Sin referencias

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30/03/2015

Djuna.

Una de las cosas que, con sorpresa, viví durante mi infancia era la contradicción constante entre mi entorno diario y las enseñanzas que recibía en el colegio. Tengo casi cincuenta años y me eduqué en colegios religiosos. Todas mis profesoras eran mujeres, mis compañeras también (no pisé un colegio mixto hasta los 17 años), tenía a mi madre, mis dos abuelas y mi hermana. Tías, primas y amigas. Pero, salvo en eso, las mujeres no parecían existir en las denominadas cosas importantes. Y aquello me marcó hasta el punto de que, actualmente, sigo buscando mujeres cuando enciendo la televisión, leo un libro o un peródico.

En el colegio nos hablaban de mujeres… Pero, ¿qué mujeres? Por supuesto, la primera y principal, la Virgen María. Teníamos la escultura de la Virgen Niña, la Virgen de la Roca y entonábamos múltiples canciones en las que ella siempre era la protagonista. Le dedicábamos el mes de mayo, con cánticos, Rosarios de la Aurora y misas. La segunda, Santa Teresa de Jesús que, en cierto modo, se convirtió en una pesadilla insoportable. Todos los años nos leían la vida de la santa de principio a fin. Y terminé harta de aquella muchachita que se escapaba de Ávila para matar moros. Dos mujeres. Ni una más ni una menos. Ahí se quedó el listado de mujeres ilustres de mi infancia. Y de ahí nacía mi perplejidad. En ninguna asignatura jamás se nombró a ninguna mujer. Ni en historia, ni en arte, ni en literatura, ni en música, ni en ciencias…Y yo me preguntaba cómo era posible que, siendo casi el cincuenta por ciento de la población mundial, no hubiéramos hecho nada reseñable… ¿Acaso no habíamos aportado algo a la historia de la humanidad?

A partir de los quince años, nombraron a Isabel La Católica y a los diecisiete a Rosalía de Castro. Pero eso fue todo. Los demás eran personajes femeninos de ficción: la Celestina, las desgraciadas hijas del Cid, Dulcinea del Toboso, Julieta, Lady Macbeth y poco más. En los libros de casa, Agatha Christie y Enid Blyton, cuyo personaje Jorge de “Los Cinco” era mi ídolo. Una chica fuerte de pelo corto. Resultaba que una mujer debía parecer físicamente un hombre para ser tomada en serio, ya que el otro personaje femenino, Ana, era la viva personificación de la estupidez y la frivolidad que siempre nos achacaban a las mujeres.

Cuando en casa veía la tele, me descubría a mi misma buscando a mujeres en las informaciones que daba el Telediario. No estaban en el Parlamento, ni en el Gobierno, ni en las manifestaciones. Sí estaban presentando, muy monas, los programas o el informativo. Buscaba en el periódico en los grupos de hombres fotografiados. Pero tampoco estaban. Lo más curioso es que aún sigo haciéndolo y, más de una vez, viendo una información, le pregunto a mi pareja qué es lo que le resulta curioso de tal o cual imagen. Y él habla de ropa, de un cartel de publicidad, de un tío barbudo, pero nunca nota la ausencia de mujeres.

Si embargo, en la publicidad las hay, y muchas. Siempre recuerdo un columna magnífica de Javier Marías, titulada ‘La mujer como lacra’, publicada en El País Semanal el 19 de julio de 2009, que decía, entre otras cosas: según nuestra publicidad, [las mujeres maduras] son seres llenos de lacras más bien desagradables: sufren pérdidas de orina o incontinencia; utilizan dentaduras postizas que no se les sujeta bien a las encías; padecen hemorroides; se deben poner gordas, y aún gordísimas, porque se pasan la vida comprando productos para adelgazar; tienen problemas terribles de tránsito intestinal; se arrugan a lo bestia, la piel se les estría o se les pone de “naranja”; se operan en centros especializados, se les cae el pelo; a las más jóvenes les sale acné, herpes, escoceduras y hasta callos. A esto que enumera Marías, añadiría yo que parece imprescindible que nos tiñamos el pelo y que, además últimamente, parece que olemos (por lo que necesitamos compresas o salvaslip para evitar que “perfumemos” el mundo con nuestros hedores), dejamos continuamente manchas de sudor en la ropa, nuestros huesos se descalcifican y somos terriblemente velludas ya que nos venden cera, depilación laser, maquinillas y cremas depilatorias. Como dice Javier Marías: “ La visión que los anuncios ofrecen de la mujer es la de un ser tirando a grimoso, acosado y asaltado por múltiples tachas oprobiosas. Quitando el olor de pies y el colesterol, la publicidad de cuyos remedios la protagonizan los hombres, son ellas las que dan siempre la cara en las ignominias”. Y es cierto, parecemos enfermas crónicas desde que nacemos, pero hay mujeres que sólo se quejan si sale una mujer vestida provocativamente o enseñando un pecho.

No sé que contenidos estudian las niñas de ahora, si en ellos hay referencias a mujeres que aportaron, desde todos los campos, su trabajo o su experiencia a la historia del ser humano. Espero que sí, y que el día de mañana no estén, como yo, buscando siempre a aquellas que sí lo hicieron. Criarse creyendo que las mujeres no hicimos nada relevante es triste. Y aunque no se reflejen en los libros, sí deseo que los docentes comprendan que pueden existir en sus aulas niñas que ansíen saber dónde están sus hermanas, sus iguales, para que entiendan que ellas también son capaces de hacer historia y no limitarse a ser como las mujeres de la publicidad, preocupadas por las arrugas, el tamaño de sus pechos, sus olores o el tránsito intestinal. Porque si esas son las referencias, apaga y vámonos.

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