#TreguaTransfeminista para poder cuidarnos (o cómo recuperar la sabiduría de una insegura adolescente)
Nota: Este artículo se enmarca en la sección de libre publicación de Pikara, cuyo objetivo, como su nombre indica, es promover la participación de las lectoras y lectores. El colectivo editor de Pikara Magazine no se hace responsable ni del contenido ni de la forma de los artículos publicados en esta sección, que no son editados. Puedes mandar el tuyo a participa@pikaramagazine.com. Rogamos claridad, concisión y buena ortografía.
Flor Dospuntocero
A los doce años llegas por tu propio pie, y sin la mano de tu madre, a un sitio nuevo que ya no es el colegio. Es el instituto, con paredes verdes, enorme. Y vas pasando los cursos, aprendes a masturbarte, suspendes y lloras, te enamoras por primera vez y lloras, extiendes la placa de hachís en tu mano y te colocas, bajas al parque, te emborrachas, vomitas, te avergüenzas de ti misma, vuelves a llorar. Un día vas y de pronto follas. Ahí sí que no lloras. ¡Vaya monumento de sonrisa! Y de clase en clase, de descanso en descanso, de viernes a viernes, de botellón en botellón, de libro en libro, vas conformando tu personalidad y buscas las maneras de estar lo más cómoda contigo misma, con tu cuerpo, con tu ropa, con tu forma de relacionarte con tus padres, con la forma en que te relacionas con tus amigxs, con tus profesorxs, con tus rollos y, sobre todo, aprendes a relacionarte con quienes no son ni serán nunca tus amigxs (aquellxs compañerxs que, aún sin realmente serlo, podrían convertirse en enemigxs). Y son esas enemistades, los roces, la inseguridad, la violencia, lo que creo que a una adolescente siempre le da más miedo.
Cuando era adolescente descubrí que lo más cómodo para mí era criticar lo menos posible. Una profesora del colegio nos había animado a “comentar lo que nos gustaba y mordernos un poquito la lengua antes de ensalzar lo que nos desagradaba”. Si la camiseta de Carla era horrible o si Lucía se había tirado a medio instituto o Marcos no sabía hacer la o con un canuto no eran asuntos que requiriesen mi opinión. Y, de hecho, si el comentario venía de boca de alguien conocidx procuraba animarle a guardarse el juicio dentro. Otra cosa es cuando alguien le había hecho daño a otro alguien, cuando me enteraba de que Rocío y Jaime se estaban mintiendo, por ejemplo. Y ahí aprendí a no dar el rodeo del chismorreo y, si creía necesario intervenir, ahorrarme los comentarios e ir a hablarlo directamente con ellos. A menudo, retener tan jugoso comentario precisa autocontención y reenfocar el interés en otro elemento. A mí, por entonces, me dio por la literatura. Ahora quizá me daría por follar o ir al cine. Estoy convencida de que a muchxs de mis amigxs, por aquel entonces, les dio por la música o los videojuegos. Pero unxs cuantos, en aquel tiempo de crecimiento y emociones efervescentes, aprendimos a no echar más leña al fuego, a no meternos en las peleas irreconciliables de lo que creíamos haber abandonado en el patio de nuestro antiguo colegio.
En el instituto había distintos grupos. No les clasificaría en lxs empollonxs, los inadaptadxs, las guapas, los de la vena artística, etc., porque sería demasiado simplificar. Pero el caso es que había grupitos. Y había rencillas entre unxs y otrxs. ¿Qué me aportaba a mí entrar a cotillear? ¿Saber los intríngulis de con quién se había enrollado no sé quién y posicionarme del lado de algunx de esos sujetos? Aprendí a leer, a disfrutar el hecho no estar en ese círculo tóxico, a sentirme libre, a empoderarme, a vivir como quiero.
El pasado sábado 7 noviembre, después de un día tremendamente intenso haciendo historia en las calles, fui con unas amigas al concierto de La Otra en la recién inaugurada La Mala Mujer. Y allí, entre el público, vi a una adolescente llorar. Cantaba en bajito, totalmente concentrada y con los ojos empañados. Se emocionaba. Mientras alzaba la voz con el “Se quemó”, pensé que algún día otras mujeres mirarán atrás y pensarán lo terrible que era, que en el pasado, las mujeres jóvenes crecieran con miedo a ser violadas. Soñaba con que toda esta cultura de la violación, en el futuro, no fuese más que un mal recuerdo. Y me pregunté si no se nos agotarían las fuerzas para luchar por un futuro así por culpa de tanta pelea entre nosotrxs, tanta herida hecha desde dentro.
Últimamente en los ambientes feministas y transfeministas, me siento tan insegura como cuando estaba en el instituto. Me paso por los distintos espacios de puntillas. Mirando a todas partes por si sin querer piso una mina, con los ojos tremendamente alerta cada vez que abro la boca por si en mi discurso todavía hay asperezas que alguien pueda detectar y que se conviertan en leña para un nuevo chismorreo. Me da miedo hacerlo mal, decirlo mal, que no se me entienda. El cuchicheo por detrás. La sensación de que ya se han quedado con mi cara. El “¿y si conoce a alguien y ya sabía de mí antes de todo esto?”. Y al final, ya no es que me sienta insegura, es que he dejado incluso de frecuentar ciertos espacios.
En la época del instituto empecé mi militancia. Y un par de años después, cuando decidí dejar la UJCE, recuerdo que me fui con la tranquilidad de haber aprendido y disfrutado. Como colofón, me enrollé con medio colectivo, hice un trío en una sede de IU y me fui diciendo adiós y dando muchos abrazos. No me preocupaba lo que fueran a pensar porque sabía que, malo, no iban a pensar nada. Yo jamás había entrado, ni querido entrar, en el viejo topo rosa de la crítica y el cotilleo. Así que, de verdad, podía irme tranquila y segura de mí misma.
Y ahora, sin embargo, años después y sin ser adolescente me temo que yo también he entrado. Yo también he criticado. Yo también he juzgado. Yo también he llorado por que piensen de mí X o Y. Y cuando encima entró el poliamor de por medio… En fin, mejor ni mentarlo.
Hace unos días colgué un estado explicando cómo me sentía y animando a una #treguatransfeminista en mi facebook. Se dispararon los megusta. Creo que, terriblemente, somos muchxs lxs que estamos sintiendo esto. Mi compa Sara Sánchez quiso ir incluso más allá y pidió un #cesedefinitivodelashostilidades.
Y esta mañana me he hecho una pregunta en serio: si durante toda mi vida he evitado esto (los chismorreos, las críticas, los destripamientos), ¿por qué ahora, y justo en plena cuarta ola del feminismo, me he vuelto a empapar de ello? ¿No era justo ese enfrentamiento entre “mujeres” una de las estrategias del patriarcado?
Lejos de contestarme con causalidades y ponerme a analizar, a leer, a revisar, a re cotillear y a darle vueltas a estos conflictos, he decidido mirar para adelante. Tirar por la vía rápida. Yo me bajo del barco, compañerxs. Si no lo hacía en el instituto, no lo voy a hacer ahora. Me vuelvo a leer, a cuidarme, a hacer las cosas que me hagan sentir bien, segura y yo misma. De aquí en adelante empieza mi período de cambio. Comenzaré por un primer paso pequeñito. Dos semanas, catorce días enteros, sin criticar absolutamente a nadie.
Evidentemente habrá asuntos que no me gusten, cosas que no comparta, comportamientos que me repateen, pero… como hacía en el instituto, los enfrentaré de la forma más sana posible “No estoy de acuerdo con”, “No comparto que”, “Hubiese prefirido”, “No permitiré que delante de mí”. Y cuidaré de que mis palabras sean para construir. Y, sobre todo, para cuidarme y cuidarnos.
Se acabó el chismorreo, se acabaron las críticas, se acabaron las inseguridades, los celos.
Siempre decimos que tenemos que cuidarnos a nosotrxs mismxs para poder cuidar a lxs demás. En este caso, dentro de los movimientos feministas y transfeministas, creo que tenemos que empezar también a relacionarnos más cuidadosamente para cuidar del activismo. Porque sin cuidarnos, amigxs, conocidxs y personas que nunca seréis mis amigxs, sin cuidarnos no creo que jamás sea posible cambiar las cosas. Y ahí están las asesinadas y las adolescentes llorando en un concierto, volviendo a casa con miedo, las que se merecen que, entre todxs, cambiemos nuestras tóxicas maneras de relacionarnos para construir un mundo nuevo.
Y vosotrxs, ¿qué vais a hacer para cuidarNOS?