Se está tan sola aquí, en el espacio…

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No fue un sueño: a mediados de los años ochenta, en una de las revistas infantiles de mayor tirada en nuestro país, existió una heroína de tebeo feminista, ecologista y anticapitalista que respondía al nombre de 'La Gorda De Las Galaxias'. Junto a su creador, Nicolás Martínez Cerezo, descubrimos los secretos de una obra que nació con la voluntad de estimular el pensamiento crítico de sus lectores y lectoras.

Texto: Carlos Bouza
Viñeta de La Gorda de las Galaxias. Oronda, encajada en un traje de astronauta y de puñetazo fácil cuando se trata de combatir las injusticias

La Gordi es oronda, encajada en un traje de astronauta y de puñetazo fácil cuando se trata de combatir las injusticias

¡Agárrate al sillón, querida lectora, porque hoy La Gorda se va a enfrentar al Pelmazo Enmascarado!”. El villano surge amenazante de la primera viñeta, hecho un mulo, con ganas de repartir tortazos. Es exactamente igual de bruto que un machito terrícola, solo que en plan galáctico, y hoy viene con ganas de emprenderla con La Gordi. El primer golpe la hace aterrizar en el Planeta de las Jirafas Bajitas. El segundo, en el Planeta de los Marcianos con Gafas. Hay un tercer golpe pero no habrá un cuarto, porque si hay algo que odie la heroína nicolasista es el abuso en cualquiera de sus manifestaciones. En el ecuador de la historieta, La Gordi desenvaina un alfiler y lo hunde en el trasero del Pelmazo, que explota como un globo y queda hecho un asquito. “Lo que me figuraba”, remata ella triunfante, “era un pelmazo hinchable y deshinchable”. O sea, una birria de pelmazo galáctico, a imagen y semejanza de los pelmazos terrícolas. Un típico abusón mezquino de los que le gusta caricaturizar a Nicolás Martínez Cerezo (Madrid, 1958).

Nicolás dibujó y guionizó las aventuras de La Gorda De Las Galaxias entre 1983 y 1988 para la revista Zipi Y Zape, una de las cabeceras emblemáticas de la entonces todopoderosa editorial Bruguera. Pero La Gordi no compartía ningún atributo con Aníbal, Guillermito, Benito Boniato, ni con ningún otro personaje de los que alimentaban aquella efervescente factoría de tebeos juveniles. Todos ellos respondían a arquetipos convencionales cuyas aventuras se desarrollaban en un entorno inmediato, mientras que La Gordi pertenecía al mundo intransferible de soledad, psicodelia y surrealismo de su creador.

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Sin embargo, es imposible cartografiar el universo de Nicolás sin invocar a sus hermanos y hermanas del alma: John Lennon, Fellini, Patti Smith, Miguel Mihura o Lorca, siempre Lorca. Porque La Gordi era ante todo una criatura lorquiana, unida a través de un hilo invisible a aquel ‘Paisaje de la multitud que vomita’ de Poeta en Nueva York (1940). En su poema, Federico llameaba con sus imágenes apocalípticas alrededor de una “mujer gorda que vuelve del revés a los pulpos agonizantes”, “arrancando las raíces y mojando el pergamino de los tambores”, y los versos prendían como una bengala en la imaginación de Nicolás. Años más tarde, la idea rebrota como un pedazo de carbón ardiendo. ¿Por qué no transformar a ese personaje que anuncia una destrucción inminente en una heroína de tebeo benefactora, resignificando positivamente su gordura?

Nicolás, en su casa-museo./ Mireia Pérez

Nicolás, en su casa-museo./ Mireia Pérez

Lorca es mi hermano y le quiero”, explica el dibujante desde su casa-museo de Chamartín de la Rosa. “Ahora mismo se está preparando una edición de La Casa de Bernarda Alba con mis ilustraciones, con mi grito de amor. Lorca era una nueva criatura en conexión mágica con las mujeres; el niño perdido buscando a la madre / luz; la sangre de las heroínas y los héroes. En mi amor secreto por Lorca volví del revés a su apocalíptica mujer gorda, y fueron de pronto los versos de un nuevo poema de rebelión e inocencia”.

Ese poema alternativo desemboca finalmente en un cómic sin antecedentes conocidos en la historia del medio. Oronda, encajada en un traje de astronauta y de puñetazo fácil cuando se trata de combatir las injusticias, La Gordi fue la primera -¡la única!- heroína feminista, ecologista y anticapitalista en surcar el espacio: un escenario metafórico en el que Nicolás proyecta su propia desconexión de una realidad que se le antoja inhabitable; su exilio en el territorio de la fantasía y los sueños.

Todo arranca, como dijimos, a comienzos de los años ochenta. Tras un largo fogueo como colaborador en Disco Exprés, La Codorniz o Semana, y después de ser rechazado en el semanario satírico El Jueves, Nicolás decide remitir a Bruguera una muestra de su trabajo. En el sobre incluye algunas historietas de perfil medio, fácilmente vendibles, pero también esta extraña propuesta experimental, con un grafismo multicolor influido por la vertiente más ácida de la obra de los Beatles. Los hombres de la editorial reciben la carpeta con sapos y culebras, incapaces de asimilar su contenido. Sin embargo, el sector femenino –encabezado por directivas y guionistas como Mercedes Blanco o Montse Vives- cierra filas en torno al personaje: les seduce su sintonía con el lenguaje callejero, su ternura, su raro potencial revolucionario. “Ellas fueron las únicas que supieron ver mi alma de mujer en mis colores mágicos –prosigue Nicolás-, en mi inocencia sin leyes, en el corazón de La Gordi. Fue un amor instantáneo de espejos”.

Página de La Gorda de las Galaxias

Desde el principio, sus dos páginas mensuales en Zipi y Zape –cuidadosamente compuestas a base de rotuladores Carioca- vuelan hacia Barcelona con la misión de estimular el inconformismo de los lectores y lectoras, a quienes Nicolás imagina como los “niños de la revolución” de la canción de T.Rex. Bajo la lluvia de colores, desperdigados como tesoritos entre los guiones, suele introducir guiños codificados a sus películas, libros y grupos favoritos –Taxi Driver, Frankenstein, los Rolling Stones-, esperando que funcionen como semilleros de pensamiento crítico. En la superficie, la narración se reduce siempre a un esqueleto básico: normalmente tenemos un planeta de diseño pop art, donde la convivencia pacífica es alterada por un repentino golpe de violencia o codicia. El supervillano que encarna la amenaza puede ser el Profesor Malvadus o el Doctor Antipaticus, eso no importa, porque siempre es alguien ridículo que encuentra su némesis en La Gordi: un torbellino de empoderamiento concentrado, que tarda como mucho una página en aplastar al abusón y restituir la armonía cósmica.

La nueva criatura choca frontalmente con la política conservadora que define a Bruguera en ese momento. Sin ir más lejos, basta con bucear en los viejos números de la revista Zipi y Zape para certificar la escasa presencia de protagonistas femeninas en sus páginas, con excepciones no demasiado memorables. Es el caso de Montse, la amiga de los animales (Enrich, 1978) o Roquita (Gosset, 1979): piezas de humor blanco con un fondo de rebeldía amable, a años luz del grito libertario que La Gordi trae consigo. En resumen: la sensación general es de blindaje del ‘statu quo’, algo en lo que Nicolás parece estar de acuerdo. “Sin embargo, mi corazón gritaba todo lo contrario. Un feminismo libertario de amor y puñetazo, una explosión de mujer haciendo saltar por los aires la patética división entre lo masculino y lo femenino. La Gordi era una revolución surrealista de candor y belleza”.

Para encontrar una transgresión femenina de alcance similar en la historia de Bruguera tendríamos que remontarnos hasta finales de los años cuarenta, cuando Manuel Vázquez presenta en la revista Pulgarcito a Las Hermanas Gilda (1949), sátira salvaje de la institución familiar en el corazón del franquismo. Serie que coincide en el tiempo con otra creación negrísima del dibujante Jorge, Doña Urraca (1948): una anciana enlutada que disfruta aplaudiendo en los funerales y empujando a los ciegos, impelida por una suerte de maldad abstracta. Nicolás se recuerda hechizado por este último personaje, emocionado al distinguir en el fondo de sus viñetas un poso de soledad inconsolable, invisible para la mayoría. “Me gustaba saborear a Doña Urraca como un caramelo de azabache y magia negra. Su amor prohibido, su soledad ansiando otro mundo. Siento un cariño infinito por las criaturas puras, por los seres fuertes e indefensos, por los monstruos asustados y valientes”. Así, evocando la obra de Jorge, Nicolás localiza un vínculo con su propio universo de La Gordi, otra “criatura marginal que busca un amor purísimo entre las piedras”.

Aunque él mismo se desenvuelve como un verso libre, varios episodios de censura interfieren en su albedrío creativo dentro de Bruguera. “Me prohibieron los fondos negros y me quitaron algunas palabras. Una de mis criaturas quedaba “en pelotitas” y la censura lo dejó en “desnudito”. Y después está la mítica viñeta del increíble Hulk haciéndose monjita, un estallido total de la más inocente subversión sexual”. Nicolás se refiere al episodio en que La Gordi neutraliza la agresividad del héroe de Marvel transformándolo en una novicia, una resolución que la editora rechaza por sus implicaciones sexuales y religiosas. Por lo demás, el dibujante dispone siempre de carta blanca para dar rienda a su heterodoxia, ganándose entre sus compañeros una reputación de marciano entre humanos. “Desde niño he vivido esa sensación en el arte y en la vida. Lennon lo decía: ‘Cuando eres distinto, realmente distinto, sólo te tendrás a ti mismo y te dirás: resiste’. Únicamente los seres de corazón mágico podrían comprenderme: (el dibujante sordomudo) Jan en su mundo interior de Pulgarcito, Sanchís en su universo de Pumby…o Lewis Carroll”.

Por delante de todos ellos está su madre, Felisa, una mujer de espíritu anarquista a la que Nicolás concede el crédito de ser la auténtica creadora de La Gorda De Las Galaxias. “Era mi hermana, mi amiga y mi vida. Fue una niña diferente, una niña lorquiana que sangró toda la sangre de Víctor Jara. Ella me hizo a mí también una niña de otra vida”. En última instancia, es Felisa quien transfiere a La Gordi su perfil de figura maternal, protectora, aunque desprovista del matiz de sentimentalismo que tradicionalmente han propagado los cuentos infantiles. Muy al contrario, a Nicolás le gusta pensar que su criatura tiene algo de Anacaona, la cacica taína del siglo XV que se enfrentó a los conquistadores. “Como mi personaje y como mi madre, Anacaona era el emblema de un mundo asesinado. Una mujer legendaria y guerrera enfrentándose a un mundo de canallas. Violada, torturada, ahorcada en medio de la masacre. En ella había un ansia de cambiar la vida, como quería Arthur Rimbaud. Pero La Gordi también tenía algo del anarquista Durruti, enfrentándose a quienes masacran la vida inocente”.

Enredadas entre recuerdos a guerreras y poetas, en nuestra conversación surgen también las voces de los mitos del rock’n’roll, muy importantes en la configuración del amplio mundo interior de Nicolás. En lo alto del olimpo está Patti Smith. Al escucharla por primera vez, el dibujante queda colgado en plena pausa, incapaz de distinguir si se trata de un hombre o una mujer. Sin embargo, cae inmediatamente prendado del misterio que encierra su poesía y su voz. “Patti Smith era la chica / chico que busqué a través de lo imposible, siglo tras siglo y vida tras vida. Y la encontré de pronto en 1975, con diecisiete años, cuando mi madre me trajo su disco Horses. Fue como un sueño de vida”. Como le sucede a la cantante, la bisagra entre lo masculino y lo femenino siempre ha sido un territorio natural para Nicolás. Sin embargo, su exploración se traduce en un hostigamiento feroz en el colegio, parcialmente recreado en las memorias inéditas El Dulzor De Los Alacranes (1992). La experiencia del acoso también relampaguea en las páginas de La Gorda De Las Galaxias: “Esa cuestión es una cerbatana dando en el corazón del relato, porque la gran misión de La Gordi era rescatar a mis lectores y lectoras de un mundo brutal. En realidad sigo siendo la niña / niño de entonces, buscando el amor que ese mundo me ha negado”.

Un mal día de 1988, cuando la editorial Bruguera es ya un gigante hundido y se transforma en Ediciones B, los alacranes regresan para asesinar definitivamente a La Gordi. La serie pasa entonces por su etapa más experimental, caracterizada por composiciones formales particularmente arriesgadas -viñetas derretidas, explosiones cromáticas, diseños muy barrocos- y los responsables del sello deciden que el personaje ya no encaja en su nueva línea editorial. “En 1987, Mercedes Blanco renació a La Gordi en los nuevos tebeos de Ediciones B. ¡Era la estrella en las páginas centrales! Pero al irse mi amiga quedé indefenso, sin ese amor de mujer que me protegía, y La Gordi sufrió el destino de Anacaona”. Aún herido de muerte, Nicolás continúa creando en estado febril. En 1990 lanza uno de sus álbumes más queridos y radicales, Mermelada Y Dinamita, armado con collages apocalípticos e ilustraciones basadas en el repertorio de los Beatles. Después llega un amplio reguero de encargos y colaboraciones en fanzines, además de numerosos poemarios y novelas que nadie se arriesga a publicar. Sin el amparo de sus valedoras, entra en una situación económica vulnerable: un desierto del que ahora empieza a salir, gracias a un vasto círculo de seguidoras y seguidores volcados en la reivindicación de su obra.

Para él, todos ellos son “mis niños de la revolución, mis niñas eternas y hermanas. Pienso en el rock de La Gorda De Las Galaxias, que el trío femenino Paisana convierte en himno de mi disco Sonámbulo¹. En la dibujante Mireia [Pérez], abrazándome cuando me muero. En María, la criatura dorada. En Joanna, una cantante punk divina”. En sus agradecimientos, no quiere olvidarse del alumnado de un colegio de Madrid, al que acudía recientemente para compartir sus vivencias y sus dibujos de inocencia y furia. De allí trajo la carta que ahora comparte conmigo, donde una pequeña heredera de La Gordi se despide de él con cinco palabras cargadas de futuro: “¡Nicolás, tenemos mucha fuerza dentro!”.


  1. En enero de 2017, el sello Discos Walden editó el LP recopilatorio ‘Sonámbulo, un proyecto colectivo con canciones inspiradas en la obra de Nicolás. Los beneficios íntegros generados por el disco están destinados a ayudar económicamente al dibujante. Además, una antología de la serie fue publicada en 2012 por la editorial Mamut Cómics, bajo el título “La Gorda De Las Galaxias Vol. 1”

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