Breve enfado en la larga comida de Navidad

Breve enfado en la larga comida de Navidad

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04/01/2016

María Gutiérrez Sánchez

Nunca he escuchado a nadie llamar intransigente a mi hermano. A pesar de su contundencia al hablar, su falta de modestia y la severidad de sus gestos. En cambio a mí se me dice que baje el tono, que no sé comunicar, que soy agresiva y que de esa manera pierdo la razón. Como decirle a una mujer que se abroche el botón del escote para que la tomen en serio.

Si algo tengo claro es que no voy a abrocharme ningún botón. Que esa intransigencia de la que hablan, no es más que la forma académica de mostrar rechazo a mi seguridad, a mi preparación independiente. De reducir mi curiosidad, mis lecturas y mis razonamientos a un ataque de histeria. Dicen que soy agresiva, y es cierto, lo soy, y lo soy aún más cuando me hacen un coro y me pasean como una pelota de paintball para divertirse. Cuando las respuestas que dan a mis afirmaciones son carcajadas, y sentencian cuestiones sobre mi persona sin levantar ni siquiera la vista del móvil. Cuando un puesto de trabajo puede más que un cerebro bien entrenado.

Mi tía me dice que ha hecho cursos sobre feminismo, usa el término “micromachismo” para corroborar la asistencia a esos cursos, como si eso borrara el hecho de que es ella, y no su marido, la que sufre los tacones. Que es ella, y no sus hijos, la que se levanta a recoger la mesa. Y me dirá que es ella, y no los hombres, la que ha decidido ir guapa.

Es la clase social acomodada hablándome sobre el esfuerzo, sobre la lucha por los sueños, sobre aprovechar las oportunidades que me da la vida. Ignorando todo lo demás. Ignorando que no todos somos niños criados en las faldas de las monjas del colegio católico o en el seno de un anuncio navideño de El corte inglés. Que algunas no dormimos pensando en por qué somos como somos. Por qué debemos estudiar y qué nos aporta. Por qué merece la pena pasar por todo esto. Que algunas buscamos respuestas propias, en vez de leerlas en un libro de texto de bachillerato y que algunas nos esforzamos para intentar seguir el ritmo, pero no podemos evitar pararnos a observar lo que nos rodea y eso nos quita mucho tiempo.

Conforme voy creciendo, y les voy escuchando, confirmo las sospechas que tenía de pequeña cuando me decían cosas como ” has adelgazado, estás muy guapa” o les parecía gracioso que supiera cuál era la diferencia entre izquierda y derecha. Que estoy rodeada de personas atontadas, con unos ideales adornados de palabras rimbombantes que no son más que cajas vacías. Que hablan de todo sin haberlo vivido todo, sin empatía, y quieren que yo haga lo mismo. Una panda de progresistas pausados y calmados, con un protocolo excelente.

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