El derecho a no ser lista

El derecho a no ser lista

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08/02/2016

Raisa Gorgojo Iglesias

¿Quién no disfruta de una buena metedura de pata en horario de máxima audiencia? Uno de los escándalos que la prensa amó fue el de Miss Italia. Cuando a Alice le preguntaron en qué época habría querido vivir, ella contestó que el 42, para ver la Guerra de la que tantísimo se había escrito porque total, siendo mujer, no lucharía en el frente. La pobre chavala, no tiene ni idea de las mujeres que sí que lucharon, que se vieron traicionadas por sus compañeros de izquierdas después de la guerra o que se incorporaron a trabajos tradicionalmente masculinos para ver cómo las mandaban de nuevo a la cocina, sin reconocer ni sus derechos ni su lucha. Alice esto no lo sabe porque ni a ti ni a mí nos lo enseñaron la escuela: lo vimos en películas, lo leímos en libros que no eran de texto o lo aprendimos en la Universidad. En sucesivas entrevistas, a Alice la bombardearon con preguntas de ese tipo de las cuales ella tampoco salió muy bien parada (“¿Cuál es tu personaje favorito de la Historia italiana?” “Michael Jordan”) hasta el punto surrealista de preguntarle cómo resolvería la crisis de la inmigración y los refugiados en Italia. Nosotros tenemos un presidente que no sabe qué pasaría en el caso de una casi inminente independencia catalana, pero la prensa se ensaña con una chica que acaba de terminar el instituto porque parece tonta.

Pues a lo mejor lo es. Y qué: total, a ella le dieron la corona de Miss a pesar de su metedura de pata, contribuyendo a difundir el con ser guapa basta… a fin de cuentas, la sociedad en que vivimos cosifica lo femenino y un objeto evidentemente bello es siempre más fácil de entender y mirar que una obra problemática. Tampoco quiero establecer una correlación directa entre bonita y estúpida o meternos en el papel de víctimas sin agencia. Hay mujeres de todo tipo y provenientes de diferentes backgrounds que efectivamente usan los procesos de cosificación del sistema como un arma empoderadora, volviendo esos procesos contra sí mismos, o que, en otros casos, aceptan esas reglas del juego por necesidad económica.

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Lo que puede parecer inexplicable es por qué una chica con estabilidad socioeconómica decide ser partícipe de un teatro del horror con el fin de llegar a ser actriz en lugar de, por ejemplo, apuntarse a una escuela de arte dramático o participar en compañías teatrales. La explicación es fácil: porque puede, o, mejor dicho, porque le dicen que puede. El sistema en que vivimos nos enseña que somos más especiales que nadie y que, aceptando las reglas del juego sin rechistar, destacaré y seré admirada. No necesito hacer nada especial porque yo ya lo soy, yo seré el modelo a aspirar de todas esas personas que necesitan comprar productos para ser como yo. Ya he triunfado, en realidad no soy tonta… Lo que todas estas historias de fama fugaz basadas en la belleza y la juventud parecen tener en común es que sus protagonistas no se dan cuenta de que su carrera durará tanto como han empleado en construirla: los quince minutos de Warhol.

No por ponerme seria, pero se sabe que al capitalismo le gustan las historias de amor heterosexuales, los matrimonios consolidados y las madres muy maternales, porque solo cuando ponemos esos tres ingredientes en la misma sartén podemos obtener un delicioso plato de hijos criados en una familia estable (lo cual no implica feliz) listos para trabajar y producir. En esa misma línea, a nuestro sistema político-económico le encantan las chicas jóvenes, tan fértiles ellas, y no tiene ningún problema con los hombres adultos, porque teóricamente pueden seguir reproduciéndose… ahora, eso así, los rumores de embarazo de Jennifer Aniston a los 46 años nos sacan de quicio y lo consideramos antinatural. Piénsese un poco por qué.

Los fascismos y el comunismo soviético ya basaron su propaganda en el valor de la fuerza y la juventud tanto en ellos como en nosotras, cada uno en su propio estilo y con diferentes objetivos. La diferencia en el postcapitalismo es otra: ahora, además, amamos por encima de todo la belleza, a la cual aspiramos para ser reconocidas como miembros válidos del sistema, es decir, para ser visibles. Y la belleza, como todo en esta economía, nos han enseñado que se puede comprar. La segunda ola del feminismo nos sacó de la cocina pero el postcapitalismo nos encerró en el tocador, parece ser.. Esa solución nunca llega, porque si llegase, pararíamos de comprar: cada cinco minutos hay un thigh gap o un thigh grow al que aspirar. Así que a mí, para ser válida y visible, solo me queda mi personalidad.

Los chicos cis cada vez sufren más este tipo de presión; claramente son un mercado con mucho potencial y que, misteriosamente, hasta ahora no había sido considerado. Sin embargo, por mucho que los meninists y los activistas de esos “movimientos por los derechos de los hombres” pataleen, la presión sobre el físico no recae sobre ellos ni una cuarta parte de cuanto recae sobre nosotras. Y a los datos me refiero: fíjate en el contenido de las revistas masculinas y en el de las femeninas, presta atención al número y tipología de anuncios de productos cosméticos. Dicho esto, y siguiendo siempre con el razonamiento de lo que la economía postcapitalista quiere de todas y todos nosotros, démonos cuenta de cómo una chica guapa pero tonta e inútil no está tan mal considerada como un chico guapo pero tonto e inútil: es el hombre quien provee, y ha de ser un hombre fuerte y ágil para trabajar en una industria, o inteligente y capaz para desenvolverse perfectamente en un trabajo de cuello blanco. La inteligencia, en nosotras, es un plus, como saber francés o tocar el piano. Naturalmente, en el 2015 las cosas no son como en la era Mad Men… o eso te crees tú: fijémonos en los comentarios que recibe un hombre que se queda en casa a cuidar de los hijos o a escribir la gran novela de nuestro tiempo mientras su mujer sale a trabajar a la oficina o a limpiar portales, o, por esa regla de tres, la admiración que recibe un padre soltero frente a las críticas y comentarios maliciosos que afronta una madre en la misma situación.

Por esa regla de tres, cuando un chico joven está con una mujer mayor se le presupone una idiotez e inutilidad total: es un toy boy con el que divertirse en la cama a cambio de un status social o económico que ella puede procurarle. En cambio, cuando una chica joven está con un hombre mucho mayor, la unión o se toma a cachondeo (pensemos en Hugh Hefner y sus, cielo santo, conejitas) o se percibe como más armoniosa en tanto que ella, estúpida e inexperta, es la pupila del señor en cuestión. Ella no es una toy girl, es casi una aprendiz: porque claramente, el hombre enseña, pero una cougar a su chico poco puede ofrecerle salvo los privilegios de status que se van alcanzando con la edad, nada más. Compárense los artículos sobre Madonna y sus novios veinteañeros o los de la ruptura de Demi y Ashton, con los de Risto Mejide y su novia Laura Escanes, veintiún años más joven que él: ella con cara de niña, él con su cara. Como dicen en El País:
“las fotos y selfies de la nueva pareja se prodigan por Instagram con una estética que podría llevar por título El maduro y la jovencita, un poco al estilo Vacaciones en Roma, en la que ella ríe abiertamente o le hace cucas monas, mientras él se mantiene serio o esboza una leve sonrisa. Imágenes en las que parece que el premio gordo ha sido para la chica, que no puede reprimir su alegría y contento. Instantáneas que recuerdan a las de Arthur Miller y Marilyn Monroe.”

Los mismos motivos se repiten una y otra vez: Risto y Arthur son listos pero Marilyn, Miss Italia y Audrey son sólo cuerpos hermosos, jóvenes y vacíos; tampoco pasa nada porque existe un incuestionable derecho de las chicas a ser tontas siempre y cuando sean guapas… lo que es absolutamente imperdonable no ser atractiva o joven. Que Marilyn, como seguramente habrás visto en algún post viral, tenga una inteligencia superior a la de Einstein no importa para la construcción de su leyenda.

Ahora vivimos en una era de body positivism y buen rollo que, en realidad, perpetúa esa tendencia a ver lo femenino como algo mudo que, cuando habla resulta irrelevante. El cambio real va más allá de conformarse con un eslogan de cremas hidratantes para “todos” los cuerpos. Nos enseñan vídeos con la belleza ideal: chicas cis, sin diversidad funcional, no más allá de los treinta o con las arrugas muy bien puestas, gordas pero sin michelines, pero sobre todo, chicas que no abren la boca pero que lloran al darse cuenta que son guapas y visibles.

Lo bello es muy específico y el manido “interior”, o el ser consideradas seres humanos redondos y no planos, no cuenta. Para realizarnos, vernos reflejadas en el otro o contar, la belleza natural o comprada es el camino que se nos propone a las mujeres. La ausencia de modelos femeninos a los que aspirar o admirar en la cultura oficial es escandalosa: piénsese por ejemplo que sólo un 7% de los referentes culturales y científicos de los libros de texto son femeninos, un síntoma más de que el sistema no necesita valorar lo femenino, su construcción tal cual está funciona perfectamente.

Manteniéndonos siempre en una análisis más pop que academicista, parémonos a pensar cuántos actores o cantantes feos pero con un punto nos gustan, y cuántas chicas feas pero interesantes son masivamente admiradas… hemos aprendido a mirar de un modo tan estrecho que solo nos queda desaprender y reprogramarnos, para no llegar a límites absurdistas como que haya estudios que prueben que a los hombres no les gustan las mujeres inteligentes, tal vez por una incapacidad de catalogar lo que el sistema considera extraordinario. Nos han instruido para ser incapaces de ver belleza en todas partes y de todas las maneras, el concepto se ha mercantilizado de modo tal que, aunque no nos demos cuenta, vemos lo hermoso solo en lo que es como aparece en los anuncios y en los medios: en la cara, en el pelo, en el cuerpo. Quizá ver belleza en lo que no es normativo sea el verdadero amor en el mundo postmoderno… quién sabe.

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