En busca del macho encubierto
Es fácilmente comprobable la manera en la que las teorías críticas son utilizadas, especialmente desde ciertos segmentos del universo académico, para engordar el currículum intelectual y la reputación ideológica de los investigadores y estudiosos de turno.
Helios F. Garcés
Resulta significativo observar cómo incluso encontrándonos entre militantes que dicen pretender poner al descubierto los conflictos silenciados por el status quo, nos sentimos estancadas ante la imposibilidad de situar en pie de igualdad la importancia que reside en cuestionar las jerarquías género sexuales y étnico-raciales, paralelas a las también existentes jerarquías de clase.
En el fondo, tal actitud no es sino el efecto de una antigua herencia ideológica, hoy casi imperceptible para una gran mayoría, que consiste en profesar la creencia de que tanto racismo como sexismo son problemas super estructurales al problema estructural del capitalismo. Resulta una experiencia común el escuchar cómo, frecuentemente, desde foros etnocéntricos y masculinizados, se predica con la afirmación engañosa de que al solucionar el problema económico todos los demás problemas quedarán resueltos. Dicha afirmación no solo es falsa, sino que es profundamente injusta. Por lo general y para percatarse de ello únicamente sería necesario poner en marcha un ejercicio de observación elemental. Echemos un vistazo a quiénes son los principales representantes de tal perspectiva y descubriremos que no son sino aquellos cuyos privilegios epistémicos están comprometidos por las jerarquías señaladas.
Lógicamente, dentro de estos grupos, a ningún hombre se le ocurrirá cuestionar la libertad sexual, el derecho al aborto o la igualdad en derechos entre sexos y de género. No obstante, basta que las feministas señalen y ataquen su machismo en dimensiones como el lenguaje humorístico, en lo epistemológico o en lo que respecta a sus interesadas prioridades revolucionarias para que, de pronto y porrazo, la comunidad de machos haga acto de presencia a través de la mofa condescendiente, ninguneando así las reivindicaciones y análisis feministas.
Por otra parte y apuntando a un nivel mucho más profundo se encuentra lo referente a la manera en la que tales hombres gestionan sus relaciones con las compañeras de lucha en espacios que a menudo se suponen libres de sexismo. Hombres que han adquirido la habilidad de hablar en femenino plural y que se declaran acólitos del amor libre o poli amor; hombres que en su muro de Facebook o Twitter comparten proclamas feministas; hombres que se declaran públicamente feministas y que, sin embargo, siguen hipersexualizando de manera reiterativa a las mujeres que les rodean.
Evidentemente no hay nada de destructivo en que los hombres adquiramos y defendamos el proyecto ético político que articulan los feminismos, todo lo contrario. No obstante, entre nosotros/ellos, abundan numerosos impostores que, utilizando aquellos elementos estéticos y superficiales del feminismo que les interesa utilizar, enmascaran su falta de compromiso total con el proyecto ético político sobre el que precisamente se sustentan los mismos. No están interesados en cuestionar sus privilegios como garantes del patriarcado y mucho menos lo están de reflexionar sobre su propia masculinidad. Pero han encontrado una nueva manera de sobrevivir como machos en ambientes en los que el machismo vulgar es fácilmente reconocible y, por lo tanto, fácilmente atacable.
De la misma manera que existe una colonialidad del saber, existe una masculinidad del saber, en tanto que los conocimientos dominantes han sido tradicionalmente reproducidos y solidificados desde una subjetividad masculina y heteronormativa: una subjetividad que ha ocultado su identidad. Es más, hablamos de una subjetividad que precisamente ha construido su hegemonía sobre la ocultación de su identidad sexual, de género, cultural y geográfica a la vez que ha visibilizado las subjetividades otras como identidades periféricas y subalternizadas. Nos encontramos con una mirada omnipresente, universal y objetiva que se hegemoniza a través de una subalternización de las otras miradas culturales, geográficas, espirituales, etno raciales y por supuesto género sexuales.
Pero toda subjetividad ostenta una identidad, a menos que hablemos, claro está, de la supuesta existencia de una identidad divina. Por todo lo anterior, sostenemos que la labor de los hombres feministas no debería consistir en integrarse en los movimientos y adquirir responsabilidades de liderazgo, acaparando la palabra y la acción o dirigiendo a la colectividad. Tampoco reside la respuesta en quedarse al margen y centrarse en las cuestiones de clase. ¿Entonces?
Recapitulemos. El primer paso podría ser despertar a la consciencia de que, se quiera o no, se es garante del patriarcado. En segundo lugar deberíamos esforzarnos por renunciar a dicho privilegio. Y por último, pero no menos importante, está el cuestionarnos de raíz nuestra propia masculinidad. Las tres empresas deberían ser acogidas y puestas en marcha simultáneamente, con la misma honestidad y con la misma dedicación.
Feministas que sostienen que la lucha contra el patriarcado es más importante que la lucha contra el racismo y el clasismo. Movimientos de base que sostienen que la lucha de clases es más importante que la lucha contra el patriarcado y el racismo. Antirracistas que sostienen que la lucha contra el racismo es más importante que la lucha de clases y la lucha contra los patriarcados. Sí esa es nuestra torpe estrategia, cuando terminemos con nuestros respectivos enemigos, tendremos que enfrentarnos entre nosotras/os.