El activismo, bálsamo para las madres de los desaparecidos

El activismo, bálsamo para las madres de los desaparecidos

Cientos de mujeres centroamericanas llevan una década organizándose para buscar a parientes que desaparecieron en México cuando buscaban el sueño americano. Cada año recorren la ruta migrante en una caravana. En este reportaje nos adentramos en sus estrategias para soportar el dolor, buscar a sus familiares y exigir justicia.

24/07/2015

Texto y fotos: Soraya González Guerrero

Los autocuidados son política. Las madres de los y las desaparecidos acuden a talleres que les permiten sanar su dolor - Soraya González Guerrero

Los autocuidados son política. Las madres de los y las desaparecidos acuden a talleres que les permiten sanar su dolor

“Tengo la espalda como cargada, me duele justo aquí”, un mujer que no debe llegar a los treinta señala un punto rojo dentro de una silueta humana. A otra le duele la boca del estómago, siente como un nudo. Varias tienen dolores en tobillos y rodillas, también en la garganta y en el cuello. Un total de 48 mujeres, esposas, madres y hermanas de personas migrantes que desaparecieron en México cuando trataban de llegar a EEUU han pintado con cera roja sus dolencias, es una técnica que emplea la organización oaxaqueña Consorcio con grupos de mujeres para que identifiquen sus dolores y se reconozcan unas a otras. Yo esperaba encontrarme con una cuarentena de siluetas con la parte izquierda del pecho marcada en rojo, pero no. Aunque todas estas mujeres tienen el corazón partido, el dolor de la pérdida de un ser querido lo localizan físicamente en distintas partes de su cuerpo. En el corazón, pero también en la boca, en el cuello, en los brazos, en los pies, en la espalda. Buscar sin descanso es desgastante, están exhaustas, les duele todo el cuerpo.

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Es el décimo año que una caravana de madres centroamericanas recorre México en busca de vidas, pistas y justicia. Salieron el 20 de noviembre de 2014 del albergue de migrantes La 72 en Tenosique (Tabasco) y han pasado por los Estados de Veracruz, Hidalgo, Guadalajara y Ciudad de México. En total recorrerán más de 4.000 kilómetros de la ruta del migrante. Este año evitan la ruta del Golfo, se desvían de los Zetas y van por la ruta del Pacífico. A Oaxaca llegan el 30 de noviembre y una decena de organizaciones que defienden los derechos de las mujeres las recibe con un taller de autocuiados, un espacio que les permite reflexionar y compartir sus vivencias personales en un ambiente de confianza y seguridad.

Ana Enamorado, madre hondureña: “Cuando estás sola el dolor es más fuerte, pero cuando estamos juntas todas es diferente”

En el taller de autocuidados hay técnicas de relajación, de contacto personal y de expresión individual y colectiva. En un momento de verbalizar ese dolor, una de las madres cuenta que no sabe nada de su marido desde hace meses: “Tengo un dolor muy grande, pero tengo que aguantar el tipo delante de mis dos hijos pequeños. Es muy duro estar sola”. Consigue decirlo antes de estallar en un llanto contagioso y, en cuestión de segundos, se produce una catarsis colectiva.“Esto es peligroso”, me advierte una de las chamanas que ha abierto el taller con un rito prehispánico. “Si no hay un buen cierre, estas mujeres pueden irse mucho peor de lo que entraron al taller”, me susurra. Asombrosamente, ellas mismas se van regulando como grupo, unas se reconocen en las otras, se van calmando, no están solas.

Ana Enamorado, una madre hondureña, me dirá meses más tarde que ese momento fue muy importante, una oportunidad para poder compartir y sacar lo que llevan dentro. “Es un recorrido largo, son muchas emociones las que se acumulan, todo eso lo llevamos cargando, por eso son tan importantes los talleres de autocuidados. Poder expresar lo que sentimos, abrazarnos, todo eso ayuda, es importantísimo”.

En San Cristóbal de las Casas, la última parada de la caravana después de Oaxaca, les han preparado una ceremonia maya donde comparten su dolor y su lucha con los zapatistas , con madres y padres que también tienen hijos desaparecidos. “No hablaban español pero estuvieron compartiendo con nosotras, nos dimos abrazos. Híjole, fue tan fuerte. Muy bonito”, recordará Ana.

Salir del armario

La mayoría de las mujeres de la caravana proceden de aldeas remotas sin acceso a internet, ni siquiera luz eléctrica. Ninguna, excepto las que repiten en la caravana este año, había salido hasta ahora de su país; algunas ni de sus comunidades. Muchas no saben leer ni escribir. En el grupo de Guatemala varias no hablan castellano. Pero con sus escasos recursos, nicaragüenses, salvadoreñas, hondureñas y guatemaltecas se han ido organizando en sus pueblos para ir juntas a los comités de familiares de desaparecidos que hay en sus países respectivos. Estos comités están coordinados entre ellos y, todos los años, un grupo de mujeres de cada país acude a la Caravana que recorre la ruta migrante por México.

Algunas llevan más de diez años sin saber nada de sus familiares que emigraron, otras escasos meses. Hay madres, esposas y hermanas que han relevado a sus madres en esta búsqueda incesable. Las hay que buscan a dos, tres, hasta cuatro familiares desaparecidos.

Josefina Ventura, la mujer más mayor de la caravana, acude a institutos salvadoreños a explicar a los más jóvenes los peligros de emigrar -  Soraya González Guerrero

Josefina Ventura, la mujer más mayor de la caravana, acude a institutos salvadoreños a explicar a los más jóvenes los peligros de emigrar

Josefina Ventura es la mayor de todas en la caravana, lleva más de 14 años buscando al menor de sus seis hijos, William Gustavo, que se marchó de El Salvador con 28 años en el tren de carga La Bestia. Participó en la primera caravana de 2009, repitió en 2011 y en 2013, también ahora en 2014. Mientras sus compañeras están de pie, con los ojos cerrados, escuchando música relajante en el taller de autocuidados, ella permanece sentada, observando tranquilamente desde una esquina. Siente que en esta caravana ha andado más que en otras, el zapato le hizo una herida muy fea que se complicó y lleva un pie vendado. “El otro año no voy a venir”, asegura. No ha perdido la esperanza, no, pero tiene 78 años y su cuerpo se resiente. También quiere dejar hueco a otras madres como ella. Son muchas las que quieren ir en la caravana y esta vez sólo han venido 12 de cada país.

COFAMIDE, el comité de familiares de migrantes fallecidos o desaparecidos de El Salvador, tiene una base de datos con nombres, fechas y fotos de personas desaparecidas. El año que más expedientes abrió fue 2007, alrededor de 300. Se constituyó legalmente en 2006 para registrar y seguir la pista de personas migrantes desaparecidas, pero ya en el 2002 un grupo de mujeres había empezado a organizarse. Josefina era una de ellas. “Éramos locas, íbamos para un lado y otro a las oficinas de gobierno, pero ninguna respuesta tuvimos. Ellos no se hacen cargo, ni manejan estadísticas de los que salen y los que entran. Entonces sólo nos agarraban los papeles, quizá para que nos conformásemos, pero nosotras regresábamos, ya con otro empleado, y decía: ‘No aquí no hay papeles de ustedes’. Es que quizá los tiraban a la basura”.

Las familias centroamericanas de personas migrantes desaparecidas llevan años reclamando que se exhumen los cuerpos de las fosas comunes y se les practique la prueba del ADN

“Creyendo hacer más, hacen menos”, Josefina lo tiene claro cuando piensa en su hijo y en todos los que buscan el sueño americano. Su William estaba casado, tenía una hija de dos años y otra de tres meses que ahora viven con ella. Josefina cuenta su historia cuando acude a los institutos salvadoreños junto con otras madres del comité: “Les decimos a los jóvenes que no emigren, que lo que van a encontrar es la cárcel o la muerte. Que lo piensen bien. No sé si van a tomar la decisión, pero ya están advertidos, ya no es cosa de que se van a venir ignorantes”.

“Yo conozco a mucha gente que tiene familiares desaparecidos. Dicen: ‘¿Pero qué hago si están tan lejos México?, ¿como voy a ir?’. Están encerradas en su casa sufriendo ese terrible dolor, se sienten impotentes, atadas de pies y manos porque tienen otra familia, ven tan difícil llegar a México a buscar a su hijo donde saben que ha desparecido”. Durante varios años Ana Enamorado, una madre hondureña, también sufrió en silencio. “Cuando estás sola el dolor es más fuerte, pero cuando estamos juntas todas es diferente”, dice. Habla de los comités con verdadera adoración: “Han ayudado a despertar a la gente, ver las cosas de otra forma”.

Ana habló con su hijo Óscar por última vez en enero de 2010, él estaba en Guadalajara. Había salido de Honduras dos años antes, con 17 años. en un momento de repunte de violencia en el país. “Al que encontraban se lo llevaban. Había una banda de chavos encapuchados que se los llevaba en una furgoneta y los desaparecían, los mataban. Los jóvenes se fueron angustiando. Entonces mi hijo me dijo: ‘¿Que prefieres que me vaya o que me maten aquí?’ Se iba a ir de todas formas así que preferí que no lo hiciese a escondidas”. Su madre le ayudó a buscar un coyote y Óscar llegó a Texas, donde estaba su tío. Allí hizo amistad con unos jóvenes de Guadalajara y al año se marchó con ellos a México. Fue entonces cuando Ana empezó a recibir llamadas de varios números que tiene registrados pidiendo dinero. Hasta años más tarde Ana no fue consciente de que fue víctima de extorsión del crimen organizado.

Pasaron años hasta que Ana se enteró de que había más familias salvadoreñas que se habían organizado para buscar a sus familiares, de que existía el Comité de Familiares Detenidos y Desaparecidos de Honduras (COFAMIPRO). “Mi vecina tiene un hijo desaparecido, esta mujer está como loca, no sabes cuánto sufre”, le comentó su cuñada. Y enseguida se conocieron.“Me platicó toda la historia de su hijo y nos pusimos llora que llora las dos. Me habló del comité y de una de las portavoces”. Ana llegó al comité muy angustiada. “Quiero irme, tengo que irme a México”, dijo. Y se unió a la caravana de ese año. Dejó su negocio, escapó de un marido que ya había tirado la toalla y que amenazaba con matarla si se marchaba. “No tengo más hijos, tal vez eso me hubiese detenido un poco. No tenía nada que perder. Salí como salimos todos los migrantes, nada más con la ropita que nos vamos a poner y al camino”. Y se quedó a vivir en México para seguir con la búsqueda de su hijo desde allí. Primero vivió en San Cristóbal y después se mudó a Distrito Federal (DF), compartiendo piso con otras defensoras de derechos humanos.

Un grupo de madres se manifiestan en Oaxaca  para exigir justicia para sus hijos e hijas desaparecidos -  Soraya González Guerrero

Un grupo de madres se manifiestan en Oaxaca para exigir justicia para sus hijos e hijas desaparecidos

Hoy Ana es una de las integrantes del Movimiento Migrante Mesoamericano, la organización con sede en DF que coordina la caravana cada año desde 2004. Sigue buscando a su hijo y también acompaña a otras madres que tienen un dolor como el suyo.

En el taller de autocuidados de Oaxaca, donde veo a Ana por primera vez, lleva colgada una tarjeta del Movimiento Migrante Mesoamericano. Desde el inicio ha estado pendiente de todas las madres, de que tengan pinturas, de que no estén solas; no es díficil confundirla con una de las voluntarias que acompañan a las madres en la caravana. El taller está finalizando, las mujeres han escrito mensajes de apoyo muto y los están colgando en una cuerda de la ropa improvisada. Entre pinzas hay mensajes de amor y esperanza. Cristo está presente en todos ellos. Ana se ha quedado sentada en la mesa, absorta, mirando al infinito. Tiene las manos cruzadas, con restos de pintura azul, aún fresca, no importa. “No estáis solas. Estoy con todas ustedes”, dice el mensaje que ha dejado a medio terminar. Me acerco a ella para preguntarle si puedo sumarme como voluntaria a la caravana, al menos hasta la siguiente parada: el albergue Hermanos del Camino, en Ixtepec.

Las caravanas son una forma que tienen las familias de migrantes desaparecidos, especialmente las madres, de hacerse visibles como sujetos políticos

Y ahí es cuando me entero de que Ana también busca a su hijo. Pero en esta ocasión no me habla de él, esta sobrecogida por el dolor de las otras madres, especialmente el de una nicaragüense primeriza. Una señora que se sienta en el último asiento del autobús, que apenas come, que no platica, que siempre va con la cabeza baja. “Soy madre y sé que es un dolor muy fuerte, sé que algunas, por pena, no dicen lo que necesitan”. En el taller de autocuidados, Ana ha estado a su lado intencionadamente. “¿Qué voy a hacer si mi hija tiene 12 años de desaparecida?, yo creo que ya no la voy a encontrar’”, le ha dicho la nicaragüense. “No pierda la esperanza, tenemos que continuar en esta lucha, su hija tiene que aparecer, mi hijo va a parecer y los de todos, no vamos a darnos por vencidas”, ha respondido Ana, aguantando el tipo.

Las mujeres de la caravana se despiden en la frontera de México con Guatemala, ellas pasan al otro lado y Ana se queda. “Me abrazan muy fuerte y me dicen: ‘Anita le encargo a mi hija, le encargo a mi hijo’ y eso me parte el alma, siento que me arranca el corazón. Cuánto quisiera hacer yo por localizarles, por decir ‘Aquí está su hija’”.

Devenir investigadoras

Cuando un autobús con estudiantes normalistas desapareció casi entero la noche del 26 de septiembre de 2014, cuando Ayotzinapa despertó al mundo, Ana Enamorado escribió en su muro de Facebook: “43 y miles más”. Un chorreo de fosas clandestinas con cuerpos amontonados, sin identificar, fueron descubiertas en Iguala por la policía comunitaria guerrerense en cuestión de días. Buscaban a los 43 normalistas, pero en las fosas no estaban ellos. ¿Quienes eran esos cuerpos sin identificar?

En el lapso de 6 años (desde que Felipe Calderón le declaró la guerra al narco en 2006), se han contabilizado, en el mejor de los casos, alrededor de 60.000 personas asesinadas en México. Los cuerpos que no logran identificar son enterrados en las fosas comunes de los cementerios. Y miles han aparecido amontonados en fosas clandestinas como las de Iguala.

Alrededor de 20.000 migrantes desaparecen al año mientras transitan México según estadísticas de la Comisión Nacional de Derechos Humanos de 2011. Cuando se pierde la pista de un migrante en algún punto de México, sus familiares temen lo peor. “Lo que les espera es la muerte o la cárcel”, repite una otra vez Josefina en lo institutos de El Salvador.

Desde comienzos del 2008, distintas casas del migrante mexicanas y centros de derechos humanos, y la misma la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, comenzaron a registrar cientos de casos de personas migrantes víctimas de secuestro. Las personas sin papeles son extorsionadas, violadas, secuestradas y esclavizadas por parte del crimen organizado, que opera muchas veces en connivencia con las propias autoridades policiales (y también de los agentes del Instituto Nacional de Migración, de la Marina y hasta del Ejército). Hay numerosos casos que documentan que en México hay un narco-estado. Algunos han sido muy sonados. En la fosa clandestina de San Fernando (Tamaulipas), que dio el nombre al albergue la 72 , se encontró ese escandaloso número de cadáveres en 2010; todos eran migrantes sin papeles que habían sido asesinados por el cártel de los Zetas con la complicidad de varios policías. Un año después, en ese mismo municipio, se descubrían otras tantas fosas clandestinas con cientos de cuerpos sin vida.

Las familias centroamericanas de personas migrantes desaparecidas llevan años reclamando que se exhumen los cuerpos de las fosas comunes y se les practique la prueba del ADN. En la ruta de la Caravana de 2014, han visitado varias fosas con el estómago en un puño.

Otra de las exigencias de los comités centroamericanas que forman la caravana es una política oficial para buscar e identificar a sus migrantes desaparecidos en territorio mexicano. El Plan Frontera Sur, que anunció el presidente Peña Nieto en 2014, es una caricatura grotesca de esta demanda. “Es para evitar que los migrantes pongan en riesgo su integridad al usar el tren de carga conocido como La Bestia”, dijo el Secretario de Gobernación. Pero, sin embargo, blindaron la frontera a lo largo y ancho de la República con múltiples operativos de verificación migratoria y se incrementaron las detenciones de personas sin papeles en 27 estados (46% en Chiapas, en Tabasco 102%, 40% en Veracruz y hasta 130% en Puebla, según estadísticas migratorias de 2012 y 2013 publicadas por el Centro de Estudios Migratorios de la Segob). Desde el Plan Frontera Sur, las personas sin papeles, para evitar ser detenidas, tienen que buscar nuevos caminos donde se redobla la impunidad.

Es más difícil seguir la pista de mujeres desaparecidas, porque muchas están en prostíbulos dominados por el crimen organizado y las redes internacionales de trata

Las caravanas son una forma que tienen las familias de migrantes desaparecidos, especialmente las madres, de hacerse visibles como sujetos políticos con capacidad de exigir justicia y medidas concretas al gobierno de México. En la décima caravana han visitado cárceles, albergues y prostíbulos. “A la cárcel primera que fuimos preguntamos si tenían salvadoreños. Como vamos con la caravana ellos se acercan y dicen: ‘Yo soy salvadoreño’. Les decimos que si quieren avisamos a su familia y ellos dicen que sí, y nos llevamos nota de todos los que quieren que se avise a su familia”, cuenta Josefina. En en el reclusorio de Santa Martha, cerca de DF, una madre encontró a su hijo, se tocaron. Y otro le mandó una carta a su madre a través de otra madre de la caravana.

En 10 años de búsqueda, el Movimiento Migrante Mesoamericano ha localizado en México más de 200 migrantes de Honduras, Guatemala, Nicaragua y El Salvador. Al acabar la décima caravana seis personas han sido localizadas y se han producido tres reencuentros. Una hermana encontró en Veracruz a su hermano desaparecido. Es una buena noticia, aunque Josefina piensa en la madre, que falleció sin saber nada de él, con pena.

Las madres de la caravana marchan a lugares públicos con las fotos de sus familiares colgadas al cuello. Y son los propios vecinos y vecinas quienes, al ver las fotos, los que reconocen a algún desaparecido y ofrecen nuevas pistas sobre su paradero. A un hondureño de 33 años le encontraron a través de una vecina que le identificó en la foto. Llevaba 16 años en un rancho aislado, trabajando en condiciones de esclavitud.“Prácticamente no le pagaban, lo humillaban, lo pegaban”, asegura Ana. “Al principio él no platicaba, tenía muchísimo miedo, fue tan difícil para él abrazar a su mamá… El señor del rancho le quería llevar de regreso. Lo tenían muy amenazado, yo lo sentí así. Estuve muy pendiente de él desde que fue el reencuentro con su mamá. Luego, en confianza, me platicó que hubo veces que le pegó; se le salían las lágrimas, todos observamos el sufrimiento de él”. Al parecer se había caído de La Bestia y se había golpeado la cabeza, no recordaba nada. Pero en los últimos días empezó a recordar y acompañó a la caravana el resto del recorrido. Hoy está en Honduras, iniciando su nueva vida con su familia.

Las mujeres desaparecidas que han encontrado han sido muy pocas, lamenta Marta Sánchez Soler, Coordiandora del Movimiento Migrante Mesoamericano, en el programa De este lado, emitido por RompevientoTV. A las mujeres es más difícil seguirles la pista, muchas están en los prostíbulos y estos, como otros lugares de la ruta migrante, son impenetrables, están dominados por el crimen organizado y las redes internacionales de trata. Pero la caravana ha conseguido hacer alianzas con “sexoservidoras”, que se han organizado en grupos para apoyar en la búsqueda. Comenzaron en los prostíbulos de la Ciudad de México y en la X Caravana también han podido visitar los de Tapachula (Chiapas). Allí pararon más días que otros lugares, un grupo de madres entró a los prostíbulos con las fotos de sus hijas y consiguieron localizar a una chica hondureña que llevaba seis años desaparecida.

Para encontrar a hijos e hijas, esposos y hermanas, las madres han tenido que aprender a abrir expedientes, recopilar pistas y seguir su rastro durante años. Son detectives constantes, expertas y tremendamente valientes, que han buscado la forma de manejarse en un contexto hostil. Ellas son las únicas que están reuniendo de forma coordenada toda esta información. El gobierno mexicano no ha movido un solo dedo para crear una base de datos que sistematice la información de todas las agencias y de todos los estados y que pueda ser consultada por quienes buscan a sus familiares desaparecidos en México. En la caravana de 2015 las madres volverán a exigirle al gobierno de México que asuma su responsabilidad.

Las pistas y sobre todo los reencuentros son un chute de esperanza para todas las madres de la caravana, aunque regresen sin nuevas pistas de sus seres queridos.

Ceremonia en la que comparten su dolor con otros padres y madres de desaparecidos - Soraya González Guerrero

Ceremonia en la que comparten su dolor con otros padres y madres de desaparecidos

Tomar la palabra

Cinco meses después del taller de cuidados en Oaxaca me reúno con Ana Enamorado en su casa de DF. Es un sábado, ya es de noche, acaba de regresar de trabajar.

Se disculpa por no haber podido quedar antes, la semana anterior regresó de El Salvador de un taller de protocolos de seguridad para organizar la caravana de 2015 con los comités .

Ahora sí, me cuenta la historia de su hijo Óscar. La narra como si hubiese ocurrido ayer, recreando las últimas conversaciones que mantuvieron. Usa mucho el presente, el tiempo parece haberse detenido el día que su hijo desapareció. Ana se acuesta y se levanta mirando la fotografía que tiene colgada frente a la cama, en ella Óscar es un adolescente, no tiene más 17 años, aunque ya tendrá 25.

“El único apoyo son las organizaciones, las mismas madres que hemos armado los grupos de investigación y búsqueda y que nos hacemos investigadoras por el amor a nuestros hijos”

Para las familias de los desaparecidos no hay duelo, “es la esperanza lo que nos mantiene vivas”. Ana habla de su hijo en presente, no puede darse por vencida. Aunque tiene sus altibajos, sobre todo cuando regresa de la PGR (Procuraduría General de la República): “Siempre que voy pido copia, pero cuando llego aquí, llego mal, no lo puedo evitar, vengo tan decepcionada que me tengo que dar mis lloradas en mi cuarto. Es muy frustrante. El único apoyo son las organizaciones, las mismas madres que hemos armado los grupos de investigación y búsqueda y que nos hacemos investigadoras por el amor a nuestros hijos. Los grupos de apoyo y las personas siempre están al pendiente con todas las madres. Que vean que no nos damos por vencidos, que vamos a seguir luchando”.

En este dolor sin tregua, la esperanza y el activismo son un bálsamo. Las madres que se organizan para buscar a sus familiares experimentan un proceso de politización que es es asombroso, “mágico”, para Marta Sánchez. “Había madres muy calladitas, no querían hablar mucho, le tenían miedo al micrófono. Pero al final, con mucho coraje, pedían el micrófono y nada de pedir por favor como pedían antes, sino exigir justicia al gobierno, que se cumplan los derechos del migrante. Ya nada de llanto. Es admirable”, reconoce henchida de orgullo Ana.

En el zócalo de Oaxaca, casi al final de la caravana, antes del taller de autocuidados de Oaxaca, las madres hablaron enérgicas, con un discurso sincrético a caballo entre el mitin y la plegaria. “El hombre se ha hecho dueño de la tierra pero el único dueño es Dios. Nos la han dado a toda la gente”, grita una madre cuando habla de las fronteras.“Exigimos justicia porque ellos son seres queridos, ellos no son animales, ellos son personas, son trabajadores, ellos no son criminales, ellos salen del país por la pobreza, y es por eso que ellos se arriesgan en venir acá y se quedan en el camino. Yo le exijo al gobierno que nos de respuesta de nuestros desaparecidos, porque vivos se vinieron y vivos los queremos”.

 Más información sobre la X Caravana de Madres Centroamericanas. 

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