Putero

Putero

¿Se puede ser feminista y putero? Este es el punto de partida del planteamiento de un testimonio que se encuentra en posición de reflexionar acerca de su propia experiencia como cliente del trabajo sexual.

23/06/2017

Texto anónimo

Un hombre con traje toma un café servido en una taza con porte elegante

Tengo 23 años y soy putero. No se lo he dicho a nadie cercano a mí. Provengo de un ambiente social de izquierdas, gente más moderada y gente bastante radical, y siempre me he interesado por la cuestión del machismo y la lucha feminista.

Escribir este artículo, es hasta cierto punto un modo de perdonármelo a mí mismo, al mismo tiempo que sé muy bien que la gente no lo hará. Tiro los dados, la respuesta puede que no sea nada cómoda para mí, y puede que las decisiones que vaya a tomar dependan también de esa respuesta. No lo sé.

Interesado en el feminismo, me he tomado un tiempo para leer (o ver documentales) y pensar la cuestión de la prostitución. Me he encontrado con cierta división en el seno del pensamiento feminista. Creo que las generaciones más jóvenes, tomándose en serio las jerarquías de poder que dentro del propio feminismo hayan podido existir (prejuicios raciales, heterosexistas…), y con una visión de la sexualidad mucho menos mojigata, apuestan por deconstruir los prejuicios contra las trabajadoras sexuales y darles voz. En la perspectiva de un feminismo más clásico, la prostitución no deja de ser sino una explotación sexual criminal.

La cuestión, por supuesto tiene mucha más complejidad y profundidad. ¿Qué pensar de que la mayoría de las trabajadoras sexuales son emigrantes? ¿Cómo medir el grado de libertad con el que deciden prostituirse (hasta dónde les obliga la pobreza)? Por otro lado, también existe la realidad de las chicas (¿qué proporción?) que no ejercen la prostitución por la más estricta necesidad, sino porque sopesando los pros y los contras, prefieren dicha profesión a otras (en las que generalmente ganarían mucho menos dinero). También está la cuestión de las asistentas sexuales que atienden a minusválidos.

También:  ¿Qué pensar de la prostitución desde una perspectiva anticapitalista? ¿Qué pensar de que, junto a la legalización de las drogas, Ciudadanos, partido neoliberal por excelencia, hiciera el intento de legalizar la prostitución (muchos partidos neoliberales hacen esta apuesta)? Esto dice mucho acerca de que más allá de la legalización o no de la prostitución, importa mucho el modo en el que se haga (la participación que en la legislación tengan las propias prostitutas: si el interés de la legalización es feminista o capitalista). Beatriz Gimeno, en su libro “La prostitución”, sumamente recomendable, también pone sobre la mesa la cuestión de, en los sitios donde dicha regularización se ha llevado a cabo, qué consecuencias prácticas ha tenido (por ejemplo, uno de los argumentos a favor de la legalización, es que las prostitutas estarían más protegidas contra los malos tratos –de clientes o de abusos de chulos–­; sin embargo, lo cierto es que pocas de las personas que trabajan en la prostitución quieren que quede constancia de que han ejercido dicha profesión, y lo ven como una etapa pasajera de su vida que prefieren mantener en secreto, lo cual habiendo pasado por los juzgados –o habiendo firmado un contrato legal para ejercer dicha profesión– se complica mucho más. También está la cuestión de si la legalización no traerá una separación entre las prostitutas que ejercen legalmente, de modo regulado, y las que no –en perjuicio de estas últimas: recordemos que gran parte de las prostitutas son extranjeras y muchas veces no tienen papeles)-.

(Beatriz Gimeno, por ejemplo, en una posición hibrida entre las anteriormente citadas –feminismo clásico vs feminismo pro-sex– subraya la necesidad de dar voz a las prostitutas al mismo tiempo en que pone el acento en la necesidad de deconstruir el modo en que la sociedad produce y reproduce el deseo sexual masculino: ¿por qué son los hombres los que suelen ir de putas? Para Gimeno es una realidad socialmente construida; yo soy escéptico frente a esta postura).

¿Dónde me ubico yo? Me ubico en la miseria sexual que relata Houellebecq en su libro “Ampliación del campo de batalla”. Mi situación es esta: tengo grandes dificultades para relacionarme con la gente, llevo 5 años de terapia psicológica, y he pasado temporadas de una gran angustia. Sin embargo, y como a la mayoría, el sexo me ha interesado siempre (con situaciones muy dispares, he ido viendo que la prostitución se va haciendo cada vez más corriente entre la gente de mi edad). ¿Podría incluirme hasta cierto punto en el grupo, antes mencionado, de los minusválidos (por ejemplo, psicológicos, independientemente del grado) que sin poder satisfacer sus necesidades, no por ello dejan de tenerlas?

Desde un feminismo pro-sex, se aboga por una des-tabuización de la prostitución y por dar voz a las trabajadoras sexuales. Pero (argumento que se suele esgrimir contra la regularización), ¿hasta qué punto eso legitima al cliente? (En Francia, por ejemplo, se penaliza al cliente de la prostitución, sin penalizar a la prostituta; la penalización que sufre la prostituta, se podría argumentar, es la de que se quede sin trabajo). (Se podría pensar acerca de los tipos de cliente, y de las distintas relaciones que se establecen entre ellos y las trabajadoras: ¿siempre machistas, puesto que la prostitución es esclavitud?).

He intentado, con este artículo, poner el acento en las antinomias que me ha parecido encontrar en las discusiones. Me inclino mucho más del lado del feminismo más joven, y para mí tiene centralidad absoluta la voz de las propias prostitutas, pero sigue siendo problemática esta postura, porque: ¿se puede ser feminista y putero?

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