Experiencias que construyen un modo de vida

Experiencias que construyen un modo de vida

Nota: Este artículo se enmarca en la sección de libre publicación de Pikara, cuyo objetivo, como su nombre indica, es promover la participación de las lectoras y lectores. El colectivo editor de Pikara Magazine no se hace responsable ni del contenido ni de la forma de los artículos publicados en esta sección, que no son editados. Puedes mandar el tuyo a participa@pikaramagazine.com. Rogamos claridad, concisión y buena ortografía.

30/06/2016

Sandra

Llevaba cerca de tres años con mi pareja cuando decidimos ir a Londres a trabajar. Entonces yo no era consciente de nada de lo que estaba viviendo ni mucho menos imaginaba lo que me iba a ocurrir más adelante. Sin encontrar grandes cosas decidí volverme a España a estudiar la carrera que siempre quise, magisterio, para la que no hubo plazas el año anterior. Entonces, estando en Londres, conseguí una plaza y sin pensarlo me volví, aunque triste por la relación a distancia que iba a comenzar. Sin embargo, fue la distancia la que me despertó de aquello que estaba viviendo. Me di cuenta de que no era una relación sana. Él me exigía muchas cosas, las mismas que en persona quizás, pero al hacerlo a distancia me hizo despertar, ya que en persona lo tenía idealizado, digamos que era mi primer amor, mis primeras experiencias, mi primer todo. Además, se trataba de un chico aparentemente seguro, como se suele decir, un chico con labia. Pero en la relación, apenas podía hacer nada sin el permiso o la aprobación de él.

Fui unas cinco veces a Londres, aproximadamente, en un solo año para verlo. A veces pensé que tenía obsesión por querer agradarlo pero nunca era suficiente. Tenía que llamarlo a todas horas y si no le llamaba, desconfiaba. Me sentía muchas veces perdida, como que sin él no era nada. Apenas salía, me costaba hacer nuevas amistades, tenía muchísima inseguridad con todo, hasta que decidí armarme de valor y ponerle fin a dicha relación. Ahí comenzó el tormento. Él nunca esperó que fuera a dejarlo, ya que siempre había actuado como él quería y sabía que si me revelaba se pondría muy furioso, por lo tanto, al dejarlo me esperaba su actitud posterior. Y así fue, me empezó a llamar hasta 20 veces diarias. Al principio no quería cogérselo pero acababa cayendo. Me insultaba, me amenazaba con contar o difundir cosas privadas. Conforme pasaban los días le cogía menos el teléfono y se fue ablandando, sugiriéndome hablar en persona, según él, qué menos, después de tantos años, las experiencias vividas, las relaciones con la familia, etc.

suscribete al periodismo feminista

Mientras pasaban esas semanas de tortura, conocí a una persona que no supuso nada más que una relación esporádica, no fue nada relevante, a día de hoy no tengo ninguna relación con esa persona, aunque siempre me arrepentí. Esa relación empeoró la situación, pero no por el hecho en sí. Algunas veces me martiricé por no haber hecho demasiado “luto” como se suele decir, tras acabar una relación muy reciente o por haberme sentido perdida y realmente usar esa relación esporádica para escapar o “despejarme” de la situación que me encontraba. Tan acostumbrada como estaba a dar explicaciones y a querer escapar, puse a esa persona como excusa para que me dejara en paz, es decir, le dije que estaba conociendo a otra persona, cuando no era cierto. Pasaron los días y decidí apagar el teléfono porque no paraba de llamar a todas horas, hasta que una de las veces se lo cogí para pedirle que no llamara más.

Me dijo que al día siguiente venía a España para hablar conmigo, para tener esa conversación pendiente después de tanto tiempo. Y yo lo creí correcto, porque, como decía él, era importante hablar de la familia, las experiencias, etc. Hago un inciso. Nunca me olvidaré de las palabras de mi madre y ojalá volviera atrás para haberle hecho caso: “Ni se te ocurra quedarte sola con él. Ve a un lugar público”. Es como si todo mi entorno supiera mejor que yo con qué clase de persona había mantenido una relación todo ese tiempo.

Finalmente quedamos, no en un lugar público, sino que me llevó a un lugar donde solíamos pasar intimidad durante nuestra relación. Yo estaba entre cortada, avergonzada, perdida, no sabía lo que sentía y perdí toda la seguridad que tenía a la distancia en un minuto. Me costaba explicarme y me justificaba todo el tiempo. Hubo acercamientos y peleas. Fue la “conversación” más larga de mi vida. Él empezó dócil y cercano y yo no sabía qué decir, pero conforme dicha conversación avanzaba, se iba encendiendo. Yo, tan acostumbrada a darle todo tipo de explicaciones, le conté absolutamente todo con respecto a esa relación esporádica, entonces él no lo aceptó, ni nada de lo que le conté, ni aceptó que lo dejase, por lo que su respuesta fue decir que me iba a tratar (según palabras textuales): “como a ti te gusta, como zorra y puta que eres”.

A partir de ahí no lo recuerdo todo con tanta exactitud como lo previo, ya que si todo lo anterior lo recuerdo tan bien es porque, posteriormente, no paré de darle vueltas y de intentar encontrar una respuesta de por qué me hizo lo que me hizo… y no fue otra cosa que insultarme, pegarme, escupirme y violarme. Me quedé en shock por unos minutos, y cuando reaccioné salí corriendo del coche, él fue detrás de mí, yo estaba asustada y no sabía si gritar, llorar, no supe cómo actuar. Él se arrepintió, me pidió perdón y me llevó a casa diciéndome que no me iba a molestar (que fue mentira), y que no me iba a olvidar, que yo era el amor de su vida.

Cuando llegué a casa fue mi hermana la que me recibió y la que se dio cuenta rápidamente de que algo no iba bien. Yo no quería hablar, solo acostarme y que pasara el día rápido. Ella me obligó a que le contara, así que bajamos al portal para que no se enterara mi madre y le conté. Ella me llevó al hospital por la agresión sexual y por los golpes. En el hospital no me quisieron mirar sin denuncia previa (ahí hubo una imprudencia que posteriormente se detectó, ya que debieron haberme observado antes de denunciar, sobre todo en caso de agresión sexual, ya que ciertas pruebas se pierden con facilidad). Fui a denunciar, después me mandaron a otro hospital al que la médica forense tardó tres horas en llegar, las pruebas que me pusieron las enfermeras estaban caducadas y tuvieron que repetir todo el proceso y, después, procedí a terminar la denuncia ya que se quedó a medias porque se percibió la imprudencia de que debían haberme observado con urgencia. Un sinfín de pasos difíciles en un momento de shock y con la presión de mi hermana, sin la cual hubiese sido imposible haber dado ese gran paso que a día de hoy agradezco enormemente. Durante esa noche de hospitales y comisarías, él siguió llamándome (supuestamente me iba a dejar de molestar), hasta que se puso finalmente la denuncia y lo detuvieron por unos días en el calabozo hasta las declaraciones de ambos. Ya no volví a saber nada de él. Quedó un juicio pendiente, que hasta los dos años y medio no se produjo, aunque nos iban llamando a declarar durante todo ese tiempo en varias ocasiones.

Finalmente, hubo un juicio en marzo de 2014. En junio salió la condena. Y hasta febrero del año siguiente no entró en la cárcel. Fue condenado a seis años de cárcel más indemnización por daños morales y orden de alejamiento hasta 2020. Lleva un año en la cárcel, aunque por no tener antecedentes y, quizás si tiene buena conducta, se le rebajará la condena a dos años. Él recurrió varias veces, hasta llegar al Tribunal Supremo, el cual también falló en su contra e incluso pidió el indulto, el cual le fue negado.

En su defensa en el juicio, él negó en todo momento las acusaciones. Decía que yo quería quitarlo del medio para empezar una nueva relación. Su abogada me preguntó si a mí me gustaba practicar sadomasoquismo, justificando en ese caso la agresión sexual y tuvo infinidad de contradicciones sobre lo que pasó ese día, en especial uno clave, en el que finalmente dijo que me pidió perdón antes de llevarme a casa, cuando en todo momento dijo que no me hizo nada, tras lo que se le preguntó por el por qué de esa disculpa y no supo contestar.

Con mi experiencia puedo decir que me encontré bastante sola. Fui al Instituto Andaluz de la Mujer a solicitar apoyo jurídico y psicológico, a lo que me dijeron que mi caso no era violencia de género sino agresión sexual (que al fin y al cabo, es una forma de violencia de género) y me mandaron a una asociación (AMUVI), donde llevan estos casos, además me dijeron que era joven y tenía toda la vida por delante, que ellos/as llevaban casos más graves con familias y demás. En AMUVI, me proporcionaron una psicóloga diferente cada tres semanas durante 20 minutos, nada más. Por mi cuenta fui a psiquiatras que me mandaban pastillas para la depresión y para poder dormir, y tuve la iniciativa de saber un poco más lo que me había ocurrido. Quise aprender, y analizar todo aquello que había vivido, tanto en el episodio final como durante los años en dicha relación. Hice un voluntariado de violencia de género que me proporcionó bastantes respuestas sobre el tipo de relación que tuve, por lo tanto dicha agresión sexual fue un componente más de todos los que viví en una relación machista, es decir, sufrí violencia de género, en mayor o menor medida, cada insulto, golpe, anulación cuenta como una agresión por violencia de género, el episodio final, fue el más claro y definitivo.

Actualmente, tras acabar la carrera de magisterio, realizo un Máster en Igualdad y Género, con la especialidad de violencia de género, donde estoy aprendiendo aún más y siendo más consciente de la gran problemática social existente. Es decir, he acaparado como forma de vida la lucha contra las desigualdades entre hombres y mujeres y contra su consecuencia máxima, la violencia de género, y quiero seguir aportando mi granito de arena siempre que pueda para que ninguna otra persona viva nada similar a lo que yo viví.

Si comparo mi vida de ahora con la que tenía antes cuando mantenía esa relación, soy muy feliz. Sobre todo ahora que he aprendido a convivir con la experiencia, que no la he olvidado ni la olvidaré jamás porque es algo que me ha marcado de por vida, y aunque él pueda salir en cualquier momento de la cárcel y el miedo siempre está presente, yo ya no estoy estancada, sino que tengo muchas ilusiones y objetivos que cumplir. Además, he rehecho mi vida, estoy en una relación sana, compartiendo mi vida con una buena persona y tengo una hija pequeña a la que tengo mucho que dar, mucho que enseñar y mucho que amar. Algo que me haría ya la persona más feliz del mundo es que se acabasen las desigualdades reales entre hombres y mujeres, en todas las sociedades y culturas y que, por supuesto, su consecuencia, la violencia de género, quedase en algo del pasado. No obstante, me motiva para seguir luchando cada día y seguir aportando mi granito de arena para mejorar la situación en la medida de lo posible.

 

Si quieres comentar este artículo, hazlo en el Foro de Debate Feminista de Pikara. ¡Te esperamos!

 

Download PDF
master violencia de género universidad de valencia

Artículos relacionados

Últimas publicaciones

ayuda a Gaza
Download PDF

Título

Ir a Arriba