Un hombre, una mujer, una chica-pájaro

Un hombre, una mujer, una chica-pájaro

El inesperado éxito de Antony And The Johnsons, que arrancó en 2005 con la calurosa recepción del single ‘Hope There’s Someone’, supuso un importante avance en la visibilización de las personas transgénero en el mundo de la música pop. Desde entonces, Antony no ha dejado de aprovechar su posición privilegiada para reivindicar a aquellas expresiones de género instaladas en los márgenes de lo normativo.

Texto: Carlos Bouza
28/09/2015
Antony Hegarty, cantando en un concierto en 2008./ Juan Bendana para Wikimedia Commons

Antony Hegarty, cantando en un concierto en 2008./ Juan Bendana para Wikimedia Commons

Pese a todo, Antony Hegarty (Chichester, Reino Unido, 1971) recuerda sus años de infancia como los más felices de toda su vida. Aunque el trabajo de sus padres, ingeniero y fotógrafa, le obligan desde muy pronto a reiniciar su niñez en Ámsterdam o San José, California, el tránsito hacia la adolescencia discurre sin aparentes sobresaltos. Antony se revela enseguida como un ser creativo, que disfruta percibiendo la realidad a través de su caleidoscopio, recortando o dibujando sin descanso, liberando su imaginación a chorros. A menudo, se desliza en el cuarto de su madre y juega a aplicarse capas y capas de maquillaje, explorando los confines de su identidad, sin que nadie en la familia le reprenda o censure por ello.

En la escuela, sin embargo, empieza a ser consciente de las diferencias que le separan de la mayoría de sus compañeros: mientras el resto de los niños y niñas comienzan a distinguirse y posicionarse en virtud de los estrechos límites de género, Antony se resiste a sacrificar aquello que, hasta entonces, había identificado y asumido naturalmente como su parte femenina. En lo que a él respecta, el espacio intermedio en el que ha vivido hasta entonces es un lugar confortable y pleno, pero las sutiles presiones que comienza a recibir del exterior para que piense, actúe o juegue “como un chico” le empujan hacia una lenta introversión.

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En Nueva York, inicia su chocante aventura como agitador drag bajo el alias de Fiona Blue; enjaulado junto a un gran oso disecado, tocando el acordeón con la palabra “fóllame” en la frente

Poco a poco se sumerge en lo que, años más tarde, ya convertido en un ser libre, evocará sin amargura como “su gran crisis”, cuando pasó a ser un niño con emociones “contenidas, pero irreprimibles”. Aún no lo sabe pero, en breve, el pequeño Antony tendrá que empezar a luchar para ser aceptado como una persona transgénero.

Por suerte, antes de cumplir los doce años, se desmarca radicalmente de la tenue educación católica en la que ha crecido hasta ese momento, y acude a buscar consuelo y modelos alternativos en la excitante cultura pop que el Reino Unido exporta sin descanso al resto del mundo. Estamos en 1982, y Antony recibe en California su primer impacto musical al contemplar la portada del álbum ‘Kissing To Be Clever’, el debut discográfico de la banda londinense Culture Club. La imagen de su líder, Boy George, una bella criatura en la que se ha difuminado por completo la frontera entre lo masculino y lo femenino, le sacude como una descarga eléctrica. Además, según anuncian en la radio y en las revistas juveniles, George va camino de convertirse en una estrella del pop en su país, portando como estandarte la idea de una nueva feminidad que Antony, tan necesitado de referentes, recibe como una herencia revolucionaria. Horas después de su descubrimiento, el niño está en su habitación ante un poster de su nuevo ídolo, cantando con entusiasmo las canciones del disco que acaba de comprar. Su primer disco. Y descubre, así, que la música es el mejor de los lugares al que ir a buscar su felicidad.

Después de Boy George, llegan nuevos y estimulantes hallazgos. Por ejemplo, la obra del músico inglés Marc Almond, con su sofisticada destilación de pop electrónico, glam e influencias francesas, cuya biografía le presenta además como un desacomplejado explorador sexual. O las películas y canciones de Divine, el famoso drag de Baltimore, empeñado una y otra vez en confrontar al público con su apología del mal gusto y la cultura trash. De pronto, Antony descubre que, tal vez, no está tan solo como había llegado a imaginar.

Antony bautiza a su banda en homenaje a la drag queen Marsha Johnson, una de las caras visibles en los disturbios de Stonewall, que apareció muerta en 1992, en el río Hudson

Sin haber cumplido los veinte años, y con la excusa de estudiar teatro experimental en la universidad, aterriza en Nueva York, estimulado por la idea de libertad que promulgan sus artistas favoritos. Allí encuentra rápidamente su lugar en el circuito subterráneo de salas rockeras y cabarets, rodeado de transformistas y mutantes sexuales, donde inicia su chocante aventura como agitador drag bajo el alias de Fiona Blue. No es difícil localizarle cada noche en el nightclub Pyramid, en la zona del East Village, enjaulado junto a un gran oso disecado, tocando el acordeón con la palabra “fóllame” garabateada en la frente. O cantando por encima de un radiocasete que dispara rudimentarias bases de teclados. El público es duro de pelar, a menudo hostil, pero nada de eso le importa: la adversidad le ayuda a curtirse como performer y, además, su autoconfianza se fortalece al verse rodeado por una comunidad artística que le acepta con naturalidad, sin hacer demasiadas preguntas. Aprende rápido, y en poco tiempo ya se siente seguro para enfocar su visión artística hacia un concepto mucho más personal y depurado: nace, así, el proyecto que hoy conocemos como Antony & The Johnsons.

Durante años, Antony ha estado investigando en la vida y la lucha de Marsha P. Johnson, la drag queen de Nueva Jersey conocida por su pelea a brazo partido en favor de las personas homosexuales y trans en situación de exclusión social. A lo largo de la década de los setenta, Marsha emerge como una de las caras visibles en los disturbios de Stonewall (Nueva York), y queda fijada en la historia como cofundadora de la muy activa organización STAR (Street Transvestite Action Revolutionaries); pero a Antony le interesa tanto su activismo como la oscura metáfora que se esconde bajo su calvario final: una noche de junio de 1992, horas después de la Marcha del Orgullo, el cuerpo de Marsha aparece flotando entre las fuertes mareas del río Hudson. La versión oficial certifica su suicidio, pero el hecho de que Marsha se hubiese convertido en un personaje cada vez más incómodo hace redoblar las voces que apuntan hacia un asesinato político nunca esclarecido. Para Antony, que desea que su nuevo proyecto musical sea ante todo una celebración de la diversidad, la adopción del apellido Johnson para bautizar a su banda de acompañamiento (a la vez un grupo de rock y una pequeña orquesta de cámara) adquiere una poderosa resonancia simbólica.

Gracias al interés mostrado por el músico experimental David Tibet, que lanza una primera tirada en su pequeño sello discográfico, el espectral debut homónimo de Antony & The Johnsons ve la luz finalmente en 1998. Con su refinada mezcla de soul blanco, pop barroco y amargas baladas sentimentales, Antony descubre una nueva vía de acceso al corazón del cancionero clásico norteamericano. Lo singular está en su voz: un instrumento elástico que evoca indistintamente a Nina Simone y al soulman David Ruffin, a Billie Holiday y a Jimmy Scott, el crooner negro al que el síndrome de Kendall dotó de una hermosa voz de niño.

Lo singular está en su voz: un instrumento elástico que evoca indistintamente a Nina Simone y a David Ruffin, a Billie Holiday y a Jimmy Scott

Siempre modesto, Antony llegará a afirmar que el disco apenas tiene sentido como un intento de imitar a sus cantantes favoritos, pero también funciona como un desgarrador diario de sus convulsos primeros años en Nueva York: el desamparo en la gran ciudad y el deseo tortuoso se instalan en su repertorio como temas obsesivos, pero aquí también hay espacio para rendir sendos tributos a Marsha y a Divine, cuyo ejemplo aceleró su proceso de autoconocimiento y aceptación. Por desgracia, tal vez por su condición de obra desconectada de las principales corrientes pop en ese momento, el álbum ve frenada su carrera comercial a los pocos meses. No será hasta 2004, gracias al apoyo entusiasta de Lou Reed, cuando esta grabación comience a calar en el público. Pero, para entonces, Antony estará ya en otro lugar.

Ese lugar es ‘I Am A Bird Now’ (2005), un nuevo disco en el que el músico rehabita con gozo aquel confortable espacio intergénero de su infancia. En sus canciones, Antony se manifiesta alternativamente como un hombre, una mujer, un niño e incluso una chica-pájaro (‘Bird Gerhl’), el símbolo definitivo de la ansiada liberación total. En ocasiones, con su interés por las relaciones de poder y el drama de los cuerpos, su mundo parece evocar la dureza del viejo cine de Fassbinder: ‘Fistful Of Love’ es una reflexión en primera persona de los mecanismos de sometimiento que pueden gobernar una pareja; ‘My Lady Story’, el amargo relato en primera persona de una mujer amputada por una mastectomía. Sin embargo, como niño, es capaz de componer la canción más dulce y optimista sobre la transición de género. La misma canción de la que un amigo de Antony dijo que era tan revolucionaria que nunca podría interpretarla en público:

Algún día creceré, y seré una mujer hermosa / Algún día creceré, y seré una chica muy guapa / Pero ahora soy un chaval, por ahora soy un niño / Un día creceré y me sentiré plena y pura.

Pero Antony puede estar tranquilo: ‘For Today I Am A Boy” se convierte rápidamente en una de sus canciones más poderosas y apreciadas, y él mismo en una modesta estrella del pop de la que todo el mundo habla. A medida que crece en popularidad, filtrándose con éxito en la cultura popular del momento (bandas sonoras, campañas publicitarias para la firma Prada), cada vez más periodistas se interesan por su historia: todos y todas intuyen que, por su condición de persona transgénero, su biografía oculta un relato de trasfondo amargo, de dura lucha interior. Pero Antony se disculpa siempre con una amabilidad a prueba de bombas e insiste en que no, en que la amargura es un estado que intuye únicamente en la mirada de los otros. Su experiencia, para quien quiera oírla, se resume en un momento de su encuentro con el crítico Ignacio Juliá para el diario La Vanguardia: “La libertad sólo tiene significado para aquellos que se sienten prisioneros. Si te ves aprisionado en tu experiencia de la masculinidad no eres libre; potenciar tu lado femenino te aporta una sensación de libertad”.

Sus dos últimos discos lanzan una advertencia desesperada: el colapso ecológico al que nos han empujado dos mil años de civilización machista sólo puede ser revertido a través de un radical cambio de paradigma

Ese elogio de lo femenino como motor revolucionario y antídoto contra el heterocentrismo tendrá su más importante representación pública en ‘Tourning’ (2006), la gira europea que Antony concibe como un ambicioso proyecto colaborativo, consagrado a visibilizar expresiones de género largamente silenciadas. Las canciones son el centro del show, pero al músico le interesa tanto o más la pluralidad de voces desplegadas a su alrededor, incluyendo el concepto visual elaborado por el realizador Charles Atlas o la integración en el espectáculo de hasta trece artistas multidisciplinares, entre las que se encuentran la actriz transgénero Joey Grabriel o el performer hermafrodita japonés Dr. Julia Yasuda.

La idea de que el mundo sólo puede prosperar a través del potencial transformador de lo femenino, que hasta entonces había atravesado con insistencia la obra de Antony, se agudiza aún más a partir de esta gira. Tanto que sus dos últimos discos, ‘The Crying Light’ (2009) y ‘Swanlights’ (2010), se presentan como grabaciones recorridas por una advertencia desesperada: la certeza de que el colapso ecológico al que nos han empujado dos mil años de civilización masculina y capitalismo machista sólo puede ser revertido a través de un radical cambio de paradigma. Una transición en la que, necesariamente, la agresión y la codicia sean sustituidas por valores femeninos diametralmente opuestos. La música es tenue, sutil, pero el canto tranquilo de Antony suena como un desgarro: “Necesito otro mundo / porque éste casi ha desaparecido”.

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