Mi pride: activista de Mercadona
"Nadie me enseñó a ser bollera ni a encontrar a mis semejantas, tampoco a combatir la homofobia o a defenderme de la vecina que te llama marimacho o de los chistes de mariquitas de Arévalo", escribe Txus García
Ser bollera provinciana en los ’90 era una curiosa mezcla entre ser un coleccionista de rarezas y un investigador privado. Ambas cosas eran necesarias para poder entender (valga la redundancia) qué sentía y cómo consumar en la práctica esos sentimientos. En cuanto descubrí que mi afán emocional iba destinado a chercher la femme, emprendí un periplo inacabable por todas las bibliotecas y librerías, a la caza y captura de textos que me ayudasen a construir mi supuesta y recién estrenada identidad lésbica. Encontré la preciosa pero bollodramática Carol, de P. Highsmith, y cacé al vuelo en VHS Go Fish, de Rose Troche, con sus desenvueltas butch y femme que me embelesaron en aquel momento. En Mordor (Tarragona, mi ciudad de orígen) no conocía a ningún marica ni, evidentemente, a ninguna Safo. Era impensable un bar de ambiente y la última asociación se había diluido en los ’80 por desinterés general. Durante mucho tiempo, pues, mi refugio identitario fue la literatura, las primeras apariciones de Mili Hernández en TV (¡yo quería ser ella!, y las tórridas descripciones sexuales de El Informe Hite que dejaron en casa mis setenteras hermanas.
Nadie me enseñó a ser bollera ni a encontrar a mis semejantas, tampoco a combatir la homofobia o a defenderme de la vecina que te llama marimacho o de los chistes de mariquitas de Arévalo. Yo era cándida y romántica, y me escribía cartas con algunas chicas “como yo” para tratar de reafirmarme y sentirme acompañada (y ligar, obviously!). Publiqué un anuncio en Ajoblanco, la única revista que contenía anuncios de “chicabuscachica”, y que leía a hurtadillas en mi querida biblioteca. Por fin, contacté con el Grup de Lesbianes Feministes de Ca La Dona, en Barcelona (el idílico paraíso de la diversidad para las de pueblo), y de ahí obtuve mi primera e iniciática relación. Poco después, conseguí mi primera conexión a internet (aún me emociono recordando el ruidito del módem de 56k al conectar), y aquello fue el paraíso, con sus páginas en inglés sobre cosas dyke y sus maravillososo chats llenos de damas deseosas de comunicarse desde todas partes del planeta (¿En serio que hay homosexualas en Antigua y Barbuda?)
Me fui ilustrando lésbicamente de manera progresiva (siempre he sido muy autodidacta kamikaze con las cosas que me interesan), y llegué a ser un pozo (un poco ciego) de sabiduría desviada. Me sabía toda la jerga, y leí o me explicaron, con más o menos amabilidad, -nadie dijo que las activistas fueran consideradas-, las primeras teorías sobre identidad de género. Monté una fallida asociación en Mordor, me iba de fiesta con mi novia de entonces a la big city, y fui a mi primer Orgullo Gay (antes se llamaba así). Aquello era impresionante, no sólo pertenecía a una inmensa, rica, abierta y divertida”comunidad” porque me gustaban las señoras, si no que detrás de todo eso había un movimiento agitador e intelectual, un activismo fiero y valiente que lo sostenía. Por mi parte, y una vez iniciada, me dediqué a seducir a heterosexuales (era demasiado difícil buscar lesbianas en Mordor) de manera absolutamente bollodramática y a re-aprender todo lo relacionado con mi sexo/género. Me liberé de las imposiciones y empecé a entender que, desde mi ubicación geográfica, mi clase obrera y mi extraña belleza (lesbian chic de las de entonces, no era), sólo podía ser una “activista de Mercadona”. (1)
Y me explico: mi vida cotidiana (y la vuestra) está llenita de oportunidades para combatir la homofobia, educar a la sociedad en la diversidad, y quebrantar las normas: besar a mi novia en el supermercado, era entonces toda una declaración de intenciones, una salida del armario estrepitosa y una reafirmarción absoluta de la diferencia en una provincia donde lo más exótico que podías encontrar eran las palmeras del paseo. Caí en la cuenta de lo duro que debe resultar a los famosos ese renunciar a la intimidad en pos del reconocimiento público, porque a mi también me pasaba. Sentía (y siento) la “doble mirada”: caminas por la calle a tu aire, pero cada cierto tiempo alguien (suelen ser señoras-gallina, señores-bigotillo o infrasers), te mira a ti y a tu novia fijamente, sigue andando, nota que algo “no funciona” respecto a sus esquemas, y se vuelve a girar para mirar de nuevo de un modo más agudo. Por si fuera poco, la genética me ha provisto de una espalda ancha y de unas piernas musculosas que confunden de manera escandalosa a la plebe. Suerte que ahora puedo aferrarme al discurso queer (aunque creo que está evolucionando a otros derroteros, aún sigo investigando) y puedo defender mi aspecto físico que no encaja en absoluto con mi mirada interior. Soy una dulce mujer encerrada en un cuerpo de marimacho, o un marica oprimido por mi carcasa ambigua. En fin, no quiero embrollar a lxs lectores heteronormativos, patriarcales y absurders (aunque creo que esos habrán dejado de leer o estarán trolleando).
Aprovecho, pues, para recomendar a las nuevas generaciones de desviadxs que viven en un oasis de información, armarios ventilados y apps para ligar, que no se confíen. Nos gusten o no personalmente, Zerolo, Jordi Petit, Boti García, Paco Vidarte, Beatriz Gimeno, Carla Antonelli y otrxs activistas de primera línea se han dejado el alma por los derechos sociales y civiles que disfrutamos actualmente, así que no deberíamos vivir de las rentas de su lucha, ni volvernos blandos, confiables y ciegos a los problemas sociales de tantas personas LGBTI que no residen en paraísos de la “tolerancia” y la “normalidad”. Sólo por refrescar la memoria de los más dormiditos en los laureles: la tasa de acoso y suicidio entre niños y jóvenes LGBT es alarmante, la discriminación en el mundo laboral por razones de orientación sexual e identidad de género es una cuestión urgente por lo cotidiana, la violencia y la agresión (delitos de odio) contra personas LGBTI resulta cada vez más frecuente, tanto en países perseguidores de la diferencia, como en nuestra permisiva España de avanzada legislación. Nos podemos casar, sí, pero vayamos discretitas por la calle o nos arrean una somanta palos, por bolleras, travelos o palomocojos.”¡Ni un paso más, maricones!”
Ea, nos exhorto a salirnos de nuestra burbuja de confort y mirar a nuestro alrededor, que hay trabajo por hacer, ya sea como activista de parcanta, de carroza (ser visible, llamativx, atrevida y perra también mueve energías), o de Mercadona. Yo, a pesar de que ya no voy al Pride, sigo besando señoras en sitios públicos y desafiando miradas. Soporto estoicamente que al hacer check-in en un hotel la recepcionista, nerviosa, apenas me dirija la palabra porque la incomodo con mi lesbianez de cama de matrimonio, y procuro no entrar en cólera cuando noto que la población gitana para la que trabajo (en pos de sus derechos de integración e igualdad) me “permite” estar ahí o hacen chascarrillos a mis espaldas. También sigo pensando que en mi familia no consideran seriamente, por mucho que me quieran o respeten, a mi unidad familiar, y que tengos conocidos que son más “ciudadanos tolerantes” que seres humanos de mente y corazón abierto. Quizás es hora de que todxs hagamos una revisión de nuestro lenguaje, de nuestro sentido del humor, de nuestras actitudes y de nuestro entorno, para así crecer en amor incondicional y trabajarnos el egoismo, la ceguera social y la displicencia, que tantas veces nos hace cómplices de barbaridades como la xenofobia, la homofobia, el especismo y, sobretodo, la ignorancia voluntaria.
Todo el suelo del Mercadona lleno de rotos esquemas
(de señoras respetables)
Cuando den flores los cuernos del ciervo
dejaré de quererte.
Gloria FuertesTe explicaré este amor paranormal,
el raro equilibrio que nos tiene
aferradas a sucias necesidades
que escandalizan
a educados caballeros
y avergüenzan
a las señoras bien.Es por eso que se nos abren las bocas
sin quererlo
y se nos escapan unas enormes palabras
anunciando la sal, el cuello,
el tibio abrazo de las lenguas.Las familias respetables nos miran
desde la oscuridad y el fondo abisal,
son feos y terribles peces ciegos
que velan preocupados por las apariencias.Y yo,
que con una mano te recobro,
te devuelvo a la forma primera,
al barro esencial, al edén bollero.
Voy siempre más allá,
desafío la ley que llevas impresa en la piel
y tiro recto
hacia las piernas.“Poesía para niñas bien (Tits in my bowl)”, Cangrejo Pistolero Ediciones, Sevilla 2011