‘Grace & Frankie’, un oasis en una ficción que odia a las viejas

‘Grace & Frankie’, un oasis en una ficción que odia a las viejas

No es una serie perfecta pero sí necesaria. Huye del estereotipo y aborda temas como la infravalorización de las personas ancianas, la vida sexual en la tercera edad, el Alzhéimer o el derecho a una muerte digna.

Las protagonistas de 'Grace&Frankie'

Las protagonistas de ‘Grace&Frankie’

En uno de los sketches de la serie Inside Amy Schumer, Tina Fey, Patricia Arquette, Julia Louis–Dreyfus y la propia Schumer celebran “el último día follable” de la protagonista de Seinfeld y Veep. “En la vida de toda actriz llega un día en el que la industria decide que has llegado al punto en el que no eres realistamente follable”, explica Dreyfus mientras Fey recuerda el caso de Sally Field, que pasó de interpretar al interés romántico de Tom Hanks en la película Punchline en 1988 a solo seis años después ser su madre en Forest Gump.

El sketch es una clara sátira a la invisibilización de las mujeres mayores en la ficción y al interés de la industria por medir su valor en lo sexualizables que pueden ser. Podría parecer una exageración de no ser porque la realidad está llena de ejemplos. El último caso es el de la Benjamín Buttonización sufrida por el personaje de la Tía May en las películas de Spider Man, que en su primera versión estaba interpretada por Rosemary Harris, de 75 años por aquel entonces, posteriormente por la ya nombrada Sally Field (69), hasta la última versión en la que el personaje será interpretado por Marisa Tomei de tan solo 51 años.

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La elección de Monica Bellucci como la última chica Bond a sus cincuenta años también causó sorpresa. Y no es de extrañar si se tiene en cuenta que han hecho falta 53 años y 27 películas para que el agente 007 tenga una pareja de su misma edad. La saga de James Bond no es más que otro ejemplo de la diferencia que existe sobre la percepción de la edad entre hombres y mujeres. La revista Vulture analizó la disparidad que existía entre los actores y sus intereses románticos en la pantalla, llegando a la conclusión de que mientras ellos tenían permitido envejecer, ellas permanecían ancladas en la juventud. Así, mientras actores como Denzel Washington, Harrison Ford, o Richard Gere pasaban de los sesenta sus compañeras de reparto se mantenían en la veintena y treintena.

Gráfico que muestra la disparidad de edades entre Richard Gere y las coprotagonistas de sus películas

Gráfico que muestra la disparidad de edades entre Richard Gere y las coprotagonistas de sus películas

Las series de televisión –aunque todavía mantengan muchos de los vicios de la industria– se han convertido en una especie de refugio para las actrices que rondan o pasan la cincuentena; Robin Wright (50), en House Of Cards, Frances McDormand (58), en Olive Kitteridge, Sarah Lancanshire, (51) en Happy Valley o Viola Davis (50) en Cómo defender a un asesino.

Sin embargo, la vejez de las mujeres sigue siendo un tema difícil de ver en la ficción y por eso es refrescante encontrarse con una serie como Grace & Frankie, protagonizada por Jane Fonda (79) y Lilly Tomlin (76). La trama gira alrededor de dos esposas que descubren que sus maridos –interpretados por Martin Sheen (75) y Sam Waterston (75)– llevan años teniendo un affair juntos. A lo largo de sus dos temporadas la comedia trata aspectos como las relaciones en la vejez, la infravalorización de los ancianos, el matrimonio, la familia, la salida del armario tardía (en los hombres), el Alzhéimer o el derecho a una muerte digna.

Grace & Frankie no es una serie perfecta –no deja de ser una visión blanca, heterosexual y de clase media–alta de las mujeres– pero teniendo en cuenta el panorama actual resulta necesaria. Sus protagonistas tienen permitido comportarse como personas y no como el estereotipo esperado de las ancianas. No son el recurso cómico de la serie. Conducen, saben usar ordenadores y móviles, sus intereses van más allá del ganchillo y sus vidas no giran alrededor de sus nietos. Asimismo la serie revaloriza al personaje de la esposa, un arquetipo denostado y vilipendiado en la ficción durante mucho tiempo. A lo largo de los años las esposas se han convertido en el estorbo de los personajes masculinos, en el blanco de las bromas a través de su ridiculización y del menosprecio a su trabajo, sus sentimientos o sus aficiones.

La comedia refleja que pese a su edad –y a lo que el resto opine– sus protagonistas siguen siendo personas útiles, con emociones y deseos válidos. Grace & Frankie también pretende romper con la idea de que al llegar a cierta edad, las mujeres dejan de tener sexo. El imaginario colectivo ha alentado la imagen de que una vez pasada la menopausia –esa etapa en la que todas las mujeres se vuelven irascibles y sofocadas– estas dejan de tener impulsos sexuales. Algo que no ocurre con los hombres, que puede que necesiten ayuda de cierta pastillita azul, pero todavía pueden seducir a modelos veinteañeras sin que nadie se extrañe.

La serie muestra que ambas tienen una vida sexual activa –la escena de una mujer de 79 años disfrutando del sexo puede que le haya provocado un aneurisma a alguno– a la vez que se mencionan las dificultades presentadas por la edad, como la lubricación, a través de las dudas de Grace o del lubricante para mujeres mayores creado por Frankie. El culmen llega al final de la segunda temporada cuando una amiga le regala a Grace un vibrador y esta propone la creación de consoladores para mujeres con artritis ante la horrorizada reacción de su familia.

Pero Grace & Frankie no es la primera serie en tratar estos temas. Las Chicas de Oro ya se atrevieron a hablar de amor, sexo, soledad y amistad en la vejez, convirtiéndose en algo revolucionario para la época. La situación actual de las mujeres mayores en la ficción demuestra que Las Chicas de Oro sigue siendo, treinta años después, algo novedoso y subversivo. Transparent –obviando el hecho de que está interpretada por un hombre cis– también lo es por atreverse a contar la historia de una mujer transgénero en la vejez, reflejando las dificultades de la transición a esa edad y las novedades en las relaciones con su familia, amigos y parejas.

Call The Midwife cuenta con cuatro mujeres que superan los 60 años entre sus protagonistas principales. Son personajes válidos a las que no se las infravalora por su edad sino que se respeta por sus conocimientos y su rol de mentoras. Sirven de apoyo a mujeres más jóvenes, guiándolas a través de sus experiencias. Quizás la ficción británica sea algo más permisiva con las actrices mayores debido a su larga tradición de grandes damas. Maggie Smith o Judi Dench siguen apareciendo en la pantalla con asiduidad, Helen Mirren interpretó a la Detective Jane Tennison hasta los 61, Brenda Blethyn continúa como protagonista de Vera, Anne Reid forma dúo junto a Derek Jacobi en Last Tango in Halifax y nadie puede olvidarse de Angela Lansbury interpretando a la incombustible Jessica Fletcher.

Pese a todo continúa siendo complicado encontrar ficción centrada en las vivencias de las mujeres mayores. Siguen apareciendo como secundarias, como el estereotipo de la abuela –cada vez abuelas irrisoriamente más jóvenes– o como personajes con la misma función que un mueble de decoración, carentes de voz propia o valía. Ellos, por su parte, no dejan de ser interesantes nunca. Tienen permitido ser mafiosos, ejecutivos, detectives, piratas, médicos o profesores. Se les concede envejecer, que su pelo se tiña blanco, su rostro se llene de arrugas y su cuerpo pierda la forma que un día tuvo.

Con las mujeres debería ser igual. La manera de hacer frente a la vejez de cada una es tan diversa como mujeres existen en el mundo. No es justo englobarlas a todas en un tópico y no favorece en nada a la industria, que pierde la oportunidad de crear historias novedosas y plurales. Del mismo modo en que las mujeres mayores enriquecen nuestra vida también deberían hacerlo en la ficción.


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