Las mujeres en un mundo laboral en transformación: hacia un planeta 50-50 en 2030

Las mujeres en un mundo laboral en transformación: hacia un planeta 50-50 en 2030

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07/03/2017

Texto de Che Ruiz Hódar

El día 8 de marzo es un día de celebración, de lucha y de reivindicación. Es un día en el que las mujeres demandan el espacio social que les corresponde. Es, quizás, el día en el que todas a una reivindican pública y corporativamente la lucha de siglos que las mujeres de forma visible o invisible, grosera o sutil, han estado realizando desde el hogar, desde las calles, las instituciones, las artes, la educación, desde lo más interno de su ser, en una especie de revolución eterna, constante, permanente y, al mismo tiempo, ocultada o mancillada por quienes se oponen a ella o, simplemente, no la comparten.

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Esta revolución femenina tiene un hito en la revolución industrial. La incorporación de la mujer al mundo laboral industrializado marca un antes y un después en la liberación y en la autonomía de las mujeres. Con sus luces y sus sombras. Por una parte, la mujer encuentra un nuevo espacio donde desarrollarse como persona dueña de sí misma porque gana su propio dinero. Seguramente, todos y todas somos conscientes de las ventajas de la independencia económica. Esa es una de las luces. Quizás se ha tardado más en reconocer las sombras. Como suele ocurrir con la tecnología, primero llega el uso de la máquina y luego llega la comprensión de lo que implica el uso de la máquina. Conseguir esta incorporación de la mujer al mundo del trabajo fuera del hogar sin adaptar la concepción de la vida y de la sociedad a este cambio traumático ha acarreado un gran coste a la idiosincrasia femenina y también a la masculina, aunque en el caso de esta última el precio que los hombres han tenido que pagar por el proceso de liberación de las mujeres se ha dejado ver más largo plazo.

A las mujeres se les abrió la puerta de la autonomía con una cláusula en letra minúscula que no supieron leer. Una cláusula que, en muchas ocasiones, se les mostró disfrazada de logro: “Tendrás que convertirte en hombre”. Ha llevado un largo tiempo reconocer esta sombra. Personalmente, no lamento que hayamos sido lentas en reconocerlo, que hayamos caído en la trampa de la “liberación”, que se haya perjudicado tanto a las sociedades con esta cláusula perversa. Francamente, no tengo tiempo que perder en culparme o flagelarme por ello. Sí lamento que, a la vuelta de más de doscientos años, la situación para las mujeres siga estando en este nivel de condena.

Cuando se analiza la problemática femenina en diferentes partes del mundo, vemos cómo el trabajo de la mujer tiene peores condiciones cuando se compara con el trabajo que realiza el hombre: peores contratos o inexistentes, peor remuneración, imposibilidad de promocionar llegado a un punto determinado (techo de cristal), concesiones personales (pareja, maternidad, crianza…). Evidentemente, hay diferentes niveles dependiendo de la sociedad que se observe y en comparación con otras. Diferentes niveles para ellas y diferentes niveles para ellos, sin duda. No obstante, las mujeres siempre están peor que los hombres.

En su empeño por ser libres, las mujeres han asumido los roles de género atribuidos a ambos sexos. Demasiada carga para un solo corazón. Al mismo tiempo, llegado el momento de soltar lastre, en numerosas ocasiones han optado por soltar los sacos de las atribuciones natural o tradicionalmente femeninas, cegadas, tal vez, por la brillante luz de la independencia económica como panacea de la autonomía por lograr. Quizás nadie les habló de la independencia emocional, de la independencia psicológica, de la independencia natural. De igual forma, en cuantiosas ocasiones algunas mujeres han sentido desprecio por aquellas que decidieron soltar el lastre de las atribuciones de las mujeres liberadas (liberadas en términos capitalistas, esto es). Aquellas mujeres fueron para muchas liberadas un ejemplo de deslealtad, una traba más para alcanzar la autonomía. Comenzó así una guerra de críticas interna en la que se olvidó la importancia del respeto, la importancia de la sororidad y la inestimable importancia de las luchas visibles e invisibles. Una guerra, tristemente, aún activa.

En pleno siglo XXI las mujeres siguen reivindicando algo que les pertenece por derecho propio: la consideración de la mujer como ser humano pleno. Hay que ser optimistas: se va avanzando. Se va avanzando en leyes, en actitudes, en cambios en igualdad. Se va avanzando lentamente y con muchos obstáculos pero avanzando. Y se avanza porque las mujeres se mantienen firmes, porque son inteligentes, porque saben usar todas sus herramientas, porque no cejan en su empeño. Se avanza también porque cada vez más se cuenta con los hombres. Este cambio de conciencia común es, sin lugar a dudas, un magnífico logro.

Por eso se celebra el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer: para recordar que seguimos en pie, para recordar que seguimos caminando hacia delante y para recordar, así mismo, que quienes formamos parte de esta lucha somos también cada vez más y cada vez mejores.

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