Abolicionismo y gestación subrogada

Abolicionismo y gestación subrogada

Con su abolicionismo simultáneo de la pornografía y la prostitución, el lobby europeo contra la gestación subrogada hunde sus raíces en la deriva moralista del feminismo radical. La primera víctima del abolicionismo tiende a ser la mera posibilidad del debate público.

04/07/2017

Pablo Pérez Navarro*

Participantes en la protesta contra la Surrogated Fair de Madrid./ Amecopress

Participantes en la protesta contra la Surrogated Fair de Madrid./ Amecopress

Hace ya unos años que se celebra anualmente, en Madrid, una feria de agencias de gestación subrogada. Este año, la recién creada Red Estatal contra el Alquiler de Vientres (sic) convocó una manifestación contra la “transacción” de bebés en el “mercado de mujeres” ante las puertas del evento. Basta pensar en que el público habitual lo componen quienes se plantean recurrir a esta técnica de reproducción asistida, junto a madres y padres que ya lo han hecho y acuden en compañía de sus hijas e hijos, para que la escena resultante recuerde, inevitablemente, a las manifestaciones ante las clínicas en que se practican abortos.

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No está de más preguntarse, dada la violencia ética y estética implícitas en la convocatoria, bajo qué banderas se reúnen tantos colectivos por esta causa, qué discursos los aglutinan entre sí, quiénes los producen y, en fin, cuáles son sus referencias comunes en la arena nacional o internacional.

La tarea parece sencilla, ya que la nueva red cuenta con una página web que ofrece no ya uno, sino hasta dos manifiestos en posición central. Uno de ellos es el del colectivo No Somos Vasijas, que preside además la lista de los más de cincuenta que suscriben la convocatoria. El otro, la versión en castellano del de la red internacional StopSurrogacyNow.

En el primero se equipara, con el tono casual de quien apela sin más al sentido común, el “control sexual de los cuerpos de las mujeres” que implicaría la gestación subrogada con “la regulación de la prostitución”. Detalle que basta para inscribir este manifiesto (pese a que sus promotoras sean dadas manifestarse en nombre de “el” feminismo como si este fuera uno, grande y libre) en una tradición muy específica: el abolicionismo de la prostitución.

El segundo manifiesto despliega, a su vez, una retórica muy próxima a la del abolicionismo de la prostitución. Sin embargo, más que su argumentario, llama la atención una lista de colectivos “signatarios organizadores” a la que merece la pena dedicar una atención pormenorizada.

Los cinco primeros puestos incluyen al The Swedish Women´s Lobby y a cuatro colectivos pertenecientes al mismo. Basta un vistazo a su agenda política para comprobar que se centra en el “modelo sueco” del abolicionismo de la prostitución. Aderezado, eso sí, con campañas como #pornfree, con la que reclaman la intervención estatal contra la difusión de la pornografía. Con su abolicionismo simultáneo de la pornografía, la prostitución y la gestación subrogada, resulta fácil deducir que el lobby hunde sus raíces en esa moralista deriva del feminismo radical que fue el feminismo cultural, asociado a nombres como los de Andrea Dworkin y Catherine Mackinon y entre cuyos méritos se cuentan el de reunir a miles de mujeres en una marcha contra la pornografía en la ciudad de Nueva York, allá por el año 1979.

A continuación, figura el European Women’s Lobby, del que las suecas forman parte. Entre sus actividades encontramos, cómo no, la lucha por “una Europa libre de prostitución”. Las siguen las francesas de LeCorp, que también reclama para sí ambos abolicionismos; al igual que el Cercle d’Etude de Réformes Féministes (CERF) y la coordinadora feminista CADAC, quien celebró la criminalización de los clientes de la prostitución contra la que tanto han luchado los colectivos de trabajadoras del sexo en Francia. En el caso de LeCorp, el abolicionismo se combina con el llamativo objetivo de mantener “la distinción entre maternidad y paternidad”. No en balde, entre sus miembros más visibles y notables se encuentra Sylviane Agacinski, histórica crítica de la adopción gay y lesbiana que, perdida esa batalla, ocupa un papel de liderazgo en la nueva trinchera anti-gestación subrogada.

Mención aparte merece Against Child Trafficking (ACT), de Holanda. De un modo que recuerda al modo en que el abolicionismo recusa la distinción entre la trata con fines de explotación sexual y el trabajo sexual voluntario, toda forma de adopción internacional representa, para ACT, “una forma legalizada de tráfico de niños”. Su leitmotiv: la abolición de la adopción internacional en un plazo de cinco años. Tarea en que parece acompañarlo Sakhee Pune, signatario radicado en la India y cuya actividad en redes sociales se dedica, en buena parte, a la difusión de los contenidos producidos por ACT.

Al estadounidense Center for Bioethics and Culture, más que la prostitución, le preocupa abolir la eutanasia, entre otras batallas que pasan por poner en cuestión la eticidad de la investigación con células madre o alertar sobre los riesgos psicológicos que sufren quienes son concebidos por donación de esperma. Cuestiones que alinean sus preocupaciones bioéticas con las de El Vaticano. Ideológicamente próximo se encuentra FINRRAGE, una red de difusión de investigaciones críticas con los avances de las tecnologías reproductivas. En este caso, sorprende no sólo que sus aportaciones más recientes daten de mediados de los noventa, sino la facilidad con que la tecnofobia del grupo traspasa con frecuencia el terreno de lo conspiranoico. Como resulta evidente cuando, por ejemplo, advierten del peligro de que energía nuclear, guerra biológica y tecnologías reproductivas se combinen en malas manos.

Les sigue la Women’s Bioethics Alliance, cuyas inquietudes bioéticas se concentran, en esta ocasión, en dos temáticas: prostitución y gestación subrogada. Restricción de intereses que parece afectar también a los Scandinavian Human Rights Lawyers. Sólo que, en su caso, donde dice “derechos humanos” debe leerse: abolicionismo, promoción de los “valores cristianos” y de la “ley natural” (sic).

La representación italiana también tiene su interés. En primer lugar, encontramos a la facción romana del movimiento Se Non Ora Quando. Difunde campañas abolicionistas y se sitúa al parecer, por las cuestiones que la ocupan y las autoras que difunde, en la órbita de la Librería de Mujeres de Milán. No es de extrañar que una técnica de reproducción asistida que posibilita no ya a una crianza, sino hasta un nacimiento sin figuras maternas suscite los mayores recelos en las filas del feminismo de la diferencia italiano, vista importancia que para su concepción de la feminidad tienen conceptos de tan honda tradición esencialista como el del “orden simbólico de la madre”. Las acompaña, en segundo lugar, Generazione Famiglia. En este caso, al más puro estilo de nuestros Hazte Oír, este grupo combina la defensa de la libertad de expresión con una intensa cruzada contra la “ideología de género”, el matrimonio entre personas del mismo sexo y, en general, los peligrosos avances del lobby LGTB.

Restan por mencionar tan solo Make Mothers Matter, sin más actividad aparente que las políticas de desarrollo dirigidas a madres; La Lune, grupo de lesbianas de Estrasburgo cuya página web parece estar fuera de servicio; y EMMA, una revista feminista alemana.

Desde una perspectiva feminista y crítica, resulta inevitable preguntarse por el significado de que la lucha contra la subrogada logre conciliar movimientos reaccionarios tan diversos, y por cuáles son las posibles relaciones entre las campañas contra la gestación subrogada y causas como la censura de la pornografía o la homotransfobia sin complejos. No menos acuciante, vista la campaña en referencia a la cual se construye la nacional, es la pregunta por cómo llegan tan variados colectivos autodenominados feministas, además de alguno LGTBI, a prestarse a servir como correa de transmisión de tan estimulante coalición de fuerzas.

Valerie Harper, feminista estadounidense contra la pornografía./ Origen desconocido

Valerie Harper, feminista estadounidense contra la pornografía./ Origen desconocido

Cabe observar, en cualquier caso, que la continuidad central entre los abolicionismos de la prostitución y de la gestación subrogada se mantiene como hilo conductor de la red incluso aunque obviáramos los manifiestos y campañas que difunden y que les sirven como referente. El breve texto de la convocatoria a la manifestación incluye no una, sino hasta dos comparaciones con la prostitución. No parece demasiado arriesgado afirmar, por tanto, que la lucha contra la subrogada es el nuevo paraguas bajo el que se reúne el feminismo abolicionista en nuestro país. Cuestión que no tendría importancia si no fuera porque el abolicionismo constituye uno de los principales motores de las violencias que pretende, paradójicamente, erradicar.

Así, en el terreno del trabajo sexual, el abolicionismo condena a las trabajadoras y trabajadores a la total falta de derechos y a la desprotección jurídica frente a la explotación, fomenta el incremento de riesgos y del estigma que la clandestinidad conlleva, dificulta la lucha contra la trata al confundirla con el trabajo sexual voluntario e ignora, en fin, sistemáticamente sus demandas. Por no hablar de cómo esa confusión se ha convertido en un arma brutal de las políticas anti-inmigración, como vienen denunciando hace años los colectivos de trabajadoras del sexo.

De modo similar, el abolicionismo de la gestación subrogada se ha convertido en el principal garante de los beneficios de la industria transnacional contra la que se manifiesta, propicia que se subrogue en mayores condiciones de desigualdad económica en diferentes partes del mundo, estigmatiza a las mujeres gestantes al representarlas como “madres” que abandonan o venden a sus hijos, contribuye a la elitización económica del acceso a los derechos reproductivos a la par que, por último, celebra violencias administrativas como la figura del bebé sin papeles de la gestación subrogada o la criminalización de quienes osan subrogar sin pasar por el exilio reproductivo.

Entre otras cosas porque, efectivamente, nuestra ley sobre técnicas de reproducción humana asistida, de 2006, declara nulos los contratos de subrogación celebrados territorio nacional. Con independencia de que estos sean altruistas con o sin compensación, como los que sí permiten las legislaciones de Inglaterra, Irlanda, Grecia, Hungría o la recientemente aprobada por la coalición de izquierdas en Portugal; o comerciales, como los que son comunes en Rusia, Ucrania y algunos estados de los Estados Unidos, como Chicago o California. Con su prohibición total, la legislación española se alinea con Italia, Malta, Francia y Alemania. Es esta diversidad legislativa, y no las ferias de gestación subrogada, quien genera hoy en día exilios reproductivos muy similares a los de quienes hacían las maletas hace no tanto para abortar en Londres; o al que precisan aún hoy, con el consiguiente esfuerzo económico, emocional y administrativo, las mujeres solteras y lesbianas que llegan a España desde esa mayoría de países europeos en que se les niega el acceso a las técnicas de reproducción médicamente asistida.

A la hora de abordar temas ética y jurídicamente complejos como este, dadas las múltiples vulnerabilidades cruzadas que implica, urge garantizar las mejores condiciones posibles para el debate abierto, diverso y productivo. La intensa mesa redonda organizada por la plataforma del Orgullo Crítico Madrid a comienzos de mayo fue, por poner un ejemplo reciente, un buen ejemplo de que tales intercambios son posibles incluso, o sobre todo cuando, se dan cita las posiciones más dispares. Tanto como la charlasamblea ‘Soberanías del cuerpo: prostitución y gestación subrogada‘, de la Asamblea Transmaricabollo de Sol en el marco del mismo Orgullo Crítico, que contó, entre otras, con la participación de compañeras del colectivo Hetaira. Generar este tipo de espacios ya sea desde el activismo, la academia o los medios de comunicación es, sin lugar a dudas, el mejor antídoto contra los peligros del pensamiento único. Entre otros motivos porque la primera víctima del abolicionismo tiende a ser la mera posibilidad del debate público.

Solo ese deterioro de las condiciones del debate explica, en mi opinión, que tantos colectivos autodenominados feministas se reúnan en una red construida en tan perturbadoras compañías y cuyo acto de presentación pasa entre otras cosas por acusar a otras mujeres (la subrogación sin madres representa apenas un veinte por ciento del total) de participar en el “tráfico de niños”. A la vez que, con un paternalismo impropio de cualquier feminismo, obstaculizan no solo el ejercicio de su autonomía sexual y reproductiva a colectivos enteros de mujeres, desde las trabajadoras del sexo a quienes toman la decisión de gestar para terceras personas, sino el desarrollo de armas jurídicas frente a cualquier forma de abuso o explotación.

Tradiciones legislativas dedicadas a garantizar y articular entre sí los derechos de todas las partes implicadas en esa trama de vulnerabilidades que es la gestación subrogada existen, en el panorama internacional, muchas. No creo en cualquier caso que se trate aquí tanto de importar modelos como de facilitar los procesos colectivos conducentes a la creación de uno. Camino en el que los feminismos, en su inmenso plural, y los anticapitalistas y antiausteritarios, en particular, están llamados a ocupar un lugar central. Del mismo modo que los colectivos de trabajadoras del sexo representan una vía pro-derechos frente al abolicionismo, por un lado, y frente a la regulación a medida de los empresarios, por el otro, debemos ser capaces de plantear alternativas tanto frente a quienes trabajan contra los derechos sexuales y reproductivos de todas como frente a los intereses descarnados de la industria.

En esa línea, me parece del máximo interés la propuesta de creación de un organismo público en el lugar que en otros países ocupan las agencias de subrogación, tal y como se recoge en la propuesta de ley de la Asociación por la Gestación Subrogada en España, apoyada entre otros por el colectivo pionero en la defensa de los derechos de quienes recurren a esta técnica en el extranjero, Son Nuestros Hijos. Entre otras cosas, por lo que esa apuesta por lo público representa frente a la apisonadora privatizadora de la agenda neoliberal, además de por su evidente potencial para impedir la injerencia de los intereses del capital privado.

Mientras tanto, vista la velocidad con que crece la altura de esos púlpitos desde los que se alternan dedos acusatorios y gestas salvíficas (por lo general, no solicitadas), solo resta confiar en que las sucesivas mutaciones del abolicionismo sirvan como revulsivo para generar alianzas frente a quienes justifican, producen o, en el mejor de los casos, ignoran, la intensidad de la violencia estatal destinada a domesticar las vidas y los cuerpos ajenos.

*Pablo Pérez Navarro es investigador del proyecto INTIMATE en el Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coimbra.

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