La violencia de la invisibilización

La violencia de la invisibilización

Últimamente he asistido a distintos foros sobre “diversidad cultural” y discriminación racista protagonizados, abrumadoramente, por “expertos” hombres-blancos-payos. "Expertos" que rara vez citan al pueblo gitano y que se empeñan en hablar del racismo como un fenómeno nuevo.

13/07/2017

Marta Pérez Arellano. Militante antirracista

Ponentes de las jornadas 'Mujeres Gitanas: Presentes y visibles' organizadas por Sim Romi, donde mujeres gitanas reflexionaron sobre su visilidad en la esfera pública. Las mujeres hicieron un reconocimiento a los grandes avances que está viviendo el Pueblo Gitano y quisieron dar cuenta de ello./ Foto: Ecuador Etxea

Ponentes de las jornadas ‘Mujeres Gitanas: Presentes y visibles’ organizadas por Sim Romi, donde mujeres gitanas reflexionaron sobre su visilidad en la esfera pública. Las mujeres hicieron un reconocimiento a los grandes avances que está viviendo el Pueblo Gitano y quisieron dar cuenta de ello./ Foto: Ecuador Etxea

Lo que no se nombra, no existe” es una máxima archirrepetida desde el feminismo que plasma en pocas palabras la importancia de nombrar, sacando a la luz todo aquello que en el teatro social de “lo normal” a menudo parece que no existiera. Nombrar, nombrarse, nombrarnos, es la forma primera de saltar a la palestra, de hacernos públicas, de politizarnos. En definitiva, de salir de las tinieblas a las que se confina a todo tipo de engendros, alteridades que en cada contexto portan distintas etiquetas: mujeres, lesbianas, judíos, transgéneros, árabes, prostitutas, negras, diversas, discapacitadas, gitanos, y así hasta el infinito. Me sorprende y entristece, pero sobre todo me enfada, cómo en tantos espacios se siguen invisibilizando sin las distintas expresiones de la diversidad humana y, consecuentemente, se siguen negando, en un ejercicio brutal de violencia.

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Últimamente, en diferentes foros de formación a los que he asistido en relación a “diversidad”, “interculturalidad” y discriminación por racismo o xenofobia, me he encontrado cara a cara con esta negación. Abrumadoramente, se sigue echando mano de “expertos”, mayoritariamente hombres-blancos-nogitanos-presuntamente-heterosexuales, que con sus charlas magistrales siempre ocupan más tiempo del que les toca, en espacios donde se deja escasamente participar al público. En estas formaciones suele organizarse también alguna mesa redonda en la que varias mujeres (generalmente también “expertas”, blancas, no -gitanas y no-migrantes), abigarradas en tiempo y espacio, tratamos temas, generalmente “de mujeres”, y donde a menudo también hablamos por boca de las otras, “casualmente” ausentes. La puntilla suele llegar cuando se deja como colofón final a alguna mujer (a veces también hombre) exótica (es decir, migrante y/o gitana) para que cuente al público “su experiencia”. Esto, que planteado de otra forma podría ser un modo de participación, visibilización y empoderamiento muy valioso, se desfigura hasta el esperpento al presentarlo como una presencia anecdótica y descafeinada donde a la persona se le invita únicamente para aportar detalles sobre su vida personal, en lugar de sus propuestas, ideas o críticas sobre el tema a tratar.

Demasiado a menudo, en estos foros teóricamente sensibles respecto a la “diversidad cultural” y la discriminación racista, al pueblo gitano ni se le visibiliza, ni se le escucha, ni tan siquiera se le menciona. Si esto se cuestiona, por ejemplo, por alguien del público, suele excusarse con argumentos como: “es que no han querido venir”, “aquí nos hemos querido centrar en extranjería/migración/xenofobia” (como si una persona gitana no pudiera ser migrante o extranjera) o, si la persona que interpela es gitana, “siempre igual, sois unos victimistas”.

Otra cosa que me llama la atención es la cuestión de que supuestos “expertos” se empeñen en definir la diversidad cultural; y el racismo y la xenofobia como “fenómenos nuevos”. En el Estado español, como en otros estados-nación europeos, la diversidad es una constante histórica y la discriminación y el racismo institucionalizados datan de hace siglos. Así, la persecución a las minorías religiosas (léase expulsión de la comunidad judía y morisca), la colonización y explotación de la población indígena americana, la esclavización de generaciones de personas procedentes del continente africano y la persecución sistemática, que podría tildarse de genocida, hacia la cultura, idioma y personas gitanas, han estado institucionalizadas durante cientos de años y permean aún los cimientos de nuestras sociedades.

Sin embargo, generalmente, o bien ni siquiera se admite este pasado o, en caso de reconocerse, se da por hecho que ya está superado, lo que no hace sino perpetuar y naturalizar la discriminación aún existente. Es casi milagroso que en un contexto así el pueblo gitano se haya mantenido vivo y fiel a su identidad y, como sociedad, deberíamos estar celebrándolo; a la vez que desarrollando mecanismos de reparación y reconocimiento. Pero, salvo honrosas excepciones (como algunos trabajos de recuperación de memoria histórica en el contexto franquista) esto no está ocurriendo.

Por suerte, cada vez más el pueblo gitano cuenta con uno de los tejidos organizativos más potentes y heterogéneos, llevando a cabo un sinfín de proyectos y actividades en el ámbito social, educativo, comunicativo o político, entre otros. Además, hoy en día tenemos la suerte de contar con una red de expertos y expertas gitanas que, desde el mundo académico, están realizando investigaciones sobre el pueblo gitano desde distintas áreas, además de sobre otros ámbitos diversos. Por dar sólo algunos ejemplos, mencionaré a la doctora en Historia Sarah Carmona, la socióloga Jelen Amador o el ingeniero de telecomunicaciones Antonio Heredia.

En definitiva, los gitanos y gitanas existen, resisten y cuentan con sus propias propuestas, proyectos y organizaciones. Así que, más allá de echar balones fuera, considero que desde la mayoría de los espacios payos está pendiente una profunda autocrítica sobre por qué les seguimos invisibilizando. Especialmente, hay que empezar desde ya a contar con ellos y ellas de forma habitual, tejiendo redes y complicidades. Ya hay organizaciones que están trabajando en esa línea que es, creo, la única vía de escape al binomio de paternalismo flagrante e invisibilización gitanófoba del que hoy tanto instituciones públicas como organizaciones no gitanas estamos tan aquejadas. Lo que se nombra, existe; y el pueblo gitano tiene nombres y apellidos.

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