James Bond: con sexismo para matar

James Bond: con sexismo para matar

El espía británico con licencia para matar James Bond, protagonista de las novelas de espionaje de Ian Fleming, dio el salto a la gran pantalla en 1962. El tiempo lo ha convertido en uno de los personajes más icónicos del cine, y sus películas han consolidado innumerables tropos del cine de acción. Pero este legado conlleva, además, un lado oscuro. Ver la saga 007 desde la primera hasta la última entrega supone hacer un recorrido por más de cincuenta años de historia del cine, más de cincuenta años de sexismo en pantalla grande.

03/03/2016

 

Cartel del film 'Diamantes para la eternidad'

Cartel del film ‘Diamantes para la eternidad’

James Bond contra el Dr. No, la primera de todas, es una película ingeniosa a la manera en que solo un niño puede serlo: la chispa de su valor salta precisamente gracias a su falta de madurez e ingenuidad. Dr. No establece los códigos que han perdurado hasta la actualidad, presentes de una u otra manera en todas las entregas de la saga. De todos ellos destaca el controvertido concepto de “chica Bond”; lo introduce en fondo y forma la escena donde Honey Rider, interpretada por Ursula Andress, sale del agua vestida con el icónico bikini blanco. A partir de dicha escena, mirar a las mujeres que se cruzan en el camino del agente secreto, o más bien las mujeres en cuyo camino este se cruza, no siempre con afortunado resultado, es mirar el modo en que se ha tratado a la mujer en Hollywood hasta el momento presente.

El sexismo en las primeras películas de James Bond es tan casual, se representa con tal fina capa de entretenimiento inocuo, que los espectadores tendemos a pasarlo por alto para rendirnos al espectáculo de masas que es vocacional del cine de acción. Nos dejamos llevar por abrumadoras persecuciones, peleas cuerpo a cuerpo elegantemente coreografiadas y diálogos tan funcionales como efectivos, e ignoramos inconscientemente elementos que, en una película de cualquier otro género, nos resultarían inaceptables. ¿Un personaje masculino mujeriego y machista en una comedia romántica? Solo puede ser el antagonista o, según se plantee, el bufón o comic relief. Una escena donde un hombre pega a una mujer nos resulta difícil de digerir, incluso en un drama de época donde tal comportamiento era habitual. Sin embargo, en una película de James Bond el héroe no es menos heroico porque falte el respeto a las mujeres o ponga en riesgo su vida.

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La tercera película de la saga, Goldfinger (1964), es una de las que acumulan más detalles sexistas y una de las entregas más misóginas. El antagonista, Auric Goldfinger, es un megalómano obsesionado con el oro; cuando una de las mujeres que trabajan para él le traiciona con James Bond, la asesina pintándole la piel con oro líquido, lo que le causa muerte por asfixia. La mujer no solo está hipersexualizada, además se reduce a la categoría funcional de mero objeto.


Pero esto no es todo. La palma se la lleva la chica Bond del momento: Pussy Galore, una mercenaria que dirige un equipo de preciosas aviadoras, todas ellas sacadas del catálogo de una agencia de modelos. Cuando James Bond intenta ganársela con sus habituales artimañas, Miss Galore le asegura que ella “es inmune”. Dicha inmunidad no es otra cosa que una homosexualidad codificada, confirmada en la novela de Ian Fleming en la que se basa la película, donde se declara abiertamente lesbiana. Por supuesto, Bond, James Bond es el seductor por antonomasia, el macho alfa, y ni siquiera una lesbiana se puede resistir a su extremo magnetismo sexual. James Bond y Pussy Galore se encuentran en un granero, donde se enzarzan en un tira y afloja que termina con él encima de ella, a la que inmoviliza para intentar persistentemente alcanzar sus labios. Ella se resiste. Y él insiste. Y logra su objetivo. Lo que cualquier adulto sensible a la violencia sexual interpretaría como un abuso evidente, el cine de los años sesenta lo presenta como una fogosa escena de seducción a la que la mujer se entrega tras un forcejeo supuestamente erótico.

Los créditos de apertura de las películas 007, en su mayoría videoclips con valor propio reforzado por extraordinarios temas musicales, son piezas simbólicas que habitualmente representan sensuales siluetas femeninas danzando en torno a un Bond alerta. El más revelador es el de Thunderball (1965), cuarta entrega de la saga, estrenada en España como Operación Trueno. Al ritmo de la canción interpretada por Tom Jones, un número indeterminado de buzos persiguen a las mencionadas siluetas femeninas armados de arpones que no dudan en disparar contra ellas. Esta es, por sí solo, una muestra elocuente del carácter depredador de James Bond.

La década de los años setenta trae consigo nuevos aires a la saga. En 1973 Roger Moore sustituye a Sean Connery en Live and Let Die (Vive y deja morir), e interpreta a 007 un total de siete veces, la última en A View to a Kill (Panorama para matar) en 1985. Moore refuerza la personalidad de bon vivant de James Bond, al que dota de una vis cómica que extrapola a su acostumbrado machismo. La profusión de diálogos con dobles sentidos de tipo sexual se vuelven un signo distintivo dentro de la franquicia, como por ejemplo el que tiene lugar al final de Moonraker (1979), una de las entregas más disparatadas de la saga, que lleva a James Bond a una estación espacial. Tras detener los planes genocidas del villano de turno y salvarse de una muerte segura, el agente británico vuelve a la Tierra en una cápsula de rescate en compañía de la doctora Holly Goodhead, chica Bond titular. Empiezan a besarse apasionadamente y sin darse cuenta conectan por radio con M y Q, que intercambian el siguiente diálogo:

M: Good God, What’s Bond doing?
Q: I think he’s attempting re-entry, sir.

M: Santo Dios, ¿qué está haciendo Bond?
Q: Creo que está intentando una reentrada, señor.

Son precisamente las chicas Bond más perfiladas como mujeres reales, inteligentes y profesionales, las que muestran con más claridad la base misógina de James Bond, puesto que terminan sometiéndose a su concepción inicial de “interés romántico/sexual” de la misma manera que las chicas Bond más artificiales y caricaturescas. Son personajes como la doctora Holly Goodhead, astronauta al servicio de la CIA, las que nos recuerdan que existen únicamente para estar subordinadas al hombre.

El sexismo en las películas de James Bond nunca va a menos. Esto es algo que hay que tener muy claro: una película de James Bond, por definición, ya solo por el bagaje que arrastra, siempre es sexista. El sexismo no disminuye, solo cambia.

Pensemos en la inclusión durante la era Pierce Brosnan de Judy Dench como la nueva M, directora del MI6 y jefa de James Bond, personaje que hasta entonces había sido interpretado por hombres. Este cambio fue una estrategia evidente para renovar la saga y luchar contra las críticas feministas. Funcionó en gran parte gracias al talento interpretativo de la actriz y a algunas escenas donde M se tiene que enfrentar al sexismo de colegas dentro de la agencia de inteligencia, un mundo históricamente dominado por hombres, que da a las películas Bond un cierto trasfondo social, eso sí, tangencial. Pero también ha recibido críticas por la connotación maternal que se ha dado al personaje en su relación con el agente secreto, que hasta entonces no había traspasado el ámbito profesional y se había caracterizado por los reiterados conflictos derivados de la insubordinación de 007 a la que los anteriores M se tenían que enfrentar. En Skyfall (2012), la última en la que Dame Judy Dench participa, incluso se le dio el tratamiento modelo de damisela en apuros a la que Bond debe rescatar, misión en la que por cierto fracasa.

Cada película de James Bond es el claro reflejo de su tiempo y, en este sentido, las últimas de la saga demuestran hasta qué punto nuestra relación con el sexismo es contradictoria hoy en día. Los intentos para redimirse del mito de 007 oscilan entre lo moderadamente acertado, como la reinvención de M, y lo simplista y un tanto frívolo, como el guiño de Casino Royale (2006) a la escena de Ursula Andress en la playa con Daniel Craig, último actor en ponerse en la piel de Bond, como hombre objeto.

En uno de los faux pas más sonados de la historia reciente de la saga, James Bond tiene relaciones sexuales con la víctima de una red de trata; relaciones que, aun consentidas, no son por ello menos problemáticas. Organizaciones feministas enseguida se hicieron eco de dicha escena, puesto que denunciaban el hecho de que se representase una situación de claro abuso de poder con la frívola intención de mostrar una escena más de seducción entre tantas otras.

Spectre, la próxima entrega de la saga y probablemente la última con Daniel Craig como protagonista, se encuentra actualmente en cines, y llega con Monica Bellucci y Léa Seydoux como chicas —tal vez debiéramos empezar a llamarlas mujeres— Bond, y una Moneypenny muy alejada de la secretaria que bebe los vientos por el agente secreto que había sido hasta ahora. Habrá que esperar a ver si realmente llega con aires renovados o si finalmente tenía razón M/Judy Dench en Goldeneye, cuando decía que James Bond no era otra cosa que un dinosaurio sexista y misógino y una reliquia de la Guerra Fría.

 


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