Tres formas de afecto negadas

Tres formas de afecto negadas

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31/12/2016

Nina

Imagen en blanco y negro de una mujer con la cabeza gacha
Un mínimo de relaciones afectivas son necesarias para el bienestar emocional. Por mi manera de ser (soy introvertida, me reconozco en lo que llaman “fobia social”), me cuesta mucho establecer nuevos vínculos, mantenerlos y profundizar en ellos. Pero los que finalmente se consolidan son muy importantes para mí.

Además de que tengo estas dificultades para adquirir y mantener vínculos y profundizar en ellos, típicamente, los vínculos son algo que se me ha negado. La sociedad (su estructura, sus ideologías dominantes) están en contra de mis vínculos. Y así, vivo en la pobreza de ellos, muy a mi pesar.

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La primera negación. Homofobia. Soy lesbiana criada en un familia y un entorno muy homófobos. Tuve una relación que duró varios años. En todo ese tiempo no salí del armario en el ámbito familiar. Viví cinco años con una persona sin que mi madre, mi padre, mi hermana, mis sobrines, ni nadie, excepto algunas primas, lo supieran. Cinco, que se dice pronto. Cinco años con ese desgaste. ¿La familia de ella, de mi ex-pareja? Su madre no era una persona “muy” homófoba. Pero era muy notoria la diferencia de consideración de mi relación con su hija, respecto de la otorgada a las otras relaciones que sus otras hijas hetero mantenían con hombres. El trato que yo recibía no era un trato de familia, de bienvenida absoluta, como en el caso de las otras relaciones. Cuando acabó mi relación, y dadas las circunstancias que narraré más tarde, solo quería desaparecer. El dolor y el vacío eran insoportables.

La segunda negación. Especismo. Llegó a mi vida una perra abandona en la calle que, de no haber sido recogida por alguien, habría muerto. Me propuse darla en adopción. No encontré la familia adecuada. Nos encariñamos. Al final no se fue. Coincidió que poco después rompí con la mujer con la que viví esos cinco años. Coincidió que me empezó a ir muy mal laboralmente y, de una sucesión de malos contratos cortos pasé a no encontrar nada. Tuve que volver al hogar familiar, al hogar homófobo. Todos los días tenía que escuchar reproches sobre la excentricidad de mi amor por la perra. Burlas acerca de que la trataba como a una humana. Preguntas incómodas: “¿A ver, a quién quieres más, a la perra, o a mí?”. Comentarios que ponían en duda mi salud mental… Como podréis adivinar, no aguanté mucho tiempo en ese hogar que mina mi salud. En cuanto pude, me marché a la habitación más barata que encontré en un piso compartido… En el que no pude llevar a la perra. Y la tuve que dejar en esa casa. Intento visitarla todos los días. Pero lo llevo mal. Ha pasado ya un año y no lo llevo bien. Nadie entiende mi tristeza, porque “es solo una perra”.

La tercera negación. Monogamia. Mi relación con la mujer con la que estuve viviendo cinco años terminó, en parte, porque me enamoré de alguien más. Enamorarme de alguien más en ningún momento supuso que yo quisiera dejar a mi pareja o que dejara de quererla. Yo quería querer a las dos. ¿Por qué no? Mi ex-pareja no pensaba igual y, legítimamente y a mi pesar, no aceptó la posibilidad de la no monogamia. Con la otra persona al principio hubo correspondencia, después todo se complicó y nos alejamos. Yo quedé destrozada. Como digo, era una mala época en lo laboral y en todos los sentidos que pueda imaginar (salvo la salud física, al menos). No encontré quien comprendiera mi dolor por haber perdido dos amores, uno detrás de otro. Tuve que escuchar cosas como: “En verdad no quieres a ninguna”, “será fruto de la depresión que no te aclaras”, y cosas así.

Imaginaros estar de vuelta en el hogar homófobo, con todas estas penas, y no poder contar qué es lo que me ocurría. Tener que ocultar mi luto. Llevar todo esto en silencio. No recibir apoyo.

Se me niega querer a una mujer.

Se me niega querer a un individuo de otra especie.

Se me niega querer a dos personas a la vez.

Se me niega.

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