Beauvoir, Despentes, Butler y otras “chicas del montón”

Beauvoir, Despentes, Butler y otras “chicas del montón”

Acabo de terminar de leerme a Butler. Y me siento tan orgullosa de mí misma que voy a dedicarme un artículo. (Quien me llame irrelevante primero gana una piruleta roja de corazón: preparadxs, listxs, ¡YA!)

Imagen: Núria Frago

Ilustración: Núria Frago

Siempre he leído mucho. De pequeña me estaba terminantemente prohibido ver la televisión entre semana. Hoy por hoy me alegro. ¿Alguna se acuerda del cerdo disfrazado de tortuga en Bola de Dragón? En euskera se llamaba ‘Iratxo dordoka’. Entre ese cabrón, Chicho terremoto, empezar el día con alegría de Leticia Sabater y vivir en mi casa, hubiera sido demasiado. Cuando rondaba los ocho años, mi libro de cabecera era Querida Susi, querido Paul y hoy todavía recuerdo a aquella (antisistema) compañera de Susi que “olía a mantequilla rancia” (seguro que por elección propia). ¿Alguien sabe cómo huele la mantequilla rancia? He tenido pan con esa capita azulita de textura algodonesca y queso que cambiaba de color, pero la mantequilla es algo que nunca se me ha puesto malo. El caso es que luego vinieron las sagas siniestras de El Pequeño Vampiro y Fray Perico y su borrico que supongo que eran la versión más light e introductoria de Drácula y En el nombre de la rosa. Los Cinco eran estupendxs, El pequeño Nicolás ni te cuento, Flánagan el detective y los libros con portada de brillantinas que brillaban en la oscuridad de Pesadillas me quitaban el hipo. ¡Qué de misterios en tan pocas páginas! Supongo que si hoy por hoy sigo siendo Antoñita la Fantástica, una flipada soñadora sin los pies en la tierra (pero con un papiloma en el pie izquierdo), es gracias a haberme sentido parte del universo interior de aquellos personajes mayoritariamente masculinos que poco o nada tenían que ver conmigo. Pero si eligiera un libro que supuso un antes y un después en mi vida lectora, ese fue el maravilloso, el estupendo, el inigualable (redoble de tambores y sonido de trompetas): Flores en el ático. No sé quién será V.C Andrews porque lo cierto es que no me he molestado en buscar, pero le doy la enhorabuena por introducirme en un mundo de sexismo exacerbado, infanticidio, maltrato, sexo incestuoso y muerte súbita. Lo que viene siendo la vida, vamos. Pero todo adornado de largas melenas rubias y ojos azules. Gracias a ello creo que tampoco conseguí identificarme con ningún personaje de la saga que no dejó indiferente a ninguna de mis amigas. Teníamos once años. Me intriga que no se me permitiera ver la televisión, pero no se controlaran mis lecturas. Curioso, cuanto menos. Todos los libros son estupendos. ¡Leer es buenísimo! Claro. Aquello era como ver hoy en día Mujeres y hombres y viceversa: divertido, profundo y enriquecedor hasta decir basta. La vida siguió plácidamente entre libro y trauma, trauma y libro. Y de pronto me planté en bachillerato con el Clan del oso cavernario, del que sólo recuerdo pasajes de sexo explícitamente coitocéntrico, que en ocasiones era consentido por ambas partes, y en otras ocasiones directamente no. Debo estar muy perturbada. Os juro que recuerdo poquito, muy poquito más. Como ya era adulta y libre, con dieciocho años, de las carreras “que me dejaban hacer”, elegí Filología inglesa. Total, sólo tuve que leerme unas cuantas canónicas novelas como Cumbres borrascosas o Mrs Dalloway, ir a clases relativamente interesantes dependiendo de quién las impartiera y participar lo justo. Aquí mis compañeras incondicionales de viaje fueron Espido Freire (que estudió lo mismo que yo en el mismo lugar que yo) y Lucía Etxebarría (que por tener familia en Bermeo también sentía cercana). Leí todo lo que tenían escrito por aquel entonces. Nunca he tenido especial interés por la música, pero con ellas comprendí lo que era el fenómeno fan. Basta que ellas en una entrevista mencionaran una obra, para que yo me la devorara. A Lucía Etxebarría la idolatraba y tiraba rosas allá por donde pasara. No compartía ese mundo de nocturnidad y abuso de sustancias que solía describir en sus novelas, pero gracias a sus personajes empezó el “nosotras que no somos como las demás”. No sabía exactamente quiénes éramos “nosotras”, porque en mi círculo no existían otras pesudoadultas disfuncionales de mi estilo, pero empecé a sentirme parte de algo. En algún lugar, no muy lejano, existía gente como yo. No sabía exactamente dónde, pero existían (y existen). Por recomendaciones de la recomendación recomendada me leí El segundo sexo. Acabé fascinada y con los ojos como platos. ¡Ya sabía yo que algo pasaba! Por él, por mi trayectoria vital, y porque no me imagino la vida de ninguna otra manera, me zambullí en el feminismo de lleno. Desgraciadamente no me quedé ni con el nombre, ni el apellido de quien escribió aquellos dos tomos. Podéis lincharme. No habrá represalias. Después de cursar un tedioso y pretencioso máster en Literatura me harté de la ficción de por vida, y quitando descubrimientos puntuales como Belén Gopegui, no volvería a leer novela con dedicación (o eso pensaba yo). Despentes abrió la caja de Pandora de mi revolución interna organizada. Su relato en primera persona me cautivó y me sentí reflejadísima en ese retrato femenino del inframundo no políticamente correcto. Podía y puedo, estar o no de acuerdo con lo que dice, pero su manera de contar me vuelve loca de cordura. Diana Pornoterrorista, muy en la misma línea, me enganchó de la manera más contradictoria que se me puede ocurrir. Demasiados mundos por descubrir entre chorros de eyaculación femenina y chupitos de sangre. Lo que escribe me parece la hostia, pero ella, o el personaje que se ha creado, me produce una mezcla entre pavor y admiración. Soy muy, pero que muy puritana y aburrida. Siempre lo he sido. Y así como quien no quiere la cosa, llegó Simone de Beauvoir con nombre y apellido. ¡OH SIMONE DE BEAUVOIR! Yo que no leo novelas, terminé en menos de lo que canta una gallina La invitada, La mujer rota y Las bellas imágenes. Memorias de una joven formal fue la puntita del iceberg para sentir admiración total y absoluta por ella. Hubo una temporada que me fustigaba cada noche: ¿¿Por qué tuvo que morir en 1986, cuando yo sólo contaba con dos años?? Empezó una especie de obsesión por ir más allá de la figura y conocer a la persona. Me acordaba de El guardián entre el centeno y me preguntaba: si te encontraras a Simone o a cualquiera de sus personajes, ¿qué les dirías? Una vez me encontré con Rocío Jurado en Granada en pleno viaje de estudios, y hace unos meses me encontré con Aiora la cantante de Zea Mays por la calle. En ambas ocasiones dije lo mismo: “Tú eres ______(escribir el nombre que proceda)”. Y eso es todo lo que se me ocurre. ¡¿Cómo si no lo supieran?! Este verano yo y mi amiga Tania (que también está como una regadera) hemos hecho la ruta francesa de Simone de Beauvoir. Siguiendo lo que cuenta en sus memorias, hemos desayunado donde ella lo hacía, hemos paseado por donde ella paseaba, hemos visitado el primer lugar donde trabajó como profesora de Filosofía (la vida te da sorpresas: Rouen también fue el lugar ¡en el que quemaron en la hoguera a Juana de Arco!)… Hemos sido unas stalkers en toda regla. Además yo estuve menstrual una de las semanas y lloraba de emoción según llegábamos a los sitios. También me compré dos turbantes. Uno de terciopelillo (del color y la textura que se pone el pan Bimbo cuando se caduca). En el cementerio le dejamos un tiesto con enredaderas y el mensaje “Simone, gracias por enredarnos la vida”. Como vengo comentando en este espacio desde hace unos meses (me sorprende más que a vosotras seguir todavía por estos lares), estoy un pelín tocada del ala. Y soy medio histriónica de nacimiento. Por favor, no me juzguéis. Siento que Beauvoir es de mi familia. No de mi jerárquicamente ultraestructurada familia de sangre, sino de mi familia afectiva posterior. De la manada, que tan bien describe Itziar Ziga. Y por cierto: yo también soy una perra, una golfa, una zorra, una puta. Como os decía soy más puritana y sosa que la mierda, pero, yo también me he prostituído a cambio de afecto y atención. Muchos años. No estoy ni orgullosa, ni avergonzada. He pasado fases de no depilarme los sobacos y cuando he dejado de hacerlo he fantaseado con el sucidio colectivo por no sentirme coherente con la vida que quería llevar. Posteriormente, y gracias al cielo, he abrazado mis incongruencias y no me daban los brazos de lo gordas que son. Soy una hortera. Y algo choni. Soy un “quiero y no puedo” adoctrinado entre esas líneas infranqueables de “lo que sí y lo que no”. Es que además, volviendo a lo de antes, no lo escondía, pero me siento farsante porque nunca he llevado con la cabeza alta “ser una zorra”, porque pensaba que era malo. Y ahora que lo llevaría francamente bien, me da por pensar que el sexo y las relaciones personales, en general, están sobrevaloradas. Estoy de un antisocial y anticontactofísico irreconocible. Ahora, además, Dios es mujer y Miren Llona en De señoritas a Garconne me ha dado cancha para etiquetar y explicar por qué adoraba ir a catequesis y leer en misa. ¿Hay algo más empoderador cuando no encajas en ninguna parte y tu entorno pasa de tu culo, que llamar la atención y que todo el mundo te mire? Me viene a la mente la canción de Gloria Trevi Y todos me miran. ¿Existe algo que te haga sentir más viva que terminar frases con “te alabamos óyenos” mientras pasas la cestita pidiendo monedas para tu Iglesia que te la trae al pairo? Mis primeros shows fueron en la Parroquia de Santa María de Urríbarri. Hoy por hoy me cago en dios regularmente y actúo en teatros ante público de verdad. Pero es innegable que sin ese empujoncito hacia el púlpito y esos halagos “post-lectura”, nunca me hubiera sentido cómoda hablando delante de gente. Y, claro, recuperando el hilo de que en un inicio quería contar: sin todas las anteriores lecturas, empezando por el Barco de vapor y terminando por Beauvoir, no podría hoy haber terminado El género en disputa. ¡¡¡Vivaaaa!!! ¡¡¡Vivaaaa!!! Para las que lo han dejado a medias, quiero transmitir un mensaje de calma y relax: no dice nada que no hayamos escuchado ya en 2014, pero es de agradecer que alguien inteligente ponga en palabras académicas y rebuscadas lo que el resto murmuramos entre “ahí va la hostia” y “no te jode”. Lo que cuenta es que nos han engañado. Que el “nosotras” al que yo hacía referencia antes, no tiene por qué ser tan distinto del nosotros, pero que en cambio sí alberga diferencias inmensas dentro de la propia AS del femenino plural. Que el maldito binarismo nos tiene enconsertadas a cada una en su cuadrado (buscad el vídeo con este nombre en Youtube, ¡es tronchante!). Que todo son construcciones culturales y que está en nuestra mano obedecer o pasarnos todo el cuento por el arco del triunfo. Nos anima a aplaudir cualquier acto corporal subversivo y yo me animo a gritar: THE SHOW MUST GO ON!!! Que la vida es un carnaval y que nos disfrazamos de lo que nos mandan, de lo que queremos y de lo que podemos. Por eso, cuando algo no nos cuadre y nos sintamos fuera de lugar, propongo una solución basada en lo que ella dice: ¡¡Seamos una parodia de nosotras mismas!! Gracias a todas las prohibiciones, lecturas y experiencias que han hecho posible que entienda a Judith Butler. Me siento la pera limonera. ¡¡¡YUJUUUUUUUUUUUUUUUU!!!

Download PDF
master violencia de género universidad de valencia

Artículos relacionados

Últimas publicaciones

ayuda a Gaza
Download PDF

Título

Ir a Arriba