Cecile, en la delgada línea entre refugiada y migrante

Cecile, en la delgada línea entre refugiada y migrante

Su piel y la de su hijo destacan en el campamento improvisado de Karatepe en Mitilini, la isla de Lesbos. Sin embargo, pasan desapercibidos entre las más de 400.000 personas que huyeron de sus países hacia Europa. Llegaron en la misma balsa de plástico que decenas de refugiados sirios, pero arrastran la etiqueta de migrantes. Persiguen la misma meta: salvar sus vidas.

21/10/2015

Lucía Muñoz

Cecile

Cecile, una de las pocas refugiadas negras que llegaron solas al campamento de Karatepe ./ Lucía Muñoz

Cecile marchó con su marido desde Camerún hasta el Líbano por una oferta de trabajo. Allí nació su hijo, que ahora tiene 5 años. Desde entonces, el pequeño nunca ha pronunciado ni una sola sílaba. Los médicos no supieron diagnosticarle nada exacto. Preocupada y desesperada ante la situación de inestabilidad que vive El Líbano y la reducción de casi el 40% de la ayuda humanitaria que antes recibía el país, decidió poner remedio dando el salto a Europa.

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Cecile tuvo suerte. Aún no estaba terminada una valla de cuchillas de 175 kilómetros de largo, vigilada bajo los gases lacrimógenos de la policía húngara

Su pareja se quedó en Turquía. Agarrada a su hijo subió a la balsa que, arrastrada por un viejo motor y las olas del mar Egeo, los llevaron hasta la isla helena. Durmió en Karatepe, un campamento improvisado, sin agua y que no cubre las necesidades básicas, a las afueras de la ciudad con más de 3.000 personas a principios de julio. Allí pasó varios días hasta que consiguió la documentación necesaria que otorga el gobierno de Grecia para moverse libremente por el país. “¿Qué puedo esperar en Camerún? No puedo encontrar una solución a lo que le ocurre a mi hijo. Por eso vengo a Europa”, repetía una y otra vez Cecile para convencerse a sí misma de que su decisión era la correcta.

2400$, la ruta a Europa desde El Líbano en la palma de la mano de los refugiados que rula por mensajería móvil./ entrefronteras.com

2400$, la ruta a Europa desde El Líbano que se difunde por mensajería móvil./ entrefronteras.com

Llegó hasta Atenas y posteriormente en tren hasta Tesalónika. Consiguió un autobús hasta Idomeni, en la frontera con Macedonia, que cruzó a pie, atravesando alambradas hasta que pudo montar en un tren que los llevaría hasta Serbia. Sin embargo, tuvieron que andar varios kilómetros hasta Belgrado para subir a otro autobús que les dejó en la frontera con Hungría. Cecile tuvo suerte. Aún no estaba terminada una valla de cuchillas de 175 kilómetros de largo, vigilada bajo los gases lacrimógenos de la policía húngara y que han obligado a los refugiados a cambiar su ruta pasando ahora por Croacia. Así que, tras andar siete horas durante la noche, los recibieron con los brazos abiertos para darles cobijo en el calabozo. Con el niño pegado a su pecho, pasó dos días en prisión.

Tras 48 horas, salieron sin equipaje. Nada más que con un documento incompleto otorgado por la policía que los dejaría de nuevo a las puertas del campamento de Debrenec, Hungría. En mejores condiciones que en Karatepe, pero igual de desbordado por la llegada de refugiados, Cecile y su hijo tuvieron alojamiento y dos platos caliente al día. Aquí, las autoridades húngaras le proporcionaron otro documento para andar libremente durante tres meses por territorio Schengen. Así que, sin pensarlo dos veces, viajó en tren hasta París para buscar lo antes posible una solución para la enfermedad de su hijo.

 "Documento húngaro con el que Cecile podrá moverse por territorio Schengen durante tres meses".

Documento húngaro con el que Cecile podrá moverse por territorio Schengen durante tres meses./ L.M.

Cecile es una migrante ante los ojos de la Unión Europea por su nacionalidad subsahariana. Sin embargo, al igual que otros refugiados, la mayoría de personas que proceden de África huyen también de miserias, hambrunas y violencia. Un continente rico, pero expoliado por grandes empresas multinacionales, por países colonizadores y hasta por un Nobel de la Paz como Europa que explotan los recursos de Níger, país rico en uranio que sirve para el combustible de las centrales nucleares; de la República Democrática del Congo que acumula casiterita, de donde se extrae el estaño, y también oro, cobre y diamantes; al igual que de la República Centroafricana y Chad y Sierra Leona.

África necesita una segunda descolonización. La pobreza y el subdesarrollo económico es consecuencia de un colonialismo irreversible desde el siglo XVIII hasta principios del XX, que trajo consigo una independencia dependiente hoy en día. Las crisis económicas, las dictaduras, el expolio, la miseria y hambruna está dando lugar a una precariedad insostenible que provoca la expulsión de sus habitantes. A esto se suma la criminalización de estas personas por parte de unos estados europeos que no reconocen el derecho a migrar, y sobre todo el derecho a la vida.

Europa ve esta movilidad como una gran amenaza en lugar de un éxodo humano. En los últimos cinco años, la Unión Europea ha gastado más de 1.800 millones en blindar fronteras y en construir muros, mientras que solo ha invertido 700 millones en la ayuda a refugiados, según publicó en un estudio Amnistía Internacional y corroboró Médicos Sin Fronteras.

Tanto es así, que en lugar de buscar una solución posible a corto o medio plazo, la respuesta sin consenso en la Comisión del viejo continente será otorgar con un cuentagotas de 120.000 beneficiarios el estatus de asilo, con una criba que comienza en el color de piel. “Por un lado, están los solicitantes de Asilo A, que son los perfiles con nacionalidades en los que Europa reconoce que existen conflictos: iraquíes, sirios y afganos. Por otro lado, están los solicitantes de Asilo B, que no tienen acceso a las cuotas de reparto por no cumplir con esas dos premisas”, explica Carlos Arce, coordinador del área de Inmigración en APDHA. De este modo, “se han creado los hot spot en Itaila y Grecia, para hacer una primera división entre refugiados y migrantes. Sin embargo, esto también se hace en el Norte de África, donde hay un prefiltro”, denuncia: si la persona es negra ya no hay entrada posible. De hecho, ni se acercará a las oficinas y optará directamente por saltar las vallas o el mar.

Si tiene rasgos árabes se enfrentará a “una corrupción policial por la que la única forma de atravesar la frontera de Marruecos a Melilla, por ejemplo, es subastando plazas a través de grandes cantidades de dinero sumergido”, abunda. Por tanto, estas personas que no consigan la protección internacional serán deportadas directamente a los países de los que escaparon por violaciones de derechos humanos.

Más de 400.000 refugiados han pasado por un campamento sin ayuda humanitaria y que no cubre las necesidades básicas./ L.M.

Más de 400.000 refugiados han pasado por un campamento sin ayuda humanitaria y que no cubre las necesidades básicas./ L.M.

Según, la ONU el 80% de las poblaciones refugiadas y desplazadas en el mundo está compuesto por mujeres, niñas y niños. Mujeres que como Cecile toman la iniciativa de proteger a los miembros más vulnerables de la familia. Muchas lo hacen en avanzado estado de gestación o incluso con bebés de tan solo unos meses en brazos. Son mujeres que además de una guerra, también huyen de la violencia de las sociedades patriarcales que asfixia sus libertades y derechos, como en Afganistán, donde el acceso a la educación es todavía un reto para ellas y donde, al igual que en Siria, y a pesar de la rebelión kurda, el matrimonio forzoso sigue siendo mayoritario. Además, en una guerra donde para los soldados y grupos armados todo vale, ellas se exponen a ser víctimas de una violencia machista y sexual que persigue “motivar a los soldados, humillar al enemigo, infundir terror y expulsar a la población de su territorio”, recalca la abogada y profesora en Derechos Internacional Humanitario, Isabel Montoya Ramos.

Pero Cecile ya está en Europa. Para Europa es una ilegal, una sin papeles. Pero la documentación que necesita para cumplir su objetivo no es otra que un informe médico que le ayude a sobrellevar la enfermedad de su hijo. Mientras tanto, camina con pasos volátiles por las calles de París para no dejar huella y tampoco hace cola en la sanidad pública para no delatarse. Su lucha es silenciosa, pero perseverante y tenaz.

Cecile y su hijo./ L.M.

Cecile y su hijo./ L.M.

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