El flash que nos volvió inmortales

El flash que nos volvió inmortales

Nan Goldin ha llevado a la cultura subversiva una obra fotográfica genial que refleja la enfermedad, las relaciones sexuales y amorosas, la violencia y la muerte

12/02/2015

Andrea Núñez-Torrón Stock

Nan Goldin

Artículo publicado originalmente en el blog Transgrediendo

Pocas fuentes de inspiración son tan inagotables y duraderas en el proceso de creación artística como las propias vivencias; cicatrices, traumas, obsesiones y secuelas han propiciado a lo largo de la historia, obras maestras que reflejan las vicisitudes de la  existencia de sus creadores. Nan Goldin es una de esas rara avis, una artista documentalista con una cámara fotográfica en la médula y testigo de la triste devastación del sida en la bohemia Nueva York de los 80, la ciudad del pecado, la euforia, la melancolía, los yonquis y el punk.

Colores saturados y luces artificiales son las señas de su hiperrealismo conmovedor que a veces duele, otras erotiza y otras entristece, sin pudor ni morbo gratuito

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Sus instantáneas son el recoveco donde la belleza imperfecta de sus conocidos y amigos todavía sigue viva, y donde el fulgor y las heridas de su pasado frenético tampoco se mueren nunca. Reina del antiglamour, firme detractora del arte como negocio, pues ha donado todas sus riquezas a organizaciones benéficas, y noctámbula revolucionaria del género hiperrealista, la obra de Nan ha sido tachada desde sus inicios de escandalosa, morbosa y provocadora por unos, y alabada como una de las más maravillosas creaciones documentales del siglo XX por otros. Y como la vida no imita al arte, sino en muchas ocasiones todo lo contrario, la dedicación de Goldin sólo ha sido apretar el objetivo con valentía para contar lo que tenía ante sus ojos; el radicalismo de su existencia y las crudas pero necesarias historias de otros que también fueron la suya. Empecemos por el principio.

Nan Goldin

Nan GoldinNan Goldin

La belleza de la autodestrucción

Nacida en 1953 en el seno de una familia judía en Washington D.C, Nan atravesó una turbia infancia en manos de diferentes familias adoptivas de Nueva Inglaterra tras el suicidio de su hermana. A los quince años, ingresa en una escuela experimental de fotografía en Boston llamada la Satya Community School, en la que empieza a cultivar su innato talento fotográfico y a inmiscuirse en la vida nocturna y contracultural de la Provincetown, una comunidad de artistas y resort gay de Massachussets, donde conocerá a sus mejores amigos y protagonistas de sus fotografías a lo largo de las dos siguientes décadas: Bruce, Sharon, Cookie o Waters, entre otros.

Más tarde, ingresa en la Escuela del Museo de Bellas Artes de Boston, donde se gradúa en 1978. Comparte promoción con figuras emblemáticas del mundo fotográfico como Philip-Lorca diCorcia y su amigo David Armstrong, y comienza a trabajar con películas de color y a emplear el flash en sus trabajos. Ya graduada decide mudarse al barrio contracultural de Bowery, en Manhattan, donde el punk febril contagiaba a las multitudes y donde las noches eran trincheras eternas de drogas y fiestas. Allí, Goldin explora y desarrolla el que será para siempre el tema central de su obra: la narración de la vida sentimental y sexual de su entorno, mediante series de fotos que relatan vidas inundadas de enfermedad, pobreza, violencia, sexo y amor. Pionera y creadora del género documentalista “antiglamour”, Goldin enfatiza el efecto de sus imágenes juntándolas en películas que las muestran de manera sucesiva. Tomando prestado el título de una canción de Bertold Brecht, publica «La balada de la dependencia sexual»una joya subversiva repleta de rostros desgastados de brutal realismo, testimonios de la devastación neoyorquina de VIH que asoló la Gran Manzana en la década de los ochenta.

Nan Goldin

Nan Goldind

A pesar de estar influenciada por artistas de diferentes mundos como Richard Tood, Rothko o Caravaggio, además de célebres fotógrafos de moda como Horst, Guy Bourdin, Helmut Newton o Cecil Beaton, la fuente más pura de inspiración de esta artista es la realidad sin filtros ni aditivos, con sus desesperanzas, pulsiones y altibajos emocionales. Con una Leica clásica o una M7 como instrumento de trabajo, radiografía escenas privadas de su entorno cotidiano, siempre sin control de la iluminación ni empleo de objetivos largos, lo cual redunda en una intensidad y cercanía máximas en sus instantáneas. Colores saturados y desgarradores y luces artificiales son las señas de identidad de su hiperrealismo conmovedor que a veces duele, otras erotiza y otras entristece, sin pudor, obscenidad ni morbo gratuito.

“Para mí, el instante de fotografiar no es de distancia, sino de conexión emocional. Dicen que el fotógrafo es un voyeur, el último invitado a la fiesta. Pero yo no soy una colada; esta es mi fiesta”

Afirmó haber apretado el objetivo bajo los efectos del alcohol en algunas ocasiones, causa por la que algunas de sus imágenes están desenfocadas. En los trabajos previos a su formación  académica rinde un honesto homenaje a las drag queens de los años 70 y en su primer gran catálogo, imprime las huellas de su existencia truculenta, para no olvidarse de sí misma ni de sus amigos: «La balada de la dependencia sexual» es también un reflejo de su propia catarsis destructiva, de esa época de cambio que deconstruyó las categorías usuales de la identidad y la experiencia. La tradicional diferencia entre vida y arte, masculino o femenino o público y privado se derrumbaron en la narrativa moderna y antidogmática de Goldin, que reinventó un género por aquel entonces encorsetado y academicista, atreviéndose a bajar a las profundidades insondables de las intimidades domésticas: «La cámara es parte de mi vida cotidiana, como hablar, comer o tener sexo. Para mí, el instante de fotografiar, en vez de crear distancia, es un momento de claridad y de conexión emocional. Existe la idea popular de que el fotógrafo es por naturaleza un voyeur, el último invitado a la fiesta. Pero yo no soy una colada; esta es mi fiesta. Esta es mi familia, mi historia», afirmaba acerca de su metodología y aspiraciones.

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En las fotos de este clásico y radical catálogo, convertido en slideshow de 45 minutos y 700 imágenes, hallamos camas revueltas, picos de coca, amantes violentos, cucharas calientes, dientes podridos, parejas dependientes, niños fumando, drags trasnochadas, y hasta el autorretrato de una paliza que su propia pareja propinó a Goldin. «La balada de la dependencia sexual» comenzó a presentarse en clubs y salas de cine en 1981, amparada en una banda sonora que incluía ópera, música new wave, punk y blues. Arthur Danto dijo de las fotografías de esta obra que «registran y encarnan ese momento de la historia social en que todo el mundo era artista, y el amor y el sexo encontraban maneras esperanzadas de trascender límites y de construir nuevas habitaciones para el corazón» Así, la tribu urbana neoyorquina, los excesos y los nuevos roles de género, orientación sexual y pasatiempos domésticos, se anclan a la paradójica universalidad de los slides de Goldin, que encumbran el retrato como formato expresivo en una época donde imperaba el academicismo ortodoxo y paisajístico. Frente a ese canon, la heterogénea y dispar familia urbana con el patrón común de la dependencia inmortaliza el radicalismo y la belleza de sus vidas imperfectas.

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Altibajos y supervivencia

La mala vida neoyorquina de los ochenta y las noches enardecidas y llenas de excesos hicieron mella en ella, tanto es así, que poco después de presentar el libro de «La balada de la dependencia sexual» en Europa, (vendiendo 5.000 ejemplares solamente en Berlín)  Goldin ingresa en una clínica de desintoxicación, pues su precario estado de salud era un todo o nada: Había llegado a consumir 3 gramos y medio de coca al día y sólo disparó 10 carretes en los 2 años que duró su gran adicción. (Época que ella misma denomina ‘Nan at the bottom’, apuntando: «I don’t want to sound like a drama queen» [No quiero sonar como una reina del drama]. Mientras se recuperaba, la escena bohemia de Nueva York agonizaba de sida, y Goldin tachaba con la palabra «DEAD» [MUERTE] los contactos de su agenda, parando entristecida al contabilizar 40. En su Portfolio de Stern cuenta, que por aquel entonces, la fotografía había salvado su vida, ayudándola a sobrevivir al miedo de tantos y tantos momentos traumáticos.

En la clínica el autorretrato se convirtió en un ítem recurrente de su obra, y más tarde registraría esta y otras vivencias en un documental autobiográfico llamado «I´ll be your mirror», título que toma su nombre prestado de una canción de la Velvet Underground. También publica otro catálogo denominado «Balada desde la Morgue», de similar crudeza y sinceridad a sus anteriores trabajos. Queriendo alejarse de Estados Unidos, se muda a en Berlín en 1991, con la intención de cuidar a otro amigo aquejado de VIH, Alf Bold. Invitada por la bolsa de beca «DAAD», prolongada a cuatro años, vivió en Kreuzberg, y pasó los años más tranquilos y felices de su vida. Fruto de estos lustros de trabajo expuso su obra «Berlin Work. Fotografien 1984-2009», una recopilación de instantáneas personales con extractos subjetivos de su vida, material tanto inédito como anteriormente publicado. Como siempre, Goldin permanece fiel a sí misma, a la expresividad de sus propios conflictos y al intimismo del retrato. En esta exposición abundan desnudos femeninos, interiores kitsch de habitaciones de hoteles baratos, rostros de amigos envejecidos. En el 2007 recibió por esta exhibición el Premio internacional de la fundación Hasselblad, y desde entonces vive a caballo entre la capital alemana, París y Yale, donde ejerce como profesora.

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Sus fotografías actuales están más apartadas de su temática habitual e influenciada por la corriente del surrealismo francés, además de embarcarse en trabajos sobre los niños y sus vivencias. Sigue llevando en el corazón los años de la perdición, la abrumadora Nueva York del punk y la droga, y sobre todo, a todos sus amigos, que huyen del olvido gracias a sus fotos. Como la propia Goldin afirmó: «Mi obra proviene originalmente de la estética de las instantáneas, que tomo con amor para recordar gente, lugares y momentos especiales».


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