Shake your booty

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31/03/2017

Gemma Sanahuja i Castellà

La primera vez que oí hablar de booty dance o twerking reconozco que se me escapó una risa infantil mientas mi cara intentaba esconder todos los prejuicios que me pasaban por la cabeza sin aviso ni permiso. La segunda vez, habiendo leído un poco más del tema, visto algunos vídeos y sobre todo, habiendo intentado desmontar ideas preconcebidas de tintes moralistas, decidí probarlo, bailar, mover las caderas, el culo y algunos músculos que no sabía ni que podía mover al ritmo de bounce. Pero llegadas a este punto, cuando ya me creía empoderada y segura de la elección, satisfecha del meneo que le ofrecía a mi cuerpo semanalmente, llegó el tercer encuentro. Esta vez era yo quien hablaba, o más bien, fui yo quien no habló. Todos los prejuicios, las ideas y la moral se convirtieron en una mano que me tapó la boca y en vez de decir “bailo booty dance” lo diluí con un “voy a clases de baile”.

No me lo podía creer, ¿en qué momento había decidido traicionarme? ¿En qué momento había decidido avergonzarme de la elección que sentía que tan bien le iba a mi cuerpo? ¿En qué momento la teoría feminista decidió desaparecer y ceder el espacio a la moral patriarcal? Pues simplemente, en el instante que recordé que a aquellos movimientos liberadores y destensionadores se les ha impuesto una etiqueta y una connotación que rima con palabras como “guarra”, “fresca”, “facilona” y que van acompañadas de miradas y sonrisas burlonas y censuradoras. Aquel instante en que choqué con la pared de una sociedad sexófoba y dónde, TODAVÍA hoy en día, las mujeres tenemos movimientos prohibidos. Sí, prohibidos bajo la amenaza de ser etiquetadas, juzgadas y clasificadas en la dicotomía puta/esposa. ¡Cuánto camino queda por recorrer!

Para desmontar todos estos muros que envuelven el booty dance, la bailarina y profesora Kim Jordan empieza sus clases y talleres con una explicación teórica de sus orígenes. No entiende que se baile sin conocer su procedencia: las calles de New Orleans en los años 90, movimientos de cintura para abajo marcados por el bounce, una rama del hip hop que en aquella época justo empezaba. También hace énfasis en saber quiénes son los referentes y uno de los nombres más repetidos es Big Freedia, exponente de la cultura Trans* de EEUU. Es importante saber esto para no caer en el error de creer que fue Miley Cyrus quien inventó estos movimientos, que comparten similitudes con bailes de la costa oeste de África, Centroamérica y Sudamérica. Tal y como decía Jordan en una entrevista de Aïda Camprubí en el portal Gent Normal: “Por desgracia hizo falta una estrella blanca de Disney para que llegara a todo del mundo”.

La danza, como expresión cultural no se escapa de la mirada patriarcal, machista y misógina que acompaña distintas facetas de la vida en nuestra sociedad (el que algunas ya empezamos a identificar con el “todo mal” cuando queremos evidenciar la invisibilización de las mujeres en todas las áreas de la sociedad. Y la cultura es una más). En el caso del booty dance es especialmente evidente la carga negativa que le aboca el patriarcado, ya que partimos de la base que incumple uno de los preceptos más sagrados para eeste: el goce del placer y del propio cuerpo (¡y en el espacio público!)

Por un lado, el placer ha sido algo censurado y castigado para la mujeres a lo largo de la historia y durante muchas décadas la sexualidad y el sexo tan solo se han concebido en términos de maternidad y reproducción. En este sentido, la mirada androcéntrica solo acepta que a través del baile se exprese y se sienta placer si va dirigido a los hombres. Que las mujeres bailemos para nuestra propia satisfacción choca con el sistema establecido. Por otro lado, las decisiones que afectan a nuestros cuerpos han sido cuestiones de debate público y han sido las leyes y los hombres los que han decidido qué podíamos hacer y qué no. Reapropiarnos de nuestros cuerpos, redescubriéndolos sin tabúes y sentir la conexión entre cuerpo y mente nos da poder, autonomía y libertad. Una libertad que evita la rigidez y nos ayuda a fluir sin dolor. Por último, que las mujeres también nos hagamos presentes en el espacio público, que tomemos los micrófonos y que ocupemos las pistas de baile rompe con la herencia ya demasiado pesada que nos vincula únicamente al espacio privado, a la casa.

Por todo esto, la danza (y en concreto el booty dance) es una liberación, una manera de hacer tambalear los esquemas patriarcales de la cultura y la sociedad. Una oportunidad para reconectarnos con nuestros cuerpos y bailando solas o en grupo conseguir agrietar a golpe de twerk los cimientos del heterocispatriarcado. ¡Mueve el culo!, Shake your booty!

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