Relato lesbo-erótico

Relato lesbo-erótico

¿Qué sentirá nuestra protagonista cuando se descubra en la cama con Sara, la mujer que tanto desea y su novia Lourdes? La tensión de esta historia te dejará sin aliento.

29/04/2017

Texto anónimo

Dos mujeres se besan en el espacio público

Fotografía de: °]° a través de Foter.com / CC BY-NC-ND

Era una noche oscura la primera vez que hice un trío. La verdad: no lo vi venir. Incluso sentada en la cama con ellas, no lo vi venir. Puede parecer bobo; tal vez fuese porque nunca lo había hecho, que no se me ocurrió que fuese a pasar, incluso cuando me estaba besando con las dos, me costó darme cuenta de lo que iba a pasar. ¿Si lo deseaba? La verdad, no me paré a pensarlo, simplemente sucedió.

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Recuerdo la primera vez que vi a Sara. No sabría explicar la atracción inmediata mutua que sentimos. Estábamos en un congreso feminista, con mujeres que habían venido de varios países de América Latina y se sentía, además del calor intenso de las primeras lluvias que comenzaban a alcanzar el trópico, el propio calor de las emociones que nos rodeaban.

Estaba junto a una amiga vendiendo libros que habíamos traducido del inglés al español para divulgarlos mientras su hija corría alegremente al rededor, hablando con todo el mundo. Flor, que era como se llamaba la pequeña, insistió en que quería un helado y acabé yendo con ella a buscar al hombre que minutos antes había pasado cerca de nosotras vendiendo polos de frutas. Flor me arrastraba del brazo cuando se soltó y abrazó a Sara. Al parecer, ya se conocían, por lo que imaginé que sería amiga de su madre. Tras un breve abrazo, salió disparada con su habitual energía y me dispuse a ir detrás de ella cuando nuestras miradas se cruzaron por unos segundos. Quien piense que eso es amor a primera vista, se equivoca, es sólo deseo. El amor no surge de la mirada. De una mirada pueden surgir muchas cosas como simpatía, complicidad, entendimiento, sororidad o incluso odio. Espero que el amor sea más que una mirada apresada en el vestíbulo de un evento feminista. Lo que sí hubo es reconocimiento, contacto de energías que tenían algo que comunicarse, tal vez verbalmente, tal vez con los cuerpos.

Horas más tarde, mientras recogía para marcharnos a la fiesta que habría horas más tarde, entré a buscar a Nieves, mi amiga, que había entrado a escuchar una de las charlas. Allí en el hall la encontré sentada conversando con Sara mientras Flor saltaba alrededor suya como si su energía nunca se acabase. Me senté con ellas y Nieves nos presentó: fue una conversación rápida, pero duró lo suficiente para volver a sentir su potente mirada sobre mí. Tenía los ojos grandes, de un marrón intenso y el cabello corto, era delgada y con la ropa ancha, y tenía mucho vello con gran orgullo. Se nota el orgullo de quienes no se depilan y desafían con ello al mundo. Habrá quienes pienses que la no-depilación es una banalidad o un hecho poco transcendental, pero quienes hayan dejado de depilarse, creo poder afirmar, entenderán que es un grito de lucha contra unas sociedades que nos llamarán de sucias, bolleras (a mucha honra) o cualquier otra cosa sobre la cual nos levantaremos con más orgullo y reafirmación que nunca. Me gusta ese tipo de poder de revolución que nace (literalmente) de nosotras y que en su banalidad, en su existencia inevitable, levanta la cólera de quienes nos rodean y no nos comprenden.

Cuando nos levantamos para irnos le pregunté si iba a la fiesta y me dijo que no, que ella y su pareja tenían que coger un avión a primera hora de la mañana siguiente. A la salida nos despedimos sin más ceremonia y al día siguiente, cada cual volvió a la ciudad de donde vino dando por finalizadas las jornadas.

Meses más tarde, viajé a una región remota para trabajar. El trabajo en los campos de azúcar se había convertido en algo agotador. El ambiente altamente masculinizado implicaba una contra-parte en la cual yo tenía que actuar con extrema feminidad, falsa y actuada, que me agotaba más cada día, pero que mantenía como forma de supervivencia. Actuaba una vida falsa para poder llevar a cabo el trabajo e intentar ser respetada como persona, cosa que no parecía darse por hecho al tener tetas.

Fue así que un día, después de haber ido a un lugar cercano con uno de los contratistas, a la vuelta en el coche conversábamos mientras el sol se ponía en el horizonte. Yo ya tenía planes de salir de aquellas semanas de campo porque no aguantaba más. Al llegar a la ciudad se saltó el desvío en el cual debía dejarme y me alarmé. Traté de fingir que estaba todo bien, como si fuese una simple y mera equivocación y bromeando le indiqué su error. Él me miro de reojo y me preguntó si no quería tomar algo en su casa. Le dije que no, pero como hombre poco le importaba mi opinión. Pensé en saltar del coche, pero considerando como era la calle en la que estábamos no tendría escapatoria. Era un calle de tierra batida roja, al igual que el resto del paisaje, con casas gigantes con extremadas medidas de seguridad, cerradas a cal y canto, en una noche oscura, sólo alumbrada por las estrellas, ya que no habían puesto todavía alumbrado público. El corazón me latía muy fuerte. El hombre grande, de unas dimensiones sobre las cuales yo no podría manejarme, giró a la izquierda y, para mi terror, abrió con un mando una verja metálica. Si esperaba a que bajase del coche no podría alcanzarme corriendo, pero tampoco sabía hacia dónde correría pues no sabía dónde estaba ni hacia dónde se extendían las partes de la ciudad que yo conocía. Antes de bajarnos del coche, le pedí una última vez que me llevase a casa. Quería llorar. Mientras, se acercó a mí y me dijo que sería sólo un momento. Pude sentir su aliento, cerrado, apestando a alcohol, y quise gritar y llorar mientras me apretaba contra su boca a la vez que intentaba apartarlo de mí. Me bajé instintivamente del coche, y cuando la verja se estaba cerrando corrí hacia allí consciente de que se cerraría antes de que llegase. Antes de que me diese cuenta, me tenía presa, con todo su peso contra el muro. Sólo la intensa oscuridad nos rodeaba. En esa oscuridad empezó a tocarme las tetas y a meter la mano por mis bragas.

Después de aquella noche, decidí marcharme. Me sentía triste, sucia, desesperada, sin saber a dónde ir. No sé todavía de dónde inventé la idea (absurda) de buscar a Sara por Facebook y preguntarle si podía ir a verla. Ella me recordaba y me dijo que sí. No me sentía capaz de confrontar a mis amigas y explicarles lo que había pasado. No me sentía capaz de mirar a los ojos a nadie que me conociese, necesitaba desaparecer con urgencia. Aquella misma noche cogí un autobús que se dirigía a la ciudad donde vivía Sara.

Llegué con los primeros rayos del sol. Aunque me había pasado unas indicaciones de cómo llegar a su casa, me perdí. Lo cierto es que fue algo que agradecí: deambulé por las calles y desayuné en un puesto con una señora muy amable que insistió en mostrarme todos los manjares típicos de la región, por lo que acabe comiendo muchísimo. Es extraño cómo después de que te violen, una siente que todo el mundo alrededor se dará cuenta, pero realmente no es así. Te tratan normal, tú encuentras la solidaridad en la mirada tierna de una mujer de pelo canoso que te ofrece una tortilla y un café pero para ella no eres más que una muchacha perdida en las calles de una ciudad inmensa.

Tras varias horas deambulando, Sara me llamó preocupada y al poco rato llegue a su casa. Lourdes, su novia, me abrió la puerta y me dijo que Sara se estaba duchando. No es que esperase nada en particular de la visita, dos miradas hace meses realmente no significaban nada, pero me sorprendió que después de todo quien me recibiese fuese su novia. Era una casa bonita y antigua, muy desordenada porque había unos amigos suyos mudándose a los cuartos de abajo. Su cuarto estaba arriba, se accedía desde una amplia cocina con fuego de gas de hierro de los que ya es difícil encontrar. Desde la cocina, se accedía a un patio con grandes mangueras que daban sombra y una sensación de calma absoluta en medio de una ciudad enorme.

Mientras subía las escaleras detrás de Lourdes, me sentía tonta de estar allí, de haber escrito a Sara, de haber cogido un bus y haberme plantado en casa de alguien que ni conocía y estar entrando ahora en su cuarto detrás de su novia. Sólo oía un zumbido y mi voz interna diciéndome que era un ser estúpido y sin ningún tipo de noción. Lourdes sintió mi incomodidad y de una forma muy natural me dijo que me relajase, que ella se marcharía tras el almuerzo para que pudiésemos estar las dos juntas a gusto. Creo que eso me desconcertó todavía más. Sentía que había algo que yo me había perdido y que no alcanzaba a entender.

Estaba tan cansada después de una noche de autobús que vi la hamaca y dejó de importarme todo lo que sucedía alrededor. Dejé la mochila en el suelo y me tumbé en ella sin reparar en nada más. La hamaca estaba junto al balcón que daba a la copa de las mangueras. Sara salió del baño y me levanté sobresaltada a saludarla. Salió desnuda, me invadió una mezcla de sentimientos entre alegría por la naturalidad y la confianza, e incomodidad de no estar en el “mismo nivel” para conseguir hacer lo mismo en caso de que fuese yo quien saliese de la ducha. La saludé con cariño, me preguntó si estaba bien y le dije que estaba cansada. Lourdes me dijo que durmiese, que bajaría a hacer el almuerzo y me avisaría cuando estuviese hecho.

Después del almuerzo, Lourdes se marchó. Lavaba los platos con Sara mientras hablábamos de amigas en común y cómo de pequeño es el mundo. Tenía agua hasta los codos que empezaban a escurrir. El ambiente era fresco, con las puertas del patio abierto. Exclamó, mientras se reía, que lo estaba poniendo todo perdido y empezó a secarme con un trapo que había al lado. Nuestras manos se encontraron un segundo y las entrelazamos. Nos miramos. Sentí de nuevo esa sensación de atracción que habíamos sentido meses atrás. Sentí sus labios finos, primero un beso tímido, un beso cariñoso que se hizo más intenso y apoyó sus caderas contra las mías, que estaban presas contra el fregadero. Me cogió de la mano y subimos escaleras arriba. Tumbadas en la cama, muy cerca la una de la otra nos acariciábamos la cintura suavemente. Se me cerraban todavía los ojos de cansancio, y empezaron a venirme imágenes de aquel hombre que sólo quería borrar de mi mente.

Sara me dijo que se alegró recibir mi mensaje pero que le había sorprendido que le escribiese repentinamente cuando no nos conocíamos. Me disculpé y se rió diciendo que no era necesario, que no me lo decía como algo malo, aunque yo no pude evitar sentirme avergonzada. Puso su mano en la mejilla y mirándome a los ojos me besó y me preguntó qué era lo que había pasado. No pude evitarlo y empecé a llorar. Le conté lo sucedido y sin decir nada me abrazó. Es extraño cómo personas a las que no conoces pueden abrazarte y llegar a lo mas hondo de ti, exactamente donde necesitas, porque es donde la desesperación se está desgarrando y no encuentra cabida en otro sitio que en los brazos de alguien que, sin conocerte, sabe exactamente lo que sientes porque, probablemente, le haya pasado lo mismo.

Me quedé dormida de nuevo y al despertar escuché voces en la cocina, así que decidí bajar. Sus compañeros habían llegado alborotando todo el ambiente, hablando sin cesar y abriendo cerveza. Cuando uno reparó en mi presencia grito: “¡¡tú eres la amante sorpresa!!”. Atónita, quise que me tragase la tierra, pero el resto se rieron y pronto me encontré sentada con ellxs bebiendo y riendo.

Sara me propuso ir al día siguiente a un pueblo situado a unos 200km, para pasar unos días en la playa. Dijo que podríamos dormir en la casa que una amiga estaba construyendo. Le dije que sí y me preguntó si me importaba que viniese Lourdes, a lo que yo contesté que no y que no esperaba nada de nuestro encuentro. Ella me sonrió y, guiñándome un ojo dijo “yo lo espero todo”, y se empezó a reír. Después de cenar se marcharon a un bar. Entre las cervezas, la extrañeza y la soledad volvió a surgir el deseo y la urgencia de quienes han acallado demasiado tiempo al cuerpo que les llama.

Nos besamos con tanta intensidad que nos llegamos a golpear una boca contra la otra mientras nos sonreíamos. Metió sus manos tibias debajo de mi camiseta acariciándome con ellas mientras le besaba el cuello. Sentía su aliento entrecortado que me hacía ponerme todavía más. Caímos en un sofá que había en mitad de la sala de forma improvisada en medio del traslado. Rápidamente se incorporó y sentándose en mis piernas me rodeó con las suyas. Con la mano me levantó la cabeza para que la mirase y me quedé quieta, mirándole, me preguntó si estaba bien y si quería seguir. Dudé por un momento pero le dije que sí. Se quitó la camiseta y dejo expuestos sus pequeños pechos rodeados de vello negro alrededor de los pezones rosados. Me quitó la camiseta y el sujetador. La cogí de la cadera, aproximándola, y empecé a besarle el costado.

Se podía sentir el nerviosismo de la primera vez que follas con alguien y no la conoces. No sabes qué le gustará, qué le pondrá, qué le dolerá, qué querrá hacer, qué actitudes tendrá. Tenía el cuerpo tatuado, me detuve para mirarle los tatuajes unos momentos, me preguntó con una sonrisa si me gustaban y sin responderle me deslicé por el sofá haciendo que pusiese una de sus piernas entre las mías. Soltó un leve gemido y con fuerza me aproximó a ella, me recosté a lo largo del sofá para que pudiese ponerse más cómoda y nuestros cuerpos se encontraron y mientras nos besábamos soltó con habilidad mis pantalones y bajé el elástico de los suyos.

Al quedarnos desnudas sentí vergüenza momentáneamente de mi cuerpo. Son detalles del patriarcado de los cuales una no siempre consigue librarse fácilmente. Intenté concentrarme en el momento pensando en que si ella había llegado hasta ese punto ya sabía cómo era mi cuerpo y debía por lo menos, atraerle. Sintió mis pensamientos y me dijo que era hermosa mientras sentía su coño caliente y húmedo cerca del mío. Le agarré el culo para marcar el ritmo, con necesidad de aproximarla y sentir el roce mojado de nuestros coños, deslizándose, sintiéndose en un placer que recorrería el cuerpo. Ella me detuvo y mirándome sonriente me dijo “no tengas prisa”. Cambió las tornas, se apartó, tenía una rodilla en el sofá y la otra pierna en el suelo, cogió mis muñecas y me subió los brazos. Mientras me sujetaba las muñecas con una mano empezó a chuparme los pechos ayudada de la otra mano mientras me los estrujaba y los mordía y yo gemía de placer moviendo mi cuerpo buscando el suyo. Me solté y empecé a acariciarle la espalda con fuerza, sentía mi aliento entrecortado mientas le acariciaba deseando sentirla con más fuerza. Empezó a juguetear aproximando su coño al mío y sólo el roce de nuestros pelos húmedos provocaba suspiros de placer y deseo al mismo tiempo que hacía que estuviésemos más cachondas y más mojadas hasta que sentí cómo el flujo me empezaba a mojar los muslos. Creía que no lo aguantaría más cuando se aproximó y caímos en un profundo gemido al unísono, que acompañado del desenlace del placer esperado, se convirtió en un roce más rápido, más intenso y húmedo.

La aparté un poco de mí para poder besarle los pechos mientras nos movíamos en un sentir casi desesperado de esa espera contenida durante no se sabe si meses o minutos. Ella comenzó a gemir más fuerte, deseé sentir cómo se corría en mi boca. Le pregunté si podía chuparle y ella me sonrió, salí de debajo de ella y me senté en el suelo mientras me aproximaba a ella y le abría las piernas. Le besé las piernas mientras me aproximaba a su vello húmedo y con mi aliento notaba cómo su coño se constreñía. Esperando deseosa que llegase, pasé suavemente mi lengua entre los pelos de sus labios y gimió mientras yo soplaba para aumentar la tensión.

A ese juego, sabemos jugar todas pensé, y sonreí para mis adentros. Poco a poco, fui besando con más intensidad hasta que sentí todo su coño en mi lengua y en mi boca. Primero experimenté con todo, para medir qué era lo que más placer le daba. Sentí su coño ardiendo cuando metí mi lengua dentro de él. Sus gemidos se intensificaron y me cogió de la cabeza con la mano apretando y dirigiéndome. Con la mano derecha, la busqué y me la cogió poniéndola en su teta y la apretó con fuerza, cada vez con más fuerza mientras gemía hasta que en un grito ahogado cayó en el sofá mientras me tiraba del brazo para que subiera.

Me limpió con la mano su flujo, que tenía alrededor de la boca, y nos besamos. Mirándome fijamente me dijo “te toca a ti”, y antes de que tuviese tiempo de reaccionar, me tumbo boca abajo y empezó a pasar su lengua por mi espalda, por mi culo, mientras su mano se deslizaba entre mis piernas húmedas. Puso con habilidad sus dedos sobre mi clítoris. Estaba tan cachonda que no esperaba aguantar casi nada antes de correrme. Puso la otra mano sobre mi pecho y empezó a acariciármelo mientras mi aliento se entrecortaba y sentía cómo el orgasmo se aproximaba: sentí una necesidad intensa de que no parase, de que siguiese. Podía sentir más que nunca el orgasmo llegando, un orgasmo revolucionario de mujeres que se oponen al patriarcado que nos atormenta. Aquel orgasmo fue mi venganza de lo que es realmente el sexo y de lo que somos, me hizo sentir bien de nuevo y no por el hecho de tenerlo sino por todo lo que significaba.

Al día siguiente me desperté cuando la casa ya estaba en movimiento. Oí las voces tranquilas del desayuno, me puse mi pijama más elegante y sucio, y bajé. Sara me miró sonriente sin dejar de hablar con sus amigos intentado convencerles de que nos acompañasen esos días, pero ellxs se negaron en rotundo. Habíamos quedado con Lourdes en una hora, así que me apresuré.

Una hora después estaba preparada pero el resto no, ya que Lourdes había escrito diciendo que estaba atrasada. Finalmente, dos horas después salimos corriendo en dirección a la estación de autobuses y viajamos entre montañas bajas y verdes, pseudo-tropicales, durante cerca de cuatro horas hasta llegar a la costa. El pueblo era sencillo y bonito, pequeño y la casa estaba a medio construir todavía, pero tenía lo suficiente para poder pasar unos días. Llegamos cuando el sol ya se ponía y salimos a pasear por la playa en los último rayos para ver la puesta de sol, antes de volver para comprar y preparar la excursión que haríamos al día siguiente.

Me sentía tensa. No entendía la situación social ni mi papel en ella. Allí estaba yo, en un lugar que no conocía con personas que apenas conocía, como amante (creo) de Sara y su pareja. Decidí que la mejor estrategia era hacerme la distraída y hacer como que no me enteraba de nada. Pensé que cuando repartimos las habitaciones, considerando que había tres, me iría tranquilamente a una de ellas y haría como que nada iba conmigo, también porque prefería dormir sola; nunca me gustó demasiado dormir con otras personas, principalmente con personas que no conozco.

Estaba terminando de hacer la cama cuando Sara se acercó y se sentó en ella cogiéndome de la mano. Sentí toda la tensión atravesando mi cuerpo mientras me preguntaba a mí misma qué hacía allí. Dejé lo que estaba haciendo y me senté a su lado rígida. Me preguntó si estaba bien mientras me acariciaba la cara y me preguntó si estaba incómoda. Mostré toda mi capacidad de fingir que todo me parecía normal y natural cuando en realidad no estaba preparada para ello en ese momento de mi vida, aunque no paraba de pensar que ojalá tuviese ese tipo de relación, ojalá nos enseñasen a tener relaciones con una o varias parejas de una forma tan leve, tranquila, sincera y abierta como la de ellas pero la verdad era que, era la primera vez que conocía a una pareja con una relación abierta tan trabajada hasta el punto de tratar con tanta naturalidad el estar con otras personas. Me sintiendo tonta por no llegar a ese nivel de “estar”, cuando ni siquiera era conmigo, pero con la firme propuesta de trabajar mis futuras relaciones en esa dirección.

Le sonreí intentando parecer más sincera y principalmente menos tensa de lo que estaba, pero creo que no alcancé a engañarla. Se acercó para besarme al tiempo que oí la puerta del baño. Lourdes salía de la ducha, y la tensión volvió a atravesar mi cuerpo incapaz de librarme de los dictados culturales que nos enseñan sobre la monogamia, haciendo que yo fuese la única tensa por la situación. Lourdes apareció en la puerta del cuarto desnuda y se quedó mirándonos, yo la miraba disimuladamente de reojo sin saber muy bien qué hacer cuando finalmente ella se sentó a mi lado y me tocó la espalda suavemente con la mano. Volví a sentir la tensión y un millón de pensamientos atravesaban mi mente, principalmente la pregunta: ¿qué está pasando? Aunque parezca mentira la respuesta no era obvia para mí en aquel momento.

Sentí las manos todavía húmedas y frías de Lourdes en mi espalda y un escalofrío atravesó mi cuerpo. Sara se acercó a Lourdes y la besó. Yo seguía de espaldas a Lourdes y miré a un punto fijo intentando ordenar mis pensamientos mientras se besaban. Pensé que había llegado la hora de marcharme y dejarlas tranquilamente. Cuando me había decidido a hacer el amago, Lourdes me acarició la cara para que me diese la vuelta y nos besamos. Creo que fue en ese momento que empecé a darme cuenta de lo que estaba pasando. Me dejé llevar por lo que fuese a pasar, “total, ya estaba allí”, pensaba. Nunca había hecho un trío y no sabía muy bien cómo actuar.

Rápidamente descubrí una de las ventajas. La primera vez que follas con alguien hay una duda, un desconocimiento de cuál será el erotismo de la otra persona. Es un acompasamiento del sexo que se mejora con la práctica. Pero ellas se conocían entre sí, y como si lo hubiesen hecho millares de veces (que puede que sí pero nunca se lo pregunté) me dirigían la una sobre la otra para mostrarme los caminos y recorridos de sus cuerpos.

Sara se quitó rápidamente la ropa a pesar de que se notase el fresco de la noche y me desvestí también imitándolas al tiempo que Lourdes empujaba suavemente a Sara hasta ponerse encima de ella, con las piernas entrelazadas al tiempo que se besaban. Antes de que pudiese hacer nada más, Lourdes me cogió del brazo acercándome a ellas mientras se quedaba de rodillas encima de Sara. Sentí sus labios húmedos mientras nos besábamos con intensidad, con fuerza y me mordía suavemente los labios cuando sentí una mano que me acariciaba entre las piernas a un palmo del coño. De rodillas también sentía el pequeño pecho de Lourdes y la mano que no sabía a quién pertenecía. Abrí los ojos y miré de reojo a Sara, que tenía los dedos dentro de Lourdes, lo que hacía que gimiese de forma entrecortada en mi boca. Esto me provocó que estuviese cada vez más cachonda y no entendiese por qué la mano de Sara seguía todavía a esa distancia cuando yo ya sentía mis piernas mojadas de flujo. Busqué el coño de Sara y empecé tocarle sin preámbulos deseando que ella también comenzase… Y funcionó: en el mismo instante que metió dos dedos en mi vagina, dando como resultado un gemido inesperado que salió de mí y me echó para atrás separándome del placer de Lourdes.

Me acerqué al pecho de Lourdes, que tenía los pezones pequeños, muy oscuros y duros. Le lamía suavemente uno mientras sentía mi mano húmeda tocando el clítoris de Sara, nuestras respiraciones se acompasaron, Lourdes me apretó la cabeza y metí su pezón en mi boca chupándoselo con más intensidad, empezó a gemir más fuerte, todas empezamos a hacerlo. Mientras Lourdes me agarró una de las tetas y me la estrujó y empezó a pellizcarme el pezón, sentí un dolor mezclado con placer que me hizo desear que siguiese, aunque no sabía cuánto podría aguantar. Sara se incorporó haciendo que todas parásemos repentinamente y nos mirásemos, nos sonreímos, yo con un poco de vergüenza. Lourdes era esbelta y alta, con la piel muy oscura y ojos marrón muy oscuro y el pelo rapado. Con aquella luz que venía de la puerta abierta en la habitación vecina le brillaban los ojos increíblemente.

Las tres allí, de rodillas, formando un círculo desnudas, mirándonos por lo que parecieron minutos pero en verdad no transcurrieron más de unos pocos segundos. Se oían fuera las cigarras como una melodía constante. Sara se acercó y empezó a chuparme un pecho al mismo tiempo que me tocaba con fuerza. Me tumbé mientras ella seguía y Lourdes se puso detrás de Sara, que había bajado su boca hasta mi coño sin soltarme el pecho. Sentí su lengua en mi clítoris, sentí la diferencia de la temperatura de la humedad de su lengua a la de mi flujo, cómo movía su lengua dando vueltas a mi clítoris y luego cambió: empezó a lamerme todo el coño deteniéndose unos instantes en el clítoris antes de bajar de nuevo. Abrí los ojos: al ver la escena, un ardor me recorrió todo el cuerpo.

Me encantaba verlas follar, me encantaba ver lo que hacían, cómo disfrutaban y verme envuelta en ello. Sara tenía el culo levantado y Lourdes, detrás de ella le metía dos dedos en la vagina con una mano mientras que con la otra, metida entre sus piernas, le masturbaba el clítoris, ese era el movimiento que marcaba el ritmo. Cuanto más las miraba mas cachonda me ponía, puse mi mano sobre la cabeza de Sara queriendo alcanzar a Lourdes y hacerle sentir lo que nosotras sentíamos. Deseé como nunca sentir el coño húmedo de las dos en mi boca. Me incorporé sobre los codos y me separé, Lourdes no paró de tocar a Sara, me acerqué al borde de la cama donde Lourdes estaba de rodillas con las piernas abiertas, las dos subieron sin dejar de follar mientras las miraba. Abrí un poco más las piernas de Lourdes y puse la cabeza debajo y empecé a chuparle el coño. Tenía el coño bastante depilado y sus pelos cortos se chocaban contra mi boca dándome un cosquilleo mientras ella, que ya sólo masturbaba a Sara con su mano por los labios menores y el clítoris, se inclinó apoyando una mano en la cama. Oía a las dos gemir, Sara cada vez más fuerte. Con cada sonido de la voz ahogada de Sara sentía cómo aumentaba el flujo de Lourdes hasta que tenía todo alrededor de la boca con su flujo y no dejaba de mover las caderas sobre mi boca. Le cogí el culo para acompañar su ritmo con el mío. Los dos ritmos se intensificaron tanto… sentí las piernas de Sara rígidas en un silencio y luego relajadas, se apartó. Lourdes se echó a un lado un momento y me cogió del brazo para que llegase a la altura de la almohada y volvió a colocarse en la misma posición pero ahora apoyaba las manos contra la pared. Sara se tumbó a mi lado y comenzó a masturbarme. El simple tacto de las yemas de los dedos en mi clítoris desprendió un latigazo de placer por todo mi cuerpo. Mis gemidos se ahogaban en el coño de Lourdes, pero aún alcanzaba a oír sus propios gemidos.

Cuando llegó el orgasmo, lo hizo desde muy adentro, retorciéndome todo el cuerpo. Apreté mi boca contra el coño de Lourdes con más fuerza y más intensidad queriendo transmitirle lo que sentía. Puse mi mano sobre la de Sara para que la apretase y sentir esos últimos instantes de placer después del orgasmo mientras movía mi lengua y rodeaba mis labios bajo el clítoris de Lourdes que se había quedado muy quieta y rígida, apoyándose en la pared. Gritó un último gemido de placer antes de retirarse hábilmente a un lado y quedar las tres apretujadas en la cama sintiendo nuestros cuerpos desnudos y húmedos con la respiración todavía entrecortada.

Me quedé despierta, con los ojos abiertos como platos, con millares de pensamientos en la cabeza incapaz de ordenarlos mientras uno me decía constantemente que me durmiese. Estaba apretujada y sentía mucho calor y el frío viento al mismo tiempo que entraba por la ventana abierta. Me incorporé un poco: parecían dormidas. Decidí hacer un movimiento estratégico y mudarme al otro cuarto para intentar dormir. Sentía el cuerpo cansado del día y de todas las emociones, pero era incapaz de dormir, pues me sentía tensa todavía. Con mucho sigilo me levanté, cogí mi pijama y me marché dando un último vistazo a aquella imagen que me pareció preciosa, y me sentí feliz de haber formado parte de aquella estampa aunque sólo fuera un rato.

Como había llegado me marché, sin previo aviso, sin tristezas, ni grandes palabras. Me despedí con un beso y un abrazo de las dos, en la puerta de la casa, y me dirigí a coger el tren, con la promesa de volver a vernos. ¿Quién sabía dónde? En un encuentro, de visita, en unas vacaciones… Desde allí cualquier camino parecía posible, por lo que me marché sin pensar cuándo sería la despedida o si la habría.

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