A ti, que violaste a mi madre

A ti, que violaste a mi madre

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27/11/2016

Texto anónimo

Tenía veintitrés años cuando supe que tú habías violado a mi madre. Ese día yo podía haber comprado el ultimo disco de Lou Reed, estado de botellines de Mahou a setenta y cinco pesetas en el bar de la Facultad o en la biblioteca estudiando para los exámenes. Pero no estaba haciendo ninguna de esas cosas porque tú violaste a mi madre. Tú violaste a mi madre en tu coche. La echaste a patadas. Le escupiste. La llamaste “puta”. Y por eso, once años después, yo no estaba ni en la Fnac ni en el bar de la Facultad, ni en la biblioteca. Estaba en la planta novena de un hospital de provincias. En la planta de psiquiatría. Mi madre me pedía perdón porque permitió que tú “la forzaras”. Ni siquiera se atrevió a decir que tú la violaste. La echaste a patadas. Le escupiste. La llamaste “puta”. Ella me pedía perdón. Como lo oyes. Era su cuarto o quinto ingreso en psiquiatría y ni si quiera me pedía que te perdonara a ti, si no a ella.

En el verano de 1992, tú violaste a mi madre. No sé qué día exactamente. No sé qué día de ese año nos cambió a todos, de ese año mágico, tú estabas violando a mi madre. Seguro que tú tampoco te acuerdas. Quizá fue mientras el príncipe salía de abanderado del equipo olímpico y la infanta lloraba o cuando el equipo femenino español de hockey sobre yerba ganaba el oro. Quizá tú estabas violando a mi madre mientras yo quería ser como las chicas de hockey yerba. Quizá tu estabas violando a mi madre justo cuando yo creía que las chicas nos íbamos a comer el mundo. O echándola de tu coche. O escupiéndole. O llamándole “puta”. No sé qué día exactamente hiciste todas esas cosas. Solo sé que después del oro femenino en hockey yerba, de que el príncipe saliera de abanderado y la infanta llorara; una noche de ese verano, yo estaba en la terraza agarrando a mi madre para que no se tirara.

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La “marca España” quedaba oficialmente inaugurada. Mi madre inauguraba su vida de loca oficial del pueblo. En el otoño de mil novecientos noventa y dos mi madre se negó a comer y para la primavera había perdido casi treinta quilos. Menos mal que las mujeres tienen anorexia para estar delgadas, si no cualquiera diría que fue porque tú la violaste. En el colegio todavía llevábamos la sudadera con el logo olímpico, cambiábamos cartas y sobres de olor y los pantalones de amazona eran lo más. Tu hija todavía llevaba la sudadera con el logo olímpico, cambiaba cartas y sobres de olor y llevaba pantalones de amazona. Yo lloraba en el baño porque mi madre se había vuelto loca, porque había escuchado a mi abuelo pedirle que no se muriera. Que no podía ver morir a una hija. Mi queridísimo abuelo. Mi abuelo que había ido a la guerra de adolescente; que fue maqui, que pasó su juventud en un campo de concentración… Mi abuelo que casi muere de hambre, lloraba porque su hija se dejaba morir de lo mismo. Porque tú la violaste.

Withney Houston cantaba I will always love you. Yo seguía llorando, mi abuelo seguía llorando. No te acordarás, pero ese año a ti te dio por aparcar tu Audi A3 Sedán debajo de mi casa cuando sabías que mi padre no estaba. Mi madre volvió a comer, pero dejó de cuidar la casa. No salía de la cama. Ni fregaba los platos, ni lavaba la ropa. Entre las vecinas, empecé a ser la hija de la sucia. Loca y sucia. Mi padre pidió vacaciones para cuidar de mi madre. No te acordarás, pero entonces tú dejaste de aparcar tu Audi A3 Sedán debajo de mi casa. Mi madre empezó con un psiquiatra. El psiquiatra le dijo que la culpa era suya; porque las mujeres inconscientemente, a veces, desean ser violadas. Me acuerdo de su psiquiatra porque me miraba las tetas. Tenía catorce años. Le daba igual. Seguro que pensaba que yo inconscientemente, a veces, también quería que me violaran. Seguro que pensaba que yo, a veces, quería que fuera justamente él quien me violara.

Tu hija fue una buena niña. Una niña de carrera. Yo también fui una buena niña. Una niña de carrera. Yo no iba a clase cuando ingresaban a mi madre en la novena planta de un hospital de provincias. En la planta de psiquiatría. Yo me despertaba de noche y mi madre estaba en la cocina comiendo a escondidas. Comiendo para estar gorda, para estar fea. Comer y no comer son los lenguajes del trauma. Pero tú no sabes de traumas. Eso es más de gente como yo. De la hija de la loca, la sucia, la gorda. En los recreativos triunfaba el Pang y el Tetris lo seguía petando. Yo pasaba los domingos fregando los platos y pasando la aspiradora porque mi madre no se levantaba del sofá y, a veces, todavía lloraba.

Veinticuatro años después de que violaras a mi madre sigues sin enterarte. Eres un jubilado feliz. Tu esposa barre la acera con bata y medias hasta la rodilla. A veces lo hace con los rulos puestos. Tu esposa barriendo la acera te hace parecer decente. La gente piensa que el marido de esa mujer que barre la acera con bata y medias hasta la rodilla, y a veces con los rulos puestos es un buen hombre. Mi madre es la loca oficial del pueblo. La gente habla mal de ella ¿Por qué? Porque es una loca, una sucia y una gorda. Porque toma pastillas desde aquel año mágico. Mi madre era feliz antes del verano de las Olimpiadas. No estaba loca, ni gorda, ni era una sucia. Seguro que de eso sí que te acuerdas. De que era feliz y guapa. Te acuerdas porque te molestaba. Dentro de pocos días mi madre empezará a ir a terapia. A una de verdad, para intentar superar que tú la violaras en el verano del noventa y dos. Y yo siempre estaré mirándote mientras lees el Marca y tu esposa barre la acera.

 

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