Mamá, esto no te va a gustar

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28/03/2016

Aurora C

No te voy a insultar, mamá, no te agobies, solo quiero decirte unas cuantas cosas. Creo que deberías escucharlas. Ya sé que eres mucho más moderna que otras madres y mucho más abierta de mente. Me di cuenta enseguida que no eras como las madres de mis amigas ni has sido nunca alguien que hace las cosas a la antigua usanza. Aún así, debo recordarte algunos momentos. Y explicártelos.

Mamá, ¿Te acuerdas de cuando yo era pequeña y volvía siempre del cole muy sucia? ¿Recuerdas que siempre me decías: “¿Por qué no puedes volver a casa limpia como tus amigas?”.

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Esa suciedad era la garantía de que había disfrutado. Me lo pasaba en grande jugando con cualquier cosa, y como sabes bien, todo lo que pudiera pintar o manchar para mí era oro. Corría mucho, saltaba, me caía, me llenaba de fango, daba patadas a las hojas del suelo llenándome de barro… Y así era como yo disfrutaba de verdad. No, mamá, nunca pude ser “como las otras niñas”. Tal vez ellas volvían limpias a casa, pero yo no podía vigilar mi ropa o mi pelo y pasármelo bien al mismo tiempo. De hecho, tengo que decirte que en esa etapa estaba casi segura de que yo era la que mejor se lo pasaba y más aprovechaba cualquier oportunidad. Así que nunca me arrepentí de nada, a pesar de tus quejas, y tampoco me arrepiento ahora.

Además, déjame decirte que jamás pude ser como ellas del mismo modo que ellas no podían ser como yo. Porque éramos y somos personas distintas, todas nosotras. Intentar que nos pareciéramos en aquello que a los adultos os convenía o a la idea que teníais de lo que debía hacer una niña es realmente infantil. Y esa era vuestra idea mamá, la de los adultos precisamente.

¿Recuerdas cuando ya crecí un poco más y siempre me echaban de clase? Todas las conversaciones con las tutoras se centraban en lo mismo: Mi comportamiento, mi falta de respeto a los adultos, el hablar en clase, el decir palabrotas, el no estarme quieta, no hacer caso… Nunca se dijo nada de mis notas, porque no había nada malo que decir. Ni de ser mala persona, porque nunca lo fui. Pero era una niña mala.

Escucha, mamá, yo no era mala, yo era una niña. Nada más. Decía palabrotas porque las escuchaba de papá, que ya sabes que es un diccionario de insultos con patas. Hablaba en clase y me levantaba cuando la profesora se iba, cierto, pero, ¿tú sabes lo aburrida que puede ser una clase? No me digas que era para aprender, porque puedo sacar de nuevo mi libro escolar y vemos que mis notas rozaban aquello que llaman la perfección. Así que no tenía ningún problema para aprender, pero me aburría, muchísimo.

Tengo que añadir que mi supuesta falta de respeto, y tú lo sabes, era concretamente una falta de respeto hacia la autoridad, viniera de donde viniera. Nunca entendí que te pareciera algo que yo hacía en el cole, si en realidad siempre estuvimos con discusiones en casa por ese motivo. Y no fue porque yo fuera una niña mala, mamá, fue porque yo no acepté nunca un “porque sí”. Lo que yo buscaba eran explicaciones, argumentos y justificación para decidir si estaba de acuerdo o no. Pero nunca iba a aceptar una respuesta como: “Porque lo digo yo”. Y tú sabes que esa no es una repuesta válida. Mamá, recuerda que todavía conservo el libro de Rebelión en la Granja en cómic, con vuestra letra en la primera página, que reza: “Aurora empieza a leer”. Me lo comprasteis vosotros, y luego ¿no se os ocurrió que mi sentido crítico hacia las cosas se desarrollaría más de lo que esperabais?

Mamá, ¿recuerdas cuántas veces en mi vida me has dicho: “Ponte falda”, “viste más femenina”, “vas echa un desastre siempre?” ¿Nunca has pensado que tal vez no me gusta ponerme falda, o no las que tú quieres, que me da pereza hacer un ritual de belleza que me resulta incómodo y pesado, que cuando me visto es para mí, no para los demás, y si quiero ir cómoda voy como me da la gana?

De verdad, ¿nunca has pensado que me haces sentir fatal cada vez que me tratas como si no fuera suficientemente mujer por vestir, hacer y decir lo que me da la gana?

Insisto, 25 años después del colegio, en que mis manchas no significan que voy echa un asco. Significan que he estado jugando con animales, que me he liado la manta a la cabeza y me he puesto a pintar, que estaba pasándolo tan bien que ni siquiera he prestado atención a si me ensuciaba o no. Y, tranquila, que a estas alturas ya sabes que mis manchas las lavo yo. Pero las lavo con el orgullo de haber tenido un gran día, mamá. Ojalá entiendas eso.

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