2005-2015: ¿De la tolerancia a la igualdad?

2005-2015: ¿De la tolerancia a la igualdad?

Diez años después de la aprobación de la ley de matrimonio igualitario cabe plantearse diez preguntas -más allá del “sí, quiero” como respuesta- para revisar lo que supuso una medida legislativa que pretendía promover la igualdad para todas las siglas de la fórmula LGTB (lesbianas, gays, transexuales y bisexuales).

11/07/2015
Personalidades políticas y del activismo tras la pancarta del Orgullo en 2005./ Archivo FELGTB

Personalidades políticas y del activismo, incluidas Gimeno y Zerolo, tras la pancarta del Orgullo (Madrid, 2005)./ Archivo FELGTB

El 3 de julio de 2005 España fue el cuarto país del mundo en legitimar jurídicamente a las parejas del mismo sexo por medio del matrimonio; cinco años más tarde que el primero, Holanda. Fue una medida que afectó a la intimidad de muchas personas y que contagió al conjunto de la sociedad. Más allá de la efeméride, y con los eventos del Orgullo mediante, las propias parejas y activistas, y en algún caso parejas de activistas, plantean sus reflexiones para revisar, evaluar y por supuesto, celebrar.

¿Qué balance hacemos tras los diez años de la aprobación del matrimonio igualitario?

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“Hubo un salto cualitativo, todo lo relacionado con el colectivo LGTBIQ [la I suma a las personas intersexuales y la Q a las queer] pasó a ser algo que incluir en la agenda política y objeto de debate en esta esfera; no tan solo en los bares, donde también es muy necesario”, sopesa Lucas Platero, profesor y activista trans. “Fue importante que se denominase matrimonio y que exista como la ampliación de una Ley, no como una nueva”, aclara.

Gimeno: “La igualdad tiene dos vertientes: la legal, que sí hemos alcanzado, y la real, que es una lucha mucho más larga que se apoya en la legitimidad y el carácter educativo de las leyes”

Por su parte, la también activista y política Beatriz Gimeno resalta “la importancia simbólica de reconocer una igualdad legal, que ha hecho que pasemos a tener un 80% de aceptación en este país”. De porcentajes también habla José Ignacio Pichardo Galán, doctor en Antropología por la Universidad Complutense de Madrid, quien destaca dos lecturas: “España es el país del mundo donde mayor número de católicos manifiestan aceptación, incluso llegando el 46% a defender un matrimonio por la iglesia”, y como experto en parentesco, familia y sexualidad apunta que “tras varias investigaciones, hemos constatado el cambio cultural que la aprobación de la Ley produjo en las nuevas generaciones de jóvenes homo y bisexuales, que comenzaron a relacionarse en este amparo legal. Están describiendo unos horizontes vitales -emparejarse, convivir, casarse o tener descendencia- porcentualmente muy similares a sus compañeros y compañeras heterosexuales”.

El presidente de la Federación Estatal de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Transexuales (FELGBT), Jesús Generelo, matiza que la visibilidad de estas familias “ha hecho auténtica pedagogía, pasando de ser toleradas a ser iguales ante la ley, como así ha ocurrido con el resto de parejas a lo largo de la historia”.

¿Se alcanzó la igualdad para el colectivo LGTBIQ?

“La igualdad tiene dos vertientes: la legal, que sí hemos alcanzado, y la real, que es una lucha mucho más larga que se apoya en la legitimidad y el carácter educativo de las leyes”, expone Beatriz Gimeno. Evitar perder avances es otro de los puntos que señala José Ignacio Pichardo, quien advierte de la necesidad de “vigilancia”, y aclara que “la conquista social todavía no está cimentada y precisa de los pequeños gestos del día a día, no solo de fotos de bodas de personas famosas”. Añade Pichardo que las agresiones por orientación sexual, otro de los baremos del avance de la igualdad, no se han disparado y que ahora se perciben mucho más debido a la alarma social que generan.

El sociólogo Martín Leña se cuestiona la medida legislativa de raíz y pregunta si la consecución de derechos para parejas legitima los individuales: “El fondo es la regulación de una situación jurídica, ¿es que acaso formamos parte de la ciudadanía solo por esta regulación traída por el matrimonio? El Estado tiene que salvaguardar mis libertades me case o no”, sentencia.

Homenaje a Pedro Zerolo en  Chueca./ Bárbara G. Vilariño

Homenaje a Pedro Zerolo en Chueca./ Bárbara G. Vilariño

¿Qué rumbo ha tomado el activismo en estos diez años tras la consecución de la Ley?

“Parece que el movimiento quedó desactivado tras conseguir el matrimonio, se siguió luchando pero sin una causa tan concreta”, coinciden el coordinador federal del grupo LGTB del PSOE, Fito Ferreiro, y el sociólogo Martín Leña. Precisamente, sobre la necesidad de lo concreto se articularon los eventos de conmemoración del Orgullo de este año (Leyes por la igualdad real ya), en el décimo aniversario de la aprobación del matrimonio, con la memoria del activista impulsor de la medida, Pedro Zerolo, fallecido el pasado 9 de junio. “Se espera que el Ayuntamiento de Madrid ponga su nombre a la plaza de Chueca, es una demanda palpable tras las muestras de cariño y reconocimiento manifestadas el día de su muerte, cuando pusimos un homenaje que pretendíamos retirar esa madrugada, pero eran tantas muestras diversas, cartas, dibujos, velas… Que decidimos dejarlo en su honor”, explica el presidente de la FELGTB.

Y de los grandes actos a los pequeños gestos, como ejemplifica la primera pareja de mujeres casadas en Galicia, la funcionaria Estela Lama y la profesora Guillermina Domínguez: “Es que, en realidad, el activismo de supermercado, de hacer la compra juntas como cualquier pareja, ha hecho mucho más que muchas manifestaciones”.

¿Era el matrimonio el paso necesario o debieron haberse legislado antes otras medidas jurídicas?

“Para responder a esta pregunta plantearía otra: si no te contratan porque tienes pluma y estás sin un duro, ¿es una prioridad casarse, si para ello tienes que estar fuera del armario? ¿Era la única forma de legitimar las vivencias de una persona LGTBIQ?” plantea Lucas Platero. Sobre el éxodo para desarmarizarse reflexiona Fito Ferreiro, quien afirma que existen “migraciones de pequeñas a grandes ciudades” y pide que haya “un amparo legal que posibilite aspirar a vivir tu sexualidad allá donde te encuentres”. Ferreiro incide en la persistencia de una “homofobia pasiva” y cita una situación en la que la policía no quería recoger una denuncia por una agresión con huevos a un grupo de activistas, manifestados en un acto de repulsa ante una paliza a una pareja de jóvenes gay. “Hay que implantar una ley de visibilidad para evitar este tipo de circunstancias y asentar una sensibilidad que dignifique nuestras reclamas como ciudadanía que también paga sus impuestos y tiene unos derechos”, concluye.

Martín Leña: “A las asociaciones siguen llamando chavales que están sufriendo acoso, no llaman preguntando cómo regular el patrimonio entre dos personas del mismo sexo”

“Al menos el matrimonio ha puesto sobre la mesa algunos de esos derechos que no se cumplían, como ocurría con las personas transexuales, reconocidas en parte en la Ley de Identidad de Género del año 2007; y algunos que siguen sin cumplirse, como la reproducción asistida para lesbianas”, anota Lucas Platero, y complementa Jesús Generelo: “La Ley de Identidad de Género salió gracias al debate que puso de manifiesto que nuestra lucha no acaba aquí, que quedan flecos por cumplir para la igualdad real”.  El punto clave, según apunta el sociólogo Martín Leña, es que “a las asociaciones siguen llamando chavales que están sufriendo acoso, no llaman preguntando cómo regular el patrimonio entre dos personas del mismo sexo”.

¿Los cambios se producen a golpe de legislación o de políticas sociales?

“Estamos en un país donde nos gustan mucho las leyes, mucho más que concebir un cambio social”, critica Lucas Platero. “Por sí solas, las leyes y estructuras no valen”, añade José Ignacio Pichardo: “Lo hemos visto en el caso de la legislación del Deporte, en la que se sancionan insultos homófobos… Creo que nunca escuché tantos improperios de este tipo como en un estadio”.

¿Cómo articular entonces un cambio? “De abajo hacia arriba, como deben calar las grandes medidas para que sean efectivas”, contesta Pichardo. La profesora Estela Lama suma una clave más, “la educación en género”, señala, “porque si hasta segundo de Bachillerato no se conoce la existencia de mujeres científicas, artistas… ¿cómo vamos a mantener un respeto a la mujer y a la diversidad sexual?”. Sobre el calado del respeto incide Martín Leña, y destaca que es “muy complicado” legislar algo como el reconocimiento social porque “no hay régimen sancionador ni medidas para que se aplique”.

¿Podemos leer el número de casamientos como un parámetro válido del éxito de la Ley?

Platero: “Lo más reprochable del matrimonio es que se tome como fórmula universal de relación, restringida a la monogamia o incluso a la obligación de convivencia”

En el afán de los medios de comunicación generalistas por ofrecer datos de la cantidad de matrimonios y divorcios que tuvieron lugar desde el año 2005, se plantea si en este caso son realmente una medida válida. “Esas cifras de 30.000 uniones pueden dar idea de una necesidad que existía, pero no sirve para nada como variante sociológica, ni para medir la efectividad de una normativa ni para otro tipo de aspectos socioeconómicos”, explica Leña. “El número que hay que tener en cuenta es el 65% de la población que estaba a favor de la aprobación en 2005, si bien hay que entender que ese 25% en contra estaba creado por un lobby que, aunque significativamente inferior, era quien manejaba el poder, porque llegó a crear debate sobre si era apropiado o no permitirlo”, señala el antropólogo José Ignacio Pichardo.

¿El matrimonio ha sido la solución para todas las parejas del mismo sexo?

“El matrimonio es una institución criticable en esencia por ser el mecanismo reproductor del heteropatriarcado y cuya última finalidad es la conservación del patrimonio, así que es probable que las parejas del mismo sexo estén sufriendo esa carga simbólica a su vez. Además, no creo que el Estado deba legitimar las relaciones, mi pareja no es menos para mí que alguien que sí ha pasado por el aro institucionalizador” opina Leña secundado por la pareja formada por Norma Vázquez y Clara Murguialday: “Casarse por amor es mitología, tiene que ver con derechos relacionados con la salud y el dinero”, defienden.

Fito Ferreiro pone la nota discordante y sostiene que “se puede ir contra el matrimonio… O con él”. Va más allá y plantea: “Si la Iglesia se ha apropiado de infinidad de costumbres paganas y las ha hecho propias, ¿por qué no íbamos a poder hacer lo mismo con el matrimonio? Las relaciones homosexuales están enseñando mucho a las heterosexuales sobre cómo gestionar la pareja, las libertades, las responsabilidades y complicidades… Creo que hay que hacer nuestros estos conceptos, no destruirlos”. Anota con cierta sonrisilla irónica que “lo curioso es que se hayan casado políticos del PP cuando fueron quienes pusieron un recurso ante el Tribunal Constitucional, institución que avaló la legalidad de nuestras uniones en 2012”.

¿Debería ser la única forma de convivencia reconocida por el Estado? 

Las respuestas a esta cuestión han sido sintéticas y concisas. “Lo más reprochable del matrimonio es que se tome como fórmula universal de relación, restringida a la monogamia o incluso a la obligación de convivencia”, responde Lucas Platero. “La aprobación de la Ley dejó la lucha de las personas poliamorosas o las relaciones abiertas en segundo plano, como lo raro y fuera de la moral; si nos sentamos a legislar debería permitirse que se unan tres personas o las que tengan a bien”, recrimina Leña.

¿Qué ha cambiado para las parejas que se dijeron “sí, quiero”? 

Norma y Clara, contrarias a la institución del matrimonio, se casaron para evitar problemas con la residencia de Norma, mexicana de nacimiento

“No ha cambiado nuestra manera de vivir la relación, sin embargo, sí la manera en la que el resto de personas la perciben”, explica Norma Vázquez, casada con Clara Murguialday desde hace diez años. “Hay quien se disculpa cuando presupone la existencia de un marido, como nos ocurrió cuando fuimos juntas a firmar una hipoteca”, comenta entre risas. Aclara que cuando se casaron en 2005 “había más asombro” y con el paso del tiempo ven “caras de haber metido la pata al hacer este tipo de suposiciones heterosexistas”. Ellas, contrarias a la institución del matrimonio, se vieron obligadas a pasar por ello para evitar problemas con la residencia de Norma, mexicana de nacimiento. “Al final le cogimos el gusto porque nos encanta provocar esos rostros desencajados cuando ven a dos mujeres de cincuenta y tantos que son pareja, como si además fuese cosa de gente joven… Lo tomamos como un acto de militancia cotidiana”.  Dentro de ese activismo del día a día, Vázquez sentencia que “quien niega nuestro amor, que podamos tener familias, descendencia… está cometiendo un crimen; siguiendo la norma jurídicas, cometen una ilegalidad y así debemos señalarlo”.

Fito Ferreiro, casado desde hace ocho años, reflexiona sobre la necesidad del matrimonio “por cuestiones del día a día, porque en cuanto compras una televisión a medias, sin hablar de grandes propiedades ni mucho menos, ya sería recomendable regular eso por cuestiones de herencia; o por asuntos de salud en las que mi pareja debe tomar parte como pasaría con cualquier otra pareja heterosexual. Sigue habiendo homofobia pero el papel te da fuerza para legitimarte”. De lo pragmático a lo sentimental, le resulta inevitable comentar que el día de su boda “fue lo más bonito, porque a mis 53 años pertenezco a una generación que vivió armarizada hasta los treinta y pico”. Un papel que marca toda una vida: “Nunca había pensado que podría llegar a vivir en pareja con normalidad”.

Con normalidad, “hasta espetando el Libro de familia a quien haga falta”, también conviven el primer matrimonio de gallegas en un pueblo cerca de Santiago de Compostela, donde dicen que son más aceptadas por su vecindario “porque en el rural, mientras no te metas con la parcela del otro, nadie se mete con la tuya”. Estela y Guillermina reconocen las dificultades que pasaron incluso tras haberse casado. “La maternidad fue algo que provocó aún más revuelo, tuve que llegar a escuchar comentarios sobre la suerte que había tenido con que mis tres hijas hubiesen estudiado…”, explica Estela, profesora convencida en la coeducación como clave para avanzar hacia la igualdad de género. De nuevo en el presente, admite que “aún hay caras de sorpresa, te miran raro… ¡Y nosotras decimos que viva la diferencia!” y proclama que para que funcionen los avances sociales “a veces hay que radicalizarlos: no queremos la tolerancia, queremos el respeto”.

Sobre el respeto y su carencia, recuerdan cuando Estela tuvo que ser operada hace tres años, y Guillermina, como familiar, fue ignorada por parte del médico ante la presencia de un hermano de su esposa, “con quien no convive y a quien no vale de nada explicarle las pautas sanitarias” y aclara que fue necesario reiterarle al médico su condición familiar para que la tuviese en cuenta “aún con un amparo legal mediante”. “Pero asumimos que nos pasaremos lo que nos queda de vida luchando. Fíjate que estamos menopáusicas y aún seguimos yendo, como hace treinta años, a manifestaciones a favor del aborto”, lamenta.

¿Qué ha cambiado para las parejas que no se reconocen en un matrimonio? 

Martín Leña lleva diez años con Luis, los mismos que desde la aprobación de la Ley. ”Y no creo que nos casemos salvo alguna necesidad patrimonial o sanitaria, que parece ser el único amparo que ofrece. Nuestra manera de vivir la pareja no pasa por que el Estado nos tenga que legitimar, ya bastante tenemos con hacer la declaración de la Renta”, aclara, “pero sí pienso que ha sido un gran avance para personas que han sentido esa necesidad que siempre se les ha negado hasta el año 2005. No se trata de hacer crítica por la crítica, es que si fuésemos complacientes con este tipo de cuestiones, ¿hubiésemos logrado más avances? No solo de lo político, sino de nuestra propia forma de vivir el amor y las relaciones”.

Diez años para cuestionarse diez interrogantes que se responden con más preguntas, porque el Orgullo tiene que ser protesta y crítica para poder ser también celebración.

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