Norma-lización del cuerpo femenino

Norma-lización del cuerpo femenino

¿Cómo la construcción del cuerpo impacta sobre la construcción de la mujer? ¿En base a qué intereses socio-políticos y económicos se construye el cuerpo femenino? Una lectora reflexiona acerca de estas cuestiones.

15/04/2017

Elena G M.

Cuerpo femenino de un personaje de videojuego que aparece en bikini y con una postura amanerada

Fotografía de Bludgeoner86 a través de Foter.com / CC BY

La feminidad y los cuerpos femeninos han sido concebidos de formas muy diversas a lo largo de la historia. Lo que no ha variado, es la normalización y estandarización de las mujeres (sus comportamientos y sus cuerpos) en función de los intereses económico-políticos imperantes en cada época.

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En pleno siglo XXI seguimos asistiendo a debates sobre el cuerpo de la mujer y su regulación. Ejemplos de ello son: la legislación sobre el aborto, las políticas de planificación familiar, los cánones sexo-genéricos reproducidos por los medios de comunicación de masas, la estandarización genital y hormonal de los cuerpos, etc.

La construcción social de la mujer, en el contexto actual, se hace desde unas élites político-económicas en función de las necesidades del sistema productivo. Las élites académicas, jurídico-policiales e ideológicas se encargan de respaldar este orden social establecido mediante la sanción coercitiva (control de la natalidad, aborto…), por un lado, y la educación y la cultura por otro.

Para la acumulación de capital a costa del trabajo productivo, es necesaria la reproducción del factor trabajo. Esa reproducción conlleva mucho trabajo, pero es conceptualizado como trabajo reproductivo, el cual se naturaliza para posibilitar su gratuidad. Este trabajo reproductivo permite preparar y mantener a la mano de obra productiva (alimentarla, vestirla, cuidarla si enferma, reproducirla…), pero adquiere un estatus socio-político inferior.

La lógica bajo la cual las mujeres no son dueñas de su propio cuerpo se construye gracias a un orden segregado donde mujeres y hombres están en espacios político-sociales diferentes y jerarquizados que garantizan la perpetuación del sistema patriarcal (y capitalista). Esta pérdida de libertad y control de las mujeres sobre nuestro propio cuerpo tiene múltiples y graves consecuencias. La violencia y los asesinatos patriarcales son las expresiones más radicales de esta realidad, pero como bien sabemos, son el último peldaño de una kilométrica escalera. Peldaño que se desmoronaría sin los escalones previos.

Pero ¿dónde radica la importancia del cuerpo? Entre otras cosas, en la corporalidad de nuestras experiencias, que define y de-limita nuestra identidad y nuestro lugar en el espacio social. Nuestras experiencias biográficas se inscriben en el espacio concreto del cuerpo. Nuestras trayectorias vitales serán radicalmente distintas en función de que al nacer se nos clasifique como hombre o mujer. En base al tipo de cuerpo que se te asigne dentro de una visión binaria de la biología humana (construida socialmente), se construyen una serie de presupuestos de carácter comportamental. Así, reproduciremos los roles de género que se nos asignan a nuestro sexo “biológico”:

  • Desarrollaremos una sexualidad heteronormativa y monogámica.
  • Tenderemos a la maternidad.
  • Desarrollaremos mucho la empatía, la abnegación y la sensibilidad.
  • Tenderemos hacia empleos productivos de cuidados, artísticos, de secretariado…
  • Asumiremos las tareas de cuidados en cualquier relación personal (amistosa, familiar, laboral…).
  • Seremos dóciles y dependientes.

Si no se asumen estos mandatos de género, se activarán los mecanismos de sanción social por transgredir la norma.

El “ser” mujer (con todo lo que ello implica) es la consecuencia de una construcción social de la realidad con base sexo-genérica. Pero ello no quiere decir que no sea real: en el mundo en el que actualmente nos enmarcamos, y en su tradición histórica más inmediata (la cual delimita en buena medida nuestro marco interpretativo) las categorías sexo-genéricas en la que te enmarquen y te enmarques no son solo reales, sino definitorias.

El control sobre el cuerpo femenino supone un acto de violencia extremadamente coercitivo e indispensable para el mantenimiento del capitalismo. Las mujeres deben encargarse de la reproducción, el cuidado y el mantenimiento de la mano de obra productiva, subyugando su existencia a estos fines. Así, se crea y reproduce la desigualdad de base sexo-genérica delimitando las aspiraciones, funciones y trayectorias vitales de las mujeres a través del control del cuerpo (concebido como máquina reproductiva).

La importancia de estudiar este fenómeno radica precisamente en la invisibilización que se da del mismo a través de la naturalización de estos procesos. Mediante del control del cuerpo se construyen y potencian las desigualdades patriarcales. La mujer ha estado tradicionalmente excluida de la esfera política, pero no así su cuerpo, que ha sido regulado. El cuerpo de las mujeres ha estado presente en el debate político y social de forma constante, porque es el elemento central de la construcción de la “mujer” como grupo social subordinado.

Identificar los mecanismos que permiten la posición subordinada de la mujer en el espacio político y social nos permitirá subvertir esa dominación. Por consiguiente, revelar la naturaleza social de estos procesos, desmintiendo su supuesto origen biológico/psicológico natural, es una formación necesaria para toda feminista. Todo se reduce en último término a la asunción de un modelo sexo-genérico binario y complementario, o a la subversión del mismo.

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