Carson McCullers: el acto de escribir

Carson McCullers: el acto de escribir

Lectores y crítica amaban a esa chica sureña que narraba con tanta simplicidad la soledad de unos seres marginados que idealizan la amistad y el amor en una búsqueda desesperada de cobijo. En el centenario del nacimiento de la escritora estadounidense, recordamos su vida y su obra.

19/02/2017

 

La escritora, en 1947. / Autoría desconocida

La escritora, en 1947. / Autoría desconocida

Sugerencia: acompañar la lectura de este artículo con la música del álbum de Suzanne Vega Lover, beloved: Songs from an evening with Carson McCullers (2016).

¿De dónde proviene la obra? ¿Qué azar, qué ínfimo episodio dará comienzo a la cadena de la creación?

Carson McCullers. Iluminación y fulgor nocturno

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Carson McCullers llevaba horas dando vueltas por la sala de estar, cavilando el mismo asunto de siempre, cuando de repente se le ocurrió la solución. Frenó el salto que estaba a punto de dar sobre uno de los cuadrados del dibujo de la alfombra y se llevó ambas manos a la boca, los ojos muy abiertos. Acababa de tener una iluminación, como ella llamaba a aquellos momentos fugaces de claridad creativa. Hacía años que le rondaba una novela por la cabeza pero no podía acabar de escribirla hasta resolver el problema del protagonista. A este se lo imaginaba escuchando a otros personajes mientras le explicaban sus tribulaciones, silencioso, como ajeno a la acción, pero no sabía el porqué de esta posición pasiva. Ahora la razón de su silencio se le presentaba diáfana en aquella sala de estar: su protagonista era mudo. Le puso un nombre bien sonoro: John Singer. En 1940 McCullers publicó la historia del mudo Singer con el título El corazón es un cazador solitario (Seix Barral acaba de reeditar este título, junto a toda su obra, con ocasión del centenario de su nacimiento). Fue su primera novela, ella tenía 24 años y de la noche a la mañana se convirtió en una celebridad.

Antes de escritora, Carson McCullers, nacida Lula Carson Smith en Columbus, Georgia, quiso ser concertista de piano. Tocaba el piano y componía desde los cinco años, y animada por su madre, que estaba convencida de que su hija era una genio de la música, comenzó a tomar clases. Tuvo dos profesoras, la señora Kierce y más tarde, Mary Tucker, por la que Carson sentía fascinación. A los quince tuvo un reuma cardiaco que la mantuvo en cama durante semanas, dejándola sin energías para tocar el piano. Fue en ese momento cuando decidió cambiar la música por la escritura. No obstante, la música tendría siempre un lugar importante en su obra literaria, de igual manera que la enfermedad la tuvo en su vida. En ese momento, a los quince años, Carson tuvo miedo de que su decisión decepcionara a su madre, también a su profesora Mary Tucker, así que durante un par de años más siguió tomando clases de música, mientras escribía sus primeros cuentos y obras de teatro.

A los diecisiete años vendió un anillo de diamantes y esmeraldas que heredó de su abuela y se fue a Nueva York. A su madre le había dicho que se marchaba para continuar sus estudios de música, pero en realidad lo que hizo fue matricularse en cursos de escritura creativa en la universidad de Nueva York y en la de Columbia. Nada más llegar, perdió el dinero del anillo en el metro, así que tuvo que ponerse a trabajar como telefonista. Otra crisis reumática devuelve temporalmente a la joven escritora a su hogar en Columbia, y de vuelta a Nueva York, en 1933, vende a la prestigiosa revista Story su relato Wunderkind (incluido en la recopilación de sus relatos El aliento del cielo), que será la primera de sus obras en ser publicada. La protagonista de Wunderkind, alter ego de Carson, es una joven que está perdiendo su talento musical, y anticipa el personaje de Mick Kelly, la adolescente tomboy (marimacho) que sueña con comprarse un piano y lucha contra un destino impuesto en El corazón es un cazador solitario, que publicó siete años después.

Entre curso y curso de escritura en Nueva York, Carson McCullers conoció a Reeves McCullers, un soldado aspirante a escritor con el que se casó en 1937. Con Reeves mantuvo durante años una relación tormentosa a la altura de sus grandes relatos de amor obsesivo, algunos de ellos escritos antes de conocerle. Ambos compartieron alcoholismo, una relación compleja con la sexualidad (Carson no se manifestaba sobre el tema, y en sus obras la sexualidad está unida a la violencia, mientras que Reeves se declaró homosexual justo antes de morir) y un deseo irrefrenable de posesión. Se casaron, se divorciaron, se volvieron a casar. Se enamoraron del mismo hombre, el músico David Diamond. Reeves le robó dinero a Carson y se marchó con David. Carson nunca le perdonó a Reeves que la excluyera de ese triángulo amoroso. Reeves nunca perdonó a Carson que fuera mejor escritora que él. Se reconciliaron en la distancia, mediante cartas de amor apasionado durante la guerra, cuando Reeves se fue al frente. Tras la guerra volvieron a vivir juntos, a emborracharse, a pelearse. En París, ya entrados los años cincuenta y tras más de quince años de relación, Reeves invitó a Carson a suicidarse con él. Carson declinó la invitación y volvió a Estados Unidos. Reeves murió solo en la habitación de un hotel, tras tomar una sobredosis de barbitúricos.

Tras publicar El corazón es un cazador solitario Carson McCullers se había transfigurado, como dice Rodrigo Fresán en el prólogo de El aliento del cielo, en “la perfecta poster-girl de escritora juvenil y exitosa”. Lectores y crítica amaban a esa chica sureña que narraba con tanta simplicidad la soledad de unos seres marginados que idealizan la amistad y el amor en una búsqueda desesperada de cobijo. El público le reclamaba una nueva obra y Carson, tras una nueva iluminación y dos meses de trabajo, le brindó Reflejos en un ojo dorado, dedicada a Annemarie Schwarzenbach, periodista y escritora de viajes lesbiana a la que amó con ardor no correspondido. El público se quedó horrorizado con la obra. Profundamente sombría, la novela se asemejaba, como la misma Carson define en boca del personaje del criado filipino Anacleto, a “un pavo real de una especie de verde fantasmal. Con un inmenso ojo dorado. Y en el ojo, reflejos de algo delicado y (…) grotesco”. Voyerismo, homosexualidad, infidelidad, sexo reprimido, violencia… aquella novela se ganó muchas críticas, y su autora incluso llegó a ser amenazada por el Ku Klux Klan por “su visión perversa del Sur”.

En las siguientes obras que publicó, Carson McCullers siguió profundizando en sus obsesiones. Temas como el amor ciego, la incomunicación, las taras físicas y psicológicas, o las diferencias raciales (realiza un espeluznante retrato del cacique sureño en el personaje del juez Fox Clane de Reloj sin manecillas) ya se apreciaban en sus primeros relatos de juventud. La balada del café triste, publicada en 1943, narra la historia de un triángulo amoroso entre una mujer de carácter y aspecto férreos, su exmarido criminal y un primo lejano jorobado, que se enmarca en el único café de un pueblo desolado. Carson enfermó de influenza mientras escribía Frankie y la boda (“Frankie está enamorada de la novia de su hermano y quiere ser parte de la boda”, soltaría sin venir a cuento en una nueva iluminación), que no salió publicada hasta 1946. La novela tuvo buena acogida y se convirtió en una obra de teatro que triunfó en Broadway. A estas alturas, la autora ya había sufrido su primera embolia, que le paralizó el lado izquierdo, aunque la enfermedad no redujo su actividad. Intentó repetir su éxito teatral estrenando una nueva obra, The Square Root of Wonderful, pero fue un fracaso desde el principio y duró en cartel poco tiempo. No tuvo mejor suerte con su siguiente obra, Reloj sin manecillas, publicada en 1961, en la que habla sobre la cercanía de la muerte y que los críticos americanos destrozaron.

Cada vez más enferma, McCullers siguió trabajando impasible en la adaptación teatral de sus obras. En 1959, con 42 años, estaba tan dolorida de las operaciones que le habían realizado a raíz de sus parálisis que, lejos de abandonar sus iluminaciones, comenzó a escribir versos para niños, de composición sencilla. En la primavera de 1967, asumiendo que pronto iba a morir, la autora se puso a trabajar en una autobiografía con el objetivo de que fuera útil a los nuevos escritores. Fue la última de sus iluminaciones. Tumbada en la cama, sin apenas poder moverse ni hablar, dictó retazos de su vida y de su experiencia creadora a un incontable número de amigos y seguidores que se turnaban a redactar en una máquina de escribir. Carson McCullers murió en octubre de ese año dejando inacabada su autobiografía Iluminación y fulgor nocturno, fiel a ella misma, en pleno acto de escribir.

Si mis lectores tienen paciencia, me permitiré referir las iluminaciones que he tenido, tal como me sucedieron. Cuando estaba escribiendo El corazón es un cazador solitario…

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