No seré la empleada del mes (ni falta que hace)

No seré la empleada del mes (ni falta que hace)

Apuntes sobre la precariedad laboral unida a la discapacidad.

Texto: Anita Botwin
Imagen: Ana Penyas
02/03/2017

Ilustración: Ana Penyas

 

Soy tan precaria que mientras escribo este artículo, hago la comida, friego los platos y saco al perro. Bromas aparte, sólo saco al perro. Lo que sí es cierto es que la precariedad se ha instalado en mi vida y en la de tantas otras y parece que va a  quedarse. Echo la vista atrás y pienso, ¿cómo hemos llegado hasta aquí? Se supone que este iba a ser un mundo feliz, un mundo de baldosas amarillas con trabajo digno, salud y vacaciones de verano para mí, vacaciones de verano para ti.

Pero no.

Las cosas tomaron otro rumbo. La generación de Verano Azul mutó a la generación Gran Hermano. La Generación de penúltimos que luchan contra los últimos de la fila. Una sociedad en la que en lugar de rescatar a las personas que más lo necesitan, se rescataron a los bancos.

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Ahora, mientras sube el PIB, la luz, y el IPC,  buscas en los estantes qué marca de papel de WC es la más barata. Al menos aquí hay de eso, dirán algunos. A estas alturas ya es una obviedad decir que la pobreza laboral está aquí y tiene rostro de mujer. Asumimos que la precariedad ha venido para quedarse y en el caso de las mujeres parece sólo importarle a unos cuantos. Un país donde la brecha salarial entre hombres y mujeres en es del 24%, dato que se incrementa en el caso de las mujeres con discapacidad. Cerca del 70 % de las mujeres con discapacidad carece de un trabajo remunerado y la tasa de pobreza extrema triplica la del resto de la población. En cuanto a las pensiones de jubilación el dato es escandaloso porque las mujeres cobran un 40% menos que los hombres.

De fondo escucho en la televisión que los tres más ricos de España tienen lo mismo que el 30% más pobre.

Sigan circulando.

Lo más siniestro del capitalismo sumado al patriarcado y a la cultura judeocristiana es esa idea de culpa que tenemos en nuestro ADN. Si no consigo trabajar un día busco el látigo porque he sido una niña mala. Además, las autónomas no tenemos derecho a baja o si la tenemos creo que sí o sí salimos perdiendo. He sido muy mala. Me pongo alguna serie de losers para no sentirme la última de la fila y si me da por fustigarme aún más me pongo un dramón de una niña con cáncer terminal. Porque he sido muy mala y el mundo sigue su curso mientras yo no avanzo. Soy la niña con manguitos que nunca aprendió a nadar. No voy a ser la empleada del mes, nunca pondrán mi foto en ningún antro de comida rápida y tampoco quiero, que es lo peor de todo. Digamos que practico contra mí las ideas que jamás predicaría sobre la vida de los otros. Soy mi propia enemiga, porque mi enfermedad crónica y discapacitante funciona así. Mi cuerpo destruye mi cuerpo. Es más complejo que todo esto, pero no tenemos tiempo ahora para hablar de esto.

De momento.

Pongo una lavadora. Tienes que ser la mejor trabajadora, sacar beneficios, ser buena amiga, amante, hija, vecina, intachable en todos los aspectos de la vida. Si el día tiene 24 horas y duermo unas 12 o más -por necesidad- me quedan 12 de las cuales 6 son para trabajo del que da de comer y las otras 6 para el que no da. Miento si digo en realidad que me sobran esas 6 porque también son para médicos, rehabilitaciones varias, etc. No entremos en detalles.

De momento.

Tiendo una lavadora. Estar enferma en este mundo es una mierda, para qué vamos a engañarnos. No se trata de ningún acto de heroicidad lejos de lo que muchos creen. No estoy de acuerdo en la idea que algunos enarbolan sobre que la enfermedad me ha hecho mejor persona, porque no lo creo en absoluto. Es más, necesito mucho más tiempo para pensar en mí, por lo que es bastante complicado que sea más solidaria y “buena persona” con otros.  Tampoco se trata de valentía ni de lucha, es que no queda otra. Tener una discapacidad y requerir de cuidados de los otros te hace dependiente y es una sensación de entre cabreo, rabia y tristeza. A las mujeres se nos imponen los cuidados, y si somos cuidadas y no cuidadoras somos un fracaso de cara a la galería -y a nosotras mismas aunque podemos fingir, ¿verdad, chicas?-. Aunque algunas tratemos de desaprender todos los códigos asociados al machismo y a nuestros roles, en el fondo sería hipócrita decir que es complicado deshacerse del látigo machista. Suena la olla express.

Ana, tienes que disfrutar de cada momento y no preocuparte, la vida es bella. Mr. Wonderful me habla a cada instante sobre cómo hacer las cosas y yo asiento para mis adentros, pero la lógica capitalista me rompe los esquemas. Mr. Wonderful luchando contra el capitalismo. Lo nunca visto. A la mierda, Mr. Wonderful, me caes mal.

He intentado encontrar un equilibrio en mi vida aunque no lo crean. Es muy sencillo y complicado al mismo tiempo: llegar a donde llegue. Intento esconder el látigo en lo más alto del armario para darme un respiro. Por suerte tengo gente en mi entorno que me ayuda si no llego a fin de mes, pero pienso en tantas otras mujeres que no cuentan con ayuda de ningún tipo y que luchan abnegadas para sostener su familia cuando no se tienen en pie. Sé que existen, sé que el Estado las excluye, y que todos lo hacemos en mayor o menor medida. Echo en falta un discurso de género que tenga como pilar fundamental y objetivo número uno incidir y trabajar en los derechos de las mujeres con discapacidad, en las mujeres más precarizadas de esta sociedad, objeto de violencia y abusos sexuales en muchos casos.

No seré la empleada del mes, pero me conformo con la conquista de derechos que nos pertenecen a las mujeres con discapacidad.

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