‘EmPodérate tú’: contra una noción patriarcal, unitaria y prescriptiva del poder

‘EmPodérate tú’: contra una noción patriarcal, unitaria y prescriptiva del poder

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27/10/2015

Fran Baeza Segovia

Hoy he leído una de esas entradas que hacen que la visita cotidiana a un blog se convierta en una “jornada de reflexión” de tarde y media. Erika Irusta (El camino rubí) hace que el café se le atragante a cualquiera que se entienda y se construya feminista: “Empodérate tú. Yo me quedo aquí llorando”, dice (y seduce) el título de un texto que, dada la intensidad de su estilo y contenido, avergüenza en algún punto a aquélla que trata de analizarlo desde la cautela que otorga el tiempo y desde la seguridad impostada que brindan los hábitos del pensar. Me habrá de disculpar la autora por virar el vector de su pasión hacia (y contra) aquello que se tilda de académico, pero la resignificación política del Poder (de su génesis, su gestión, sus dinámicas, sus productos e instrumentos) es una asignatura pendiente para la mayoría de las que pensamos en y desde la emancipación de los cuerpos. Si le echáis un ojo a esas líneas, la reflexión viene al caso: ¿Qué coño es eso de “empoderarse”? ¿Quién lo prescribe? ¿Quién lo necesita?

Digamos para empezar que no hay un único concepto posible de “poder”; que el que usamos lo hemos venido a construir conforme a unos términos dados y de acuerdo a unas tecnologías determinadas. El juego de reciprocidad que Foucault establece entre poder y saber puede llevar a confundir el primero de los conceptos con el constructo social que (aquí y ahora) hacemos de su término nominal, a ponerle una mayúscula al Poder y a elevar su status ontológico al de verdad verdadera, única y monolítica; nos equivocamos, en definitiva, al construir en nuestro imaginario una única forma de poder, una cualidad o un estado que se tiene o se ostenta, que se usa o se infringe y que, sea como fuere, se presenta como virtud, necesidad y objetivo de la estirpe feminista. Un Poder que es realmente un saber, nieto de la modernidad patriarcal y, dirán las feministas negras y las decoloniales, hijo de un feminismo burgués y eurocentrado. Un Poder que, ojo al dato, se erige como otro de tantos imperativos producidos y utilizados para someter a los cuerpos de aquéllas que nos decimos mujeres: ¿qué haces llorando, callando o huyendo, pedazo de infeliz? Cuando termines con lo demás –dice nuestra amiga feminista–, ¡emPodérate, joder!

Precisa y paradójicamente, y volviendo a la entrada del blog, Erika Irusta ‘se empodera’ con (desde, en y a través de) su texto al elaborar y reivindicar una idea personal y subversiva de bienestar: la tristeza –que no la melancolía ni la añoranza: la tristeza triste, pura tristeza–. Su apropiación y su puesta en valor alcanza “la meta” por la vía de su negación; el fin de un suplicio moral no elegido ni deseado tiene lugar con, valga la redundancia, una resignificación política y radical de aquellos estados anímicos que la matriz desde la que pensamos tilda de indeseables –y aquí pueden buscarse relaciones con las lógicas del mercado, juego siempre fructuoso. Así, la tristeza, producto sistémico elaborado en términos carenciales, es ahora aserto subversivo de completud.

¿Qué lectura puede hacerse de esta reelaboración desde y para nuestros intereses? Es momento de sugerir que, como la autora, debemos poner sobre la mesa aquellas resignificaciones que hacemos las entidades sometidas para luchar en silencio contra la opresión. Valórense las posibilidades siguientes: quizá alguna de las causas por las que muchas personas rehúsan de la lucha feminista descanse en el tipo de empoderamiento que ésta persigue. ¿Hasta qué punto nuestra noción situada de poder, efecto e instrumento del patriarcado, puede ser ‘tomado’ en su contra? Aún más, ¿no estaremos sometidas por la exclusividad semántica y epistemológica del Poder-como-constructo y, en suma, manteniendo con éste (y con la negación de sus alternativas, provista diligentemente) las necesidades del sistema? Desde esta lógica, quizá burguesa para unas y decolonial (sousasiana) para otras, parece necesario que las feministas (construidas como hombres, como mujeres o como sus intersticios disidentes) nos planteemos la cercanía o la impostura de los ideales políticos por los que luchamos; que elaboremos, juntas y diversas, miles de acepciones del poder. La reivindicación de la infelicidad, la tristeza, la mediocridad, la ansiedad, la incapacidad, la impotencia (por supuesto, del gatillazo), la huída: todas ellas, una a una, pueden formar parte del recetario político de los feminismos, de un empoderamiento que toma entonces ‘los poderes’ en plural como enteras fuentes de posibilidad –matrices abiertas que recogen todas las voces (las que hablan y las que elijen callar) y en las que cabe toda reivindicación (y toda reivindicación, además, feminista)–.

Una crítica ésta densa y condensada, puede ser; un rollo patatero que aburrirá a esa amiga feminista que ‘ostenta la verdad’, seguro. Pero valga el intento y el esfuerzo para que, cuando te digan por enésima vez que te rebeles y te empoderes, puedas decir, si quieres, aquello de “empodérate tú, que yo me quedo aquí llorando”… y sigas siendo feminista.

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