Los “feministas” también violan

Los “feministas” también violan

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10/12/2016

Texto anónimo

Mis amigas me consideran un hombre feminista. Suelen ponerme como ejemplo de trabajo de deconstrucción. Lucho por ello a diario en las esferas que puedo. Sin embargo, y esto algunas no lo saben, es una actitud que tomé a consecuencia de un acto que determinará dos vidas para siempre. Yo violé a mi compañera.

Espero que se entienda el sentimiento de responsabilidad y culpa que carga la confesión. Confesión que no busca perdón. Confesión que no ha de usarse como herramienta heteronormativa de expiación de ‘pecados cis’: “yo no sabía que estaba violando”, “es la presión sobre los hombres”, “me han educado para someter”. Y tampoco pretendo apropiarme del discurso de la violación a través de una kafkiana victimización del arrepentido (bastante tenemos con la presión de los medios de comunicación sobre las víctimas, hoy en día). Sé lo que hice y por qué lo hice.

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No deseo la palmadita en el hombro del compañero feminista de turno. Ni el consuelo de la compañera que, tras quinientas y una machistadas diarias, tiene que reconocer una hetero- confesión como uno de los actos más titánicos y loables de lucha del hombre por la igualdad. De no reconocerlo, para muchos, ella mostraría de nuevo su eternamente insatisfecha soberbia “feminazi” y no valoraría el duro trabajo del hombre feminista (en fin).

Hace unos meses, una amiga fue forzada por su pareja, después de haberse negado repetidas veces. Mientras me contaba la escena, sensación a sensación, buscando empatía, me sentí identificado. Con él. Yo, que me creía un pro-hombre feminista, leído, trabaja(n)do, activista. Que he señalado actitudes machistas de mis amigos y no tan amigos. He sido el chico sensible, con más amigas que amigos desde la infancia, el que sabe escuchar, el que es “como una amiga”. Con eso y con todo, me recordé violando a mi compañera años atrás.

No me di cuenta en ese momento. Lo supe desde el segundo siguiente a cometer el acto. Sin embargo, no he sido capaz de hablar de ello (mucho menos escribir) hasta hace poco. Forcé a la que era mi compañera en aquel entonces a tener relaciones sexuales conmigo. Sin violencia física. Quería algo en ese momento y lo conseguí a través del chantaje emocional. De la treta de quien sabe que juega con ventaja usando los mimos y las palabras adecuadas. Ella no sospechaba que su “chico”, el feminista, podía aprovecharse de su posición privilegiada en una relación que creían igualitaria. Pero lo hice.

No lo he vuelto a hacer con nadie. Eso es cierto. Pero ello no reconstruye lo que se rompió (rompí) en aquel instante. Después de varios “ahora no”, y “espera” por su parte, ocurrió la traición. Cuando rompes la voluntad de una persona de esa forma nada vuelve a ser lo mismo. No volvimos a tener cariños en un tiempo y, a pesar de hablarlo y perdonarlo, la relación no volvió a ser igual para ninguna parte. Terminamos y separamos caminos.

A estas alturas puedo confesarte que tenía 21 años cuando ocurrió. Ella también. La juventud no exime de responsabilidad, pero sí permite corregir los errores con mayor margen. Como decía, no he vuelto a violar a nadie desde entonces (como si ello fuera merecedor de una medallita al buen hombre que, contra su propia naturaleza, no viola mujeres). Pero, alejándonos un poco del chascarrillo sin pizca de gracia, la confesión de mi amigo que hizo pensar que su caso, mi caso, son casos demasiado cotidianos para no poner el foco sobre ellos. Tan cotidianos que no he tenido una sola nueva relación en que, tras haberle contado este episodio, no me haya confesado que la historia le era también familiar en su pasado sentimental.

Sucede que la violación no solo tiene lugar en noches frías. Ni es necesario un desgarramiento de la ropa para que sea considerada como tal. Ni la violencia de las violaciones es siempre visible. En casa, con ropa cómoda y violencia sutil, también se viola.

Sí, los hombres estamos empapados de valores impuestos por una educación y un sistema machistas. Convivimos con impulsos y mentalidades patriarcales. Pero eso no es excusa para nada. Es nuestro trabajo combatirlo, no necesitamos que nos eduquéis cada minuto. Sin embargo, sí os necesitamos inflexibles en la tarea. Por muy feminista que sea tu chico, por mucha confianza que deposites en él, por mucho amor que os tengáis… no pases ni una. No hay excusas. Hasta que te demuestre lo contrario, puedo ser tu potencial violador. Cero tolerancia a nuestra violencia.

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