Cuanto más me pongo a dieta, más asco me da mi cuerpo

Cuanto más me pongo a dieta, más asco me da mi cuerpo

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23/09/2015

Femi nista

He estado toda mi vida a dieta. Y no es por poner excusas, pero nunca he sido una persona de comer mucho, ni siquiera de comer “mal”, creo que sencillamente soy una persona que engorda con mucha facilidad.

Recuerdo ser una cría de primaria y estar siempre a dieta. Siempre vigilada por si la incumplía. Pero no había forma, seguía estando gorda (gorda no, “gordita”, como dicen los de fuera). Daba igual que estuviese a dieta, que hiciese deporte,…sólo conseguía adelgazar cuando la dieta era extrema, y volvía a engordar en el mismo momento que dejaba de ser así.

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Creo que ahí empezó mi fatídica relación con mi cuerpo y con la comida (y de ahí se extendió a las relaciones con los demás, con el sexo, conmigo misma).

Me he ido haciendo una mujer adulta y mi relación con la comida sigue siendo la misma. Paso la mayor parte del año estando a dieta y cuando no lo estoy en mi casa no hay chocolate ni patatas fritas, a cambio hay miles de envases de pavo y algún queso “light” para las ocasiones especiales.

En este camino de hacerme mujer he tenido la suerte de chocarme de frente con el feminismo, con su lucha, con sus cargas, con la alegría (y el dolor) de saber que veo el mundo como es y no como esperan que lo vea. Gracias al feminismo puedo contar con una red de maravillosas mujeres que estoy segura me apoyarían en todo lo que necesitase. Pero incluso con ellas tengo que fingir. Metida en mi corsé de “buena feminista” no puedo abrirme en canal y decirles que duele ser gorda, que es terrible cómo te mira el mundo y la mirada de miedo que le devuelves tú.

Cuando saco el tema de la gordura, encuentro una reacción de defensa instantánea: “estás fenomenal”, “a mí me encantas”, “no digas tonterías que tú molas”,… es una muestra de apoyo, de que para ellas eres genial y es el sistema el que está podrido. Y lo agradezco, de verdad que sí, pero no es suficiente, me dice que no puedo mostrar esa debilidad que me corroe.

Entonces llega el verano y hacemos campañas contra el acoso en las calles, contra la ropa minúscula, contra los complejos a la hora de ir a la playa o la piscina. Yo soy la primera que participa en estas campañas, porque sé muy bien que el sistema patriarcal y capitalista nos quiere sumisas, acomplejadas, débiles; sé lo importantes que son esas campañas.

Tendría que estar orgullosa de ser como soy, de mi conciencia feminista, de lo que he conseguido en la vida. No debería importarme que mi cuerpo no sea el deseado socialmente, debería festejar mi cuerpo no normativo y mostrarlo, acariciarlo, quererlo.

Pero esto no es fácil cuando desde que eres una niña lo que has oído por la calle al pasear son frases como “gorda, me tapas el sol”, “con menos culo también se caga” y otras lindezas que están almacenadas en mi memoria una detrás de otra.

Y sigo estando a dieta. Y cuanto más me pongo a dieta, más asco me da mi cuerpo. Cuando estoy a dieta no quiero ver a nadie, no puedo ver a nadie. No quiero que la gente sepa que estoy a dieta porque me doy asco a mí misma, no quiero que vean mi vergüenza, no quiero que me juzguen por estar siempre con el feminismo en la boca y luego caer en las trampas del sistema. Dejo de salir, dejo de ir a asambleas, dejo de ir al parque, dejo de ir a conciertos. Lo dejo todo. Me alejo de todas.

Me quedo en mi casa, triste, decaída, enfadada (¿conmigo, con el mundo?), mirándome obsesivamente en el espejo y agarrándome la carne que veo que sobra. Pensando que lo único que de verdad quiero es un cuerpo normal, que guste, que me guste.

Y me siento a leer artículos, post, comentarios en redes sociales. Y todos me dicen lo mismo: ten un cuerpo y ve a la playa, es el sistema quien te ha puesto esos complejos encima, ojo con los “piropos”, cómete una hamburguesa y que te sude el coño lo que digan,… Y está muy bien, lo comparto, lo comento, lo intento hacer mío. Pero como tantas cosas en esta vida, se me atraganta; porque yo sé, muy dentro de mí, que no me sirve, porque a mí me duele, porque me siento sola, porque a veces me parece que en nuestra isla feminista yo estoy en un botecito amarrado en la orilla.

Hasta que un día me digo “hasta aquí”y compruebo que me entra mi ropa normal (hasta esos pantalones con los que me cercioro de que estoy “en mi ser)”, me miro en el espejo y aunque sigo pensando que sobra mucho y que es repugnante, respiro hondo, sonrío y vuelvo a quedar con la gente, vuelvo a salir, a ir a mis asambleas, quedo para comer o para ir de cañas. Dos, tres veces. Hasta que me vuelvo a sentir como una mierda porque voy a volver a engordar. No hay disfrute, no hay alegría en la comida, más bien pesar y culpa, mucha culpa.

Tantos años de miradas ajenas de asco hacia mi cuerpo, de insultos en la calle, en clase, en los deportes, “simples” comentarios de la familia, de las amistades, de las parejas… me han convencido de que así, no valgo.

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