Violaciones «cotidianas»

Violaciones «cotidianas»

¿Tienes algo que decir? participa@pikaramagazine.com

16/09/2014

I.P.

Siempre que pensaba en agresión sexual y violación, solía pensar en un hombre enfundado en una gabardina, con cara de sádico, que te espera en una calle oscura, quizá con un arma, y con un instinto sexual de hombre lobo desatado. Así me lo enseñaron los cuentos y las películas: los violadores son monstruos noctámbulos que aparecen y atacan súbitamente. Sin embargo, la gran mayoría de agresiones y violaciones no se corresponden con ese imaginario, sino que son perpetradas por personas conocidas, y a veces no se da la violencia física explícita y extrema que nos muestran las películas. Entonces, si solemos pensar que las violaciones son esas escenas truculentas que suceden en un portal a punta de navaja cuando un hombre-bestia te asalta, ¿qué es, cómo llamamos y qué pasa cuando un novio, coleguita, amigo tiene sexo contigo cuando tú no quieres?

Cuando tenía 15 años sufrí una agresión sexual por parte de un completo desconocido. Me asaltó al entrar en mi portal, me asfixió con sus propias manos hasta que estuve al borde del desmayo y, mientras aun me agarraba por el cuello, me metió la mano en la bragas para sobarme el coño hasta que se cansó y huyó. Fue un golpe muy duro para mí, pero recibí mucho apoyo de mi familia, amigos y todo aquel que se enteró se solidarizó conmigo. Todo el mundo entendió que yo era una «pobre víctima» (sic) de una agresión sexual y maldecía al cabrón «loco-psicópata» (sic). (Si queréis otro día os cuento cómo mis conocidos masculinos se ofrecían a hacer patrullas vecinales para ir a reventar «al hijoputa», la insistencia en indagar sobre la raza del agresor o que durante muchos años quise ocultar que cuando me agredieron llevaba un vestido muy corto porque me sentía culpable).

suscribete al periodismo feminista

Hasta aquí parece (más o menos) claro y sencillo entender que sufrí una agresión sexual y que ésta era claramente condenable. Un evento excepcional (y espero que así siga siendo) en mi vida. Sin embargo, en mi vida se fueron sucediendo las agresiones sexuales y ninguna fue «tan sencilla» como aquella.

A los 16 años me enamoré de un estudiante de intercambio que se alojaba en casa de mi familia. Me gustaba mucho. Yo también le gusté, bastante. Y nos hicimos novios. Un día, estando en casa, nos empezamos a besar y nos metimos en la misma habitación, mientras mis padres dormían al otro lado del pasillo. Él quería follar conmigo. Yo no, porque no quería hacerlo en casa de mis padres, porque si mi padre se despertaba y se enteraba iba a ser un drama. La verdad es que no se me ocurrió pensar que yo no quería follar porque, simplemente, yo no quería follar. Él insistió: que si no me moría de ganas como él, que si no sentía lo mismo que él, que si acaso no le quería como él a mí, que cómo íbamos a ser novios en serio si todavía no habíamos follado. Yo me esforzaba por decir que no, susurrando – mis padres dormían- y replegándome sobre mí misma como una bolita – ¿cómo iba a ser yo agresiva con mi novio? Pero él ya estaba tumbado sobre mí, y yo no quería armar un escándalo con mis padres en la habitación de al lado, y no quería que dejara de quererme. Así que, cuando se empezó a enfadar porque yo no cedía, me dejé penetrar, mirando al techo y pensando «¿cuándo acabará?». Durante, después y mucho después me sentí rara, me sentí mal, me sentí triste y enfadada, asqueada. Pero nunca pensé «mi novio me ha violado», ¿cómo? Si no era una bestia con gabardina. Simplemente pensé: «así son los chicos con el sexo», «así tienes que hacer para que no dejen de quererte». Y seguimos juntos hasta que la distancia nos separó.

Algunos meses después, me invitaron con mi mejor amiga al cumpleaños de un amigo de un amigo de un amigo, o algo así. Aquello era la fiesta de la testosterona, una fiesta masculina, un campo de nabos donde aparecimos mi amiga y yo como presas de cacería. Un chico me hizo gracia. Nos fuimos a una habitación. Yo quería que nos besáramos, quería que nos magreásemos, nada más (ni nada menos) pero, como él bien me dijo, ¿quién se encierra en una habitación en mitad de una fiesta «sólo» para darse unos besitos? Se tumbó encima de mí y me quiso bajar las bragas. Las sujeté pegadas a mi cuerpo. Pero el seguía tirando. «Chica, relaja, que al final te las voy a romper». Intenté convencerle de que no quería exponer mi coño. Él estaba sobre mí, y era muy grande, y muy fuerte, y a mí ya me habían convencido durante muchos años de que las chicas éramos incapaces de defendernos. Sólo confiaba en poder convencerle con mis súplicas. Al final se cansó de que fuese tan «pesada» diciendo que no y sujetándome las bragas, y tuvo la magnánima concesión de negociar conmigo: «déjame que te “lo” chupe y te toque un poquito, ya verás cómo cambias de opinión y te entran ganas. Si después de comerte el coño no tienes ganas, te puedes ir». Sentí algo de alivio pensando que tenía la posibilidad de librarme de que me volvieran a meter una polla contra mi voluntad, pero me sentía profundamente asqueada por tener a un indeseable husmeando en mis genitales. Fingí que tenía un orgasmo y le dije que ya había terminado. «¿Y bien? ¿Qué quieres hacer ahora?», «Irme». Parece que era un chico de palabra, me dejó marchar. Casi alabé su benevolencia. Pero me sentí profundamente asqueada durante mucho tiempo, y durante mucho tiempo no entendí por qué, si no había profanado el sagrado agujerito, si al final «me había hecho un favor». Si un chico con el que yo he decidido enrollarme va un poco más allá, ¿podía llamarlo agresión sexual?

Y entonces apareció el feminismo. Y me enseñó la palabra «consentimiento», y me enseñó que el concepto de agresión y de violación era más amplio de lo que yo creía. Y que era importante reconocer mis deseos, y pensar en lo que a mí me apetece, y que tengo derecho a hacerlo. Y a desaprender las enseñanzas del Cosmopolitan sobre el papel de las mujeres en el sexo como eternas satisfactoras de los hombres, siempre agradables, siempre complacientes, intentando compensar que los hombre siempre tienen más ganas y ganas de unas cosas por las que merece hacer de tripas corazón para no quedarte sola. Y me ayudó a comprender mejor mis malestares y vivencias, de las que éstas son sólo algunos ejemplos, y a no avergonzarme por haber sufrido, y a no culparme por haber sufrido.

Aunque la revolución feminista, incluso la propia, es lenta. Y aún me ha costado tiempo llamar violación al ataque de un ¿compañero? de militancia que me penetró mientras yo fingía dormir. Fingía dormir porque creí que estar dormida era el único modo de pararlo después de repetir mil veces «NO».

Download PDF
master violencia de género universidad de valencia

Artículos relacionados

Últimas publicaciones

ayuda a Gaza
Download PDF

Título

Ir a Arriba