La mujer en oriente y occidente

La mujer en oriente y occidente

Suponer que las mujeres orientales están más oprimidas que las occidentales nos ofrece la tranquilidad de mirarnos y pensar que 'la otra' está peor. ¿No deberíamos dejar de tratar al mundo árabe y musulmán como chivo expiatorio y asumir que occidente no es tan perfecto como nos quieren hacer creer?

28/07/2017

Eva Serós Quintero (Al Cuadrado Solidario y Refugeless)

Mujer caminando de espaldas y vistiendo un hijab

Foto de La Caja Márner

Hace tiempo y, en especial, desde el comienzo de la crisis humanitaria en Europa y la llegada de personas refugiadas, que se vienen escuchando comentarios xenófobos, falsos estereotipos y acusaciones hacia estas personas, en su gran mayoría asociando la religión a la falta de libertades, sobre todo en lo que a la mujer respecta, y también en su gran mayoría, desde la total ignorancia o desde una opinión fundada en base a la imagen que se lanza desde los medios de comunicación, sesgada y etnocentrista.

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Desde occidente tenemos la mala costumbre de juzgar lo que hay fuera de nuestros límites con una actitud de superioridad, de máxima razón, de modelo a seguir por el resto. Nos basamos en la existencia de una diferencia descomunal entre occidente y oriente, que acaba por reproducir unos tópicos muy alejados de la realidad.

Las mujeres árabes son todavía vistas en muchos medios de comunicación como víctimas dependientes de un sistema de esclavitud, muchas veces relacionando esto al Islam, pero ¿no ayuda eso, sin embargo, a introducir en nuestras cabezas unos estereotipos sexistas sobre esta religión y sobre esta cultura que después puedan ser reproducidos y expandidos sin fundamento? Así es y así se está haciendo. Estas imágenes oportunistas y deformadas acaban por despertar sentimientos de recelo y temor hacia esta comunidad, además de crear una imagen misógina y agresiva de estas personas.

No se puede negar que exista el machismo. Por desgracia, el hecho de considerar a la mujer como ser inferior al hombre, ya sea a modo de discriminación directa y agresiva o de paternalismo o discriminación positiva, existe en todo el mundo y en todas las sociedades. Pero no podemos criminalizar al mundo árabe de actos desproporcionados contra los derechos humanos de las mujeres cuando, desde nuestro idolatrado occidente, se sigue considerando a estas mujeres meros objetos sin opinión propia. ¿No deberíamos, quizá, mirarnos en el espejo y empezar por considerar a todo ser humano independientemente de su procedencia como agente pensante y capaz de tomar decisiones? ¿No deberíamos partir de la base de que, si el sexismo es algo universal, deberíamos luchar contra su totalidad, en todas sus formas, en lugar de culpabilizar a una sociedad para sentirnos un poco más justos y en paz con nosotros mismos?, ¿no deberíamos dejar de tratar al mundo árabe y musulmán como chivo expiatorio y asumir que occidente no es tan perfecto como nos quieren hacer creer?

Y, aunque ya se haya dicho y repetido en mil ocasiones, me veo en la obligación de volver a hacerlo: el Islam no es machista. Machista es la persona que considera al hombre superior a la mujer, machista puede ser una ley que favorece a los hombres, un Gobierno que limita las libertades de las mujeres, y machista también puede ser quien culpa a una religión, sea cual sea, de su propia interpretación.

La discriminación de la mujer en el Islam no es algo nuevo, pues se utilizó para atacar dicha religión desde comienzos del siglo XIX, cuando la mayoría de países árabes y musulmanes fueron colonizados por potencias occidentales. Igualmente, la consideración del mundo musulmán de fanático y violento proviene de la necesidad occidental de ser superior, de ridiculizar lo diferente y reducirlo ante nuestros pies. No deja de ser el arma de combate utilizada siempre para la colonización, con independencia del objetivo.

Los estereotipos aducidos más frecuentemente con la religión musulmana y las mujeres son la clitoridectomía, la poligamia y el velo. No es raro encontrar un artículo de prensa en el que la ablación del clítoris aparece como una costumbre de origen africano basada en los principios de la religión islámica. Lo cual es rotundamente falso, pues no se hace ninguna alusión en el Corán a dicha práctica. Además, la circuncisión femenina y también masculina es una práctica preislámica que sigue presente tan sólo en algunos países musulmanes, pero también entre muchos cristianos.

En relación a la poligamia, es cierto que el Corán la permite, sin embargo, es una práctica muy poco utilizada. Por supuesto, es una práctica desigual, apta para los hombres que quieran casarse con más de una mujer, pero no para las mujeres que quieran casarse con más de un hombre, o para las personas que quieran casarse con una o más personas de su mismo sexo. Desde occidente consideramos la monogamia como el modelo óptimo, el modelo perfecto heterosexual de amor romántico, dejando a un lado el resto de formas de amor posibles, poli amor o amor libre que también existen en todas las sociedades en mayor o menor medida, y más o menos ocultas. De nuevo, es hipócrita atacar a una sociedad por una práctica determinada, generalizando y siendo incapaces de mirar nuestras propias carencias. Si basáramos cada opinión en el axioma total, universal e irrevocable de que cada persona individual es libre de actuar como considere oportuno, no necesitaríamos hablar sobre este tema.

De la misma manera, cuando se habla del velo, se está hablando de la posición de sumisión de la desvalida musulmana y, a su vez, se relaciona a la mujer musulmana que no lleva velo con la valentía y la rebeldía. Nada más lejos de la realidad, las mujeres musulmanas no asocian esta prenda con ningún tipo de represión denigrante, sino como expresión voluntaria de su fe e identidad musulmanas o incluso como resistencia a la asimilación en la aculturación, queriendo mantener algunas de sus costumbres de origen. Además, podemos encontrarnos con casos de mujeres musulmanas nacidas en occidente que toman la decisión de llevar el hijab como una manera de acercarse a sus orígenes árabes. En otros lugares del mundo es común, también, que las mujeres se cubran el rostro utilizando una tela, como el pañuelo o la mantilla, o también como signo de elegancia como se sigue haciendo en la alta costura parisina, por ejemplo; así como también es común en las diferentes sociedades que las personas manifiesten su pertenencia a una u otra religión utilizando elementos religiosos o de culto en su aspecto físico. Es posible, por supuesto, que alguna mujer árabe sea forzada socialmente o por algún familiar a velarse, pero también encontramos en occidente casos en que las mujeres no pueden salir a la calle vestidas de una manera extravagante o “demasiado ligeras de ropa” sin convertirse en objeto de burla o ataques sexistas. No deja de ser paradójico que se acuse a las mujeres que llevan velo o hijab de ser una muestra de falta de libertad cuando la posición desde occidente es en contra del velo, es decir, se trata de defender la libertad de la mujer impidiendo el ejercicio de su propia libertad de elección. Hablamos de lo reprimidas que están las mujeres en los países árabes por estar obligadas a llevar velo, sin siquiera pensar en ellas como sujetos activos que decidieron llevarlo, y, sobre todo, sin pensar en nuestras armas de represión occidentales, tanto o incluso más peligrosas, que obligan a las mujeres a seguir unos determinados cánones de belleza que acaba por anularlas.

Desde la visión etnocentrista y egocéntrica occidental, la mujer árabe y musulmana es posicionada en un lugar inferior, sin embargo, nos encontramos con que la mujer occidental cuenta con muchas dificultades para acceder en la vida pública y privada a los mismos beneficios que un hombre. También en nuestros países occidentales la mujer es relegada a la vida privada, a la crianza de los hijos y a las tareas domésticas, contando, por tanto con una mayor dificultad para encontrar o mantener un empleo a determinadas edades, dando por hecho, –de acuerdo a la mentalidad sexista que también encontramos en nuestra sociedad– que una mujer está obligada a ser madre, o que un puesto de prestigio debe de ser masculino.

Si la mujer en los países árabes cuenta con una brecha salarial, desigualdad de oportunidades, la dependencia legal del consentimiento del marido o del padre para todas las decisiones jurídicas, o una escasa participación y representación política femenina que evidencia la desigualdad de género en todos los aspectos, se debe a los propios sistemas políticos de los países en los que viven, los cuales son, en su mayoría, dictaduras. Entonces, ¿por qué no luchar por las libertades individuales y universales en lugar de crear barreras culturales, jerarquías y estereotipos sesgados con una cultura y/o religión distinta?

La mujer árabe no es víctima del Islam, la mujer árabe y la mujer en general es víctima de múltiples factores, es la víctima por excelencia de la sociedad y por ello, para combatir esta posición desfavorecida, el feminismo (la lucha por la igualdad entre hombres y mujeres) existe, tanto en occidente como en oriente, y se adapta a las necesidades contextuales del lugar donde se manifiesta. Si el fin es conseguir una sociedad justa en la que todo ser humano disfrute de los mismos derechos e igualdad de oportunidades, el primer paso es derribar las diferencias culturales por las cuales nos han hecho creer que los países occidentales son los más avanzados y hacia los cuales todos los demás deben tender. El primer paso es deconstruir las ideas imperialistas de los países llamados “primermundistas” y aceptar la heterogeneidad, la diversidad cultural y religiosa, la tolerancia y las libertades ajenas sin imponer.

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