Victorias de las ladronas victorianas

Victorias de las ladronas victorianas

Si alguna vez te ha dado por estirar el brazo y hacerte amiga de lo ajeno (¿acaso existe alguien que esté libre de pecado?) estoy convencida que te va a fascinar esta curiosa estampa del siglo XIX.

El departamento de guantes de la Galería Lafayete, una de las fotos que incluye el libro

El departamento de guantes de la Galería Lafayete, una de las fotos que incluye el libro

¡Pero qué bonita se pone la vida cuando llega la primavera! ¡Pero qué felicidad da ver el verano y nuestros bigotes sudados a la vuelta de la esquina! Llevo unos días que tengo un subidón que no me tengo. Así que me voy a sentar para contaros esto. No vaya a ser que me dé una lipotimia. Hoy voy a hacer algo inusual en mí. Hoy voy a hacer algo que hasta ahora no había hecho en esta sección, ni en la anterior. Hoy voy a hacer algo que no quiero que siente precedente, pero que sí sea un antes y un después. Sabéis que estoy chapada a la antigua y soy de ideas fijas inamovibles, ya que practico mi peculiar coherencia a pies juntillas… y a pantorrillas juntillas… sobre todo ahora con este bochoooorno, que se me solapa una pantorrilla con la otra, por aquello de que llega el buen tiempo y me suda todo.

Bien. Bajé hace cosa de un mes a la redacción de Pikara haciendo gala (freed from desire, mind and senses purified, nanananananannaaaa) de una inusual sociabilidad, y al preguntar si había llegado alguna obra interesante de mi estilo (es decir, que pudiera entender), allí que me encuentro el peazo de libro de Nacho Moreno Segarra. Miré el título entre desconfiada y enamorada: Ladronas victorianas. Cleptomanía y género en el origen de grandes almacenes. ¡¿Cómo te quedas?! Ya con esto sólo, puedo darle al intro y dejar de daros la brasa, con la convicción absoluta de que entraréis en Google y buscaréis más sobre este fascinante tema. ¿A que sí?

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Pues hay más. Sin ser premio nobel en lectoescritura ni nada, tú vas, coges el ejemplar entre tus manos, lo abres donde sea, y hay fotos. Pero no me vayáis a mal interpretar. No fotos, así insípidas, rancias de estas… hay fotos del año de la polca, reales, que vas a querer fotocopiar, enmarcar y colgar por tu casa. Sufragistas que acaban de destrozar un cristal de un gran almacén y están siendo detenidas por la policía que las lleva prácticamente en volandas por la calle. Escaparates de mil ochocientos y pico. El departamento de guantes de Galerías Lafayette en mil novecientos, donde pueden verse los estudiados atuendos de las féminas de antaño. Bueno, el caso es que yo miré a June (una de las coordinadoras del magazine) así como con cara de gato de Shrek y murmuré: “¿Este me lo puedo quedar?” Sé que respondió algo. Vi que movía los labios. Pero no tengo claro qué contestó. El caso es que en mi recuerdo sólo he quedado yo conmigo misma negociando tipo: “Bueno, pues si te lo piden, dices que lo has perdido, o que se te ha caído al barro. O no respondes a ese mensaje”. Empezar esta historia de la cleptomanía robando el libro, sí señora. ¡No podía ser de otra manera!

Bueno, pues como (no) os decía, yo (no) reseño libros de tíos, menos cuando (no) me apetece. Y este sugerente escrito que no va a dejar indiferente a absolutamente nadie (no el mío, el suyo), creo que merece una mención honorífica aquí y en todas partes. ¿Por dónde empiezo? Vale. Quiero comenzar diciendo, que para una antisocial relativamente sociable como yo, saber que existe una editorial que se llama Antipersona, es algo así como de traca. Siendo la lectura un hobbie solitario, en el que lees lo escrito (en soledad) por otra persona sobre otras personas… pues nada… ¡un aplauso! Hay nombres para todo, oiga, y yo que me alegro. Esta alhaja de 250 páginas ha sido publicada en febrero de 2017, o sea ayer. Llamarlo actual es poco. ¡Acaba de salir del horno y está calentito! Además, el autor es una de esos generosos seres que permite distribuir su contenido con posibilidad de ser copiado y comunicado libremente sin parné de por medio. En los tiempos que corren (o que en vez de correr, más bien reptan, pero se entiende), en los que el reconocimiento y la pasta mandan, ver este tipo de buenas acciones dadivosas siempre me alegra. Así que allá que vamos a distribuir conocimiento a diestro y siniestro. Espero no hacer ningún spoiler imperdonable. Voy a contaros lo que se me ha quedado.

Este escrito se divide en cuatro partes: una introducción comodiosmanda, ladronas victorianas, conclusiones, agradecimientos y una disculpa. No voy a destripar demasiado, pero sí subrayo que casi muero de ternura cuando el autor da las gracias, entre otras, a quien le enseñó a leer y escribir. ¡Me encanta! ¡Y es que no lo hacemos suficiente! ¡¡Arriba las maestras!! ¡Desde aquí doy las gracias a Edurne, la maestra que estando yo en primero de EGB, me enseñó a usar el lápiz para escribir cosas como ama, amama, mamua, haciéndome sentir la reina de la barraka. ¡Gracias, gracias y más gracias! ¡¡Mi vida es la que es, gracias a ti!!

Añado que el autor pide disculpas porque puede ser que quizás algunos de los enfoques o comentarios de su texto apesten a neurotipicismo por los cuatro costados. El respeto explícito a las neurodivergencias, y los términos en sí, para mí son algo relativamente nuevo que sólo he interiorizado de un año y pico a esta parte. Y os remito a este post, para quienes no sepáis de lo que estoy hablando.  Como la cleptomanía se ha dibujado desde un discurso psicológico con connotaciones que te dejan de todo menos indiferente, el autor teme haber caído en posibles ridiculizaciones por las que pide perdón de antemano. Desde que se me dio un toque por ir de listilla, he cuidado lo que decía en estas líneas, pero yo también la cagué en múltiples ocasiones en su día, y lo cierto es que lo siento. Porque con la gente vomitiva que tenemos por encima haciendo el mal, para meternos con ella, ¿para qué caer en ridiculizar a quienes ya viven estigmatizadas? Sé que cuesta cambiar lo aprendido, pero mirémonoslo y hagamos el esfuerzo. No banalicemos la locura. Digamos realmente lo que queremos decir.

Pues hala. ¡Vamos allá! Todo empieza cuando Moreno Segarra explica al detalle esa inevitable necesidad por consumir, por disfrutar de ese superplan que consiste en amasar cosas, todas las que sean, para tener, para fardar, para llenar ese tremendo vacío desolador que muchas (¿todas?) tenemos dentro. Entonces, resulta que a veces cuando una no tiene para comprar, decide coger lo que no es suyo sin permiso. Lo que simple y llanamente suele llamarse robar, vaya. Otras veces, puede suceder que una tenga dinero suficiente para comprar aquello que quiere/necesita, pero elige metérselo en el bolsillo y disimula para que nadie se dé cuenta, porque le da subidón, porque se aburre, porque sabe o porque puede… se roba por millones de motivos diferentes. Y paro en seco para decir que ahora me entra la duda sobre si esta segunda afirmación es clasista y hay algo que me estoy perdiendo, por ser parte de este grupo acomodado burgués y blanco que tiene las necesidades básicas materiales cubiertas, pero decide que no es suficiente y quiere más. De hecho, el mismo autor hace referencia a que el “privilegio de delinquir con calma”, sólo esté reservado para unas pocas. Pero bueno, que si estoy cometiendo un sacrilegio y doy mucho asco, me avisáis, que ya sabéis que una está en constante revisión. Lo dicho, que si universalizar esto no procede, por ser una realidad que sólo compete a las privilegiadas, se quita. Prosigo con lo aprendido.

Las líneas de esta joya, desde muy al principio, nos ilustran esa necesidad de passing que todas sentimos dentro: de ser lo normal, de tener lo que se lleva, de hacer lo que mola. Y a la vez, lo acompañamos de ese pequeño gran complejo de impostora que sólo es absolutamente gustoso cuando nadie se entera de que estás en un lugar que por equis motivo supuestamente no te corresponde. ¿Me pillarán? ¿No me pillarán? ¿Doy el pego?

En la época victoriana el ideal de mujer por antonomasia era la señora bien, adinerada, discreta y elegante que se paseaba por los grandes almacenes con el suficiente nivel adquisitivo como para intercambiar dinero por algo en lo que ocupar su (¿valioso?) tiempo. En el otro lado del ring, tenemos a la dependienta que trabaja de sol a sol, que tiene que luchar por su derecho a contar con una silla en la que sentarse cuando está al borde del colapso (¿sabíais que la ley del descanso dominical y la ley del descanso de la silla se pelearon en el año 1912? A mí me lo ha enseñado Nacho) siempre sonriente, con un único objetivo: hacer realidad todos los deseos de quien puede comprarse una vida mejor. Para contextualizarnos un poco, también debemos recordar, que —¡paradojas de la vida!— relacionar cleptomanía textil con la categoría mujer es de traca, habiendo sido nosotras desde siempre teníamos la responsabilidad de confeccionar la/nuestra ropa, para después comprarla y finalmente robarla. ¿¡Cómo hemos llegado hasta aquí!? Fácil. Este libro te lo explica de pe a pa.

Portada 'Ladronas victorianas'Pero no solo eso, también encontramos una disertación sobre “el buen gusto como un modo de autocontrol” y el esfuerzo por autorregularnos para encajar en la estética que toca, tanto en la física como en la que a trapitos se refiere. Hasta tal punto que las propias tiendas, al ver el tirón de las sufragistas y su capacidad de compra, crearon kits sufragistas. Y digo yo… oh my dog! ¡La historia se repite! H&M nos intenta vender camisetas con mensajes supuestamente radicales y lemas tipo “you don´t control me”, mientras, como denunciaba una acción de un vídeo de las Scum Grils, pagan dos duros a quienes confeccionan esa misma ropa supuestamente liberadora. ¡De ninguna manera! ¡¡Qué asco de mundo!! En fin. Luego tenemos también los consejos de moda de las sufragistas compradoras, frente a las que los rechazaban rompiendo cristales por considerarlos “un peligro corruptor que fomentaba el egoísmo, la dependencia y la superficialidad”. Lo de que te recomienden ir bien arreglada para romper con el sambenito de machorra o solterona, no es cosa de antaño tampoco. ¿No? Es algo tipo: “Haz ruido pero en silencio”.

Podría extenderme horas comentando y reproduciendo lo aprendido en este regreso al pasado (porque recordad que todo lo que digo en este artículo, que no tenga que ver con mi vida, es una cita sin comillas que le hago a Ladronas victorianas), gracias al que parece que ves por un agujerito todo el percal que se movía antaño. Pero creo que me estoy pasando de explícita, y al final el encanto de todo esto consiste en no revelar demasiado. De modo que sólo añadiré que hay mogollón de referencias literarias en las que el autor se apoya para ilustrar los acontecimientos que relata: Zola, Baudelaire, Charlotte Brönte, Oscar Wilde o hasta ejemplifica usando a la erudita de todo, Emma Goldman. No son moco de pavo, ¿o qué?

El tono del libro es preciso como una bala, pero desenfadado y divertido. Hay momentos en los que Nacho Moreno Segarra te da el gusto de (mediante acotaciones) comentarte lo que le sale del moño en un tono jocoso humorístico que hace que te sientas como si estuviera a tu lado en ese preciso instante, narrándote los hechos. Yo, francamente, no sé quién es Nacho Moreno Segarra, pero Bea, que es mi gurú de todo (yes you are!!), me dijo que tenía un blog que se llamaba Palomitas en los ojos. Ahora que escribo estas líneas es la primera vez que lo pincho. ¿Le echamos un vistazo? En cualquier caso, te aseguro sin titubear, que tú terminas de leerle, y este hombre te cae bien. Te lo digo. ¿Qué te apuestas?

Pues esto es todo, queridas. Si alguna vez te ha dado por estirar el brazo y hacerte amiga de lo ajeno (¿acaso existe alguien que esté libre de pecado?) estoy convencida que te va a fascinar esta curiosa estampa ambientada años a. Es fácil de leer, es ameno, es divertido, cumple una función absolutamente informativa además de lúdica, y yo creo que si no te lo lees, o pides a alguien que te lo cuente, te estás perdiendo cosas.

¡¿A qué esperas?! La victoria de todas las ladronas victorianas, sería robarnos con este libro unos días en los que hacer justicia a quienes, desde el feminismo blanco burgués más follonero y menos “correcto” (las feminazis de la época, que decía Magdalena Piñeyro el otro día), nos abrieron camino a las que vivimos por el hemisferio norte… ¿¡Y te lo vas a perder!? ¡NOOOOOOOOOO! ¡¡Si hace falta te lo compro yo!!

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