Dominas todas

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10/12/2014

Helena Casas

Parece que últimamente el mundo BDSM está saliendo del armario. Quizás su parcial absorción por el mercado de consumo- que lo vende como “¡La pasión fatal!”- esté teniendo algo que ver. Aun así, estas prácticas siguen teniendo las de perder en el debate feminista.

Quizás es hora de desprendernos de dogmas moralistas y preguntarnos sinceramente qué es lo que queremos o por qué creemos que no deseamos eso o lo otro. Con esto no quiero decir que todas tengamos una domina o una sumisa en nuestros deseos soterrados por el patriarcado… ¡qué locura! ¿no…? Solo quiero, deseo, …¡ansío! Por contar a mis amigas que el BDSM puede ser feminista, o incluso que lo es. Someternos no nos convierte en sumisas, ponernos de cuatro patas no nos hace menos dueñas de nosotras mismas.

Me gusta el BDSM porque es una relación creativa que nos permite jugar con las identidades y que, sobretodo, establece una intensa y consciente conexión sexual y corporal con las personas con quiénes se practica.

Reconstruir la historia del BDSM resulta toda una batalla ideológica de espinoso planteamiento. Todo comportamiento que no es nombrado no existe hasta que se cataloga y, en el ámbito del psicoanálisis, hasta que se diagnostica (siempre al servicio del poder). En efecto, el SM ha estado criminalizado des del desconocimiento, aún hoy en día, como una patología sexual. La activista feminista y antropóloga Gayle Rubin reflexionó entorno a una “Teoría radical del sexo”, en la cual remetía al control de la sexualidad, propio del siglo XIX, entendiendo que las disputas sobre la conducta sexual se convierten, muy a menudo, en instrumentos para desplazar las ansiedades sociales. De la misma manera, repudió las parodias revisionistas del feminismo que reacciona contra la representación de la sexualidad – y es que el sadomasoquismo es esto: una representación de la erotización del poder- para desarrollar un discurso anclado en el conservadurismo y por tanto, en el control de los cuerpos.

En todo caso, discernir sobre la moralidad del sexo siempre me ha parecido muy aburrido y todavía más si hablamos de BDSM. Si existiera el “manual de la ética sexual de la feminista” estoy segura que éste no sería feminista. Hacer en la cama –¡o en el sótano!- lo que nos place es lo que nos hace más libres.

Entender el BDSM como la sencilla combinación de dolor y placer es un planteamiento muy simple que, lejos de acercarse a una posible definición, confunde y esconde un conjunto de sentimientos y intercambios emocionales cuidadosamente articulados en parámetros definidos, des de la cooperación colectiva.

Dominación y sumisión no son en BDSM sinónimos de acción y pasividad, dar y recibir no son verbos que por si solos puedan explicar una relación en la cual, el hecho de transmitir -que no siempre infligir- dolor es una manera de percibir placer, a partir de la autoridad que la sometida ha otorgado por decisión propia. En una relación SM no necesariamente interviene directamente el dolor, pero siempre será presente la ilusión del dolor. Se reconoce la importancia de la fantasía y de los aspectos no propiamente físicos de la dominación, por lo cual se juega con el cuadro.

El BDSM se mueve en la esfera de la afectividad. La dominante espera percibir de la sumisa la entrega de su cuerpo, es decir, su plena confianza. La sumisa obtiene de su voluntaria sumisión, no solamente el propio placer, sino el placer de la dominante en una relación bidireccional, estructurada desde un profundo y elaborado equilibrio emocional y sexual.

Aquí la cuestión es siempre dominar nuestro cuerpo de mujer, comprenderlo. Entonces yo me pregunto… ¿No nos hace el BDSM dominas a todas?

 

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