Las feministas también decimos #niTTIPniCETA

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Tratados de libre comercio como el TTIP, CETA, TISA o TPP son un claro ejemplo de que el capital está en guerra contra la vida. El capitalismo patriarcal ha supeditado la satisfacción de las necesidades humanas, y más aún las de las mujeres, a la generación de beneficio económico.

04/11/2016
#niTTIPniCETA

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Júlia Martí – Feministalde

El capital global ha puesto en competición a las personas trabajadoras de todo el mundo, mercantilizando todos los espacios más allá del económico, ampliando la desigualdad y poniendo en juego la sostenibilidad de la vida humana. Una crisis, la de sostenibilidad de la vida, provocada tanto por la crisis ecológica, como por la crisis de los procesos de reproducción social fruto de la ‘crisis de los cuidados’. Además, como venimos denunciando desde hace tiempo, el capitalismo patriarcal ha supeditado la satisfacción de las necesidades humanas, y más aún las de las mujeres, a la generación de beneficio económico.

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Por todo ello, decimos que el capital está en guerra contra la vida, una guerra que, lejos de terminarse, se profundiza y sigue avanzando con nuevos engranajes. Los tratados de libre comercio e inversión, como el TTIP (tratado de libre comercio e inversión entre Estados Unidos y la Unión Europea, por sus siglas en inglés), el CETA (el homólogo al TTIP pero entre Canadá y la Unión Europea), el TISA (tratado para la liberalización de los servicios) o el TPP (Tratado Transpacífico) son una de las piezas que se están poniendo en marcha para engrasar la maquinaria del capitalismo y conseguir aumentar las tasas de beneficio de las grandes empresas de los países europeos y norteamericanos.

La negociación de estos tratados responde a la necesidad del capital transnacional europeo y estadounidense, y que sus gobiernos defiendan, para poder seguir compitiendo en la economía mundial. Al mismo tiempo, busca alejar la toma de decisiones del escrutinio público y aumentar el poder de las grandes transnacionales.

El Corporate Europe Observatory ha demostrado cómo detrás de las negociaciones del TTIP están las grandes empresas, sacando a la luz que el 88 por ciento de las reuniones preparatorias del TTIP han sido con ellas, mientras que sólo el 9 por ciento de las reuniones han sido con organizaciones de la sociedad civil.

Por otra parte, el TTIP, CETA y TISA son considerados tratados de nueva generación ya que no buscan sólo eliminar trabas al comercio, sino la armonización de la regulación, es decir, una equiparación a la baja de las regulaciones. En el caso europeo, se pondrá en entredicho, por ejemplo, el principio de precaución, con graves impactos para la salud pública y el medio ambiente, además de poner en la mesa de negociación los servicios públicos y la contratación pública.

El 88 por ciento de las reuniones preparatorias del TTIP han sido con grandes empresas, mientras que sólo el 9 por ciento de las reuniones han sido con organizaciones de la sociedad civil

Sin contar que, durante las negociaciones, ya se ha producido una adaptación de la regulación, por ejemplo en la de los contaminantes hormonales y en el etiquetaje de transgénicos, dos temas que llevan tiempo debatiéndose en Bruselas pero que han pasado a un segundo plano para facilitar las negociaciones.

La convergencia reguladora es la segunda vuelta de tuerca del tratado. Consiste en garantizar que la armonización de la regulación no finaliza con las negociaciones del tratado sino que se mantiene a lo largo del tiempo. De esta forma se garantiza que la armonización sea efectiva ahora y en el futuro, permitiendo a ambas partes arreglar sus diferencias en el largo plazo. Esta cláusula, junto a los tribunales privados, ISDS, supone un secuestro de la democracia. Ya que abre la puerta a que los grandes lobbies empresariales presionen a los parlamentos cada vez que se plantee la aprobación de una legislación que perjudique sus intereses.

Todo ello reforzará los ‘súperderechos’ de las grandes multinacionales, subordinando leyes y derechos humanos a los beneficios privados. Se trata, por tanto, de un retroceso democrático y de derechos, que en el caso concreto de las mujeres será aún mayor debido a la posición más precaria en la que nos sitúa el sistema capitalista.

En el ámbito laboral, se prevé un aumento de la precariedad y la flexibilidad, por la mayor competencia internacional y la desregulación de los derechos laborales. Precariedad que en general hace más mella en nosotras, con menores salarios y peores condiciones laborales. Además, si nos fijamos en los impactos que han tenido los tratados de libre comercio en otros países, vemos que en ningún caso se han mejorado las condiciones laborales. Un claro ejemplo de ello son las maquilas de Centroamérica o Asia, donde las mujeres hace tiempo que sufren las consecuencias de los tratados de libre comercio y donde se producen graves vulneraciones de sus derechos con situaciones de explotación laboral.

Por otra parte, Estados Unidos tiene una regulación más débil en materia de derechos laborales. No ha firmado los convenios de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) sobre igualdad de remuneración entre hombres y mujeres, sobre el trabajo doméstico, ni sobre la protección de la maternidad. Y tampoco se ha adherido a la CEDAW (Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer).

Por tanto, no sólo nos quedaremos sin capacidad de conseguir derechos laborales indispensables, como son la igualdad salarial, los permisos de maternidad/paternidad o las medidas de conciliación, sino que además tendremos que equiparar la regulación con un país aún más desigual. Además, con el principio del ‘trato nacional’, se impedirá que los gobiernos utilicen la contratación pública como una forma de incentivar el desarrollo local, con criterios ecológicos, sociales o de igualdad de género.

Al mismo tiempo, la firma del TTIP y el CETA agravará aún más la crisis de cuidados. Los servicios públicos se verán perjudicados, debido a la presión para que el estado se retire en materia social. Esto intensificará aún más la asunción de las responsabilidades y trabajos de cuidados por parte de los hogares, como ya se viene produciendo desde que empezaron los recortes sociales. Agravando, por tanto, la sobrecarga de trabajo sobre las mujeres, con dobles y triples jornadas laborales y empeorando aún más su salud y sus vidas.

Por otra parte, el problema de la conciliación también se profundizará. Hoy lo poco que se concilia se hace a través del trabajo parcial de las mujeres, es decir, mediante la precarización y flexibilización del empleo femenino. Por tanto, en un contexto en el que las mujeres siguen teniendo una menor participación en el mercado laboral, donde la brecha salarial se mantiene y la segregación ocupacional persiste, veremos como la desregulación y precarización que generará el TTIP tendrá aún un mayor impacto sobre nosotras.

Hay alternativas a los megatratados, como viene defendiendo la economía feminista desde hace tiempo. El objetivo común debe ser la sostenibilidad de la vida

Pero, por suerte, la resistencia contra el TTIP y el CETA se expande y la oposición al tratado es cada vez más fuerte. Y, con este ‘Otoño en resistencia’ convocado en toda Europa, estamos consiguiendo hacer tambalear la Europa del capital que, a pesar de que sigue imponiendo sus medidas saltándose las instituciones democráticas, cada vez tiene más problemas para hacer avanzar un TTIP y CETA rechazados por la opinión pública.

Sin embargo, para que esta resistencia tenga resultados, tenemos el reto de conseguir ampliar aún más la oposición a los megatratados y, lo que es más importante, tenemos que conseguir que la lucha contra el TTIP sirva también para desenmascarar un sistema sin futuro y poner en marcha alternativas.

Porque sí que hay alternativas a los megatratados y nosotras desde el movimiento feminista estamos trabajando para construirlas. Alternativas que pasan por acabar con la impunidad y controlar a las empresas transnacionales, como propone el Tratado Internacional de los Pueblos. Y alternativas que dejen de regirse por las tasas de beneficio de las grandes empresas y cuestionen el sistema capitalista y, junto a éste también al patriarcado. Alternativas que, como viene defendiendo la economía feminista desde hace tiempo, tengan como objetivo común la sostenibilidad de la vida, que pongan la vida en el centro y dejen de regirse por las tasas de beneficio de las grandes empresas.

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