La cara amable de la plumafobia

La cara amable de la plumafobia

Nota: Este artículo se enmarca en la sección de libre publicación de Pikara, cuyo objetivo, como su nombre indica, es promover la participación de las lectoras y lectores. El colectivo editor de Pikara Magazine no se hace responsable ni del contenido ni de la forma de los artículos publicados en esta sección, que no son editados. Puedes mandar el tuyo a participa@pikaramagazine.com. Rogamos claridad, concisión y buena ortografía.

07/05/2016

Pablo Brusint

Amigo homosexual, ¿no es irritante cuando a uno se le acerca un individuo, aun con las mejores intenciones, dispuesto a colgarle la medalla del comportamiento heteronormativo? Sí, me refiero a ese momento de orgullo confuso en que a uno le dicen “Ah, pues para ser gay, tú no lo pareces” o una de las variantes “Tú eres un gay muy hetero”, “no eres una de esas locas”, “algunos gays son demasiado amanerados o exagerados, pero tú no eres así, no, tú molas”.

¿Qué pueden querer decirnos nuestros heteroamigos con este críptico halago? Este alegre comentario es una recompensa verbal por adoptar una actitud definitivamente más normal en detrimento de otra más afectada y marica, tan presente en nuestro siempre teatral colectivo.

suscribete al periodismo feminista

Nuestros heteroamigos están recompensando nuestro buen hacer a la hora de contener esa esencia de lo gay que a algunos les supura por los poros: el sentarse con las piernas cruzadas en ángulos imposibles e insalubres para la siempre abultada entrepierna masculina, el hablar con esa voz aguda y melosa que nos caracteriza, gesticular en exceso de forma ridícula; en fin, esos pequeños y desagradables gestos que tan forzados y molestos resultan.

Aunque pueda a usted sorprenderle, amigo heteronormativo, uno diría que entre los suyos también abundan los especímenes caricaturescos e irritantes. Si decide usted aproximarse a selectas retransmisiones deportivas o contemplar de primera mano el fascinante espectáculo que suponen las maniobras de apareamiento de los garrulos de discoteca, podrá usted dar cuenta del sutilísimo y matizado lenguaje corporal machirulo. Este incluye, entre sus múltiples manifestaciones, celebrar un gol berreando como una cabra o sublimar el complejo juego de la seducción en un sacar pecho, subir una ceja y chasquear “Eh moza, ¿te apetezco?

La genial película Guillaume y los chicos, ¡a la mesa! resume mi desconcierto ante tales despliegues de comportamiento machito con la muy poética expresión “¿¡Quién puede estar cómodo al sentarse con las piernas tan abiertas, como si cargara con los cojones de un caballo?!”.

Discúlpeme esta disensión, amigo heteronormativo, pero ¿no es el polo opuesto también afectado y peculiar? ¿Hay a quién le resulte exagerado expresar estas actitudes con el cuerpo o el habla? Pregunto.

Las actitudes típicamente masculinas también son actitudes forzadas que a muchos no nos resultan ni cómodas ni naturales.

Ante mis ojos, las posturas, actitudes, dejes y maneras machonormativos también adolecen de afectación, de fingimiento y de un marcado postureo. Pero, eh, en lo que a mi confort personal atañe, cada cual puede sentirse libre de abrazar y expresar la identidad con la que se sienta más a gusto.

La cuestión se intuye más perturbadora cuando arrojamos a nuestros lectores heteronormativos esta pregunta: ¿cuántas veces alguien recompensó verbalmente vuestra agradable normalidad? “Ah, ¿que eres hetero? Ni me había dado cuenta, es que tú eres uno de esos heteros guays que no gruñen como caballos en celo cuando ve pasar a una chavala. Contigo se puede hablar de poesía y de decoración, no sólo de fútbol, tetas y camiones

Este tipo de felicitaciones (me refiero a la variante antipluma, esa que sí existe) es un premio por mantenerse dentro de la norma.

No obstante, no me agradan especialmente estas recompensas. Lo que pretende ser un simpático cumplido lo entiendo como un siempre simpático recordatorio de cómo eran los tiempos de la infancia y la adolescencia, en los que la censura plumafóbica era menos amable y menos sutil. Qué lejos estaba entonces de la aceptación machirula y cuánto habría agradecido aquellos días este diploma verbal de masculinidad no intencionada, estos dudosos halagos que ahora me irritan. No, en aquellos tiempos mis maneras, aficiones e intereses, amistades, gustos de todo tipo, incluso mis más inocentes juegos de niño de siete o catorce años parecían incomodar a ciertos de mis compañeros o incluso profesores y adultos de mi entorno.

Pero la historia de mi niñez no es una de esas hipócritamente populares épicas gays que se mueven entre el abuso y la fidelidad a uno mismo. Es otro relato, mucho más anodino y frecuente, de cómo una irritación e incomodidad ligeras (a veces) pero constantes pueden construir una identidad que se ajusta mucho más a lo que agrada a otros que a aquello que a uno mismo le resulta más cómodo, y sí, más natural, más normal.

Cuando uno se descubre, gracias a estos alegres comentarios, dentro de lo que el machote hetero considera un comportamiento aceptable para un homosexual, dentro de lo normativo, uno se da cuenta de que este tipo de comentarios va un poco más lejos de ser un simple premio. Son también un recuerdo de cómo hemos pasado por el aro, una recompensa a nuestro servilismo, a nuestra represión voluntaria de la diferencia. Una palmadita en la espalda. Una forma amable y graciosilla de indicarnos, otra vez, cuál es nuestro sitio. Otra chuchería para este perro, pues los perros, como los marginados, sólo aprenden de dos maneras, con chucherías y con golpes.


Finalmente, si algún extraviado se pregunta dónde están los palos que esconde la plumafobia, bueno, lamento añadir que aquí nuestros amigos más machirulos se decantan por una manifestación menos retórica de su siempre sufrida experiencia con lo diferente. El extraviado puede empezar a buscarlos en las víctimas de la treintena de agresiones homófobas y tránsfobicas que han sido solo denunciadas, solo en lo que llevamos de año y solo en nuestra muy cosmopolita y muy gay friendly Madrid.

Con todo, al final tendremos que agradecer que no nos llamen marica por la calle. Algo como el sueño americano, con menos dinero pero con más Dragostea din tei, supongo.

Download PDF
master violencia de género universidad de valencia
Etiquetas: ,

Artículos relacionados

Últimas publicaciones

ayuda a Gaza
Download PDF

Título

Ir a Arriba