicos y enfermeras todo lo hacían perfecto, que ellos (sí, ellos, todos hombres) sabían mucho más de mi cuerpo que yo misma.

De 41 semanas estaba cuando llegué a monitores más contenta que unas castañuelas. Cosas que nunca se me olvidarán en la vida: las manos de una matrona muy experta tocándome la barriga y diciendo que el niño iba a ser muy grande. Cinco minutos después una jovencísima ginecóloga me inspeccionaba minuciosamente porque la tensión me había subido un poco. Otros tres minutos después 4 médicos, varias enfermeras y auxiliares alrededor de mis bajos mirando a la pantalla del ecógrafo mientras dudaban de mi responsabilidad en el seguimiento del embarazo «¡¿Cómo no te has dado cuenta de que has roto aguas?! Si es que sois muy jóvenes», afirmaban mientras su condescendencia me taladraba. Hoy puedo decir que no sólo estaba siendo sometida a unos actos de violencia obstétrica sino que aquello tenía además un componente étnico tan fuerte como es el antigitanismo: mi moño me delató y en ese «si es que sois muy jóvenes» se condensaban todos los estereotipos antigitanos ‒la hipersexualización, el morbo, la supuesta precocidad sexual, la lascivia con la que se nos estigmatiza, la lujuria con la que se nos carga‒  que, por desgracia,  están instalados en las mentes de tantas personas de la sociedad mayoritaria.

De las bocas de aquellos supuestos sabios escuché en aquellas 24 horas frases que me marcaron y me marcan y duelen hoy en día: «No has dado de comer a tu bebe»…«Has comido mucho y tú has engordado pero el niño no»… «Quita no sabes»… «No puedes parir»… «Te quejas mucho».

También, por supuesto, sus bocas estaban cargadas de machismo. También muchas de vosotras habréis sentido y escuchado las mismas frases y miradas.

Creo que con esas frases ya os podéis imaginar cómo era el panorama de mi primer “parto”.

Prostaglandinas[i] y oxitocina[ii] en vena como para que pariera una elefanta en un hospital de humanos.

Me dijeron que lo “nacieron” a las 02.15 de la madrugada y debió de ser así porque a las 02:10 me quitaron las gafas ¡¡¡Y sin ellas no diquelo chi, no veo nada!!! A las 02:12 sentí un dolor intenso. Grité. Me durmieron completamente. Me habían rajado, cesareado, ultrajado… Lo habían “nacido”. A mi hijo, a mi number one, a mi pequeñito.

Mes y medio en el hospital. El niño a neonatos. La mamá, o sea, yo en quirófano los dos primeros días y los restantes nos separó un pasillo largo, fluorescente, resbaladizo, abismal.

No lo recuperé. No era mío. Era de todos. Todos lo habían besado, olido, sentido, acariciado, besado. No lo sentí mío.

Me achicharré la sangre y el alma pensando que lo habían dejado llorar horas y horas. La primera vez, cuando nos conocimos, oí una voz cerca de mí: “sabrás cuál es el tuyo en cuanto lo veas”. No lo reconocí. No supe cuál era. Tras la cristalera de neonatos había cinco cunas. El protocolo fue lavarme las manos y mientras iba hacia la pila arrastraba los pies y me martirizaba. No lo supe. No reconocía a mi niño.

Miguel me enseñó a ser mamá desde el corazón y no desde el nacimiento. Nos tuvimos que conocer y enamorarnos poco a poco, con paciencia, despacio. Miguel me enseñó a ser MAMÁ, MADRE, con mayúsculas y aún me enseña. Miguel es pequeñito. Hoy tiene 7 años y es pequeñito. No le gusta que le echen agua encima de la cabeza, no le gustó desde que lo nacieron. Le gusta dormir a mi lado, que le expliquen todo mil millones de veces y le encantan las gachas con chorizo y las migas. Es saltarín y a cada momento me recuerda que me quiere.

Al año de que nacieran a Miguelito me separé de su papá.

Conocí a mi Nico cinco años después. Nos casamos el 22 de Noviembre 2014, Día de los Gitanos Andaluces, nos besamos ese mismo día en el Paseo de los Tristes de Granada, pasamos la noche en el Albaicín en un carmen y la Alhambra nos miró.

Creo que esa misma noche ya hablamos de tener bebés y de nuestro futuro.

Nos casamos por lo gitano, nosotros, solos en ese carmen de Granada, en esa Granada que es pa’ eso, pa’ enamorarse.

Nos enamoramos de verdad. Con una sinceridad infinita, con su galantería, con su respeto.

Tres semanas después os conocí a vosotras, a la lista, y me comí los relatos de EPEN, leía cada día, lloraba con ustedes, os sentía tan cerca, reía, me emocioné, me ilusionaba y cada día mas. Después de hacer un tour Granada-Jerez-Madrid-Paris-Alicante me quedé embarazada. En ese viaje nos ilusionábamos hablando de los posibles nombres. Carmen Manuela era seguro para niña y si era niño pues lo pensaríamos. Por apetecer y pedir… una niña. Una gitanita nuestra, fruto de un amor sincero, una niña libre.

El embarazo llegó muy deprisa, el 23 de abril, dos días antes del sexto cumpleaños de mi number one, tuve mi última regla. Controlaba mi ovulación y me hice el test en casa. Todo, todo bajo mi supervisión, envuelto en amor, respeto y mucha lectura para encontrar la evidencia científica.

El embarazo transcurrió entre sana comida (de todo: jamón serrano; sushi congelado y de restaurante bueno; pescado), la que me apetecía en cada momento, y vuestros mails: sabias palabras que me empoderaban inconscientemente.

Para Navidad ya tenía todo preparado: carro, cuna, ropa, etc. Pero Carmen Manuela debió pensar que su mamá necesitaba alguna que otra lección más.

Pasamos la Navidad todos juntos: Ami, Chexrain, Miguelito, Nico y yo (en el yo entra Carmen Manuela). Me encontraba con energía y con suficiente paciencia como para seguir embarazada meses y meses…

Las revisiones iban bien. Carmen Manuela engordaba dentro de mí y todo estaba perfecto, excepto mis cólicos al riñón, mis infecciones de orina y la candidiasis. Así pasaba todos los meses y por ese orden.

Os contaba todo, o casi todo y vuestras palabras sabias me reconfortaban.

El día que cumplí las 42 semanas había firmado la inducción. Por no discutir, como de costumbre. No lo pensé. Nico iba a mi lado, paciente y tranquilo, como de costumbre hacía que no perdiera el norte ni el sur. No lo pensé. Cuando la auxiliar vino a cogerme la vía le solté «No estoy preparada». A cuadros se le quedó la cara de ella. Mi cuerpo ‒le expliqué‒, mi cuerpo no está preparado. Necesito más días. Vale ‒me dijo‒ voy a por las ginecólogas.

Vinieron dos jovencísimas, me deje abrir de piernas:

‒Ok, todo perfecto, tienes que firmar la revocación de la inducción y entender que te haces responsable.

¡Pfrrrffff!!! Ahí, abierta de piernas, con una a cada lado y la auxiliar en una esquinita. Voy a firmar la revocación. Mientras hablaba, mi voz tembló y salió el llanto. Balbuceé lo mal que lo había pasado; mis otros niños; las cesáreas de la exmujer de Nico; los nacimientos de sus niños; mi ¡¡Miguelito!!

El ejercicio al que me sometí de sororidad para con la ex de Nico, me había servido para temer y afrontar más el embarazo-parto-postparto.

Nico no había visto nacer a sus hijos y en mí también cargaba esa pena.

Lloré y firmé la revocación, a pesar de los miedos que me infundieron. Nico debió de oírme llorar y mientras me vestía apareció en la sala. Todo se calmó y me citaron para el día siguiente, 11 de febrero, a las 8 de la mañana para la inducción o para lo que quisiera (monitores en este caso), pero dijeron para lo que quisiera.

Antes de salir, con mis lagrimas controladas y una carga que me sobraba fuera de mí, me ofrecieron ¡¡la ligadura de trompas!! ¡¡¡Tengo 30 años!!! Y ¡No! Les espeté. Aquí volvía a aflorar el antigitanismo: según el tópico tenemos demasiados hijos.

Pasé las siguientes horas entre el cine, la cocina, vuestros mails y una ducha de casi dos horas.

Tenía dolorcillos cuando llegué al hospital a las 9 y pico de la mañana. Me recibió una amorosa mujer ginecóloga que ya sabía el numerito que yo había montado día anterior. Estaba de dos centímetros y medio ¡Olé! Al parecer, la pro-pvdc ya se había dado a conocer pues todo el mundo sabía, según las auxiliares, la heroicidad de haber firmado la revocación e irme.

Mi responsabilidad fue desde que hice el amor sin protección, mi responsabilidad es y será siempre.

Le  conté todo con pelos y señales, me escuchó. Y comenzamos con una suave inducción: oxitocina en vena, pelota, música y mi Nico a mi lado. En el móvil sonaba Lole Montoya. Bebí agua, salté y salté. Bebí zumo y todo lo quise hacer. Faz Cartagena así se llama mi primorosa ginecóloga. Rosa, la matrona y yo ya nos conocíamos de los monitores y confió en mi cuerpo hasta las seis de la tarde que cambio el turno. Yo no quería epidural. Las contracciones me recorrían hasta las piernas y temblaba. No te obsesiones, no tienes que aguantar el dolor ‒me decían‒ ¿Pido la epidural? ‒me preguntaban‒ ¡¡¡¡Nooo!!!! ‒les contestaba‒. Y su tono seguía siendo suave, dulce, no cambiaba. No me presionaban. No me metían prisa.

Para entonces ya no estaba para música.

Pedí la epidural a las 17:30, Faz, la ginecóloga entraba de vez en cuando y me decía «¿Cómo esta mi guapetona?». Y yo la decía «puedo parir, puedo parir».

6 centímetros. Ahí me había estancado desde las cuatro de la tarde. Rosa se despidió de mí diciéndome que no me cerrara en banda, que si tenía que ser cesárea, pues bueno, y que llamaría más tarde para ver cómo había ido.

Mis pensamientos positivos se fueron. Iba a ser cesárea.

La epidural no me había hecho efecto. Poco después bajó otro anestesista majísimo que me la puso bien, y me calmé. Rosa se había ido y no quería conocer a otra matrona, solo quería a mi lado a Faz y, por supuesto, a mi Nico.

Me calmé, sentía dolores, porque acordamos con el anestesista que sería una analgesia muy suave.

Nico salió. Creo que a comer.

Y entró ella, rubia, chiquitilla y delgadita:

‒Hola, soy la matrona de este turno y me llamo África ¡¡¡África!!! Como la niña de Mabel, eso le dije. Y me dio alegría. África miró mi historial. Se sentó a los pies de la cama y cuando me venía la contracción, callaba. Cuando comentamos los detalles de mi historial, me contó que tenía tres hijos y que daba lactancia en tándem. Le hablé de vosotras y ¡¡os conocía!! Conocía  EPEN y la lista de AC ¡Vas a parir, Silvia! ¡Vas a Parir! Me había venido abajo. Pensaba que ya no pariría. La idea de la cesárea había invadido todo mi pensamiento y África me hizo recuperar el ánimo: ¡Claro que podía parir! E iba a Parir a una niña gitana libre, con amor. Iba a Parir a ¡¡Carmen Manuela!!

A las 9 de la noche áfrica me dijo que iba a cenar. Me apagó la luz. Estaba rabiando de dolor. Sentada en la camilla porque no me quería ponerme de otra manera. Nico flipaba. Solo me miraba con empatía de dolor. Su carita era un poema. En algún momento pensé que le dolía más que a mí.

Comenzó a empujar. No sé por qué pero apretaba. Me lo pedía el cuerpo.

Mi Pepe, mi hermano de ley, estaba llegando de un largo viaje y, hacia las 9 y media, Nico tenía que salir a darles las llaves de casa a él y a mi Emi, su compañera.

África llegó antes de que saliera Nico. Me miró y me dijo “Estás de 8 centímetros, Silvia ¡Qué alegría! ¡¡Vas a parir a tu niña!!”

Entre contracción y contracción le dije a Nico que saliera, que yo estaba bien, jijijijij , muy bien.

Cuando regresó ‒apenas 10 minutos después‒, se encontró con África y Faz en la habitación. Estaba pariendo. Intentaba cogerme del cabecero porque le cogía las manos a África y le hacía daño. No me dijo que le hacía daño. Solo lo pensé yo. Perdona, perdona ‒le decía cuando se me pasaba‒. Tú me puedes apretar lo que te dé la gana ‒me dijo‒ pero era tan chiquitilla que me daba miedo hacerle daño.

Me quitaron todos los cables que me mantenían enchufada. Apagaron todos los ruiditos. La luz seguía apagada. Faz dijo que preparasen el paritorio. No, por favor, no me mováis ‒le dije a África‒, y ella me dijo “Gracias. Gracias por pedirlo tú. Gracias por querer parir”. Prepararon no sé qué cosas pero no podía aguantar, apretaba con todas mis fuerzas, necesitaba que saliera, pero la niña estaba muy arriba.

La vía no la quitaron. África fue a subir la oxitocina.

‒No, por favor, no.

‒Vale. Tranquila. Sólo es un poquito.

No, por favor ‒le dije‒.

‒Ok.

‒No me cortéis, por favor.

Nadie tiene tijeras ‒me dijo áfrica‒

‒No me quitéis las gafas, Nico.

‒Tranquila. Nadie te las quita.

Empujé. Empujé. No podía. No salía ¡No puedo! Grité. Solo veía linternas. Apenas llegaba a ver que había entrado la pediatra

‒¿Cómo no vas a poder? Claro que puedes, por supuesto.

La voz de mi Nico sonaba confiado y sincero ¡¡Mira!! ¡La cabeza! ¡Traed un espejo! Y lo trajeron. Yo no veía na’. Entre la oscuridad y los esfuerzos no lo veía y me daba un yoquésé mirarme…

A alguien se le ocurrió poner una sabana atada en el cabecero a modo de asidero y esa fue la mía. Ahí me agarré y empujé como nunca. Grité. Gruñí. Y me desgañité la garganta. Al día siguiente me dolían más la garganta y las agujetas en el chocho.

‒Cógela, cógela.

Y solté la sabana y cogí a Carmen Manuela y sentí una explosión de sentimientos que no puedo describir.

Me miraba con los ojos abiertos como platos, calentita, suave, mojada.

Se meconió encima mía y de África. Nico se emocionó. Yo solo podía reírme, y reírme.

Reptó hasta la teta. Faz nos hizo fotos y un video. Bien por ella, porque eso era lo último en lo que yo pensaba.

Poco después me dijeron que si quería que me subieran la oxitocina para que saliera la placenta. ¡¡No!! Les dije, y me vinieron contracciones y apreté. Salió enterita y también le hicieron fotos y vídeos.

Nico vio nacer a su hija. Cortó el cordón por decisión mía. Carmen Manuela pesó 2,760 Kg y midió 52 centímetros. Morenaza sin igual que no lloró en ningún momento. El pasado domingo cumplió 7 meses. Come teta y come purés de todo lo que puede comer a su edad y está perfecta.  Y todo esto gracias a EPEN, a AC, a vosotras madrinas mías, comares que me habéis empoderado. Parir a Carmen Manuela ha sido lo más brutal que he hecho jamás.

Poco después fui a por la baja de maternidad y me encontré a Faz. Alucinó con la nena por lo bien que estaba. Me confesó que había sido uno de los partos más bonitos que había presenciado. Y me dijo “esto demuestra que hay que confiar en el cuerpo de las mujeres, y en el acompañamiento”. Yo le dije que si hubiera esperado unos días más, Carmen Manuela hubiera nacido sin necesidad de inducción. Asintió.

Por cierto, en el parto de Carmen Manuela sí que hubo una práctica antigitana: se nos asignó la habitación 118 que es la que siempre, siempre, siempre le asignan a las gitanas ¿Por qué? Porque es la más lejana del control y así evitan que la afluencia de visitas ‒¡¡¡así lo dice el tópico, que los gitanos inundamos los hospitales con nuestro amor hacia nuestros parientes enfermos!!!‒ moleste a las demás parturientas. Con nosotros se equivocaron. Vinieron a visitarnos los y las justos y justas, nuestros amigos, apenas 8 personas ‒eso sí, maravillosas‒ y, además, se repartieron los días de visita, jijiji. Y se equivocarán con muchas otras personas a las que hospitalizan en esa habitación sólo porque se lo dicta su prejuicio antigitano.

Gracias a Carmen Manuela, por ser valiente desde el principio, por confiar en mí para ser su mamá. Gracias a mi pequeñito, a mi Miguel, sin él no hubiera parido a su hermanita. Gracias a mi Nico, por darme una hija tan preciosa, por estar ahí, por empoderarme aún más, por curarme. Gracias a mi hermano de ley, mi Pepe, que, más allá de la sangre, se ha convertido en un pilar de mi familia, a mi Emi y a tantos y tantas que siempre están ahí. Gracias a todas por dejarme estar ahí en sus vidas, por compartir esos momentos tan íntimos, tan familiares, tan importantes.

Gracias por compartir vuestros miedos, vuestras alegrías, vuestras dudas, gracias por compartir los momentos más terribles y angustiosos. Parir ha sido brutal y adictivo. Vivo en nubes de oxitocina (de la mía, de la buena).

Podéis parir. Es vuestro. Sólo vosotras, sólo nosotras ¡¡sabemos!! ¡¡¡¡¡El parto es tuyo y tuyo y nuestro!!!!!

[i] Las prostaglandinas son un conjunto de sustancias de carácter lipídico derivadas de los ácidos grasos de 20 carbonos (eicosanoides), que contienen un anillo ciclopentano y constituyen una familia de mediadores celulares, con efectos diversos, a menudo contrapuestos. Las prostaglandinas afectan y actúan sobre diferentes sistemas del organismo, incluyendo el sistema nervioso, el tejido liso, la sangre y el sistema reproductor; juegan un papel importante en regular diversas funciones como la presión sanguínea, la coagulación de la sangre, la respuesta inflamatoria alérgica y la actividad del aparato digestivo. Se utiliza en la inducción al parto.

[ii] También se utiliza para inducir el parto.

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