Apologías del primer patriarca
Nota: Este artículo se enmarca en la sección de libre publicación de Pikara, cuyo objetivo, como su nombre indica, es promover la participación de las lectoras y lectores. El colectivo editor de Pikara Magazine no se hace responsable ni del contenido ni de la forma de los artículos publicados en esta sección, que no son editados. Puedes mandar el tuyo a participa@pikaramagazine.com. Rogamos claridad, concisión y buena ortografía.
Ana Lucía Fernández.
En mi país se da por sentado muchas veces que ahora las mujeres son iguales que los hombres, sin embargo, hace unos meses antes de venir a Berlín con una beca para hacer mi Doctorado, experimenté por así decirlo, la sensación del fastidio.
Primero, me llamó la atención la pregunta que muchas personas me hacían al darse cuenta que me iba, -¿Y tu novio?-. Por supuesto que me voy sola, porque cuando le dices a tu novio que se vaya contigo mientras tú estudias y lo mantienes en Berlín, el mundo de su masculinidad se reduce a un asterisco existencial sin salida, del cual no hay vuelta atrás. Seguidamente, las personas de mi familia, lo primero que expresan con la noticia es, –ojala encuentres un alemán para que te cases-. Por último, en el trabajo algunas personas mientras me felicitan mientras preguntan, ¿quiénes te están ayudando? Como quien quiere nombres para ver qué acción impúdica cometí para alcanzar el logro.
Y yo me pregunto, ¿será que existe algún deseo sincero de felicitación sin que el hecho tenga que ser reducido a la carencia, tenencia o a la ayuda de un hombre? ¿Será que mis colegas becados, en su mayoría hombres, les pasan lo mismo?
Yo como mujer estudiada, académica y bastante privilegia, me pregunto, ¿es realmente cierto que ya está listo todo para las mujeres? Si estos hechos no son apologías del patriarcado entonces, ¿qué son?
La situación antes acotada es simplemente un pequeño ejemplo de los “detalles sin importancia” que sufrimos las mujeres, donde el valor de lo que hacemos y de lo que somos, se ve reducido al otro, y cuando niegas la pertenencia a este otro que además es “hombre”, quedas relegada a las múltiples formas que tiene la sociedad de “ponerte en tu lugar”, para hacerte sentir culpable y para poner a funcionar lo que bien llamó Foucault, las tecnologías del yo. ¿Cuál es ese lugar? Es el espacio donde las mujeres son iguales a los hombres mientras no incomoden, no opinen demasiado, no exijan demasiado, no adquieran demasiado por sí mismas.
Gayle Rubin en uno de sus trabajos, ‘El tráfico de mujeres: Notas sobre la “economía política” del sexo’, hace un recuento y explica lo que para ella es la teoría de la opresión de los sexos que desarrolla Levi-Strauss. El antropólogo explica el parentesco como la estructura elemental fundante de las sociedades humanas, del cual derivan dos principios: el tabú del incesto y el “regalo”.
La idea fundamental es que el parentesco es la base de la interacción social: organiza las prácticas económicas, políticas, religiosas y la sexual. Como señala Rubin, “los deberes, las responsabilidades y los privilegios de un individuo frente a otros se definen en términos del mutuo parentesco o falta de él”. El estudio apunta a los distintos contextos donde la práctica de dar regalos (o sea, el intercambio de toda clase de cosas: comida, palabras, herramientas, rituales, etc) es el vínculo que permea y constituye las relaciones sociales, creando nexos de amistad, solidaridad, competencia, rivalidad, etcétera.
Ahora, sí a esta relación le añadimos el componente de la elección sexual, se puede ver como el tabú del incesto, que es la censura a ciertas parejas sexuales (claro que en sociedades modernas, este principio se traslada no sólo al incesto, sino también a la clase social, etnia, religión, etc),es la clave de la división de grupos y la consolidación de la familia nuclear, tradicional, heterosexual, con lo cual, el matrimonio se convierte en el intercambio fundamental, donde lo que se regala como “objeto” más preciado es la mujer.
Por lo tanto como apunta Rubin, las mujeres quedan relegadas al gran patriarca “Abraham”, el cual tiene el poder absoluto designado por dios hombre sobre las mujeres, la prole, los rebaños, las herramientas, la opinión, la decisión. Y por ende, todo y todas dependen de la institución del gran patriarca.
Por eso es tan fácil en la vida cotidiana, encontrar apologías del primer patriarca una y otra vez en todos los micro contextos en que vivimos, respaldados y apoyados por hombres y mujeres, por leyes, por instituciones, por estructuras de poder simbólicas y de facto, que funcionan a favor de la institución del patriarca, la cual ejerce el poder –cada vez que puede, o sea siempre- para recordarnos a las mujeres, nuestro lugar en la sociedad.
Por lo tanto, a lo largo de nuestras vidas hemos padecido experiencias no gratas como mujeres, cuyo objetivo es hacernos sentir “malas mujeres”, por vivir o al menos tratar de vivir por fuera de esta norma. Por eso, recibimos insultos de exparejas sobre nuestros cuerpos o nuestra vida sexual cuando los dejamos; por eso, tenemos ginecólogos diciéndonos con quién, cómo y cuándo dirigir nuestra experiencia sexual y nuestra “obligación” de concebir; por eso, doctores, padres, abuelos o novios hacen referencias despectivas hacia nuestras estrías, nuestra celulitis o nuestro peso; por eso, vamos a clases y el profesor con el aula llena se pone hablar de “lo bonito de tu vestido” en lugar de impartir clases; por eso, en la escuela no nos dejaban las profesoras y profesores jugar futbol con nuestros compañeros; por eso, mientras esperamos el bus en la estación nos tocan las tetas o las nalgas o ambas; por eso, nuestras parejas nos amenazan con cuchillos de cocina en la mano; por eso, nos rompen nuestras pertenencias cuando se enojan; por eso, en la misa nos dicen que venimos de la costilla de un hombre cuando somos nosotras quienes los parimos; por eso, nuestras parejas buscan una madre; por eso, otras mujeres nos consideran sus enemigas; por eso, nuestras madres sueñan con nuestro futuro esposo de bien; por eso, nos llaman “concubinas” en los periódicos aunque seamos nosotras la que pagamos el alquiler del apartamento y compartimos los gastos con nuestros novios; por eso, nos prohíben administrar nuestra sexualidad autónomamente negándonos los fármacos necesarios para decidir sobre nuestros cuerpos y nuestra sexualidad; por eso, nos enseñan desde pequeñas que las mujeres son las culpables de provocar a los violadores por cómo nos vestimos o por donde andamos; por eso, los medios insisten en llamar crimen pasional a lo que evidentemente es un femicidio; por eso, nos pasamos la vida sintiéndonos culpables.
Por lo tanto, intentar salirse y vivir por fuera del sometimiento del patriarca no es tarea fácil, y también por esto, la sociedad le resulta tan incómodas las personas feministas, porque han aprendido a construir solidaridades, autodefensas, autoestimas y autonomías para combatir al gran Abraham, ese primer hombre dueño de todo. Por eso, nuestro compromiso político incomode a quien incomode es construirnos fuera de este gran hombre, de ese gran partido, de esa gran patria, de ese gran dios.