Por el derecho inalienable a divertirnos sin ser acosadxs por marichulos

Por el derecho inalienable a divertirnos sin ser acosadxs por marichulos

Supongo que a todxs nos ha pasado alguna vez: salimos por la noche con nuestras amigas y nos encontramos a toda clase de especímenes, algunxs de los cuales terminan convirtiéndose en seres extremadamente molestos en un momento que hemos reservado para compartir anécdotas, cervezas y risas.

13/09/2013

Lucía Oliveira

Fotógrafo: Manuel Flores

Fotógrafo: Manuel Flores

La irrupción de algunos hombres en la situación de la que os hablo parece que se ve legitimada por el hecho de que, en nuestro grupo, no haya presencia masculina alguna. Eso parece indicar a gritos nuestra disponibilidad. Porque ellos creen, y lo creen ciegamente, que necesitamos que se nos acerquen para sentirnos atraídas, para existir dispuestas dentro del mercado sexual nocturno de nuestra propia ciudad. Así que se acercan con excusas, preguntas, piropos, y los hay de toda clase y, por supuesto, los hay que lo hacen desde el respeto y el consenso, pero ojo, que aún así después se deja entrever el marichulo que llevan dentro.

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Esto es lo que nos ocurrió: un grupo de hombres jóvenes se acercó para charlar, a priori ese era el propósito. La charla, efectivamente, fue agradable. Tenían buenos temas de conversación, nos hacían reír, no teníamos por qué sentirnos agredidas. Hasta que, una vez creen que han “roto el hielo”, se ponen manos a la obra. Tácitamente, deciden: esta para tí, esta para mí. A por ellas.

Entonces es cuando esa irrupción de la que hablaba se vuelve acoso. Acoso que se manifiesta en toqueteos y comentarios incómodos que no voy a reproducir aquí porque todxs sabéis de lo que estoy hablando. A mí, particularmente, no me gusta que me toque un desconocido. Al sujeto que me eligió como presa, creo que se lo repetí ochenta veces, pero no le quedó claro.

No me gusta que me toquen.
No me toques.
Oye, en serio. Te he dicho ya que no me toques.
Como me vuelvas a tocar…

En un momento, le informo de que tengo pareja. Pienso, equivocadamente, que no intentará acosarme más, que podremos seguir hablando de literatura clásica pero obviando por completo la posibilidad de un encuentro sexual. Pero nada más lejos de la realidad. Un hombre obcecado hará todo lo posible por lograr ese encuentro, contra viento y marea. Entonces me acribilla a preguntas del tipo,

¿Tienes una relación formal o informal?
¿Y estás bien con tu pareja?
¿Entonces, por qué no está aquí?

Bueno, esto es el acabóse. Ahora resulta que la culpa es mía, que mi pareja debería estar al lado mía, para que no se me acerque ningún marichulo. Para que pueda tener la fiesta en paz. El truco es que los sigamos necesitando, ¿no? Como acosadores, como protectores. Yo no quiero que me proteja nadie, esto lo tengo muy claro pero, ¿qué posibilidades tenemos de defendernos? Lo hemos intentando millones de veces con el diálogo, pero no sirve. Sus cerebros de mosquito les impiden darse cuenta de que no les necesitamos para divertirnos. Y me pregunto, ¿qué posibilidades tenemos de librarnos, por una vez, del acoso cotidiano, de estos micromachismos que son el pan de cada día en nuestra sociedad? ¿Tendremos que ponernos a dar hostias, como hacen ellos, para que entren en razón?

Ya puede venir Brad Pitt a tirarme los tejos, que me va a resultar igual de innecesario y, sobre todo, violento e invasor. Y no lo estoy exagerando, y no, no soy una frígida, ni una antipática, ni nada de eso. Es que realmente el acoso es violencia, y es invasión. A ver si se enteran.

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