Cibersexo, heterosexualidad y predación sexual

Cibersexo, heterosexualidad y predación sexual

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10/09/2016

Kate Firestone Wittig

Soy la clase de mujer que es lesbiana por decisión. Habrá quien opine que soy bisexual porque desde mi despertar romántico-sexual he sentido atracción tanto por mujeres como por hombres, aunque a medida que fui cobrando conciencia de la realidad en que vivimos, cada vez menos por los segundos. Sin embargo, yo me identifico (me autodesigno libremente y conscientemente) en función de hechos que yo considero que han sido relevantes en mi vida y no en función de definiciones escritas en un diccionario tradicional, ni tan siquiera en función de lo que indiquen esos nuevos glosarios de la diversidad que una se puede encontrar en las redes que nos ofrecen una amplia gama de nuevos términos para definirnos (heterodesignarnos, desde fuera) en función de varios factores, ya no sólo el sexo-género de los individuos por los que une se siente atraíde, sino incluso la frecuencia y las condiciones en que cada une experimenta deseo sexual. Ni diccionarios tradicionales, ni glosarios más inclusivos que reconocen más identidades/opciones/situaciones, saben nada de lo que ha sido relevante en mi vida, de lo que me ha condicionado y me ha marcado. En este sentido, con independencia de lo que digan todos los diccionarios del mundo, para mí, lo relevante es que, asqueada de los comportamientos de la mayor parte de los hombres con los que me he cruzado y, ¡vaya, qué casualidad!, también con los que se han cruzado mis amigas desde su adolescencia hasta ahora que estamos en la treintena, hace muchos años ya que decidí renunciar a las prácticas sexuales-afectivas heterosexuales y he mantenido incluso una relación de pareja larga, de varios años, con otra mujer. Por tanto, por un lado, he DECIDIDO conscientemente llevar una vida lesbiana (ser inaccesible sexualmente a los hombres) por razones individuales de autocuidado, y también por razones colectivas y de lucha; en suma, por razones morales y políticas; y, por otro lado, he sido TRATADA como lesbiana todos estos años, he ocupado la POSICIÓN POLÍTICO-SOCIAL DE LESBIANA, con todas las ventajas y desventajas que esto conlleva. Estos dos elementos, 1) lo que DECIDO racionalmente Y LO QUE HAGO intencionalmente, y, 2) como soy TRATADA, la posición político-social en que soy colocada con las repercusiones que eso tiene en mi vida, me parecen mucho más relevantes que lo que simplemente ME OCURRE momentáneamente a nivel interno/experiencial sin que yo decida nada, es decir, más importante que el mero deseo. Lo que yo decido racionalmente y hago intencionalmente, y el lugar al que me relega la sociedad, son mucho más importantes que, por ejemplo, el hecho de que un día vaya por la calle y me atraigan una mujer o un hombre, o que me apetezca comerme unos pistachos o unos cacahuetes. De ahí que mi autodesignación es: lesbiana. La bisexualidad poco o nada pinta en mi vida.

Aclarado esto, paso a narrar mi reciente breve incursión en la heterosexualidad y la vieja y conocida mierda con la que me reencontré, años después de haberme alejado de ella. Como alguien podría llegar a concluir ya a estas alturas por todo lo que he explicado, soy una persona que introduce criterios morales y políticos a la hora de decidir con quién y cómo tener prácticas sexuales. Creo que en ningún ámbito de la vida, tampoco el sexual, podemos simplemente rendirnos a un laissez-faire y a un “hacer lo que me dé la gana” irreflexivo, liberal, inmoral, sin tener en consideración las consecuencias que tienen nuestros actos, para nosotras mismas, y para los demás individuos. Por tanto, desde que llegó a su fin la relación monógama que tuve durante cerca de una década, conseguir tener relaciones sexuales ha sido una cosa harto complicada. Para mí esto es un problema. No es un problema de la importancia del hambre en el mundo, ni de las torturas policiales y otras cosas graves. Lo sé. No obstante, no deja de ser un problema. Hay gente que siente deseo sexual con más o menos frecuencia. Yo soy el tipo de persona que lo siente con bastante frecuencia, digamos que con frecuencia diaria. Y, definitivamente, la masturbación, para mí, no es comparable con la satisfacción de compartir sexo con otra persona. Así que, en mi caso, yo sí siento frustración sexual cuando llevo largos periodos de tiempo sin tener sexo. Y esa frustración sexual disminuye mi calidad de vida y me entristece, por momentos.

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Las dificultades que he tenido para tener prácticas sexuales en las condiciones en que yo considero adecuadas (sin dañar y sin ser dañada), y la frustración sexual que he venido arrastrando desde hace tiempo, me llevaron a un punto en que trasgredí, equivocadamente, mis propias normas, aquellas que doy por buenas tras una reflexión racional (ética), y me aventuré al mundo del cibersexo con webcam de por medio. Bastaron un par de horas para recordar lo turbia que es la masculinidad hegemónica (la que se encarna en tantísimos hombres aún hoy en día) cuando de sexo se trata.

Entré en un chat de temática sexual. Suponía que no iba a encontrar a ninguna mujer dispuesta a una sesión de cibersexo con webcam. Y así fue. Después de un rato de buscar me rendí y me fui a una sesión de Skype con el tío que mejor me había caído. No me encontré con nada nuevo. La misma mierda de cuando, mucho más joven, aún tenía sexo con hombres: egoísmo absoluto, desconsideración e instrumentalización de mi persona. El tío sólo pedía que yo hiciera cosas delante de la cámara y, sin embargo, no tomaba en cuenta mis peticiones, ni se interesaba por saber cuáles eran mis deseos. Se centraba en sus fantasías y apetencias, repitiendo que me “empotraría” con gusto mientras se hacía una paja, pidiendo que me introdujera los dedos en la vagina para que él pudiera imaginar que era su polla la que entraba y salía, ignorando en su discurso escrito mi clítoris y todo el resto de mi cuerpo. Sólo le importaba el mete-saca, mis tetas e imaginar que se corría en mi boca, como cualquier escena porno tradicional en el que las mujeres no importamos nada y la práctica sexual es más bien una cosa bastante pobre y lamentable. En cuanto se corrió, apagó la cámara, sin más, sin decir siquiera “adiós”, y se fue.

Lo vivido trajo a mi memoria varias experiencias sexuales hetero del pasado en las que, tras la suave mentira y las fingidas atenciones de los momentos de seducción, venía el mete-saca crudo y sincero en el que yo ya no importaba. Sin embargo, por no amargarme el momento, alejé esos recuerdos de mi mente y decidí intentar una vez más buscar una experiencia positiva para compensar la negativa. Así que fui a un chat de lesbianas y pregunté si alguien tenía interés en tener una experiencia erótica mediada por el Skype. Para mi sorpresa, me respondió rápidamente alguien que escribía bajo el nombre de “Verónica”. Después de hablar unos minutos en el chat para conocernos un poco, nos fuimos al Skype. A pesar de que yo mostré mi rostro desde le principio, ella tenía muchas reticencias en mostrarse. Mantenía la cámara enfocando un mueble. Me dijo que ella no mostraría nada hasta cerciorarse de que yo estaba desnuda, ya que ella lo estaba. A pesar de que ya estábamos en desigualdad de condiciones pues yo había mostrado mi rostro, y ella nada, accedí, pensando que quizás era una persona muy tímida. No voy a entrar en detalles innecesarios, sólo contaré aquello que es imprescindible para que se entienda lo que sucedió a continuación. Ella me hacía peticiones, que yo iba cumpliendo, e insistía en que se veía todo muy oscuro, que mientras siguiera viendo todo así, ella no iba a mostrar nada. Le dije que la luz de la habitación estaba encendida, que no era posible tener más luz y que me sorprendía que de verdad viera tan mal como ella decía. Empecé a sentirme bastante incómoda ante sus peticiones e insistencia en que no veía bien, sin exponerse ella lo más mínimo. Simplemente no me creía que realmente ella viera tan mal como decía. ¿Cómo era posible?. Ella debió notar esa incomodidad, pues durante unos segundos, supuestamente me mostró su cuerpo desnudo, muy rápido, supongo que para mantenerme conectada, pero, a decir verdad, la imagen era bastante rara, por razones que no voy a detallar. Bien podría haber sido una grabación y no algo que estuviera haciendo de verdad la persona con la que me estaba comunicando. Poco después apagó la cámara sin dar explicaciones ni decirme nada, y yo escribí: “Si lo que querías era sólo mirar sin exponerte podrías haber sido sincera desde el principio y no inventarte mentiras sobre la luz. Es perfectamente aceptable que sólo quieras mirar; mentir no lo es”. A continuación bloqueé a esa persona del Skype.

Tan sólo dos minutos más tarde me escribió al Skype una “Karina” lo siguiente, sin preámbulos: “Estoy desnuda”. “¿Quién eres?”, le pregunté. “La chica del chat”, respondió. “¿La que se quejaba de la luz?”, indagué. “No”, mintió. “Imposible, no he hablado con ninguna otra chica del chat ni le he dado mi contacto del Skype a ninguna otra, así que tienes que ser ella”. “Bueno, sí”, admitió. “¿No te apetece jugar conmigo?. Estoy tocándome”, respondió. Ya con la alarma aún más encendida que antes, señalé: “Eres la misma, sin embargo me escribes desde otra cuenta, ¿cómo es eso?”. A lo que contestó, sin más: “¿Quieres ver cómo me toco la vagina?, ¿jugamos?”. Incómoda, y mientras pensaba qué responderle, me envió un vídeo, que no llegué a abrir, y me dijo: “Mira esto, ¿quieres que me corra sobre tí? Tengo la polla dura”. Ahí todo cobró sentido. Era un machirulo predador sexual baboso mentiroso cosificador que se había estado haciendo pasar por una mujer, un machirulo que invadió un espacio de lesbianas para explotar sexualmente mujeres (obtener cosas mintiendo, sin dar nada a cambio es explotación, sí, aunque no haya dinero de por medio). Y no es que yo adivinara que se trataba de un hombre por la revelación de que poseía una polla, pues bien sé que las mujeres tenemos todo tipo de genitales (¡muerte al cisexismo!), sino por su comportamiento de agresor, explotador y violador. Muy enfadada, le dije: “¿No dijiste que tenías vagina? ¡Mentiroso! ¡Los tíos hacéis lo que sea por correros, incluso mentir así! ¡Sois mierda!” A lo que tuvo la cara de responder: “¡Eh, que yo no te he insultado!”. “No, sólo me has mentido, que es mucho peor, agresor, eres una mierda”, le escribí. Lo siguiente, ya fueron amenazas: “¿Ah, sí? Pues esta mierda ha estado grabando las cosas que estabas haciendo y las voy a subir a Facebook ahora mismo para que todos vean las guarradas a las que te dedicas por aquí”. Le dije que me importaba una mierda, que hiciera lo que quisiera y que dado el gran número de impresentables como él que hay en el mundo, me compadecía sinceramente de las invenciblemente heterosexuales. Él volvió a amenazarme con subir el supuesto vídeo a las redes sociales y yo simplemente lo bloqueé. Quizás tendría que haber hecho pantallazos y meterle una denuncia, por amenazarme, pero la ira me llevo a bloquearlo, sin más.

En los últimos tiempos, desde el mal llamado feminismo “sex positive”, me da la impresión que algunas (no todas) las personas nos quieren hacer creer que en realidad no hay nada turbio en la sexualidad masculina predominante, que el problema es que muchas mujeres somos muy sensibles y estamos muy reprimidas. Se nos quiere hacer creer que no hay problemas en la mayoría de los polvos hetero de una noche, en las webcams, en la mayor parte de la clientela masculina que paga por sexo a mujeres (si cuando para follar gratis se lo tienen que currar un poco, y aún así se comportan como si tuvieran derechos sobre nosotras, ¿qué no harán cuando aún se sientan con más derechos por haber pagado?). Se nos quiere hacer creer que, en lo sexual, el patriarcado está superado o casi superado, pues el único problema en el patriarcado era que la mujer “promiscua” era estigmatizada. Se nos quiere hacer creer que, llegada la “liberación sexual”, consistente simplemente en poder follar con muches sin un coste social tan alto como el del pasado, poco o nada queda por revisar y cambiar. Se nos quiere hacer creer que una mujer puede follar fácilmente de cualquier modo y en cualquier momento, sin tener que esforzarse y sin necesidad de tomar grandes precauciones para evitar agresiones; que en lo sexual ya estamos casi en igualdad de condiciones con los hombres, ya sea en el sexo por puro placer o en el sexo que se practica por dinero (no establezco diferencia; este texto no es un texto contra la prostitución, sino contra las muy extendidas conductas sexuales masculinas que son reprobables. De hecho, considero que una vez dispuestas a pasar por la muy probable cosificación y desconsideración que se dará en una relación heterosexual cualquiera, si al menos se le saca pasta al predador, el daño se minimiza de cierta manera).

Cuando rechazo la etiqueta “sex positive”, lo hago porque lleva a engaño y a establecer una contraposición falsa y nociva entre una supuesta actitud de “liberación sexual” y una supuesta actitud de hostilidad al sexo. Quienes se consideran “sex positive”, con frecuencia, tienden a casi dejar por completo la moral fuera de lo sexual (como si la moral pudiera dejarse fuera de algún ámbito), a tener una noción excesivamente laxa de “consentimiento” y a condenar apenas casos muy descarados de violación. Y a las personas que entendemos que la reflexión racional ética también se debe aplicar con esmero a lo sexual, que lo sexual no está libre de normas y que cada quien no puede hacer simplemente lo que le “sale del coño o de la polla” tampoco en lo sexual (no era que “lo personal es político?”), se nos trata de mojigatas, amargadas, reprimidas y “sex negative”, sólo por pedir que también en el sexo haya respeto e igualdad, que no haya agresiones, y que la actividad sexual en cuestión no tenga consecuencias inaceptables ni para las personas implicadas en el acto, ni tampoco para el resto de la sociedad. “Sex positive” también somos nosotras. No condenamos el sexo, a muchas nos gusta bastante; condenamos la desigualdad y la violencia. Y lejos de no querer follar y de reprimirnos por una querencia a la mortificación de la carne, nos gustaría poder tener relaciones sexuales con la frecuencia que nos placiera, con facilidad, y sin tener que estar tomando tantas precauciones por causa de la existencia de tantos individuos, sobre todo hombres, que creen que en el terreno sexual pueden hacer lo que les dé la gana y pueden tatar a las personas con poca o ninguna consideración. La verdad es que las mujeres, aún hoy en día, en el sexo estamos especialmente vulnerables.

No está de más recordar el papel fundamental que tiene lo afectivo-sexual en el mantenimiento del patriarcado. Sin la implicación afectiva y sexual con el opresor que prevalece, resultado de la socialización para los roles de género y para heterosexualidad compulsiva, el partiarcado se debilitaría bastante y tendría que usar la fuerza bruta para mantenernos en nuestro sitio, ya que la explotación de las mujeres (material de tiempo, de cuidados y de afecto) que mantiene a los hombres en una posición de privilegio, no sería ya algo que ocurriría espontáneamente y sin resistencia. No se entiende, por tanto, que en los últimos tiempos el feminismo simplemente haya renunciado a reflexionar sobre el terreno afectivo-sexual. Los opresores están encantados de que así sea. Todo más fácil y a muy bajo coste para ellos.

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