Gorda

Gorda

Ser obesa puede que te convierta en muchas cosas: objeto de críticas, blanco fácil de generalizaciones sobre posibles enfermedades y hábitos de vida criticables y censurables, etc. Pero a mí ahora me interesa resaltar que las gordas, generalizando, somos más listas que el resto del mundo.

Catarsis. Hace siglos que no llevaba pantalones. Me los pruebo porque los encuentro en unas baldas de casa de mi madre. Me caben. He perdido peso. O volumen. O algo. Tiene pinta de que esto seguirá pasándome. Porque insisto en que por mucho que planee cosas, al final todo acaba pasándome como si yo no tuviera ni voz ni voto. Y buscando explicaciones que traten de hacerme entender de qué va la vida, es cómo saco las teorías que luego aplico también al resto. Aunque estén mal. Rondaré los noventa kilos. Mi masa de índice corporal hace unos años que se disparó. De atlética, pasé a normal. De normal, pasé a entradita en carnes. De entradita en carnes, pasé a gordita. De gordita pasé a gorda. De gorda pasé a tener sobrepeso. Pero todavía nadie que no sea de mi familia utiliza el adjetivo obesa para referirse a mí. No parezco obesa. Las connotaciones de la palabra obesa, dibujan en nuestras mentes ballenas de 100 toneladas saliendo del agua de un salto mientras salpican, así como apariencias humanas supuestamente grotescas llenas de dobleces, pliegues, estrías de diferentes colores y piel madura (comúnmente denominada celulitis). A la obesidad, para más inri, se nos antoja pintarla con cierto halo de “suciedad”: sudor constante y olor corporal no deseable para nadie que salga en un anuncio de Fa. ¿Sigue habiendo anuncios de Fa? ¿Fa existe? Nadie lo sabe. El caso es que como, yo que me preocupo por oler a rosas (a fuerza de spray contaminante y productos que a largo plazo posiblemente me jodan la piel y el pelo) y que gracias a la lotería genética tengo una apariencia agradable y socialmente aceptada y aceptable, no parezco obesa. Aunque pese noventa kilos midiendo 163 centímetros. Aunque tenga ciertas dobleces que puedan crear confusión a quien las mire, un estómago prominente que puede dar lugar a pensar que me mantengo inmersa en un embarazo crónico (¡aborto libre y gratuito por la seguridad social!), o aunque tenga celulitis en piernas y ciertas partes de los brazos. Sí, he dicho celulitis en los brazos. Por favor, dejen de torcer el morro, fruncir el ceño e imaginarme en sus cabezas como algo asqueroso. Soy guapa. Ser guapa es presuntamente una estupidez y algo inútil e inservible. Además, yo no supe que contaba con ello hasta relativamente tarde. Pero la gente dice que soy guapa, y como mi autoestima y mi autoconcepto se han ido construyendo a partir de los diecibastantes, con el reconocimiento y los comentarios de la gente de fuera de mi entorno hogareño, pues sucede que de repente un día me creí y me sentí guapa. (Nota: si hace diez años hubiera dicho que soy guapa, la gente me hubiera tirado piedras. Pero si lo digo ahora pesando casi cien kilos, la gente se ríe y me encuentra entrañable. Curiosa la doble vara de medir). En fin, que la primera revelación/rebelación es que una puede ser obesa y guapa. Flipa, colegui. ¿Cómo te quedas? Pero al grano: cuando necesitas evadirte de realidades oficialmente dañinas, y en vez de decantarte por sustancias no legales, decides abusar de comida demasiado calórica como manera de bloquear tus emociones, tus sentimientos y tus actitudes para no acabar saliendo a la calle con una metralleta, empiezas a coger peso. E inteligencia. Quiero hacer hincapié en que el tipo de inteligencia al que me refiero es salvajemente emocional. No hablo de conocer la capital de Mozambique o saber dividir entre tres números. Hablo de entender el funcionamiento de una misma y de quienes nos rodean. A eso llamo yo inteligencia. Inteligentes, son los seres conscientes. Y resulta que aunque no lo digan renombrados estudios de renombradas universidades estadounidenses, lo digo yo: ser gorda, te hace lista. También puede que te haga muchas otras cosas: objeto de críticas, blanco fácil de generalizaciones sobre posibles enfermedades y hábitos de vida criticables y censurables, etc. Pero a mí ahora me interesa resaltar que las gordas, generalizando, somos más listas que el resto del mundo. (Tiempo para insultos y manos en la cabeza). Como dato: también creo que las lesbianas somos más listas que el resto del mundo. (Vueeeeeeeeelvan a insultarme, hagan aspavientos y amenacen con dejar de leer). Al igual que las negras, por poner otro ejemplo en el que yo no esté presente. (Quizás ahora vayan pillando lo que quiero decir. ¿O no? Si le sigue pareciendo escandaloso lo que digo, no se corte y repita conmigo: “Esta puta gorda de mierda no dice más que estupideces”. Puede hacer uso de esta frase cada vez que así lo desee. Aplicable también con no-gordas, porque hace el mismo “daño”. Ahora, por favor, intente seguir respirando con normalidad. ¿Quiere una bolsa, como en las películas? Eso es. Venga. Muy bien. Coja aire por la nariz y suéltelo por la boca). Ser gorda te hace más lista que el resto del mundo, porque ves la manera en la que la gente se relaciona contigo por la gilipollez supina de que la flecha de la báscula se pare en un número o en otro. Si la flecha indicara 60, estaría rebuena, mi madre sería feliz y las señoras del pueblo de mi abuela me dirían que tengo que comer más. Como la flecha indica 90, mi madre piensa “pobrecita, qué dejadez” y las señoras del pueblo de mi abuela no se preocupan por mi alimentación y al verme pasar exclaman “¡Qué gorda te has puesto!” a modo piropo. Alicia Murillo explica muy bien la diferencia entre piropo y acoso callejero. Así que no tengo que explicarlo yo. Digo. Por si a alguien se le ocurre pensar que las señoras del pueblo de mi abuela son acosadoras callejeras. No lo son. Al menos ahora. Doy fe. Total, que cuando de repente eres gorda, lo primero que empiezas a notar es que la ropa no te cabe. Esto es así: de cajón de madera de pino invasor. Empiezas a descubrir que el mundo de las tallas amplias de a partir de la cuarenta… no es tan amplio. De hecho es un mundo bastante reducido: 40-42 y en el mejor de los casos si tienes mucha-mucha-mucha suerte, puede que quizás, a lo mejor encuentres una 44. Fin. Más que esto no vas a encontrar en las tiendas “normales”. Tienes que emigrar. Sí, querida amiga, ¡enhorabuena! A partir de ahora, pasas a engordar la lista (wink) de las tiendas con tallas ESPECIALES. ¿Holaquéhase? ¿¿Tallas especiales?? ¡¡¿Cómo puedo ser tan afortunada?!! ¡¡Qué alegría la mía!! Problema solucionado. Es cierto que en un primer momento te da medio-vergüenza entrar en dichos establecimientos, porque eso quiere decir que eres OFICIALMENTE gorda. Pero milagrosamente, acabas sintiéndote relajada y a gusto. Hay más gordas por el mundo. No estás sola. Tranquilidad. Desgraciadamente, también empiezas a darte cuenta de que se te trata un poco como si fueras…eh…¿qué adjetivo utilizo?… ¿debilucha? “Tallas especiales”. ¿Qué tipo de adjetivo es “especiales”? Son tallas grandes, mecagoendios. Tallas que necesitan más tela. Eso es todo. ¿¿Nooo?? Entiendes que la intención es “buena”, porque no quieren que las gordas nos sintamos mal por necesitar un palmo más de pantalón. Así que no vas a meterte a cuestionar nada relacionado con ese tema. Bastante tienes con cerrarte los botones. Vale. Aceptamos pulpo. Pero tienes la mosca detrás de la oreja revoloteándote. ¿¿Y tus amigas?? ¿Cómo actúan tus amigas ante tu repentina masa de carne acumulada en lugares políticamente incorrectos? Tus amigas actúan exactamente igual que las tiendas de tallas especiales. Antes, cuando eras atlética y te ponías un vestido en el que parecías un chorizo, te miraban con cara de susto y te soltaban un “estás embutida, te queda fatal” con la mayor de las naturalidades. De repente, ahora que eres obesa, te pones cualquier cosa y “estás guapa”. Las cosas ya no te quedan bien, ni mal. Estás guapa. Punto. No sé si he sido yo la causante de esto, o si les sale a ellas de manera espontánea no planeada, pero parece que con que la prenda en sí me quepa por las piernas y los botones me cierren, hemos cumplido el objetivo que buscábamos. Ahora Itsaso, si va vestida, siempre está guapa. Hostia, ¡qué suerte! Si las modelos de alta costura que comen papel antes de los desfiles supieran que siendo gorda todo el mundo te encuentra guapa, yo creo que se lo replantearían. ¿No? Pero sigamos con los topicazos. Queridas gordas del mundo, ¿cuántas veces habéis oído el “es guapísima, si perdiera unos kilos…” dicho con cara de pena? Si me dieran un euro por cada vez que lo escucho, tendría la entrada de piso en la Gran Vía. Por favor, querida gente que me trata con condescendencia diciéndome que uso tallas especiales, todo me queda bien y no puedo ser guapa del todo porque soy gorda… ¿podéis tratarme normal? Yaya, que “normal” no existe. Que sí. Pues podríais tratarme por favor como lo hacéis con el resto de las personas que consideráis que gozan de sus plenas facultades mentales con libertad y sin coacción o manipulación externa de casi-ningún tipo? Gracias. Que yo ya sé que ser gorda se ve como un lastre total y absoluto en esta, nuestra sociedad. Que yo también me sé las fórmulas mágicas “quemar más calorías de las que se ingieren”, “comer cinco piezas de frutas y verduras al día”, “hacer ejercicio”, “comer para nutrirnos y no por ansiedad”, y demás frases hechas de cualquier libro de cabecera de gordas de mi magnitud. Todo eso está muy bien. Pero la práctica no tiene nada que ver con nutrición, ejercicio o acelgas. Sin ánimo de despreciar a nutricionistas, dietistas y demás istas que se encargan de la comida, yo creo que cambiar conductas poco o nada soluciona el problema de raiz. Recomiendo ‘Fat is a feminist issue’ de Susie Orbach y muchas horas de terapia para entender cuál es el detonante de los atracones. Luego que desaparezcan es otro cantar. Pero al menos localizar el foco de ansiedad. ¿Que quién soy yo para recomendar nada? Pues una gorda común. Perdón: una obesa común. Que hasta yo me disfrazo. ¿Os vale? Así que sigo recomendando: yo, como obesa común recomiendo pasar de dietas yoyo, de dejar de comer carbohidratos durante meses, cualquier tipo de comida en general o hacer el bobo metiéndose los dedos después de ingestas masivas de productos que pensábamos que nos harían sentir más felices. No conozco a ninguna mujer, y se me llena la boca cuando empiezo a decirlo, así que lo repito en mayúsuculas: NO CONOZCO A NINGUNA MUJER QUE NO TENGA DESÓRDENES ALIMENTICIOS (en mi entorno de jóvenes ham-burguesadas acomodadas). Es más, la experiencia me lleva a pensar que posiblemente no existan. Yo no tengo datos para hablar de nadie que no esté en mi entorno, pero en nuestro caso, gordas físicas y psicológicas del mundo, el “problema” va más allá de las cinco piezas de verdura y fruta diarias. No tengo claro si ser gorda es un problema. O al menos si es un problema más grave que ser fumadora o adicta a las compras. Lo que sí tengo claro, es que ser gorda es un estado de ánimo. Una actitud ante la vida. Una forma de vivir. Y que una vez que te metes en el papel de gorda, lo aceptas y lo abrazas, olvidándote del ESTAR y centrándote en el SER, la cosa marcha. Vive. Vive tus pensamientos, tus emociones y tus sentimientos. Deja de censurarte. Si quieres comerte doce donuts, permítetelo. Si no lo haces, terminarás viendo ‘Sálvame deluxe’, metiéndote doce rayas, follando con desconocidxs sin condón en un portal, gritando a tu sobrinx o gastándote 200 euros en Primark. Cuando tu cuerpo está ansioso, te va pedir que actúes de una manera X que como mecanismo de defensa te permita salir de ese estado doloroso en el que te encuentras. Y mira que siempre me ha dado vergüenza ajena utilizar esto del dolor y el miedo tan a la ligera como si fuera mi vida una canción de los Backstreet Boys, pero al final va a ser verdad que todo es más primitivo de lo que parecía ser. Total, que la psicología no conductista, los días pares, te animaría a comerte los donuts. Los impares a no comértelos y experimentar ese sentimiento de ansiedad, miedo o sufrimiento como si fueras una bebé de meses. Los fines de semana quizás te recomiende el Reiki y en realidad, yo que he estudiado filología inglesa te digo que la única forma de llevar tu gordura con tranquilidad y felicidad es relacionarte con otras gordas. ¡¡Gordas mentales y psicológicas del mundo: UNÁMONOS!! Resignifiquemos el insulto por antonomasia y pasémonoslo por el forro de… la gabardina. Soy gorda y soy estupenda. Soy obesa y mi objetivo, de tener alguno, además de aprender francés y ordenar mi habitación, es ser saludable. (Repetir tres veces al día antes de cada comida. En caso de sobredosis NO consulte a su farmaceútica). Total, que lo que yo quería decir es que he perdido 12 kilos y no tengo actitudes compulsivas de compra de ropa en cantidades industriales como vía de escape. Y quería dejar constancia escrita de que todo empezó mientras leía ‘Calibán y la bruja’ de Silvia Federici. Poco o nada tiene que ver con comida. Pero habla de economías de susbsistencia y acumulación primitiva. De repente algo dentro me ha hecho click y en dos meses y medio he perdido doce kilos. ¿Ahora qué hago? ¿Cómo me replanteo mi vida siendo menos gorda? ¿Alguna conoce otro libro no relacionado con el tema que me cierre los agujeros de las orejas o haga que el pelo de mi cabeza crezca más rápido y el de mis ingles más despacio? ¿Es este escrito más caótico de lo habitual? ¿Acaso importa? Gordas del mundo. Dos cosas: uniós. Y leed.

Download PDF

Artículos relacionados

Últimas publicaciones

Download PDF

Título

Ir a Arriba