Hombres maltratados
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Miranda – @islatempestad
Esta es la declaración de un abogado que atiende casos de hombres maltratados por sus parejas:
“La mayor parte de las denuncias que nos llegan son llamadas de auxilio de mujeres del entorno de la víctima* , la hermana, la madre o alguna amiga. Hay muchos que lo niegan, no lo asumen y acaban viendo el maltrato como algo normal”, explica Víctor Martínez Patón, abogado especialista en estos casos.
Ya sabemos que tanto a una mujer maltratada en el entorno íntimo como a un hombre maltratado les cuesta acudir a la justicia, denunciar. También sabemos que son las asociaciones feministas en su lucha contra toda discriminación hacia las mujeres las que apoyan permanentemente al más de medio millón de mujeres que enfrentan maltrato al año en España.
Sin embargo choca que también sean mujeres, sobre todo, las que auxilien a los hombres maltratados por sus parejas. Porque igual que tienen hermanas, madres o amigas; esos hombres maltratados tienen hermanos, padres o amigos. Pero, ¿por qué estos hombres no les ayudan?, ¿por qué estos hombres no descuelgan el teléfono y llaman a Víctor Martínez, el abogado?
¿Dónde queda la solidaridad masculina cuando un hombre es maltratado? ¿Dónde quedan esos hilos sutiles de confraternización masculina que hacen que a pesar de las leyes, supuestamente equitativas, sigan siendo ellos los que escalen, los que consigan los empleos, los que cobren más, ayudándose y apoyándose prioritariamente los unos a los otros?
¿Dónde queda todo esto cuando un hombre es maltratado?
Desaparece.
Y explicaré porqué:
Desaparece porque la masculinidad hegemónica se construye vinculada al ejercicio de privilegios. Y estos privilegios son fruto de la dominación a cualquier otro género.
Es la dominación, individual y colectiva, la que forja gran parte de la adscripción identitaria a la masculinidad.
Un hombre dominado por una mujer es, entonces, y por definición, un traidor a su género, ya que al no ejercer la relación de poder prescrita – que sean los hombres los que dominen a las mujeres -, no ayuda a la perpetuación de los privilegios colectivos.
Y por eso, fundamentalmente, no es socorrido.
Más bien al contrario. Todos hemos visto grupos de hombres hacer mofa del “calzonazos”, hacer escarnio del hombre “débil”. La masculinidad hegemónica ha creado un universo hilarante, ha condenado al ridículo a cualquier hombre que en algún momento pueda estar dominado por una mujer.
Y es que el patriarcado establece un sistema de incentivos a la dominación. Los hombres no solo están motivados a dominar a las mujeres para perpetuar sus privilegios sino que pueden llegar a ser castigados por no hacerlo. Son presionados por los otros hombres para que el chollo de ser hombre no se les acabe.
El patriarcado no solo es un sistema de apartheid a las mujeres. Es, además de eso y para eso, un sistema jerárquico en las relaciones entre los hombres. El sistema de incentivos a la dominación es una escala que desciende desde el macho alfa hasta el proletariado de la masculinidad, jerarquía marcada por un ejercicio de la dominación más o menos exitoso.
Algunos me objetaréis que los tiempos han cambiado. Otros me diréis que ya habéis madurado. A vosotros os dedico el siguiente párrafo.
Con la edad y con la modernidad, con los tiempos en los que la violencia física contra las mujeres comienza a estar mal vista, a ser perseguida; hay otras maneras en que los hombres mantienen ese sistema de jerarquías. A los 15 años ensayaban su rol identitario de manera más brutal. Y en la prehistoria también. Con 40 años y adecuada socialización, algunos, en vez de arrastrar del pelo a su mujer, le callarán la boca intentando demostrar superioridad intelectual. El sentido de la jerarquía seguirá igual: los más exitosos en esa perversa escala jerárquica de la masculinidad hegemónica, sin agredir expresamente, exhibirán dominancia intelectual, harán uso de micromachismos, silenciarán, acosarán en grupo, ejercerán paternalismo e incluso -subrepticiamente- intentarán dominar al movimiento feminista. Pretenderán ser más listos, más hábiles y más rápidos que ellas, para ganarlas.
Este sistema de incentivos que establece la masculinidad hegemónica para que los hombres nos dominen, y así seguir disfrutando de sus privilegios, ha creado una dicotomía falaz y terrible:
– Los hombres que enfrentan violencia son peores.
– Los hombres que ejercen violencia (más o menos sofisticada) contra las mujeres, son mejores.
Gracias a esa dicotomía falaz, a ese maquiavélico sistema de incentivos a la dominación, se ahoga a cualquier hombre maltratado por su mujer. Se le silencia.
Esa dicotomía falaz de entender que o dominas o eres dominado es fundamental en el imaginario colectivo masculino. Hay una mitología de brujas, górgonas y sirenas que es su motivación para estar en situación de defensa, su justificación para la dominación social y física. Hay una mitología de histéricas (modernamente apodadas locas-del-coño), exageradas, irracionales y frívolas, que es su motivación para estar en situación de defensa intelectual, su justificación para la dominación ideológica.
Esa dicotomía falaz es la que lleva a algunos hombres (estos sí?) a defender a los hombres maltratados (curiosamente!) atacando los derechos de las mujeres maltratadas, y por ende la lucha feminista. Conocemos movimientos de hombres organizados que piden la derogación de la ley integral de la violencia de género o sobre-estiman la cantidad de denuncias falsas de mujeres a hombres, y que dicen hacerlo en nombre de los hombres maltratados.
Su ecuación es simple: si no someto, necesariamente he de ser sometido. Si las feministas o las leyes me quitan el poder y la impunidad, seré maltratado. Solo contemplan dos opciones: o ser maltratado, o ser maltratador.
Muchos maltratadores llegan incluso a confundirse mentalmente con maltratados. Tienen grabado a un nivel muy profundo (neurológicamente hablando) que la ausencia de dominación ataca su identidad, les agrede. Entienden que una mujer que se defiende, que resiste a su dominación, les está maltratando. Y es porque saben que esto les coloca en los peldaños más bajos de esta perversa escala de incentivos de la masculinidad dominante.
De ahí que algunos incluso relacionen la ausencia de dominación con la limitación de su sexualidad. Y hasta declaren sentirse castrados por el feminismo.
Entender las relaciones y la identidad humana en una lógica unívoca de dominación y sumisión es la causa de que vivamos en un mundo tan injusto, donde casi todas las mujeres experimentan o han experimentado violencia solo por serlo, y en su entorno más próximo.
La construcción de una masculinidad alternativa es un problema de salud pública urgente y una cuestión de justicia impostergable: una cuenta pendiente que cada hombre tiene con la sociedad a la que pertenece. Porque la socialización masculina es una responsabilidad colectiva, pero sobre todo es una responsabilidad de los hombres, ya que es en los grupos de pares y por modelaje como se fragua.
* En negrita en el original.