El hombre visible

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28/01/2017

Martín Nierez Arfil

Un hombre hace muecas presionando sus mejillas con sus manos

Veo en nosotros, los hombres, una nueva búsqueda. Debido sobre todo a un empuje que nos resulta incómodo y sutil. Algo nos persigue desde atrás y no sabemos bien qué es ni de qué se trata. Pero sabemos quién lo trae y quién lo sostiene; las mujeres.

Ellas, sin duda alguna, son las grandes protagonistas del siglo XXI, ya que gracias a su intenso trabajo están cambiando las reglas de juego a nivel social y cultural. Ellas traen un cambio entre dientes y a estas alturas lo traen en bajada. Si durante finales del siglo XX empujaron definitivamente los niveles de percepción sobre la desigualdad de género implantando una mirada crítica en gran parte de la sociedad, hoy, con esta tendencia ya establecida, mejor preparadas y ocupando paulatinamente mayores espacios de decisión, están sentando las bases de un nuevo contrato social donde los hombres estamos asistiendo como testigos y no como socios.

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No hay tiempo de pensarlo, mejor dicho lo hubo, pero ya no. Estos momentos son momentos de acción. Y si bien en algún momento nos resultó chocante, hoy la realidad es otra para muchos de nosotros. Incluso para los que siguen sosteniendo viejas instituciones culturales como el machismo. Hoy ya no resulta antojadiza la sanción a la violencia de género, la estigmatización de la cosificación sexual o la condena al acoso callejero.

Tampoco se pone en tela de juicio la necesidad de equiparar oportunidades de desarrollo entre hombres y mujeres. Se entienden razones con más o menos dolor y también lamentablemente; con más o menos violencia. Porque incluso quien ejerce violencia sobre las mujeres hoy lo hace a sabiendas de que esta violencia dejó de ser naturalizada por una sociedad que eligió hablar de un problema que nos afecta a todos. Se expone en los medios, se discute en las agendas políticas y se adopta lentamente en la intimidad de los hogares.

Como hombres sentimos (o por lo pronto, quiero creerlo) que debemos movernos hacia otro nivel de conciencia porque comprendemos que nos vamos quedando rezagados y nos duele no entender el mundo en que vivimos. Y no solo el mundo del orden que penosamente construimos y que tanto dolor ha causado en nosotros y en los demás. Sino el mundo interno, ese que utilizamos todos los días para asignarle una categoría a todo lo que nos rodea. Ya no es ninguna novedad que hace rato perdimos el rumbo y ese orden intelectualizado orientado a la seguridad, el patrimonio y la propiedad privada no nos es suficiente. Poseer sin ser poseídos, estáticos y a la intemperie ha sido una forma de vivir nuestras vidas por generaciones. Contar los años, las pertenencias y las mujeres madres de nuestros niños y amantes de nuestros penes también ha representado gran parte de nuestros esfuerzos por “ser un hombre”.

Eso lo habíamos aprendido bien. Pero esta nueva partida se juega en otro terreno totalmente nuevo. Las emociones y los sentimientos no han sido precisamente nuestro fuerte en esta construcción que hemos hecho de nuestra masculinidad. Hoy sabemos que para la ciencia y para algunas culturas ancestrales estas dos cualidades constituyen las llaves de la conciencia. Y es penoso saber que justamente estas sean hoy nuestras principales limitantes a la hora de explorar otras expresiones de nuestra personalidad. La restricción quirúrgica que hemos hecho de algunas sensaciones emocionales y corporales nos ha privado de la condición natural de todo ser vivo: cambiar.

Hoy se nos pide y nos pedimos “sentir” sin tener una clara referencia de cómo se hace o a qué se refieren cuando nos piden “sentir”. Esto es lo realmente nuevo y también lo realmente aterrador para muchos de nosotros. En el sentir no hay alambradas ni contratos. Nadie arrienda vínculos ni exige sexo por techo y comida. Entonces, ¿cuál es la cuestión?. ¿Qué me están pidiendo? Me están pidiendo que emprenda una reestructuración de los mapas mentales y emocionales que alguna vez definieron mi ser. Me están pidiendo que viaje solo, como un individuo único e intransferible a la búsqueda de un hombre nuevo que en un principio, por lo menos, no se autodestruya y arrastre consigo a lo que el antes consideraba “suyo” por gracia divina y mandato legal.

Veo hombres que tratan de encontrarse consigo mismos a través de la construcción de complejos edificios conceptuales. Veo hombres que les preguntan a otros hombres que se encuentran en la misma situación que ellos y solo reciben una mirada vacía como respuesta. Veo hombres que destruyen todo lo que les rodea y se quedan sentados contemplando los restos de lo que una vez fue su vida sin herramientas para rearmarse. Veo hombres que les preguntan a las mujeres y si no escuchan lo que quieren escuchar les echan la culpa de su desgracia, como si ellas tuvieran algo que ver con la decadencia en que nos hallamos sumidos. Veo hombres recurriendo a la fe en instituciones como la medicina o la Iglesia para inmediatamente después sentirse estafados, sin respuestas.

Y sin embargo veo muy pocos hombres buscando en su interior. No como una propuesta edulcorada de una religión new age, sino en la mirada crítica y a la vez compasiva que podamos hacer de nuestra situación. Si podemos añadirle cierta perspectiva histórica sin el masoquismo propio de quien se culpa por todo y por todos, será mucho mejor. Eso nos ayudará a saber por qué y de qué manera llegamos al lugar donde estamos.

Lo primero que debemos entender es que no existe derrota en reconocer que somos vulnerables. En estos momentos nuestra vulnerabilidad es nuestra fortaleza. Sentirnos vulnerables es la llave para abrirle la puerta a un abanico de emociones que nos resultará de gran utilidad a la hora de convertirnos en otros hombres. No solo porque las mujeres lo necesiten o porque la comunidad LGTBI lo necesite o porque los niños/as lo necesiten o porque todas las formas de sentir por fuera de la heteronormativa lo necesiten, sino porque lo necesitamos nosotros. Nosotros necesitamos acceder a otra cualidad del sentir, a otra “lógica” masculina. Una lógica asociada a resignificar el vínculo que tenemos con el mundo. Que ponga de manifiesto la puesta en valor de cada uno de los actores que participan en una conversación y no sea unidireccional e irrevocable. Que pondere la cooperación por encima de la jerarquía. Que valore la mirada ajena sin sentirse amenazado o impulsado a una competencia sin retorno.

Dejarse caer por un momento y descansar del “mandato” contribuye a desacelerar la inercia histórica a la que estamos sometidos. Ser y sentirse vulnerable es, al fin y al cabo, reconocer que tenemos miedo y necesitamos cuidado. Necesitamos asumir riesgos a la hora de vincularnos con nuestros sentimientos y a través de estos construir nuevos puentes con los demás. Nadie dice que será fácil pero vaciarse de expectativas a la hora de sentir es el primer paso para romper el dogma en que se ha convertido nuestra masculinidad. Y habrá quienes nos recuerden nuestro pasado una y otra vez. Y también habrá aquellos que nos miren con recelo ante nuestras nuevas actitudes. Pero tengamos en cuenta que no podremos establecer nuevos contratos con la sociedad si primero no los establecemos con nosotros mismos. De esta y no de otra forma empezarán a germinar nuevos hombres libres de machismo y todo lo que esta ideología conlleva.

Esta masculinidad que tenemos ahora nos esta matando lentamente. Necesitamos ser hombres dispuestos a disfrutar de nuestros cuerpos desde la experiencia trascendental de los sentidos. Dispuestos a explorar la relación sensual con los objetos que ocupan nuestro espacio de influencia libre de ritos y ataduras racionalizadas. Como decía el gran poeta argentino Roberto Juarroz, necesitamos experimentar:

“un amor mas allá del amor

por encima del rito del vínculo

mas allá del juego siniestro

de la soledad y de la compañía” (∗)

Hagamos un esfuerzo por pensarnos distintos y por sentirnos distintos. La recompensa está en el camino hacia la transformación. Llegará aquel día en que podamos mirar a los ojos de cada mujer y descubrir, por fin, que estamos destinados a construir un mundo nuevo. De lo contrario, seguiremos siendo niños pintando el mundo a la medida de nuestros propios miedos e inseguridades

(∗) Quinta Poesía Vertical, 1974, Roberto Juarroz, Argentina.

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