Gestación subrogada, prostitución y coherencia discursiva

Gestación subrogada, prostitución y coherencia discursiva

En contextos de feminización de la pobreza global, es previsible que muchas mujeres se planteen el dilema de si ejercer la prostitución o alquilar su vientre. El debate sobre la gestación subrogada revela los problemas que implica la conceptualización del trabajo sexual que hace el transfeminismo 'regulacionista'.

26/07/2017
Concentración convocada por la Coordinadora TransMarikaBollo Feminista de Donostia por el Día Internacional por los Derechos de las Trabajadoras Sexuales, en 2011./ Bilguna Feminista

Concentración convocada por la Coordinadora TransMarikaBollo Feminista de Donostia por el Día Internacional por los Derechos de las Trabajadoras Sexuales, en 2011./ Bilguna Feminista

Asistimos últimamente a una campaña de fuerte presión al Estado, por parte de determinados lobbies, para que regule legalmente la gestación subrogada. Ante ello, el feminismo se ha puesto manos a la obra para desenmascarar intereses y concepciones ideológicas agazapadas detrás de esa presión. Algunas feministas hace rato que están en ello, otras, hace menos, pero proliferan cada vez más debates, mesas, programas y artículos sobre la cuestión. Una de las intervenciones en ese debate social y mediático, en el que las feministas participamos con otros muchos agentes, ha sido el de Josebe Iturrioz, (integrante del colectivo transfeminista Medeak) en la emisora Euskadi Gaztea primero, y en el blog de Medeak, después. El texto publicado en ese blog es el que me ha animado a escribir las siguientes reflexiones.

Empezaré por un previo, el que tiene que ver con si somos o tenemos cuerpo, tópico de rancio abolengo filosófico. Veamos: decir “tenemos cuerpo” supone una toma de partido dualista que, además, privilegia lo inmaterial (lo espiritual, lo intelectual) sobre lo físico o material. Es como si dijéramos primero soy alguien y luego ese alguien tiene un cuerpo. Generalmente, las feministas no queremos ser dualistas (el dualismo sería una forma de binarismo, y que todo binarismo es malo se presupone casi siempre en círculos feministas –a mí me parece que de forma un tanto acrítica, pero dejemos eso ahora) y, por eso, en vez de decir que tenemos cuerpo, decimos que somos cuerpo (aunque esto entra en contradicción con otras expresiones que usamos mucho también, como esa de “poner el cuerpo” aquí o allá). Ahora bien, ¿somos sólo cuerpo? Obviamente, no (o, por lo menos, somos unos cuerpos muy particulares, que no sólo sienten y padecen, piensan e imaginan, sino que también rezan, hacen poesía, acuden al teatro o trazan y cruzan fronteras, por ejemplo). Resulta que, en realidad, hablar sistemáticamente en términos de los cuerpos que somos, es tremendamente dualista; como tantas veces nos sucede, lo que sacamos por la puerta se nos cuela luego por la ventana. La permanente alusión al cuerpo que somos sólo tiene sentido por oposición a lo que no es cuerpo (o sea: alma, espíritu, intelecto, psiké). Pero si somos una sola cosa (no binaria ni dualista) o una unidad indisoluble de dos, de alma y cuerpo, entonces, mejor hablemos de personas, de seres humanos, de gente… o de mujeres (y hombres) que también es binarista pero a veces necesario.

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Josebe Iturrioz dice que no cabe comparar el embarazo subrogada con la prostitución y que es más pertinente compararla con la donación de órganos. Yo diría que, sin ser ni lo uno ni lo otro, tiene paralelismos (y diferencias, insisto) con ambos. La cuestión aquí es: ¿cómo es posible defender los derechos de las trabajadoras sexuales, sin cuestionar el así llamado “trabajo sexual”, y no defender en cambio los derechos de las “trabajadoras gestantes” y, al contrario, cuestionar la GS sin concederle el estatus de trabajo? ¿Cómo vamos a distinguir (¿quién lo haría?) si este o aquél es o no es un caso de gestación altruista? ¿No recuerda esto mucho al famoso litigio sobre la supuesta o real libertad de las prostitutas para elegir su trabajo?

Las “regulacionistas”1 en los contextos transfeministas en los que se sitúa Josebe Iturrioz han solido decir (con razón) que libertad o la tenemos todas (también las prostitutas que ‘eligen’ serlo) o no la tenemos ninguna (tampoco las que ‘elegimos’ no ejercer la prostitución. Yo creo que algo similar puede decirse respecto a que “pocas serán las personas dispuestas a gestar un bebé” (digamos mejor un embrión o un feto) “de forma altruista”; cierto, pero eso sólo se entiende y tiene sentido porque nos cuesta creer, seamos claras, que una cosa así se haga si no es por necesidad urgente de ganarse el sustento y cuando no hay nada más a lo que agarrarse. ¿Por qué no podemos decir/sentir/pensar algo parecido respecto a la prestación de servicios sexuales a cambio de dinero? Y sobre todo, ¿por qué lo que nos parece bien aquí (vender servicios sexuales) resulta que no está bien ahí (vender servicios gestantes)? ¿Dónde está, cuál es la gran diferencia? Resulta chocante que pueda parecernos bien que se quiera gestar para otras personas de forma altruista pero no por dinero. ¿Qué problema tenemos con el dinero? ¿Por qué los servicios sexuales sí pueden prestarse a cambio de dinero pero la GS no?

Estoy de acuerdo con la máxima de que querer tener hijos es un deseo, no un derecho. Pero parece también que tener ganas de follar (o lo que sea) es un deseo de los clientes de prostitución que se asocia implícitamente (en el feminismo “regulacionista”) a un derecho correlativo de las personas adultas a establecer libremente contratos entre sí. Cierto que en la demanda de regulación de la GS palpita el deseo de tener descendencia de-la-propia-sangre. Sí: todo lo que digamos de la GS como reforzadora de la familia nuclear patriarcal, es poco. Pero, francamente ¿qué no diremos de la prostitución como institución patriarcal asociada en el capitalismo tardío a la mercantilización de la vida y a la ideología neoliberal?

Es verdad que las mujeres que “quieren”2 gestar para otros todavía no se han asociado. Pero lo harán (o podrían hacerlo en cualquier momento). Y tomarán la palabra, como hicieron las prostitutas (o algunas de ellas) para decirnos que dejemos de moralizar, que dejemos de decirles qué puede y qué no puede hacer una mujer con su cuerpo. Las granjas de mujeres gestantes a las que alude Iturrioz son en este sentido equiparables a la trata y la prostitución forzada: todas estamos en contra, la condenamos y pensamos que hay que perseguirla. Pero ¿qué diremos cuando las gestantes se asocien y nos digan que ellas eligen libremente gestar para otras personas y que lo hacen además por dinero?

Creo que debemos reconocer que prohibir no siempre es facha o retrógrado. Puede responder a una concepción compartida del bien, del bien común. Es legítimo que queramos arrancar de las garras del mercado determinados bienes, porque nos parece indecente que sólo puedan acceder a ellos quienes tengan suficiente poder adquisitivo. Podemos querer protegerlos y promocionar un uso no mercantilizado de la sangre, pongo por caso, y por eso prohibimos que pueda venderse y comprarse. Eso presupone reconocer también que hay cosas tan o más importantes que la pseudo-libertad neoliberal esa del yo-con-lo-mío-hago-lo-que-quiero, porque hay cosas que consideramos bienes, bien común, y yo no puedo pegar fuego a un pinar por muy mío que sea. Mi pregunta aquí es (y se la hago sobre todo a las trans/feministas pro-derechos de las prostitutas): y en nombre de unas relaciones y una sexualidad igualitarias, ¿no deberíamos no digo prohibir, pero sí desincentivar, desalentar, desmotivar a los varones en relación con el consumo de prostitución? Es decir, persuadirlos de que no se conviertan en clientes de la prostitución (igual que deberíamos incentivar las adopciones y desincentivar la GS). ¿Por qué no podemos o no debemos hacerlo? ¿Por respeto a la libertad personal de las personas adultas, acaso?

Algunas posturas feministas pro-derechos de las prostitutas, al presentar la prostitución como mera “prestación de servicios sexuales a cambio de un precio”, se han negado de plano a un análisis crítico de la prostitución como institución patriarcal, asociada claramente en la actualidad a la mercantilización capitalista3. Pero debido a un efecto de figura-fondo, al contrastarla con la GS, es ahora cuando se perciben mejor los problemas que implica esa concepción de la prostitución como mero “trabajo sexual”.

Defender los derechos de las prostitutas por parte de quienes no lo somos, no tiene por qué suponer necesariamente defender también sus intereses en tanto que tales. En alguna manifestación pro-derechos hemos oído a prostitutas corear “No te hagas pajas, que somos muy majas”. Ya sé que un eslogan de manifestación no es una ponencia, pero creo que éste es muy significativo y pone de manifiesto cómo pueden chocar las necesidades prácticas de las prostitutas con los intereses estratégicos del feminismo. Chocan porque el feminismo defiende una determinada concepción de la sexualidad contraria a la dominante. Y cualquier concepción feminista de la sexualidad incluye el autoerotismo y la masturbación como prácticas no ya legítimas, sino convenientes. Por desgracia, no parece ciencia ficción que en un futuro cercano, algunas mujeres o sus empresas explotadoras publiciten los servicios de gestación subrogada con un “líbrate de los engorros de un embarazo” (en línea con un terrible chiste publicado recientemente por El Roto sobre este tema).

Creo que no vale con repetir como un mantra que prostitución y GS “no son lo mismo” (y creo que es cierto que no lo son). Pero en contextos de feminización galopante de la pobreza global, es previsible que muchas mujeres necesitadas de medios para sostenerse a ellas mismas o a sus familias se plantearán el dilema de si ejercer la prostitución o alquilar su vientre. También es previsible que aparezca la figura de quien, teniendo un útero, prefiera alquilarlo a hacer otros trabajos remunerados aunque no sea en una situación de necesidad perentoria; al fin y al cabo, se trata de su cuerpo. Sabiendo que no todas las feministas diremos lo mismo (pues buenas somos) deberíamos esforzarnos por esbozar un discurso coherente. Eso permitirá un debate medianamente centrado entre nosotras. Aprovechemos esta ocasión para tenerlo, y no repitamos los errores del debate feminista sobre prostitución. O mejor: intentemos de nuevo ese debate, pero en condiciones, renunciando a la intransigencia del “conmigo o contra mí”. Somos muchas las que estamos hartas. Y además, creemos que hay que hacer política feminista.


1 Pongo comillas porque estoy simplificando y pocas feministas se autodefinirían como “regulacionistas”. La mayoría de las que defienden la postura a la que aludo aquí se tienen por defensoras de los derechos de las prostitutas o “pro-derechos”, etiqueta en la que yo también quiero encuadrarme, aunque no suscribo muchos de los planteamientos que se asocian a ella.

2 Aquí las comillas obviamente significan que, en muchos casos, lo que ocurre es que necesitan ingresos.

3 Tampoco podemos obviar aquí la odiosa híper-polarización especialmente en algunos contextos geográficos, que no en todos) del debate intrafeminista sobre prostitución entre abolicionistas y pro-derechos que ha hecho que las posturas se tensen al máximo.

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